viernes, 30 de septiembre de 2011

El sansón extremeño (2 de 2)

Una vez que la batalla de Cefalonia se hubo terminado, Diego volvió a Roma. En cuanto llegó a la Ciudad Eterna, César Borgia le llamó a su presencia y le nombró una vez más capitán de los ejércitos pontificios; pero esta nueva relación duraría aún menos que la primera pues, en 1501, estallaba la II Guerra de Nápoles y el de Trujillo abandonaba voluntariamente el servicio de los Borgia para unirse al ejército español.
Durante esta guerra se produjeron otros dos episodios que agrandarían la leyenda de Diego García de Paredes.

Pierre Terraill de Bayard
Como ya dijimos en el primer episodio de esta misma historia , Diego no era sólo un gran soldado, sino también un duelista curtido. En el año 1502 se produjo el que sería su duelo de honor más destacado: el desafío de Barletta.
En septiembre de aquel año, las tropas españolas del Gran Capitán se encontraban sitiadas en la ciudad de Barletta por Luis de Armagnac y su hueste. Los franceses, henchidos por los éxitos recientemente conseguidos, se burlaban abiertamente de los españoles hasta el punto de que dichas burlas fueron consideradas una cuestión de honor que, como tal, merecía ser dirimida mediante un duelo.
En el campo de batalla de Trani, a medio camino entre el campamento español y el francés, se presentaron 11 duelistas de cada bando además de los jueces designados y de una nutrida comitiva que no estaba dispuesta a perderse tamaño acontecimiento.
Los franceses, encabezados por Pierre Terraill de Bayard, no dejan de burlarse de los españoles que se apiñan tras Diego García de Paredes hasta que los jueces piden silencio para hacer partícipes a los combatientes de cuáles debían ser las reglas del duelo.
Empiezan las hostilidades. Tras una dura batalla los franceses se rinden dando a los españoles por "buenos caballeros", veredicto que es visto con buenos ojos por los soldados del Gran Capitán, en su mayor parte heridos y agotados... pero uno de los soldados españoles no acepta la rendición; ¿adivináis quién?
Diego había quebrado sus armas durante la lucha, así que empieza a coger grandes piedras del suelo y a arrojarlascontra los caballeros franceses. Ante este comportamiento, los jueces deciden declarar tablas en un intento de salir de allí lo antes posible... pero en la mente del trujillano sólo cabe la victoria, así que, cuando oye el veredicto, arranca una de las vigas que sostenía la tribuna de los jueces y arremete con ella contra los franceses.
El desafío de Barletta acaba con los duelistas galos en desbandada y los españoles tratando de calmar a Diego mientras este último intenta arremeter contra los jueces con un trozo de viga en la mano.

Un año después de este acontecimiento, en 1503, se produce la Batalla del Garellano. De un lado las tropas españolas comandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, del otro, el ejército francés del Marqués de Saluzzo.
Ambas huestes están separadas por un río cruzado por un estrecho puente. La tensión se eleva cada vez más y la inactividad empieza a pasar factura provocando peleas entre los soldados del mismo bando. Es precisamente en una de estás discusiones en la que el Gran Capitán reprocha a Diego que quizá no haya hecho suficientes esfuerzos para desbloquear la situación, pero nuestro protagonista no se toma nada bien esta crítica.

Montante
Herido en el orgullo, Diego desenvaina su montante y se coloca en medio del puente del río Garellano empuñándolo a dos manos. Los franceses, viendo a aquel enorme capitán que los insulta y los reta en solitario desde la mitad del puente, arremeten contra el trujillano con todas sus fuerzas... lógicamente, no sabían contra qué iban a enfrentarse.
El puente es estrecho y los soldados galos llegan hasta Diego en grupos muy reducidos, lo que faculta al español para trazar grandes círculos con su montante rebañando más de una cabeza en el camino. El filo golpea por igual contra cascos, escudos y espadas; Diego está ciego de ira y no le importa el punto en el que golpea, sino sólo la fuerza que nota subir por sus brazos cuando el mandoble impacta contra el cuerpo de un enemigo.
Al ver el pavimento encharcado de sangre, los compañeros de Diego empiezan a temer por su vida y cargan por la pasarela. En pocos minutos, el río Garellano empieza a teñirse de rojo mientras las entrañas de franceses y españoles por igual flotan en sus aguas. La tropa del Gran Capitán resiste el envite con gallardía... pero los de Saluzzo son demasiados y la retirada se hace inevitable.
Los españoles que habían conseguido acceder a la pasarela empiezan a orquestar una maniobra táctica mediante la que retroceden pausadamente, estableciendo una defensa ordenada en la cabeza del puente para que sus compañeros puedan reintegrarse al cuerpo principal del ejército. Los soldados retroceden. Todos pasan... salvo Diego, que sigue en primera línea repartiendo muerte entre los atacantes galos.
Un grupo de los soldados comandados por el propio Diego se adelanta y empieza a tirar de su capitán, obligándole a retroceder por miedo a que alguna estocada francesa acabe con su vida.
Finalmente y tras muchos esfuerzos, las tropas españolas consiguieron ganar la Batalla del Garellano convirtiendo la heróica ofensiva de Diego García de Paredes en un símbolo de la valentía y temeridad españolas en las guerra de Italia.

En 1504, la Guerra de Nápoles tocaba a su fin y Diego era recompensado por sus servicios con el marquesado de Colonetta, en Italia.

Nuestro protagonista decide que, en lugar de permanecer en sus recién adquiridas tierras itálicas, debe regresar a su España natal para poder realizar un mejor servicio a la corona.
La vida sonríe a Diego y las cosas le van bien hasta que se topa de frente con la cruda realidad de las intrigas cortesanas. Gonzalo Fernández de Córdoba, capitán y amigo del trujillano desde el principio de su carrera militar, cae en desgracia y algunas voces se empiezan a alzar en su contra, poniendo en duda su compromiso y hasta su lealtad a la corona. Diego no está dispuesto a permitir tamaño atropello, de modo que, arriesgando su honra y su vida, empieza a defender a capa y espada al Gran Capitán, retando a duelo a todo aquel que se atreva a poner en compromiso su reputación... pero ni siquiera esto es suficiente.
Tan sólo 3 años después, un Diego asqueado por las intrigas palagiegas gasta la fortuna que había conseguido en las guerras de Italia en armar carabelas y echarse al mar, donde empieza a ejercer la piratería contra franceses y musulmanes.
Durante dos largos años, nuestro protagonista se dedica a asolar el Mediterráneo en compañía de una tripulación formada por antiguos soldados descontentos de la tropa del Gran Capitán. Saquean barcos y capturan dotaciones enteras. El éxito es más que evidente y las riquezas se acumulan a sus pies... pero el ardor guerrero golpea el pecho de Diego sin cesar y le empuja a retomar el único oficio que había conocido: la guerra.

Julio II
En 1509 Diego regresa a Italia e ingresa como maestre de campo en las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico, que está preparando una gran hueste para asaltar las repúblicas venecianas. La empresa fracasa estrepitosamente, pero las batallas en las que participa contribuyen a que el nombre de Diego se difunda por toda Europa como sinónimo de valor y temeridad.
No pasa ni un año antes de que Diego consiga el perdón real y se incorpore una vez más a la armada española, con la que empieza a asaltar el norte de África entrando a sangre y fuego en ciudades como Trípoli o Bugía.
Poco tiempo después, nuestro protagonista retorna a tierras itálicas para ocupar de nuevo su puesto de maestre de campo en la hueste imperial, pero el cargo le dura poco. El halo de leyenda que rodea la figura de Diego es tal que, a finales del año 1511, el propio Papa Julio II le ofrece el puesto de coronel de la Liga Santa, una oferta que el trujillano acepta henchido de orgullo.
Al mando de los ejércitos papales, Diego García de Paredes luchó con fiereza en las batallas de Rávena y Vicenza, contribuyendo de manera decisiva a la derrota de la república mercantil de Venecia.

Una vez que su tarea en la Liga Santa estuvo cumplida nuestro protagonista volvió a España, donde fue convocado por el propio emperador Carlos V, gran admirador de las hazañas de Diego.
El flamenco convierte al trujillano en su sombra y Diego responde a esta confianza ganándose la condecoración de "Caballero de la Espuela Dorada" por su participación durante los años siguientes en las batallas de Noáin, San Marcial, Fuenterrabía, Maya, Pavía y Viena.

Quiso el siempre caprichoso destino que la muerte de nuestro protagonista no fuera acorde a su vida. Tras el asedio de Viena, Diego acude a Bolonia para asistir a la coronación oficial del emperador y cae de su caballo jugando con unos chiquillos, muriendo poco después a causa de las heridas provocadas por el batacazo.
Su cuerpo, cruzado por las decenas de cicatrices de una vida guerrera, es limpiado y embalsamado para ser trasladado, en 1545, a la iglesia de su pueblo natal, donde descansa a día de hoy.

martes, 27 de septiembre de 2011

El sansón extremeño (1 de 2)

Hoy vamos a empezar una serie de dos entradas que nos acercarán a uno de esos personajes injustamente olvidados por la historia: Diego García de Paredes, un hombre cuya vida podría competir con la mejor de las leyendas.

La historia de nuestro protagonista comienza en 1468 en Trujillo, donde nace en el seno de una familia perteneciente a la baja nobleza cacereña.
Desde muy tierna edad, Diego empezó a dar muestras de interés por el oficio de las armas y empezó a recibir entrenamiento en el manejo de espadas, mazas y escudos. Su natural habilidad para el uso del acero hizo que pronto se convirtiera en un excelente combatiente, pero esto no era todo; a medida que el joven Diego se iba conviertiendo en adolescente, su estatura y su musculatura se fueron desarrollando de tal manera que llegó a ser considerado por sus coetáneos como el hombre más fuerte de Europa.

Diego García de Paredes
Como suele suceder en estos casos, la guerra se cruzó muy pronto en el camino del joven Diego. En el año 1483, la España de los Reyes Católicos estaba sumida de pleno en los últimos coletazos de la Reconquista y nuestro protagonista, consciente de que la reputación no se labraba en el entrenamiento sino en el campo de batalla, deja la casa familiar y se enrola en la hueste cristiana que se está preparando para emprender la campaña definitiva contra Andalucía.
Su madre, que había enviudado recientemente, queda destrozada por la marcha de Diego, pero sabe de  primera mano que su hijo ha nacido para la guerra y que tratar de detenerlo solo servirá para aumentar sus deseos de alistarse, así que se despide de él en la puerta de su hacienda trujillana y le deja marchar con lágrimas en los ojos.

En la denominada por los historiadores como "Guerra de Granada", el jovencísimo Diego se dedica a seguir a la tropa castellana... hasta que en 1485, a los 17 años de edad, entra en combate por primera vez.
Su arrojo en combate y su tremendo descaro a la hora de cruzar armas con el invasor musulmán en las campañas de Málaga, Loja y la propia Granada empiezan a valerle el respeto del resto de los soldados, quienes dejan de ver en él a un niño demasiado alto para su edad y empiezan a admirar la soltura con la que maneja la espada un compañero colosal y temerario.
Durante esta guerra, Diego García de Paredes fue armado caballero a manos del mismísmo rey Fernando pero, además, conoció y trabó lazos de amistad con el que posteriormente sería conocido en toda Europa como "El Gran Capitán": Gonzalo Fernández de Córdoba.
Finalmente y como ya sabemos, esta guerra tocó a su fin en 1492 con la conquista de Granada y los combatientes tuvieron que volver a sus casas.

Juana de Torres, la madre de Diego, había muerto durante la campaña y nuestro protagonista no estaba acostumbrado a la cómoda vida del terrateniente, de modo que no tardó en abandonar su Trujillo natal en busca de nuevas aventuras.

Alejandro VI
En 1496, un hidalgo cacereño de 28 años se planta en medio de la Roma renacentista dispuesto a labrarse un futuro.
Cierto día, un grupo de bandidos italianos deciden que ya es hora de que aquel palurdo español que se pasea por sus calles pierda la bolsa de monedas que porta a la cintura, de modo que rodean a Diego en un callejón cercano al Vaticano dispuestos a hacerse con su oro. El trujillano, lejos de amedrentarse, agarra una pesada barra de hierro y se lía a mamporros con los asaltantes. El número exacto de los italianos se desconoce, pero el resultado del combate habla por si mismo: cinco muertos, diez heridos y el resto fuera de combate o en fuga.
Alejandro VI, el Papa Borgia, se entera del resultado de la pelea y rescata a Diego de manos de la justicia para nombrarle capitán de su guardia personal.
Al contrario que muchos de sus compañeros de armas, Diego no era un gigante bobalicón, sino que sabía leer y escribir con soltura, lo que le valió para hacerse con la comandancia de los ejércitos de César Borgia, que combatieron por toda Italia durante los siguientes cuatro años. Pero no todo iba a ser gloria y oropel en la vida de nuestro protagonista.
Como ocurría con muchos soldados de la época, la agresividad del de Trujillo no se limitaba al campo de batalla y los duelos de honor estaban a la orden del día. Esto por sí sólo no habría supuesto ningún problema... pero Diego se enfrentó al hombre equivocado. En uno de sus constantes duelos, decapitó de un mandoblazo a un capitán de los Borgia llamado Césare Romano, lo que supuso su destitución inmediata y su expulsión del ejército papal.

Durante los siguientes meses, existen informaciones que apuntan a que sirvió bajo las órdenes de algunas familias enemigas de los Borgia; pero no es hasta el mes de noviembre de 1500 cuando su nombre aparece de nuevo con fuerza para grabarse con letras de oro en la historia durante el asedio de Cefalonia.

El Gran Capitán
Nos encontramos en Cefalonia, una isla de la actual Grecia en cuya fortaleza se acantona una guarnición de 700 jenízaros. La expedición cristiana está comandada por Gonzalo Fernández de Córdoba y Benedetto Pessaro quienes, el día 24 de noviembre, ordenan emprender un primer asalto sobre las murallas. El conato es repelido sin demasiados problemas por los turcos que, al ver la retirada, ponen en funcionamiento sus temidos "lobos", unas máquinas con poleas y cuerdas repletas de garfios que servían para asir a los caballeros por la armadura con el fin de atraerlos hacia las murallas para poder darles muerte cómodamente.
Diego García de Paredes es asido por uno de los lobos y llevado hasta el adarve otomano... pero los jenízaros no sabían con quiénes se estaban enfrentando.

El trujillano llega a las almenas conservando entre sus manos la rodela y la espada. En el mismo momento en que sus pies se afirman sobre la cima de la muralla, Diego se libera del abrazo del lobo y empieza a despachar soldados otomanos.
Su espada es un borrón que siembra muerte sin cesar. Todo aquel jenízaro que se atreve a acercarse a él, termina con las entrañas desparramadas por el adarve o despeñado entre los merlones. El soldado español se repliega ante los refuerzos que llegan sin cesar para matarle. Apoya la espalda contra los muros en un intento de proteger su punto más débil mientras los cadáveres siguen amontonándose a sus pies caídos bien bajo el filo de su espada o bien bajo los tremendos golpes propinados con el refuerzo de su rodela.
En conciciones en las que cualquier soldado curtido habría muerto sin remisión, Diego aguantó; apartando lanzas y propinando estocadas durante más de dos días hasta que finalmente el hambre, la sed y las múltiples heridas recibidas le hicieron entregarse.
El comandante de los jenízaros, en vista del coloso que habían conseguido capturar, carga a Diego de cadenas y le encierra en una de las torres del castillo. Sus heridas son curadas y se le alimenta bien en espera de obtener un suculento rescate pero, mientras tanto, el Gran Capitán planeaba en el campamento cristiano la ofensiva final sobre Cefalonia.

Isla de Cefalonia
El 24 de diciembre, 46 días después de que nuestro protagonista fuera capturado por los turcos, Gonzalo Fernández de Córdoba aprovecha la bruma de la mañana para arengar a sus hombres en un ataque relámpago contra las murallas.
Las escalas comienzan a afianzarse sobre el adarve de Cefalonia. Pronto, el ruido de los gritos y del acero contra el acero empieza a llenarlo todo entre los muros de la fortaleza llegando hasta la torre en la que Diego García de Paredes descansa recuperado de sus heridas y bien alimentado.
El trujillano, viendo que sus compatriotas han emprendido por fin el asalto, arranca de cuajo las argollas que le atan a la pared, echa la puerta abajo y le roba la espada a uno de los dos centinelas encargados de su custodia. Con esa misma espada, Diego mata al otro centinela y se lanza hacia las murallas en busca de más enemigos a los que dar muerte.
Al caer la tarde sobre Cefalonia, tan sólo 80 de los 500 jenízaros que defendían la fortaleza permanecen en pie. Con las últimas luces, el Gran Capitán alza la bandera española sobre el bastión y se gira para felicitar efusivamente a sus hombres... pero no llega a completar el gesto. Ante él se alza incólume el fantasma de un gigante al que todos creían muerto, sonriendo abiertamente como si no hubiera pasado nada.

viernes, 23 de septiembre de 2011

El puñal de misericordia

Vamos a dedicar unos minutos a un puñal extraodinario que, empuñado por las manos adecuadas, podía convertirse en una excelente arma tanto ofensiva como defensiva. Si bien su aspecto no resulta demasiado amenazante en comparación con espadas, hachas o mazas, lo cierto es que el puñal de misericordia fue una de las armas que más muertes causaron durante la Edad Media.

Estilete
En un principio, los caballeros trababan combates individuales en medio de grandes batallas campales en las que no había margen para el error. Es por esto por lo que este tipo de estiletes alargados y generalmente de hoja estrecha que los luchadores conocían desde tiempos pretéritos alcanzaron en la Edad Media su cénit.
Cuando la muerte rodeaba a un caballero por todas partes, no había demasiado tiempo para reaccionar y se hacía necesario matar al enemigo caído antes de que otro se abalanzase al combate o de que el derribado consiguiera levantarse. Para llevar a cabo esta sucia tarea nació la evolución del puñal que hoy en día conocemos como "misericordia". 
En el momento en que un caballero era derribado, su atacante se situaba sobre él, abría la visera de su casco para comprobar que no se tratase de un rehén valioso por el que se pudiera obtener un jugoso rescate e introducía la punta de su puñal bien a través de la propia visera (atravesando el ojo y clavando la punta en el cerebro) o bien entre las juntas de la armadura buscando el corazón. Evidentemente, esto le daba al caído el "toque de gracia" y facultaba al atacante para incorporarse de nuevo a la lucha.

El uso del puñal de misericordia fue decayendo paulatinamente a medida que las armaduras fueron desapareciendo en mayor o menor medida del panorama armamentístico europeo, pero no se ausentó durante mucho tiempo, sino que fue adaptado, dándole un filo cortante y un mayor tamaño para convertirlo en una de las armas preferidas de los soldados de los tercios españoles.

Existen varias diferencias entre la manera de utilizar este arma que tenían los caballeros medievales y la que tenían los recios soldados de tercio. Por ejemplo, mientras que para un caballero este arma era conocida como misericordia (pues pensaban que sólo debía usarse para librar a un contendiente honorable de sufrimientos innecesarios y poder continuar con el combate), su derivado del siglo XVI era llamado "quitapenas" entre los propios tercios.
Pero la diferencia no era sólo nominal, sino también formal. La longitud añadida y la capacidad de corte de la que se había dotado al antiguo puñal permitía al soldado de tercio luchar armado con una espada en la diestra y una daga en la siniestra, actuando este último como arma y escudo y siendo temido en toda Europa.
Mientras que un soldado corriente sólo podía parar con una mano y golpear con la otra, un soldado de tercio se permitía "jugar" con su enemigo, desviando la trayectoria del filo atacante con su "quitapenas" y asestando al enemigo una estocada, una cuchillada o una puñalada al cuerpo. Tal versatilidad en el ataque dejaba al agresor en franca inferioridad, pues le era imposible saber por qué lado y de qué arma le iba a venir el golpe.

Posteriormente, la misericordia o quitapenas (a gusto del consumidor) fue reduciendo su tamaño y ramificando sus posibilidades hasta convertirse en los actuales cuchillos tácticos o, simplemente, en navajas de resorte.

martes, 20 de septiembre de 2011

El rebelde desconocido

Nos encontramos en Pekín durante un caluroso 5 de junio del año 1989. Jeff Widener, Charlie Cole y Stuart Franklin asisten atónitos desde sus respectivas terrazas en el Hotel Beijing al espectáculo de los tanques entrando en la Plaza de Tiananmen.

Jeff Widener
Widener había sido arrestado el día anterior, durante las protestas estudiantiles, y todo su material había sido requisado por la policía del régimen chino; por lo que asistía a este momento histórico armado tan sólo con una Nikon de poca monta. Fue con esta cámara con la que Widener tomaría una de las instantáneas más famosas de la historia.
De repente, un extremo de la plaza estalla en vítores y el fotógrafo de Associated Press se abalanza sobre el borde de la terraza cámara en mano. ¿Por qué gritan? ¿qué está pasando? La respuesta le llega en forma de una imagen que daría la vuelta al mundo aquella misma noche: un hombre armado tan sólo con una bolsa en cada mano permanece en pie ante la columna de cuatro blindados que intenta entrar en la plaza.
Los tanques intentan esquivarle, pero el hombre se coloca delante de ellos una y otra vez, frenando su avance por la avenida hasta que, finalmente, la columna se detiene.
En este momento el hombre trepa al primero de los tanques y la Plaza de Tiananmen contiene el aliento, consciente de que el símbolo representado por aquel hombre anónimo puede acabar asesinado ante sus ojos por la propia dotación del tanque, al servicio del régimen.
Afortunadamente, el conductor del tanque antepuso la seguridad ciudadana a las órdenes recibidas y accedió a mantener una corta conversación con aquel desconocido sobre la escotilla de su propio blindado. Si bien hay un sinfín de especulaciones sobre lo que se pudo haber dijo en aquella conversación, lo cierto es que el contenido de la misma nunca ha trascendido.

El rebelde desconocido
Un par de minutos más tarde, el hombre bajó del tanque y fue empujado entre la multitud congregada en la plaza por un grupo de hombres de los que se sospecha que eran agentes gubernamentales sin uniformar. Los tanques siguieron su avance, las protestas fueron duramente reprimidas y el rebelde anónimo de Tiananmen desapareció para siempre.

Existen multitud de hipótesis acerca de lo que sucedió con el hombre tras este episodio. Distintas fuentes hablan de teorías tan dispares como que fue fusilado tras el fin de las protestas o que sigue vivo y residiendo en Taiwán bajo otra identidad... pero lo único que se sabe a ciencia cierta es que el rebelde anónimo desapareció entre la masa aquella calurosa mañana de junio dejando tras de sí una nueva esperanza para la juventud democrática de China y una instantánea de mala calidad que dió la vuelta al mundo derribando las ideas occidentales sobre el gigante asiático.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La cruzada de Pedro el Ermitaño

En noviembre del año 1095, el Concilio de Clermont tocaba a su fin y el papa Urbano II convocaba la primera cruzada. La tierra en la que había nacido y vivido Jesucristo estaba en manos de los infieles y eso era de todo punto inaceptable, de modo que un sinfín de caballeros y nobles de todos los países respondieron a la llamada de Urbano y se alzaron en armas con la intención de recuperar los santos lugares para mayor gloria de la cristiandad.
Las clases altas de la sociedad, amparadas por el anuncio de excomunión a todo aquel que tratase de arrebatarles sus territorios mientras estaban en tierra santa, habían acudido en masa a la convocatoria y estaban preparando un ejército grande y poderoso para hacer frente a la media luna, que mancillaba con sus blasfemias la mismísima tumba de Cristo... pero no sólo la nobleza acudiría a la llamada.

Urbano II
La convocatoria de Urbano sorprende a Pedro el Ermitaño predicando en Bourges (Francia). Pedro, monje de origen humilde que había viajado a tierra santa y había visto de primera mano los santos lugares, es invadido por el fervor religioso imperante en toda Europa y empieza a viajar desde Bourges hasta la ciudad alemana de Colonia, parando por el camino en aldeas y villas para predicar su mensaje combativo.
Pronto, todo tipo de personas de bajo estracto social se empiezan a unir a su comitiva; sin armas, pero con la fe guiando sus pasos. Cuando la columna del Ermitaño llega a Colonia, su número asciende ya a las 100.000 almas.

En aquel año de 1095, la multitud de indigentes y campesinos se pone en marcha hacia Jerusalén. Pero no es nada fácil avituallar una columna de esta magnitud, de modo que sus integrantes empiezan a saquear los pueblos por los que pasan hasta llegar a Constantinopla.
Una vez allí, el emperador Alejandro Comneno, temeroso de Dios y de que aquellos desharrapados arrasen sus campos, le ofrece al Ermitaño una generosa cantidad de suministros y de barcos para que su ejército cruce el Estrecho del Bósforo hasta tierras musulmanas. Los cruzados se embarcan y son soltados en tierra santa, por donde campan a sus anchas destruyendo aldeas y asesinando a la población civil.
La primera vez que la cruzada de los pobres entra en contacto con fuerzas militares, Pedro el Ermitaño sólo cuenta con unos 20.000 hombres desarmados para hacer frente a todo el poder de los turcos selyúcidas, hartos ya de que aquella multitud de vagabundos ataque sus territorios.

Pedro el Ermitaño
Nicea, día 21 de octubre del año 1096. A un lado del campo de batalla se revuelve una multitud abigarrada de indigentes vestidos con harapos y absolutamente carentes de organización; al otro, relucen los estandartes de la media luna en torno a una tropa forrada de acero y erizada de espadas.
En un momento dado se hace el silencio en el campo de batalla y la caballería selyúcida carga con todas sus fuerzas. Pedro y sus campesinos notan como la tierra retumba bajo el redoble de cientos de cascos golpeando el suelo rítmicamente. Los jinetes, alfanje en mano, entran entre las filas cristianas como un cuchillo caliente en mantequilla y empiezan a repartir muerte entre los cruzados. La infantería termina el trabajo.

Al atardecer de aquel día, 20.000 cadáveres yacen sobre la polvorienta llanura de Nicea y la cruzada de los pobres ha tocado a su fin.

martes, 13 de septiembre de 2011

La ofensiva del Tet

En 1968, el ejército estadounidense estaba sumido de pleno en la Guerra de Vietnam. Con la opinión pública en contra y presionando para que se produjera un alto el fuego, los generales tenían una necesidad imperiosa de dar un golpe de mano... pero los vietnamitas se adelantaron.

Vietcong capturado
A finales de 1967, el ejército de Vietnam del Norte se coordinó con el Vietcong para emprender la que debía ser una ofensiva definitiva contra los soldados invasores. La campña se preparó con todo detalle, hasta el punto de que se orquestó una enorme maniobra de distracción por todo el país.
En primer lugar, se planeó el inicio de la ofensiva para el día de celebración del Tet (año nuevo lunar vietnamita); pues el mando combinado del Vietnam del Norte sabía que muchos soldados de Vietnam del Sur estarían de permiso en esas fechas.
A continuación, los vietnamitas ofrecieron a Estados Unidos una serie de propuestas de paz con la única intención de desconcertar a su alto mando mientras el ejército regular de Vietnam del Norte emprendía ofensivas contra posiciones estratégicas con infantería y artillería pesada.

El día 30 de enero de 1968, combatientes del Vietcong se infiltraron en ciudades bajo control americano y atacaron edificios gubernamentales con armamento ligero. El ejército estadounidense fue puesto en alerta y se pensó en llamar a filas a los soldados survietnamitas que estaban de permiso pero, dado que al anochecer se habían detenido las hostilidades y los atacantes habían sido capturados, se descartó esa posibilidad y se pensó en esta ofensiva como un ataque emprendido por el Vietcong "de motu proprio". Grave error.

Esa misma noche, 84.000 combatientes perfectamente coordinados emprendieron una ofensiva a gran escala por todo el país.

Ofensiva del Tet
El día 1 de febrero, el bando comunista había tomado el control de Saigón y la opinión pública americana se había visto reforzada en su rechazo a la guerra.
La mitad del ejército de Vietnam del Sur seguía de vacaciones y su alto mando había demostrado más que sobradamente su total incompetencia. Gracias a esto, los generales estadounidenses se vieron con las manos libres para barrer el país con toda su potencia de fuego.
La contraofensiva fue brutal, despiadada y completamente eficaz. El 23 de febrero las tropas americanas entraban en Hué dando por terminada la operación de limpieza y dejandop tras de sí cientos de ciudades destruídas.

En la contraofensiva estadounidense se produjeron entre 65.000 y 75.000 bajas en el bando norvietnamita, pero la ofensiva del Tet se había llevado consigo las vidas de más de 4.000 soldados americanos y las protestas anti bélicas estallaron en todos los rincones de Estados Unidos.

La ofensiva del Tet fue, por lo tanto, una victoria pírrica para el ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong (desmantelado casi por completo durante la contraofensiva). No consiguieron dar el golpe de gracia que habían planeado pero, a cambio de miles de vidas, consiguieron poner al gobierno de Lyndon B. Johnson contra las cuerdas y forzar un pequeño rearme que supuso el principio del fin de la Guerra de Vietnam.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Alba obrak (2 de 2)

A partir del momento en el que asesinan a su mujer, Wallace jura consagrar su vida a vengarse del inglés y se lanza de nuevo a los bosques. A la cabeza de su banda de forajidos, las incursiones que antes consistían en simples robos de comida y armas se han transformado en auténticas expediciones de castigo en las que guarniciones enteras son pasadas a cuchillo.
La leyenda de Wallace vuela de aldea en aldea, de pueblo en pueblo. Su ejército es cada vez más grande y empieza a convertirse en un problema realmente importante para Eduardo I.

Eduardo I
El rey de Inglaterra, harto ya de los desmanes provocados por aquel escocés, convoca un ejército para enfrentarse a su horda de bandidos. Pero Eduardo no ha sido el único en entender que el destino de Escocia descansa sobre los hombros de Wallace.
Robert de Bruce, el antiguo señor de su padre, empieza a aunar fuerzas con William mientras que en el norte Andrew de Moray convoca a un auténtico ejército de highlanders. Las tropas escocesas se encuentran con las inglesas en Stirling.

En el campo de batalla se colocan en formación unos 25.000 soldados ingleses, con la caballería pesada entre ellos. Del otro lado, 10.000 escoceses pobremente armados y mal disciplinados se alzan para hacerles frente.
Un río parte en dos el campo de batalla y un único puente permite cruzarlo sin peligro; un puente largo y estrecho que los escoceses no están dispuestos a cruzar. Las tropas de Wallace empiezan a provocar al comandante inglés, quien pica el anzuelo y ordena a sus hombres que empiecen a cruzar el puente. Al fin y al cabo, ¿qué podían contra ellos un grupo de escoceses piojosos a los que doblaban en número?
Wallace deja que los ingleses crucen el puente y tomen posiciones frente a su horda. En un momento dado, el ejército inglés carga con su afamada caballería pesada a la cabeza. Los cascos de 500 caballos de gran alzada hacen temblar el suelo, pero los escoceses están preparados para la embestida.
Wallace, como hombre formado que era, había sido instruído en el conocimiento de los clásicos y saca a relucir en esta batalla su genio militar.

La formación de caballería pesada convertía a montura y jinete en un tanque acorazado que se lanzaba sobre el enemigo a una velocidad endiablada... pero tenía un punto débil.
William Wallace recupera para esta ocasión un táctica utilizada por los célebres hoplitas de la Grecia clásica: la formación de puercoespín.
Cuando la caballería pesada ha alcanzado la velocidad de embestida y la vuelta atrás se hace imposible, decenas de lanzas de cuatro metros de longitud se alzan entre las primeras líneas de la infantería escocesa. Los caballos son atacados por el único punto débil en su armadura, el espacio existente entre la coraza y el pectoral. Caen a cientos, ensartados por las lanzas escocesas, y los gritos de los jinetes se entrelazan en el aire con los relinchos lastimeros de sus monturas agonizantes.
Cuando los highlanders terminan de degollar al último inglés, un grito victorioso se alza de entre sus líneas: Alba obrak. Una vez más, Alba obrak.

Puente de Stirling
En este punto de la batalla, el comandante inglés hace avanzar a sus arqueros galeses para que acribillen a la horda highlander desde la distancia pero, a la vista de esa maniobra, la caballería de Andrew de Moray carga por sorpresa sobre el flanco inglés. El ataque desbarata la táctica inglesa y parte en dos el frente de batalla, por lo que el comandante inglés se ve obligado a enviar refuerzos desde el otro lado del río. Ante la granm cantidad de hombres que intentan cruzar por su superficie, el puente colapsa y se viene abajo, arrojando a las aguas del río cientos de soldados que se ahogan bajo el peso de su armadura o son rematados por los escoceses que corren hacia la orilla.
El sol está aún alto en el cielo, los ingleses han sido humillados y el bando highlander apenas ha sufrido bajas. Esta es la primera gran victoria de William Wallace.

Un año después, en 1298, Eduardo I regresa de Francia y se encuentra con la situación de que Wallace ha tomado la ciudad fortificada de York, su principal bastión en el norte de Inglaterra y, por si esto fuera poca afrenta, ha decapitado a su sobrino, a la sazón comandante de la guarnición.
La situación no le hace ninguna gracia al rey inglés, quien emprende una campaña de castigo contra Escocia. Las tropas inglesas atacan ciudades, reducen aldeas a escombros y siembran muerte allá por donde pasan mientras Eduardo se ocupa de sobornar a los nobles highlanders para que le retiren su apoyo a Wallace. Finalmente, ambos bandos vuelven a encontrarse en Falkirk.

La batalla es cruenta. Los highlanders entonan su lema a voz en grito mientras las flechas inglesas surcan el aire oscureciendo el cielo. La caballería inglesa carga sobre las líneas escocesas... y los soldados que deberían proteger a Wallace de la embestida desaparecen. Robert de Bruce y sus nobles más afines han sido comprados bajo el precio de una corona para el primero y tierras en el norte de Inglaterra para los demás.
La caballería pesada hace estragos entre los escoceses de Wallace. La sangre lo anega todo y el aire se llena con los gritos de dolor de los caídos. La infantería termina el trabajo.
Sólo un puñado de escoceses logra salir con vida de aquel fatídico campo de batalla. Entre ellos se encuentra William Wallace quien, lejos de desanimarse por el revés sufrido en aquella tierra de Falkirk, se siente profundamente ofendido por el insulto de los nobles hacia su pueblo y pone rumbo a Francia en un intento desesperado por recabar apoyos internacionales.
Evidentemente, el rey francés tiene bastante con sus propias guerras y despacha a Wallace con una palmada en la espalda y buenas palabras en los labios.

Estatua de William Wallace en Aberdeen
Nuestro protagonista regresa a Escocia desencantado pero, aún así, se sobrepone y empieza a reunir de nuevo a su ejército. A pesar del tremendo golpe sufrido, el pueblo está con él y las claymores se alzan de nuevo al cielo clamando venganza.
Pero una vez más, Wallace es víctima de una traición nobiliaria. Un barón aliado de William se cambia de bando y vende Wallace a los ingleses.

En el año 1305, Wallace es trasladado como prisionero a la torre de Londres, dónde es condenado a morir arrastrado, colgado y despedazado a las manos de los verdugos ingleses.
La cabeza de William Wallace fue ensartada en una lanza y expuesta en el puente de Londres. Sus miembros fueron diseminados por todos los puntos cardinales de Inglaterra.

Robert de Bruce, traidor a Wallace y a su pueblo, se arrepiente públicamente de su error y acomete contra las tropas inglesas en todos los rincones de Escocia, perdiendo muchos combates, pero ganando a su vez otros muchos hasta que, en 1314 y bajo el estandarte de William Wallace, mártir por la patria, Escocia consigue por fin su ansiada independencia.

martes, 6 de septiembre de 2011

Alba obrak (1 de 2)

Alba obrak. Escocia para siempre. Este es el lema que, gritado al unísono por miles de gargantas, retumbó por las tierras altas escocesas durante los años en los que William Wallace lideró la revolución contra la corona de Inglaterra.
Stirling, York, Falkirk; bien sea por la archiconocida película de Mel Gibson o bien por la historia propiamente dicha, todos hemos oído hablar en alguna ocasión de estas batallas pero, ¿quién es realmente el personaje que se oculta tras la leyenda de Wallace? Vamos a tratar de averiguarlo.

William Wallace
Escocia, año 1272. El rey Alejandro III gobierna sobre el destino de los escoceses con justicia y rectitud, pero hay demasiadas manos en la sombra que ansían su trono.
En este contexto nace nuestro protagonista. Siendo el menor de tres hermanos (Malcom, John y el propio William) de una familia acomodada en la baja nobleza highlander, William pronto es internado en una abadía para ser instruído en la vida religiosa y consagrar el resto de sus días a Dios, como era costumbre en los hijos menores del estamento nobiliario.
Quiso el destino que en esa misma abadía se encontrase el tío de William, Argail, quien pone especial empeño en que el pequeño Wallace sea educado con especial dureza. Gracias a la intervención de su tío, el  niño que posteriormente marcaría el destino de Escocia empieza a convertirse en un hombre formado, que habla hasta cuatro idiomas y sabe leer y escribir correctamente en gaélico, latín, inglés y francés.

Mientras tanto, la vida continúa su curso más allá de los muros de la abadía y las intrigas en torno a la figura de Alejandro III empiezan a tomar forma.

Padre de tres hijos, Alejandro asiste impotente a la muerte en extrañas circunstancias de su mujer y de todos sus retoños. El rey escocés queda destrozado, pero la patria es más importante que su propio dolor y Alejandro decide tomar otra esposa para tratar de dejar algún descendiente que pueda asumir la corona tras su muerte... pero las cosas no iban a salir como el rey las había planeado.
En el año 1286, mientras volvía de una reunión con los clanes, Alejandro II "se despeña" por un barranco y muere dejando a Escocia sin rey.

Dos clanes se alzan como depositarios de la única línea sucesoria válida, la de aquellos primeros escotos que habían llegado a las tierras altas. Tratando de evitar un enfrentamiento fratricida, la nobleza highlander convoca en Escocia al único descendiente vivo de Alejandro, una nieta que vivía en Noruega y que sólo contaba con tres años de edad... pero, una vez más, el destino se ceba con la dinastía regia y la niña muere durante la travesía.

La guerra entre los aspirantes al trono está servida. Aquellos dos clanes eran los Baliol y los Bruce.

Robert de Bruce
La familia Wallace, vasalla de Bruce, se posiciona del lado de sus señores mientras que el rey de Inglatera, Eduardo I, lo hace en favor de los Baliol.
Una sangrienta guerra civil estalla entre los clanes. La sangre anega todos los rincones de Escocia y las escaramuzas entre ambos bandos se suceden sin cesar. Es en una de estas refriegas donde, en 1291, el padre de William muere dejando a su hermano mayor, Malcom, como cabeza de familia.
Nuestro protagonista tiene por aquel entonces 19 años y, como es lógico, no se toma nada bien la muerte de su padre, por lo que es enviado a un colegio monástico en Dundee por su tío Argail con el objetivo de alejarle de la guerra y completar su formación.
Es justamente en aquella ciudad donde empieza a forjarse la leyanda de William Wallace.

William, orgulloso de su sangre highlander, solía pasearse por Dundee vestido con su kilt (falda tradicional escocesa). Este comportamiento no molestaba a nadie, o al menos nadie se quejaba por ello, pero sucede que el gobernador inglés de la ciudad tenía un hijo que disfrutaba mofándose de los escoceses que residian en los dominios de su padre.
Cierto día de 1292, este noble y sus amigos acorralann a Wallace en una calle desierta y empiezan a burlarse de su indumentaria. William, aún dolido por la muerte de su padre a manos de lo que el considera el bando inglés, agarra al hijo del gobernador por el cuello, desenvaina su propia espada y le atraviesa con ella de parte a parte. Acto seguido, el highlander desenfunda su daga y empieza a repartir cuchilladas entre los amigos del noble, quienes ponen pies en polvorosa abandonando el cadáver de sus compañero.
Wallace huye de Dundee a uña de caballo y le pide consejo, una vez más, a su tío Argail, quien le recomienda que se esconda en los bosques, lejos de los ingleses que, sin duda, reclamarán su cabeza.

A estas alturas, William ya le guardaba un rencor especial a los ingleses; así que toma a medias el consejo de su tío y se refugia en los bosques con una banda de amigos fieles junto a los que se convierte en bandido, hostigando los campamentos ingleses para robarles las armas y las provisiones.

Juan de Baliol
Los años pasan, William sigue asaltando a las columnas inglesas que se atreven a aventurarse en las highlands y la horda de los renegados es cada vez mayor. Lo que empezó como un grupo de amigos que no contaba con más de 5 o 6 miembros se ha convertido ya en una tropa bien organizada de unas 60 personas que reciben provisiones y apoyo en todas las poblaciones escocesas por las que pasan.
Las cosas no cambiarían demasiado hasta que, cuatro años después, Eduardo I de Inglaterra pide a John Baliol, el rey que él mismo había sentado en el trono de Escocia, refuerzos para sus guerras en Francia. Baliol, orgulloso e inepto a partes iguales, considera que las exigencias del inglés son demasiado altas y se declara en rebeldía, siendo aplastado sin demasiado esfuerzo por Eduardo I y enviado al exilio.

Escocia vuelve a estar descabezada y William Wallace, harto de combatir, regresa a su aldea natal para casarse con una hermosa joven llamada Murron.
Se casan en secreto, en medio de un bosque y mediante un ancestral ritual gaélico. Gracias a esto, Wallace y su mujer evaden la norma de la prima nocte, mediante la cual el gobernador inglés local se reservaba el derecho de llevarse a la nueva esposa para forzarla en la misma noche de su matrimonio.
La vida sonríe por primera vez a nuestro protagonista, quien felizmente casado con Murron empieza a rehacer su vida llegando incluso a tener una hija (aunque este último dato no ha sido demostrado). Dispuesto a alejarse de la batalla y a dejarlo todo por su familia, William empieza a construir una casa en la que asentarse... pero el highlander aún se encuentra en busca y captura y los ingleses no van a olvidar tan fácilmente las afrentas cometidas.
Durante una patrulla rutinaria, un destacamento inglés se topa con Murron y se venga del odiado highlander en su persona. William encuentra el cadáver violado y degollado de su esposa y se lanza de nuevo a los bosques con furia renovada.

La historia es demasiado larga para contarla en una sóla entrada y debemos dejar la andadura de nuestro protagonista en este punto... pero continuaremos con ella este mismo viernes.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La noche triste

El día 19 de noviembre de 1519, Hernán Cortés entra con sus hombres en Tenochtitlan, la capital del imperio azteca. Los españoles son recibidos en loor de multitudes y aposentados por el propio emperador Moctezuma en el palacio de Axayácatl, que había sido la residencia de su padre hasta el día de su muerte.
Cortés, a la sazón ferviente cristiano, pide permiso a Moctezuma para construir una capilla en el interior de sus aposentos... permiso que el azteca, no sin reticencias, le concede. El problema se presentó cuando las reservas del emperador se confirmaron y la avaricia de los conquistadores dio pie a lo que hoy en día conocemos como "la noche triste".

Moctezuma II
Durante los trabajos de construcción de la capilla, un carpintero alistado como soldado en la tropa española notó la existencia de una puerta tapiada recientemente en una de las paredes. Sin poder contener su curiosidad, Hernán Cortés ordenó abrir aquella abertura y cruzó el umbral, encabezando una expedición por túneles oscuros que llevaría a los españoles a una cámara en la que descansaba el mítico tesoro de los aztecas, reunido durante generaciones por Axayácatl y sus antepasados.
Los conquistadores habían encontrado un filón capaz de solucionar la vida de todo el ejército y no estaban dispuestos a dejarlo allí. Pero Cortés no podía, simplemente, coger el oro y salir por la puerta de Tenochtitlan como si nada hubiera pasado. No, hacía falta un rehén; y el desarrollo de los acontecimientos les puso en bandeja al prisionero perfecto.
Un pueblo indígena aliado de los españoles se negó a pagar tributos a los aztecas bajo el pretexto de que ya no eran vasallos suyos. Lógicamente, los aztecas no vieron con buenos ojos este conato de sedición y decidieron cobrarse sus tributos de todas formas... pero los asaltados pidieron ayuda a la guarnición española y el cobro de aquel tributo terminó como el rosario de la aurora. Con siete españoles muertos en la escaramuza, Cortés tomó como rehén al mismísimo Moctezuma y le ordenó que le entregara a Cuauhpopoca, el cacique que comandaba el regimiento azteca.
Moctezuma, lejos de negarse, entrega de buen grado al noble y a sus lugartenientes, a sus ojos causantes de las disensiones entre aztecas y españoles. Lo que el emperador no esperaba era que Hernán Cortés le cubriera de cadenas para poder llevar a cabo sin miedo la ejecución de Cuauhpopoca.

Hernán Cortés
Poco tiempo después de estos acontecimientos, Cortés se ve obligado a abandonar Tenochtitlan para enfrentarse a Pánfilo de Narváez, enviado a México para capturar al conquistador.
Pedro de Alvarado se queda al mando de la guarnición española de Tenochtitlan y, temeroso de que los aztecas puedan aprovechar la marcha de Cortés para liberar a Moctezuma de su cautiverio, decide convocar a una tribu amerindia aliada y atacar primero. En lo que hoy conocemos como "la matanza del templo mayor", Alvarado ordena capturar y ejecutar a la clase dirigente de la ciudad, pero el odio de la tribu amerindia hacia los aztecas, gestado durante años y años de opresión, hace que la operación se le vaya de las manos y que sus aliados empiecen a descargar su furia contra mujeres, niños y todo aquel que se pusiera al alcance de sus armas.

Hernán Cortés regresa justo a tiempo para calmar los ánimos y evitar que los aztecas de Tenochtitlan ejecuten a los integrantes de la guarnición de Alvarado. El conquistador le pide a Moctezuma que salga a uno de los balcones del palacio de Axayácatl para tratar de apaciguar a su pueblo pero los aztecas, airados por la matanza perpetrada entre sus gentes, asesinan a flechazos a su líder en cuanto le ven aparecer tras la balaustrada.
Los aztecas se alzan en armas y empiezan a atacar todas las posiciones defendidas por los españoles, cercando a los conquistadores en el palacio y poniéndoles bajo asedio.

Tras una semana de combates, Cortés idea un plan que podía haber salvado la vida de sus hombres... de no haber sido, una vez más, por la avaricia de los conquistadores.

Batalla de Tenochtitlan
En medio de la noche y envueltos por la más absoluta oscuridad, Hernán Cortés y sus hombres empiezan a cruzar la laguna que rodea Tenochtitlan. Lo hacen en completo silencio, con los cascos de los caballos embotados, y sólo la mala suerte hace que una anciana que había salido a recoger agua detecte la espantada de los españoles y dé la voz de alarma.
En unos minutos, la laguna se convierte en un hervidero de canoas repletas de indígenas que asaetean sin piedad al ejército de Cortés. Los conquistadores presentan un blanco fácil sobre el precario puente de canoas y empiezan a caer por decenas. Los que no caen bajo las flechas se lanzan al agua, pero la codicia hace que muchos de ellos no suelten las barras de oro que habían robado del tesoro de Axayácatl y se ahogen bajo su peso.
Sólo un puñado de hombres consiguen salir con vida de Tenochtitlan, pero los aztecas los persiguen, hostigando la retaguardia y los flancos de la columna española e incluso enfrentándose en alguna que otra batalla. Durante cerca de 300 kilómetros, los hombres de Cortés se defienden como gato panza arriba hasta que consiguen refugiarse en la ciudad aliada de Tlaxcala y los aztecas se dispersan por fin dejando tras de sí un rastro de cadáveres que llegaba hasta su ciudad.

Hernán Cortés tomó venganza sobre Tenochtitlan aproximadamente un año después, pero los sucesos acaecidos durante la llamada "noche triste" perviviría para siempre en la memoria de los conquistadores españoles.