Una vez que la batalla de Cefalonia se hubo terminado, Diego volvió a Roma. En cuanto llegó a la Ciudad Eterna, César Borgia le llamó a su presencia y le nombró una vez más capitán de los ejércitos pontificios; pero esta nueva relación duraría aún menos que la primera pues, en 1501, estallaba la II Guerra de Nápoles y el de Trujillo abandonaba voluntariamente el servicio de los Borgia para unirse al ejército español.
Durante esta guerra se produjeron otros dos episodios que agrandarían la leyenda de Diego García de Paredes.
Como ya dijimos en el primer episodio de esta misma historia , Diego no era sólo un gran soldado, sino también un duelista curtido. En el año 1502 se produjo el que sería su duelo de honor más destacado: el desafío de Barletta.
En septiembre de aquel año, las tropas españolas del Gran Capitán se encontraban sitiadas en la ciudad de Barletta por Luis de Armagnac y su hueste. Los franceses, henchidos por los éxitos recientemente conseguidos, se burlaban abiertamente de los españoles hasta el punto de que dichas burlas fueron consideradas una cuestión de honor que, como tal, merecía ser dirimida mediante un duelo.
En el campo de batalla de Trani, a medio camino entre el campamento español y el francés, se presentaron 11 duelistas de cada bando además de los jueces designados y de una nutrida comitiva que no estaba dispuesta a perderse tamaño acontecimiento.
Los franceses, encabezados por Pierre Terraill de Bayard, no dejan de burlarse de los españoles que se apiñan tras Diego García de Paredes hasta que los jueces piden silencio para hacer partícipes a los combatientes de cuáles debían ser las reglas del duelo.
Empiezan las hostilidades. Tras una dura batalla los franceses se rinden dando a los españoles por "buenos caballeros", veredicto que es visto con buenos ojos por los soldados del Gran Capitán, en su mayor parte heridos y agotados... pero uno de los soldados españoles no acepta la rendición; ¿adivináis quién?
Diego había quebrado sus armas durante la lucha, así que empieza a coger grandes piedras del suelo y a arrojarlascontra los caballeros franceses. Ante este comportamiento, los jueces deciden declarar tablas en un intento de salir de allí lo antes posible... pero en la mente del trujillano sólo cabe la victoria, así que, cuando oye el veredicto, arranca una de las vigas que sostenía la tribuna de los jueces y arremete con ella contra los franceses.
El desafío de Barletta acaba con los duelistas galos en desbandada y los españoles tratando de calmar a Diego mientras este último intenta arremeter contra los jueces con un trozo de viga en la mano.
Un año después de este acontecimiento, en 1503, se produce la Batalla del Garellano. De un lado las tropas españolas comandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, del otro, el ejército francés del Marqués de Saluzzo.
Ambas huestes están separadas por un río cruzado por un estrecho puente. La tensión se eleva cada vez más y la inactividad empieza a pasar factura provocando peleas entre los soldados del mismo bando. Es precisamente en una de estás discusiones en la que el Gran Capitán reprocha a Diego que quizá no haya hecho suficientes esfuerzos para desbloquear la situación, pero nuestro protagonista no se toma nada bien esta crítica.
Herido en el orgullo, Diego desenvaina su montante y se coloca en medio del puente del río Garellano empuñándolo a dos manos. Los franceses, viendo a aquel enorme capitán que los insulta y los reta en solitario desde la mitad del puente, arremeten contra el trujillano con todas sus fuerzas... lógicamente, no sabían contra qué iban a enfrentarse.
El puente es estrecho y los soldados galos llegan hasta Diego en grupos muy reducidos, lo que faculta al español para trazar grandes círculos con su montante rebañando más de una cabeza en el camino. El filo golpea por igual contra cascos, escudos y espadas; Diego está ciego de ira y no le importa el punto en el que golpea, sino sólo la fuerza que nota subir por sus brazos cuando el mandoble impacta contra el cuerpo de un enemigo.
Al ver el pavimento encharcado de sangre, los compañeros de Diego empiezan a temer por su vida y cargan por la pasarela. En pocos minutos, el río Garellano empieza a teñirse de rojo mientras las entrañas de franceses y españoles por igual flotan en sus aguas. La tropa del Gran Capitán resiste el envite con gallardía... pero los de Saluzzo son demasiados y la retirada se hace inevitable.
Los españoles que habían conseguido acceder a la pasarela empiezan a orquestar una maniobra táctica mediante la que retroceden pausadamente, estableciendo una defensa ordenada en la cabeza del puente para que sus compañeros puedan reintegrarse al cuerpo principal del ejército. Los soldados retroceden. Todos pasan... salvo Diego, que sigue en primera línea repartiendo muerte entre los atacantes galos.
Un grupo de los soldados comandados por el propio Diego se adelanta y empieza a tirar de su capitán, obligándole a retroceder por miedo a que alguna estocada francesa acabe con su vida.
Finalmente y tras muchos esfuerzos, las tropas españolas consiguieron ganar la Batalla del Garellano convirtiendo la heróica ofensiva de Diego García de Paredes en un símbolo de la valentía y temeridad españolas en las guerra de Italia.
En 1504, la Guerra de Nápoles tocaba a su fin y Diego era recompensado por sus servicios con el marquesado de Colonetta, en Italia.
Nuestro protagonista decide que, en lugar de permanecer en sus recién adquiridas tierras itálicas, debe regresar a su España natal para poder realizar un mejor servicio a la corona.
La vida sonríe a Diego y las cosas le van bien hasta que se topa de frente con la cruda realidad de las intrigas cortesanas. Gonzalo Fernández de Córdoba, capitán y amigo del trujillano desde el principio de su carrera militar, cae en desgracia y algunas voces se empiezan a alzar en su contra, poniendo en duda su compromiso y hasta su lealtad a la corona. Diego no está dispuesto a permitir tamaño atropello, de modo que, arriesgando su honra y su vida, empieza a defender a capa y espada al Gran Capitán, retando a duelo a todo aquel que se atreva a poner en compromiso su reputación... pero ni siquiera esto es suficiente.
Tan sólo 3 años después, un Diego asqueado por las intrigas palagiegas gasta la fortuna que había conseguido en las guerras de Italia en armar carabelas y echarse al mar, donde empieza a ejercer la piratería contra franceses y musulmanes.
Durante dos largos años, nuestro protagonista se dedica a asolar el Mediterráneo en compañía de una tripulación formada por antiguos soldados descontentos de la tropa del Gran Capitán. Saquean barcos y capturan dotaciones enteras. El éxito es más que evidente y las riquezas se acumulan a sus pies... pero el ardor guerrero golpea el pecho de Diego sin cesar y le empuja a retomar el único oficio que había conocido: la guerra.
En 1509 Diego regresa a Italia e ingresa como maestre de campo en las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico, que está preparando una gran hueste para asaltar las repúblicas venecianas. La empresa fracasa estrepitosamente, pero las batallas en las que participa contribuyen a que el nombre de Diego se difunda por toda Europa como sinónimo de valor y temeridad.
No pasa ni un año antes de que Diego consiga el perdón real y se incorpore una vez más a la armada española, con la que empieza a asaltar el norte de África entrando a sangre y fuego en ciudades como Trípoli o Bugía.
Poco tiempo después, nuestro protagonista retorna a tierras itálicas para ocupar de nuevo su puesto de maestre de campo en la hueste imperial, pero el cargo le dura poco. El halo de leyenda que rodea la figura de Diego es tal que, a finales del año 1511, el propio Papa Julio II le ofrece el puesto de coronel de la Liga Santa, una oferta que el trujillano acepta henchido de orgullo.
Al mando de los ejércitos papales, Diego García de Paredes luchó con fiereza en las batallas de Rávena y Vicenza, contribuyendo de manera decisiva a la derrota de la república mercantil de Venecia.
Una vez que su tarea en la Liga Santa estuvo cumplida nuestro protagonista volvió a España, donde fue convocado por el propio emperador Carlos V, gran admirador de las hazañas de Diego.
El flamenco convierte al trujillano en su sombra y Diego responde a esta confianza ganándose la condecoración de "Caballero de la Espuela Dorada" por su participación durante los años siguientes en las batallas de Noáin, San Marcial, Fuenterrabía, Maya, Pavía y Viena.
Quiso el siempre caprichoso destino que la muerte de nuestro protagonista no fuera acorde a su vida. Tras el asedio de Viena, Diego acude a Bolonia para asistir a la coronación oficial del emperador y cae de su caballo jugando con unos chiquillos, muriendo poco después a causa de las heridas provocadas por el batacazo.
Su cuerpo, cruzado por las decenas de cicatrices de una vida guerrera, es limpiado y embalsamado para ser trasladado, en 1545, a la iglesia de su pueblo natal, donde descansa a día de hoy.
Pierre Terraill de Bayard |
En septiembre de aquel año, las tropas españolas del Gran Capitán se encontraban sitiadas en la ciudad de Barletta por Luis de Armagnac y su hueste. Los franceses, henchidos por los éxitos recientemente conseguidos, se burlaban abiertamente de los españoles hasta el punto de que dichas burlas fueron consideradas una cuestión de honor que, como tal, merecía ser dirimida mediante un duelo.
En el campo de batalla de Trani, a medio camino entre el campamento español y el francés, se presentaron 11 duelistas de cada bando además de los jueces designados y de una nutrida comitiva que no estaba dispuesta a perderse tamaño acontecimiento.
Los franceses, encabezados por Pierre Terraill de Bayard, no dejan de burlarse de los españoles que se apiñan tras Diego García de Paredes hasta que los jueces piden silencio para hacer partícipes a los combatientes de cuáles debían ser las reglas del duelo.
Empiezan las hostilidades. Tras una dura batalla los franceses se rinden dando a los españoles por "buenos caballeros", veredicto que es visto con buenos ojos por los soldados del Gran Capitán, en su mayor parte heridos y agotados... pero uno de los soldados españoles no acepta la rendición; ¿adivináis quién?
Diego había quebrado sus armas durante la lucha, así que empieza a coger grandes piedras del suelo y a arrojarlascontra los caballeros franceses. Ante este comportamiento, los jueces deciden declarar tablas en un intento de salir de allí lo antes posible... pero en la mente del trujillano sólo cabe la victoria, así que, cuando oye el veredicto, arranca una de las vigas que sostenía la tribuna de los jueces y arremete con ella contra los franceses.
El desafío de Barletta acaba con los duelistas galos en desbandada y los españoles tratando de calmar a Diego mientras este último intenta arremeter contra los jueces con un trozo de viga en la mano.
Un año después de este acontecimiento, en 1503, se produce la Batalla del Garellano. De un lado las tropas españolas comandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, del otro, el ejército francés del Marqués de Saluzzo.
Ambas huestes están separadas por un río cruzado por un estrecho puente. La tensión se eleva cada vez más y la inactividad empieza a pasar factura provocando peleas entre los soldados del mismo bando. Es precisamente en una de estás discusiones en la que el Gran Capitán reprocha a Diego que quizá no haya hecho suficientes esfuerzos para desbloquear la situación, pero nuestro protagonista no se toma nada bien esta crítica.
Montante |
El puente es estrecho y los soldados galos llegan hasta Diego en grupos muy reducidos, lo que faculta al español para trazar grandes círculos con su montante rebañando más de una cabeza en el camino. El filo golpea por igual contra cascos, escudos y espadas; Diego está ciego de ira y no le importa el punto en el que golpea, sino sólo la fuerza que nota subir por sus brazos cuando el mandoble impacta contra el cuerpo de un enemigo.
Al ver el pavimento encharcado de sangre, los compañeros de Diego empiezan a temer por su vida y cargan por la pasarela. En pocos minutos, el río Garellano empieza a teñirse de rojo mientras las entrañas de franceses y españoles por igual flotan en sus aguas. La tropa del Gran Capitán resiste el envite con gallardía... pero los de Saluzzo son demasiados y la retirada se hace inevitable.
Los españoles que habían conseguido acceder a la pasarela empiezan a orquestar una maniobra táctica mediante la que retroceden pausadamente, estableciendo una defensa ordenada en la cabeza del puente para que sus compañeros puedan reintegrarse al cuerpo principal del ejército. Los soldados retroceden. Todos pasan... salvo Diego, que sigue en primera línea repartiendo muerte entre los atacantes galos.
Un grupo de los soldados comandados por el propio Diego se adelanta y empieza a tirar de su capitán, obligándole a retroceder por miedo a que alguna estocada francesa acabe con su vida.
Finalmente y tras muchos esfuerzos, las tropas españolas consiguieron ganar la Batalla del Garellano convirtiendo la heróica ofensiva de Diego García de Paredes en un símbolo de la valentía y temeridad españolas en las guerra de Italia.
En 1504, la Guerra de Nápoles tocaba a su fin y Diego era recompensado por sus servicios con el marquesado de Colonetta, en Italia.
Nuestro protagonista decide que, en lugar de permanecer en sus recién adquiridas tierras itálicas, debe regresar a su España natal para poder realizar un mejor servicio a la corona.
La vida sonríe a Diego y las cosas le van bien hasta que se topa de frente con la cruda realidad de las intrigas cortesanas. Gonzalo Fernández de Córdoba, capitán y amigo del trujillano desde el principio de su carrera militar, cae en desgracia y algunas voces se empiezan a alzar en su contra, poniendo en duda su compromiso y hasta su lealtad a la corona. Diego no está dispuesto a permitir tamaño atropello, de modo que, arriesgando su honra y su vida, empieza a defender a capa y espada al Gran Capitán, retando a duelo a todo aquel que se atreva a poner en compromiso su reputación... pero ni siquiera esto es suficiente.
Tan sólo 3 años después, un Diego asqueado por las intrigas palagiegas gasta la fortuna que había conseguido en las guerras de Italia en armar carabelas y echarse al mar, donde empieza a ejercer la piratería contra franceses y musulmanes.
Durante dos largos años, nuestro protagonista se dedica a asolar el Mediterráneo en compañía de una tripulación formada por antiguos soldados descontentos de la tropa del Gran Capitán. Saquean barcos y capturan dotaciones enteras. El éxito es más que evidente y las riquezas se acumulan a sus pies... pero el ardor guerrero golpea el pecho de Diego sin cesar y le empuja a retomar el único oficio que había conocido: la guerra.
Julio II |
No pasa ni un año antes de que Diego consiga el perdón real y se incorpore una vez más a la armada española, con la que empieza a asaltar el norte de África entrando a sangre y fuego en ciudades como Trípoli o Bugía.
Poco tiempo después, nuestro protagonista retorna a tierras itálicas para ocupar de nuevo su puesto de maestre de campo en la hueste imperial, pero el cargo le dura poco. El halo de leyenda que rodea la figura de Diego es tal que, a finales del año 1511, el propio Papa Julio II le ofrece el puesto de coronel de la Liga Santa, una oferta que el trujillano acepta henchido de orgullo.
Al mando de los ejércitos papales, Diego García de Paredes luchó con fiereza en las batallas de Rávena y Vicenza, contribuyendo de manera decisiva a la derrota de la república mercantil de Venecia.
Una vez que su tarea en la Liga Santa estuvo cumplida nuestro protagonista volvió a España, donde fue convocado por el propio emperador Carlos V, gran admirador de las hazañas de Diego.
El flamenco convierte al trujillano en su sombra y Diego responde a esta confianza ganándose la condecoración de "Caballero de la Espuela Dorada" por su participación durante los años siguientes en las batallas de Noáin, San Marcial, Fuenterrabía, Maya, Pavía y Viena.
Quiso el siempre caprichoso destino que la muerte de nuestro protagonista no fuera acorde a su vida. Tras el asedio de Viena, Diego acude a Bolonia para asistir a la coronación oficial del emperador y cae de su caballo jugando con unos chiquillos, muriendo poco después a causa de las heridas provocadas por el batacazo.
Su cuerpo, cruzado por las decenas de cicatrices de una vida guerrera, es limpiado y embalsamado para ser trasladado, en 1545, a la iglesia de su pueblo natal, donde descansa a día de hoy.
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