martes, 31 de enero de 2012

La devotio ibérica

Año 100 a.C. Hace más de un siglo del primer desembarco romano en Ampurias y casi toda la península se encuentra ya bajo el dominio de la república itálica... pero los legionarios y oficiales aún se sorprenden ante la relación de vasallaje existente entre los jefes tribales y sus guerreros más afines: la devotio.

Tanit
La devotio ibérica era un pacto que contemplaba dos vertientes: en primer lugar, el soldado reconocía la autoridad de su caudillo y juraba protegerle en el combate. A cambio, el jefe tribal de turno se comprometía a defender los intereses de sus devoti ayudándoles a medrar en la escala social. 
Por otro lado, la devotio constituía un juramento a Tanit, la diosa reflejo de la Astarté fenicia que habían traído hasta la península las incursiones comerciales de aquel imperio comercial llamado Cartago. Mediante este juramento, el guerrero ofrecía su vida a la diosa a cambio de la salvación de su caudillo.
Este pacto con Tanit convertía al soldado en un devoti de pleno derecho. Su vida ya no le pertenecía, estaba en manos de la diosa y sería ella la que decidiera el momento preciso en el que el guerrero debía encontrar la muerte.

Los juramentos de devotio no constituían una costumbre humillante mediante la que el caudillo sometiera a sus súbditos, sino que se trataba de una relación de beneficio recíproco en la que la tribu quedaba protegida por los devoti del jefe mientras que estos eran mantenidos y colmados de bienes por el depositario de su devotio.
De esta manera, los guerreros íberos de la hispania prerromana vivían "a cuerpo de rey" durante el tiempo que los territorios de su tribu se mantuviesen en paz. Lo malo es que, en aquella época, las falcatas no pasaban nunca demasiado tiempo sin salir de sus vainas.

Guerrero íbero (recreación)
En los tiempos de la invasión romana, las batallas y escaramuzas estaban a la orden del día pero, ¿en que afectaba la devotio a los guerreros íberos? Grosso modo, en que, si era necesario, debían dar la vida por su caudillo.
Si una flecha iba dirigida al corazón del jefe, allí estaba el devoti para interponerse y recibir el arponazo. ¿Un soldado romano intentaba cortar al caudillo? ningún problema, el devoti se ponía en medio y recibía el tajo.
Los devoti eran, por lo tanto, una versión extrema de los guardaespaldas modernos... ¿que por qué digo extrema? Vamos a tratar de explicarlo.

Como hemos dicho antes, el guerrero había dejado de ser dueño de su propia vida en favor de la protección de su caudillo pero, ¿qué pasaba en los casos en los que el caudillo moría sin que los devoti pudieran intervenir?
Dado que el pacto con la diosa incluía una "cláusula" mediante la cual Tanit se reservaba el derecho a tomar la vida de cualquier devoti en lugar de la de su jefe, la muerte del caudillo se consideraba como un fracaso y una humillación. Los guerreros sometidos a la devotio consideraban que su vida no había sido digna de sustituir a la de su benefactor en manos de la diosa y que, por lo tanto, carecía de validez. Por esta razón, si el jefe moría, sus devoti se suicidaban con él y le seguían más allá de la muerte.

viernes, 27 de enero de 2012

De nieblas que matan

A principios de diciembre del año 1.952 una espesa niebla envolvió por completo la ciudad de Londres. Esto, por si sólo, no habría sido motivo de preocupación... pero esta niebla tenía una peculiaridad: mataba.

Trafalgar Square (día despejado)
Los motivos que propiciaron la aparición de la Gran Niebla (como se conoce a este fenómeno) fueron varios. En primer lugar, la llegada de un frente frío a la ciudad hizo que sus habitantes quemasen más carbon del habitual... el problema era que Inglaterra se hallaba terriblemente empobrecida tras la II Guerra Mundial, de modo que los londinenses se vieron obligados a utilizar como combustible un carbón de mala calidad rico en azufre y que provocaba grandes cantidades de humo tóxico.
A esto se unió el hecho de que aquel mismo frente frío estancó el humo cerca del suelo creando una "burbuja" que envolvió la capital de Inglaterra y que se hacía cada vez más grande a medida que los habitantes de Londres seguían quemando carbón.

En un principio, la gente no le dió importancia a la Gran Niebla. Londres es la ciudad de la bruma eterna y, si bien esta niebla era más espesa que las demás y olía peor, pasaría como el resto.

Trafalgar Square (Gran Niebla)
Los problemas empezaron cuando la Gran Niebla se volvió tan espesa que obligó a interrumpir el tráfico rodado. Los viandantes andaban embozados, pues el olor era cada vez más fuerte y los espectáculos teatrales se cancelaron debido a que la niebla se introducía con facilidad en los espacios cerrados e impedían a los espectadores ver más allá de la fila de asientos inmediatamente anterior.
Esto puso en alerta a los servicios sanitarios de la ciudad, quienes descubrieron que la niebla se había llevado ya la vida de 4.000 personas con los bronquios ennegrecidos por el pernicioso humo.

El gobierno tomó medidas inmediatas interrumpiendo la quema de carbón de mala calidad... pero el daño ya estaba hecho y la Gran Niebla tardaría en disiparse.
Se estima que 8.000 londinenses más murieron en las semanas posteriores y que 100.000 personas sufrieron afecciones derivadas de la respiración de aquella bruma negra.

martes, 24 de enero de 2012

Los honderos baleares

Si bien las Islas Baleares eran conocidas por los antiguos griegos como Gimnesias, los coetáneos de Arquímedes ya sabían que, bajo un nombre u otro, los habitantes de aquellas islas eran fieros guerreros capaces de hundir un barco (literalmente) a pedradas. Los honderos baleares fueron conocidos en todo el mundo antiguo como excelentes mercenarios, hoy vamos a tratar de averiguar por qué.

Hondero balear
Baleares, algún punto indeterminado del primer milenio a.C. El asentamiento está en calma. Los hombres han salido a cazar mientras las mujeres se quedan en el poblado. Se acerca la hora de comer y los niños tienen hambre pero, ¿por qué no les dan de comer? La respuesta es sencilla: tienen que ganárselo.
Desde que pueden mantenerse en pie, los niños pasean por la aldea con una honda en la mano y son instruídos en su manejo desde el momento en el que tienen la fuerza suficiente para hacerla girar. Por eso no es de extrañar que, para poder comer, tengan que derribar de una pedrada el saquito de comida que previamente les han colocado en la rama de un árbol.
Este entrenamiento en sí mismo no tenía nada de especial, sino que era más bien un juego ideado para que todos los niños del asentamiento se familiarizasen con el manejo de la honda... pero si le añadimos el factor "si no aciertas, no comes" y lo prolongamos en el tiempo durante años, obtenemos un entrenamiento diario que da como resultado niños capaces de lanzar proyectiles de piedra o plomo con una precisión y una potencia escalofriantes.

Con el paso a la edad adulta, los juegos de este tipo son sustituídos poco a poco por entrenamientos más específicos destinados a mejorar la destreza y la fuerza del tirador. 

De esta manera, llegamos al año 121 a.C. con una dinastía de honderos sobradamente preparados.
Las águilas romanas, ávidas de victoria, campan a sus anchas por el mediterráneo y se plantan ante las costas baleares. Creyendo que aquellos salvajes que les miran con gesto hosco desde los acantilados no suponen ninguna amenaza, la flota comandada por Quinto Cecilio Metelo se acerca a la costa dispuesta a desembarcar... pero los honderos no están dispuestos a someterse al yugo sin presentar batalla.
Honda moderna
Desde la orilla, los baleares empiezan a lanzar proyectiles contra la línea de flotación de las naves romanas, que se hunden cuando decenas de vías de agua se abren en sus cascos. Quinto Cecilio Metelo asiste atónito al espectáculo de los honderos hundiendo sus barcos ante las costas baleares.
En los siguientes intentos de atraque, los romanos aplicaron mejoras sobre sus naves, forrándolas de cuero para que las piedras de los honderos no pudiesen llegar hasta la madera, lo que facultó a los legionarios para desembarcar por primera vez en territorio balear. Aún así, la precisión y fiereza de los honderos consiguieron que la guerra de conquista se prolongase durante dos largos años.
Quinto Cecilio Metelo quedó tan impresionado que los honderos baleares fueron inmediatamente incorporados a las tropas auxiliares de Roma, participando activamente en campañas tan célebres como la de Britania o la de las Galias.

En el orden de batalla, los honderos siempre se situaban en primera línea armados con tres hondas: una anudada en torno a la cabeza, otra en la cintura y la última en la mano, presta a disparar. Los proyectiles de combate (metálicos) surcaban el aire para desarbolar la formación enemiga rompiendo yelmos y escudos allí donde impactaban.
Los honderos aguantaban la posición, disparando una vez tras otra hasta que la formación enemiga caía como un castillo de naipes. En ese momento, los baleares se apartaban dejando la primera línea de batalla a la infantería, que cargaba sobre el enemigo aturdido.

Pero los romanos no fueron los únicos que se dieron cuenta de la valía de los honderos. Los baleares combatieron también del lado de Cartago, que les pagó como mercenarios y les hizo participar en las dos primeras Guerras Púnicas bajo las órdenes de Asdrúbal y, posteriormente, en batallas tan importantes como la de Cannae bajo el mando de su hijo, el general Aníbal Barca.

viernes, 20 de enero de 2012

Roanoke, la colonia perdida

Isla de Roanoke, actual Carolina del Norte, año 1.586. La conquista de América está en pleno apogeo y sir Walter Raleigh, fundador de la colonia de Virginia y político tenido en gran estima por la reina de Inglaterra, está empeñado en llevar a buen puerto su propósito de colonizar América del Norte.
A este respecto llevaba ya un tiempo dando la murga a Isabel I cuando la reina, no se sabe bien si convencida o simplemente hastiada por la insistencia de Raleigh, da su autorización para establecer una nueva colonia en el indómito norte del Nuevo Mundo con dos condiciones: toda la financiación debe salir íntegramente del bolsillo del político y la colonia debe funcionar de manera autónoma en un plazo de diez años.

Sir Walter Raleigh
Dicho y hecho... casi. Raleigh, que además de político era un avezado marino, reune un grupo de 75 veteranos curtidos en mil batallas navales y los envía a la isla de Roanoke, de 46 kilómetros cuadrados y de clima benigno, perfecta para el establecimiento de la nueva colonia.
Los recién llegados encuentran que en la isla existe una población de indios y, lejos de trabar amistad con ellos, los soldados veteranos deciden emprender un ataque preventivo contra la población autóctona... que no sale demasiado bien. Al poco tiempo, los colonizadores suplican al famoso pirata Francis Drake que los saque de Roanoke y los lleve de vuelta a Inglaterra.

Sir Walter Raleigh, que no era tonto, aprende de su error y envía a la isla un nuevo grupo de colonos formado por 117 personas que incluye hombres, mujeres y niños, todos ellos civiles.
Además, para asegurarse del buen hacer de las gentes que deben asentarse en Roanoke, Raleigh pone al mando de la expedición al artista John White, amigo personal del político, que parte hacia la colonia acompañado de su yerno, su hija y su mujer embarazada.
La nueva población se instala en Roanoke e intenta establecer lazos de amistad con las tribus autóctonas... pero estas miran con desconfianza al grupo de White debido al estropicio causado por los hombres blancos que habían estado allí el año anterior. Los ingleses empiezan a temer por su seguridad y la de sus familias.
Indios de Roanoke (John White)
Aún así, el artista convertido en alcalde no desiste en su empeño de buscar la paz y el equilibrio con los indios, pero los problemas se hacen cada vez más severos y la escasez de alimentos empieza a ser acuciante, por lo que White se ve obligado a tomar un barco hacia Inglaterra para solicitar la ayuda de su amigo Walter Raleigh y, por ende, de la corona. 
John White parte de Roanoke en el año 1.587 dejando a los colonos que allí quedan dos simples premisas: en primer lugar, si se marchan deben dejar constancia de hacia dónde se han desplazado y, en segundo lugar, deben grabar una cruz de Malta en un árbol si la mudanza viene provocada por un ataque.

Con estas parte White hacia la madre patria, dejando a su mujer y a su hija recién nacida en la colonia con la esperanza de volver a verlas pronto... pero una vez más las cosas no salen como deberían.
El mar es tomado por los barcos de guerra durante la guerra anglo-española y el artista queda bloqueado en Inglaterra hasta que, tres años después, consigue que uncorsario se haga a la mar para llevarle hasta la colonia.

Cuando White llega a Roanoke, lo que encuentra le llena de temor. Todo el asentamiento está en silencio, las puertas de las casas cerradas a cal y canto y ni un alma a la vista.
Los colonos se han volatilizado sin dejar huela.... o casi. En un árbol aparece grabada la sílaba "cro" y en otro, un poco más allá, la palabra "croatoan". Eso es todo.
Croatoan
White entiende desesperado que ha perdido a su mujer y a su hija. La cruz de malta que habían convenido no aparece por ningún sitio, por lo que el artista se niega a creer que el poblado hubiera sido atacado. En lugar de eso, White piensa que sus esfuerzos diplomáticos han calado en la tribu amistosa de los Croataoan y que, ante la amenaza de otros grupos autóctonos, estos se han llevado a su familia al interior del continente.
El gobernador, ahora sin súbditos, quiere ir al corazón de América del Norte en busca de su familia, pero el corsario que le ha levado hasta Roanoke tiene miedo de que una tormenta les deje varados en aquella isla y amenaza con hacerse a la mar dejando en tierra a White, quien se ve obligado a seguir al marino abandonando la colonia para siempre.

White murió en 1.606 en Inglaterra, sin haber vuelto a ver a su familia desde que partiera de Roanoke en el año 1.587, pero investigaciones posteriores apoyan la hipótesis del artista e invitan a pensar que los colonos habrían sido acogidos y, posteriormente, absorvidos por la tribu de los Croatoan.
El caso más significativo es el de la tribu Lumbee, habitantes de Carolina del Norte desde tiempos inmemoriales y autoproclamados como descendientes directos de los Croatoan. En esta tribu abundan los cabellos rubios y los ojos azules, rasgos nada comunes entre los indios y que la transmisión genética a partir de aquellos ingleses llegados a Roanoke habrían hecho posibles.

martes, 17 de enero de 2012

Fuego griego

Imaginemos por un momento que acabamos de inventar un compuesto inflamable que se puede llevar allá donde queramos. Imaginemos, además, que este compuesto es capaz de arder bajo el agua y que estamos en la esplendorosa Bizanzio del siglo VI. Lo que tenemos en las manos es el arma más poderosa de la Edad Media: el fuego griego.

Fuego griego en barcos
La fórmula original del fuego griego es un misterio, pues los marinos bizantinos se cuidaban de hacerla pública. Un arma capaz de hundir flotas enteras en alta mar y cuyo fuego no sólo no se apagaba debajo del agua, sino que ardía con más fuerza aún no era cosa que pudiera pregonarse a los cuatro vientos, ya que otorgaba a la flota bizantina una ventaja estratégica significativa.
Sin embargo, hay numerosas hipótesis acerca de los ingredientes del compuesto, siendo la más aceptada la que incluye los siguientes siete ingredientes:

  • Petróleo puro (nafta), capaz de flotar sobre el agua.
  • Azufre, que arde con gran virulencia.
  • Cal viva, cuya cualidad consiste en entrar en combustión al contacto con el agua liberando cantidades de calor capaces de encender un fuego.
  • Resina, para activar la combustión.
  • Grasas animales, que servían para aglutinar los ingredientes.
  • Nitrato potásico, que libera grandes cantidades de oxígeno al entrar en combustión.
  • Salitre, que actúa del mismo modo que el nitrato potásico.

Gracias a esta combinación de ingredientes, los bizantinos consiguieron un arma que les hacía prácticamente invencibles en mar abierto.
La mezcla era proyectada desde los barcos a través de largos tubos sobre la flota enemiga y sobre el tramo de mar que la rodeaba. Cuando el compuesto caía sobre la cubierta, los marineros trataban de apagarlo como si se tratase de cualquier fuego, pero el hecho de añadirle agua sólo empeoraba las cosas y condenaba la flota.
En primer lugar, el petróleo hacía honor a su naturaleza y se eparcía formando balsas ardientes alrededor de las naves. La cal viva provocaba un virulento fuego que se reactivaba y se hacía cada vez mayor con el aporte de oxígeno liberado por el nitrato y el salitre.
Lanzallamas bizantino
Los barcos quedaban reducidos a cenizas, pues el poder de este arma era tal que el fuego no se apagaba hasta que la madera había sido consumida por completo.
Normalmente, los marinos que participaban en alguna de estas batallas morían abrasados entre terribles dolores por un fuego que se pegaba a la piel y que no hacía sino avivarse cuando se lanzaban al mar, pero los pocos supervivientes volvían a la orilla contando cómo habían visto arder barcos enteros bajo la superficie, lo que envolvía el fuego griego en un halo místico que hacía estremecerse a cualquier naviero enemigo de Bizancio a lo largo de todo el Mediterráneo.

Pero la armada bizantina no destacaba únicamente por su poderío naval y, como no podía ser de otra manera, el fuego griego también  tenía aplicaciones en tierra.

La infantería gozaba también de las bondades del fuego griego, pues había soldados especialmente entrenados para el uso de armas capaces de proyectar el compuesto sobre las líneas enemigas.
Esta especie de lanzallamas estaban compuestos por una especie de mochila unida a una boca metálica por una manga y actuaba de manera que el operario, con sólo accionar una bomba manual, pudiera descargar una inmensa llamarada sobre las posiciones enemigas. 
Cuando el portador del ingenio accionaba la bomba, el líquido de la mochila era proyectado a través de la manga. En la punta de la boca, generalmente en forma de dragón o cabeza de león, había una pequeña bujía que permanecía siempre encendida, de modo que al entrar el compuesto en contacto con la llama, este se inflamaba y llegaba a la línea enemiga convertido en una bola de fuego virtualmente inextinguible.

Granadas bizantinas
Del mismo modo, las armas de asedio también contaban con proyectiles especialmente adaptados para el uso del fuego griego.
Entre ellos destacaban las granadas que se preparaban rellenando una olla de barro con abrojos metálicos y grandes cantidades del fluído que nos ocupa. Las ollas eran cocidas añadiendo grandes cantidades de fósforo en su capa exterior, de modo que cuando el recipiente entrase en contacto con el suelo, se produjera una chispa que hiciera explosionar el recipiente e inflamara su contenido.
De esta manera, las grandes ollas lanzadas por catapultas explotaban al contacto con la piedra de las fortalezas lanzando una lluvia de fuego y metralla en todas direcciones.
Estas bombas también se fabricaban en una versión más pequeña que podía ser utilizada como granada de mano, pero lo volátil de su naturaleza hacía desaconsejable la manipulación del fuego griego por soldados inexpertos, ya que si una de aquellas granadas caía por error al suelo, podía prender fuego a todo un batallón.

viernes, 13 de enero de 2012

Iván el Terrible (2 de 2)

Esta misma semana hemos empezado con la serie de dos artículos que relatan la vida de Iván IV de Rusia. Vamos a continuarla.

Iván el Terrible
Estamos en el año 1.552 e Iván gobierna un territorio que abarca dos millones de kilómetros cuadrados... pero eso no es suficiente para el zar. Rusia es grande, sí, pero los bandidos tártaros arrasan las rutas comerciales del sur y la única salida al mar está en el norte, por lo que permanece impracticable la mayor parte del año. Ha llegado la hora de la conquista.
Con un ejército de 100.000 hombres, Iván se lanza sobre el kanato tártaro de Kazán. Su ofensiva destruye casi toda la capital (Kazán), que es despoblada por completo, siendo todos sus habitantes pasados a cuchillo por orden del zar para poder sustituir a la población autóctona por colonos rusos. Las mezquitas son convertidas en iglesias ortodoxas y el kanato se integra en Rusia.
El kanato de Astracán correría la misma suerte en el año 1.556 y los territorios de Livonia le seguirían en 1.558.
En tan sólo seis años, Iván IV había aumentado notablemente la extensión de sus dominios, había eliminado la amenaza de los tártaros y había obtenido puertos en el Mar Caspio y en el Báltico.

En el ámbito familiar las cosas no iban nada mal. Su hermano Yuri, pese a su deficiencia, había contraído matrimonio con la princesa Ulyana Paletskay. Por otro lado, su relación con Anastasia iba viento en popa y sus hijos crecían sanos... pero Iván no estaba del todo contento.

Cinco años antes, en 1.553, Iván había sufrido una grave enfermedad que le había postrado en la cama manteniéndole al borde de la muerte durante un largo periodo. Viéndose en esta tesitura, el zar convocó a los boyardos y les ordenó que firmaran una alianza mediante la que juraran lealtad a su primogénito, con el que compartía nombre y que debía sucederle en el trono.
Los boyardos, como es lógico, se negaron. El hombre que les había bajado de su pedestal a base de quitarles poder agonizaba en una cama... ¿por qué le iban a jurar fidelidad a su hijo? Desgraciadamente, los boyardos no creyeron que Iván pudiera recuperarse; pero lo hizo y, desde ese momento, su odio hacia la alta nobleza creció hasta convertirse en algo casi patológico que estalló con la muerte de Anastasia en el año 1.560.
Iván, loco de dolor, acusó a los boyardos de asesinar a su esposa y emprendió una campaña de purgas y asesinatos que se llevaron por delante a centenares de nobles. El zar había vuelto a las andadas con una energía enorme alimentada por el odio. Había llegado la hora de que Rusia sintiera su dolor como propio.

El zar de todas las rusias había perdido la cabeza. Sus aullidos podían oírse día y noche por los pasillos del Kremlin. La situación se prolongó durante cinco años y la muerte del obispo Macario no hizo sino acentuar esta locura.
Un clérigo llamado Afanasio sucedió a Macario como obispo metropolitano de Moscú, pero este nuevo representante de la iglesia ortodoxa era más afín a la causa boyarda que a la del propio Iván, por lo que convocó una reunión en la que los nobles reprocharon al zar su situación y la afección que esta estaba teniendo sobre el gobierno del país.
Iván, compungido, abandonó la sala con la promesa de abdicar e irse al exilio. Esa misma noche, Iván IV abandonaba Moscú.

Trono de Iván IV (Marfil)
Los boyardos estaban exultantes... pero no permanecieron así durante mucho tiempo. Aún estaban discutiendo acerca de cómo debían repartirse el poder cuando llegaron a Moscú tres cartas escritas del puño y letra de Iván. 
La primera de ellas iba dirigida al clero, personificado en la figura de Afanasio; la segunda iba destinada a la nobleza... la última era una misiva destinada al pueblo. En esta última carta, que fue leída en las plazas de todas las ciudades de Rusia, el zar acusaba a clérigos y boyardos de caer en la corrupción, la traición y el robo de fondos de la corona.
El mensaje caló hondo entre las clases bajas y la pequeña nobleza, que recordaban las conquistas de Iván y, además, estaban agradecidas por lo que el zar y su madre habían hecho por ellas. La amenaza de una guerra civil flotaba en el aire por toda Rusia, así que el nuevo metropolitano tuvo que promulgar un edicto público mediante el cual se perdonaba a Iván IV por los errores pasados y se le restablecía en el trono.

El zar trasladó su corte a Alexándrovskaya Slobodá (a 100 km de Moscú) y creó el cuerpo de opríchnik, que conformarían a partir de ese momento su guardia personal y que, además, actuarían como policía política y estatal. Estamos en 1.565, Iván se encuentra en la cúspide de su poder y acaba de dar forma al instrumento de venganza.

Durante los años siguientes, los opríchnik campan a sus anchas por la Rusia zarista. Los boyardos son prácticamente exterminados, pero la paranoia del zar está fuera de control.
En el año 1.570, la ciudad de Nóvgorod es acusada de alta traición. El zar sospecha que la ciudad se ha aliado con Lituania para derrocarle, así que envía allí a 15.000 hombres comandados por sus temidos opríchnik. Las órdenes son sencillas: la traición se paga con la muerte y Nóvgorod debe servir de ejemplo para que toda Rusia sepa lo que les pasará a aquellos que osen desafiar a Iván.
Entrando a sangre y fuego en la ciudad, los hombres del zar torturan, asesinan y empalan a casi un tercio de su población.

Los enemigos de Rusia vieron en la debilidad de Iván una excusa perfecta para atacar. En primer lugar, los tártaros de Crimea avanzaron sobre Moscú capturando 100.000 esclavos y matando a más de un millón de personas. El zar acusó el golpe sobre la capital y se lanzó en persecución de los tártaros, a los que aniquiló junto con sus aliados jenízaros menos de un año después en la batalla de Molodi.
Unos años después, los ejércitos polaco y sueco atacaron el noroeste de Rusia convencidos de que el zar acudiría con su ejército... pero a Iván ya no le importaba nada.
Su vida transcurría entre orgías y asesinatos. Sus padres estaban muertos, su hermano Yuri estaba muerto y su esposa estaba muerta. Nada tenía sentido para Iván.

Para tratar de entender los niveles de locura en los que se movía Iván, baste explicar que llegó incluso a matar a su primogénito. En un acceso de ira acontecido en 1.580, el zar cogió al zarevich Iván (su primer hijo con Anastasia) y le golpeó con su bastón hasta darle muerte.

Iván tras matar a su hijo
El destino que corrieron sus esposas no fue mucho mejor. Tras la muerte de Anastasia Románovna, su primer y único amor, Iván se casó hasta siete veces más.
La primera de estas esposas fue María Temriúkovna, que murió envenenada en 1.563. Posteriormente, el zar contrajo matrimonio con Marfa Vasílyevna Sobákina, que fue hallada muerta en sus aposentos en 1.571, tan sólo 16 días despues de casarse con Iván IV.
La siguiente Ana Ivánovna Koltóvskaya, con la que se casó en 1.572 y que fue encerrada en un convento dos años después para que Iván pudiera contraer matrimonio con Ana Grigórievna Vasílchikova, que fue enviada a un convento, del mismo modo que su antecesora, un año después de la boda.
En el año 1.579, el zar se casaba con Vasilisa Meléntieva, quien cometió la imprudencia de tomar un amante y permitir que Iván se enterara. El muchacho fue empalado vivo y la mujer recluída en un convento para alejarla de la ira del zar.
La penúltima fue María Dolgorúkaya. En la noche de bodas, Iván descubrió que María no era virgen, así que ordenó que fuera ahogada al día siguiente, tras abusar de ella durante toda la noche.
Así llegamos a la que sería su última esposa, María Fiódorovna Nagaya. Hija de un borracho de baja estofa, María supo lidiar con el caracter irascible de Iván e incluso le dió un hijo, Dimitri, que nacería como zarevich al haber matado el zar a su hermano en 1.580 y sobreviviría hasta 1.591, cuando murió con ocho años de edad en circunstancias sospechosas.

Ya en la recta final de su vida, Iván IV se lanzó a la conquista de Siberia. Esta campaña empezó en 1.581 y se prolongó durante dos años en los que los cosacos anexionaron el khanato de Sibir a la nueva nación zarista... pero los años de gobierno y locura pasaron factura al zar, quien perdió las guerras del noroeste viéndose obligado a entregarle a Suecia las regiones de Carelia e Ingria y a poner Livonia bajo mandato polaco.

Iván IV, el Terrible, murió en la mañana del 18 de marzo de 1.584. No murió en combate, ni siquiera fue asesinado, murió de un infarto mientras jugaba al ajedrez dejando a sus espaldas millones de muertos y auténticos rios de sangre que anegaban una Rusia más grande que nunca pero arrasada por el llanto.

martes, 10 de enero de 2012

Iván el Terrible (1 de 2)

El día 25 de agosto de 1.530 Basilio III (Gran Príncipe de Moscovia) recibía en sus brazos a un bebé recién nacido fruto de su unión con la princesa Elena Vasílievna. El niño, que nació con dos dientes prematuros, sería bautizado bajo el nombre de Iván y marcaría el destino de Rusia como nadie podía imaginar.

Kolómenskoye
El pequeño Iván tenía un hermano mayor llamado Yuri, pero este había nacido sordomudo y con un leve retraso mental, lo que le descartaba automáticamente para la línea sucesoria. Por esta razón, no es de extrañar que Basilio III se volcara en la crianza y educación de su vástago menor, relegando a Yuri a un segundo plano casi testimonial.
Aquella fue una época feliz en la vida de Iván. Estudiaba, sí, pero los prados que rodeaban el palacio de Kolómenskoye se prestaban a juegos y a carreras... y él acudía a la llamada con asiduidad. Podemos decir que el futuro gobernante creció en un ambiente familiar apropiado y en un entorno inmejorable, pero esa burbuja de felicidad estalló cuando Iván tenía sólo tres años.

En esa época, los avances en el campo de la medicina estaban muy lejos de ser, cuanto menos, aceptables. Una simple infección se llevó la vida de Basilio III, que murió entre fuertes dolores en su residencia de Kolómenskoye. 
Iván fue nombrado Gran príncipe de Moscovia a la edad de tres años... pero tan sólo era un niño y no podía asumir el trono, por lo que su madre, Elena Vasílievna, se vió obligada a asumir la regencia hasta que el pequeño alcanzase los quince años en los que estaba establecida la mayoría de edad.
Ya que tenía que gobernar el principado, Elena decidió que sería buena idea hacerlo desde la capital, por lo que se trasladó a Moscú con sus dos hijos. Yuri no se sintió tan afectado por la muerte de su padre, pues para él era casi un extraño, pero el pequeño Iván quedó destrozado al comprender que aquel hombre que le había colmado de atenciones durante sus tres años de vida no volvería jamás.
Se refugió en los brazos de su madre quien, además de cuidar por igual a ambos hermanos, gobernó con rectitud, anteponiendo el bienestar del pueblo al de los altos estamentos... esto fue precisamente lo que la condujo a la muerte.

El traslado a Moscú enseñó a Iván un sinfín de cosas y contribuyó a su educación de una manera increíble... pero la corte encerraba secretos e intrigas. Los boyardos, aquellos nobles del este de los que ya se había librado Vlad Tepes en Valaquia, envenenaron a Elena Vasílievna cuando Iván contaba con ocho años de edad.

Principado de Moscovia
Como ya había pasado a la muerte de Basilio III, Yuri se recluyó en su propio mundo alejándose del dolor, pero el pequeño príncipe no fue capaz de superar el golpe. Anímicamente destrozado, el niño fue recluído en el Kremlin, donde empezó a perder la cabeza.
Nominativamente aún era el Gran Príncipe de Moscovia, pero las distintas facciones de boyardos no iban a dejarle acceder al trono tan fácilmente. La guerra entre nobles no incluyó el derramamiento de sangre, pero las intrigas de aquellos que ansiaban el poder dejaron a Iván encerrado en la fortaleza moscovita y viviendo prácticamente en la indigencia. Fue en esta época cuando el príncipe empezó a disfrutar lanzando perros desde las torres del Kremlin y viendo como se estrellaban contra el suelo.

En esta etapa de dolor y pérdida también pasaron cosas buenas en la vida de Iván. La mejor de ellas fue que Macario, el obispo ortodoxo de Moscú, entró en su vida.

El clérigo se fijó en Iván y en la locura que estaba empezando a apoderarse de él. Tomándolo bajo su protección, Macario convirtió al príncipe en su pupilo para instruírle en el uso de las letras, el cultivo de una profunda fe y el trabajo físico.
Iván encontró, una vez más, un hombro en el que descargar su dolor. Seguía sufriendo terribles accesos de ira cada vez que alguien nombraba a los boyardos en su presencia, pero Macario le instaba a esperar. Iván debía aguardar a que los nobles se aniquilasen entre sí para después recoger las migajas resultantes y acceder al trono... pero los años pasaban y el príncipe se cansaba de esperar.
Su relación con Macario le proporcionaba numerosos contactos entre los que se contaban muchos leales a su dinastía, así que Iván aprovechó su obediencia para ordenarles que capturasen a Andréi Shúiski, heredero de una destacada familia de boyardos.
Por orden directa del príncipe, los raptores capturaron al noble y lo trasladaron al Kremlin, donde fue arrojado a los perros para que lo despedazasen y se lo comieran vivo ante la atenta mirada de Iván, que tan sólo contaba con trece años.

Este acontecimiento provocó un revuelo considerable entre los boyardos, que hicieron una tregua momentanea en su guerra subrepticia y se unieron para pedir la cabeza de Iván en una bandeja.
Con mucho esfuerzo, Macario consiguió calmar los ánimos. Al fin y al cabo, el joven príncipe llevaba demasiado tiempo recluído y su locura estaba empezando a acentuarse; y además, ¿que amenaza podía significar para ellos un muchacho de trece años?
A pesar de que las relaciones entre la familia Shúiski y el resto de boyardos se deterioraron notoriamente, las aguas volvieron a su cauce y las cosas se tranquilizaron... durante tres años.

Iván el Terrible
A finales del año 1.546, un joven Iván de 16 años convocó a la Duma. El príncipe se había convertido en un adolescente alto y musculoso que dominaba con solvencia la lectura y la escritura. Las peleas entre boyardos habían debilitado a la nobleza y el número de adeptos a la causa de Iván se había visto aumentado exponencialmente durante los tres últimos años, de manera que el parlamento ruso acudió a la llamada.
Sus exigencias eran claras. En primer lugar, quería ser coronado zar de todas las rusias. En segundo lugar desdeñaría los posibles acuerdos de un matrimonio de conveniencia para casarse con Anastasia Románovna, de origen ruso.
La reunión se clausuró con dos acontecimientos que marcarían la historia de Rusia: la coronación de Iván como el primero de los zares y la irrupción en la historia de la dinastía Romanov.

De la mano de Anastasia, Iván encontró una felicidad que no sentía desde la muerte de su madre. Se planteó el reto de "educar al pueblo" y promovió las artes y las letras. Del mismo modo, estableció un consejo real formado por tres personas de su confianza (la Rada) y se sumergió en la ardua tarea de reformar el código legal, que favorecía en demasía a los boyardos y condenaba al pueblo.
El problema se produjo cuando, para poder atender convenientemente a la "ilustración" de la nación, el nuevo zar se vió obligado a dejar los asuntos de estado en manos de sus tíos maternos: Yuri y Mijaíl Glinski.

Los accesos de ira de Iván se había esfumado por completo, pero los desmanes de sus tíos los sustituían con creces.
Miles de personas murieron en los incendios que arrasaron distritos enteros de la capital y de los que fueron acusados los hermanos Glinski. Las crónicas hablan de que incluso llegaron a desenterrar cadáveres, arrastrarlos hasta la cuidad y dejarlos en la puerta de ciudadanos "indeseables" o contrarios a sus intereses para poder acusarles de asesinato.
Estos actos desembocaron en el linchamiento de Yuri Glinski a manos del gentío. Iván, por su parte, desterró a su tío Mijaíl y creó la primera leva de Streltsy, su propio cuerpo de élite.

viernes, 6 de enero de 2012

El pancracio

En la antigua Grecia, los juegos olímpicos se celebraban, al igual que ahora, cada cuatro años e incluían pruebas de atletismo... pero aquí acaban las similitudes.
Los juegos se desarrollaban siempre en la ciudad de Olimpia y durante su celebración se promulgaba una tregua que ponía todos los conflictos activos en suspenso para que los atletas pudieran acudir sin peligro desde toda Grecia. Los participantes de estos juegos tenían que ser obligatoriamente hombres libres que hablasen el griego, quienes recibían un entrenamiento específico desde que cumplían los doce años hasta que eran considerados aptos (con unos veinte).
Estos juegos de la antigua Olimpia constituyeron el establecimiento del pugilato como deporte en lugar de como arte de combate y el nacimiento del formato de pelea al que dedicaremos esta entrada: el pancracio.

Pancraciastas
En primer lugar, una urna de plata es colocada en el centro del área destinada al combate. Todos los pancraciastas que van a participar en los juegos deben acercarse, rezar a Zeus y meter su mano en la urna para sacar una de las teselas que reposan en su interior. 
La mirada del árbitro es severa y su látigo amenazante pero, en ese momento, sólo está allí para definir los emparejamientos.
Las teselas están grabadas con letras (alfa, beta, gamma, etc) de modo que la urna sólo contiene dos de cada tipo. Así, los pancraciastas quedan emparejados por sorteo puro, sin distinción de peso. Los luchadores se retiran dejando el paso franco a los dos que han sacado la tesela marcada con la letra alfa mientras la multitud estalla en vítores. Empieza el primer combate.

Dos hombres completamente desnudos salen al campo de batalla y saludan al juez de la contienda. Ambos conocen las reglas del pancracio, pero el árbitro las explica de todos modos: todo está permitido salvo morder, meter los dedos en la nariz o la boca del oponente y sacar los ojos. El combate sólo terminará con la rendición o la muerte de uno de los luchadores.

En primer lugar, los pancraciastas flexionan levemente las rodillas y adoptan una postura ligeramente ladeada que les permita reaccionar con rapidez a un más que posible ataque de su oponente. Recordemos que estos hombres llevan entrenando para este momento un mínimo de ocho años, por lo que sus músculos son firmes, sus brazos fuertes como el acero y sus tendones tensos como la cuerda de un arco.
El pancracio no es sólo potencia, sino también velocidad e inteligencia. Un luchador competente tiene que saber elegir el momento óptimo para lanzar un ataque y advertir el más mínimo movimiento de su oponente como un indicio de por dónde vendrá el golpe del que debe defenderse.
Tras unos instantes en los que ambos luchadores se estudian detenidamente, uno de ellos se lanza hacia adelante. A partir de este momento, cada combate es un mundo.

Técnica de luxación
Las técnicas utilizadas varían enormemente de un pancraciasta a otro. Se tiene constancia histórica de que un veterano luchador llamado Sóstratos de Sición gustaba de buscar los dedos de sus oponentes y rompérselos uno a uno hasta que este se rendía.
Otra táctica muy utilizada consistía en "hacer la tijera", es decir, envolver la cintura del contrario con las piernas de modo que las manos quedasen libres para golpear su cara, pecho y brazos.
Cada pancraciasta era distinto al anterior, pero casi todos coincidían en una cosa: la luxación es el camino hacia la rendición. Aplicando esta máxima, los luchadores se afanaban en romper o luxar los miembros y articulaciones de sus contrarios, pues sabían de sobra que un hombre con el hombro dislocado representa una amenaza mucho menor que un luchador sano.

Los combates eran brutales y, aunque pueda parecer mentira, largos. Los pancraciastas habían sido entrenados durante casi toda su vida para soportar el dolor además de para inligirlo, así que muchos combates se prolongaban hasta la caída del sol.
En este momento, según las reglas del pancracio, el árbitro debía parar el combate, que se decidiría por un sencillo método de desempate: Ambos pancraciastas tenían derecho a golpearse por turnos hasta que uno de los dos caía o se rendía. El atacante tenía derecho a decidir en que postura debía colocarse su contrincante, quien debía recibir el golpe sin hacer el más mínimo intento de defenderse. De esta manera se resolvió el combate entre Creugas, campeón de Epidamnos, y Damoxenos en los Juegos Nemeos del año 400 a.C.

Creugas y Damoxenos
Tras una batalla que había durado horas, el atardecer había obligado a ambos luchadores a dejar de combatir. El árbitro realizó entonces el correspondiente sorteo y la suerte sonrió a Creugas, a quien le tocó golpear primero.
El campeón de Epidamnos ordenó a su contrincante que bajara los brazos y le propinó un fuerte puñetazo en plena cara que le hizo tambalearse pero no le derribó. Damoxenos, una vez recuprado, ordenó a Creugas que levantara el brazo izquierdo ofreciéndole su costado.
El aspirante aprovechó esta postura para clavar la punta de sus dedos (como si diera una puñalada) justo por debajo de la caja torácica de Creugas, lo que provocó la rotura de piel y músculos dejando los intestinos al descubierto y matando en el acto al campeón de Epidamnos.

Al principio, los pancraciastas no utilizaban armas en sus combates pero, posteriormente, se permitió la incorporación de una especie de "guantillas" que derivaron en el terrible cestus romano, del que hablaremos en otra historia.

martes, 3 de enero de 2012

La batalla de los arenques

Imaginemos por un momento que nos encontramos en la Francia del siglo XV.  Corre el mes de febrero de 1.429 y el reino franco lleva ya 92 años en guerra con los ingleses, que mantienen bajo asedio la importante ciudad de Orleans desde octubre del año anterior. Se acerca la cuaresma y el delfín de Francia decide que ha llegado la hora de dar un golpe de efecto, por lo que pone en manos del conde de Clermont un ejército de 5.000 efectivos y le ordena marchar hacia la ciudad sitiada. De este modo se fragua lo que a día de hoy conocemos como la batalla de los arenques.

El día 11 de febrero de 1.429, un convoy de suministros inglés formado por 300 carretas cargadas de arenques se detiene a hacer noche en la pequeña aldea de Rouvray. Este convoy había salido de París escoltado por unos 500 arqueros, 1.000 hombres de armas y un número insignificante de caballeros y su destino era, como no podía ser de otra manera, Orleans.
Los rastreadores de la tropa francesa informan al conde de Clermont de los movimientos del enemigo y este decide, con acierto, salir al paso del convoy. Bien pensado, su ejército superaba en una proporción de casi cinco a uno a aquel grupo de ingleses... no debían suponer un gran problema y, si podía cortar las líneas de suministro de la hueste que sitiaba Orleans, ¿por qué no hacerlo?

Batalla de los arenques
El combate comienza al día siguiente. El comandante inglés, Sir John Falstolf, era un experimentado militar y, como tal, anticipa el movimiento francés ordenando a los conductores de las carretas que formen un círculo de protección en torno a su tropa. Este círculo debe quedar abierto únicamente en dos puntos fuertemente protegidos para que los temibles arqueros de tiro largo puedan hacer su trabajo.
Los de Clermont, por su parte, se sitúan en lo alto de una loma y empiezan a desplegar la artillería que llevaban con ellos. El conde ordena a todos sus hombres que permanezcan montados y deja claro que los únicos que deben bajar de su caballo son los ballesteros y los artilleros.
Los ejércitos están desplegados, el campo listo y la batalla está servida.

Desde primera hora de la mañana, los cañones franceses empiezan a bombardear la caravana. La cadencia es lenta pero segura y los artilleros permanecen en todo momento fuera del alcance de los arqueros. Además, una carga de los escasos jinetes ingleses contra las líneas enemigas constituiría un suicidio en toda regla... y Falstolf lo sabe; de modo que sus hombres no pueden hacer nada aparte de atrincherarse entre los carros y rezar para que no les arranque la cabeza una bola de acero.
La suerte sonrie a los francos, que bombardean el convoy sin prisa pero sin pausa, sabedores de que la victoria está al alcance de la mano... ¿o tal vez no?
El problema lo produjo un contingente de 1.000 escoceses comandados por Sir John Steward e integrados en la hueste francesa.

Los escoceses, recién salidos de su propias Guerras de Independencia, profesaban a los ingleses un odio que rayaba lo enfermizo y que no les permitía estar a tan poca distancia de las tropas de Falstolf sin hacer nada más que mirar como la artillería hacía todo el trabajo.
Emborrachándose de ardor guerrero, Steward ordena a sus 1.000 escoceses que carguen contra la caravana inglesa a galope tendido y espada en mano. A partir este momento, toda la estrategia desarrollada por Clermont se viene abajo como un castillo de naipes.

Batalla de los arenques
Los arcos ingleses, de unos dos metros de longitud y capaces de alcanzar una tensión de 82 kg (los arcos largos modernos no llegan a los 27 kg) empiezan a silbar en cuanto los escoceses se ponen a tiro. Los arqueros ingleses son los mejores en su trabajo y han sido entrenados durante toda su vida para que sus disparos sean mortales de necesidad a una distancia de 200 metros, así que llenan el cielo con centenares de flechas que provocan una auténtica carnicería entre los caballeros de Steward.
Clermont empieza a ver la sombra de la derrota planeando sobre su hueste y, en un intento desesperado por dar la vuelta a la situación provocada por los escoceses, ordena a sus hombres emprender una devastadora carga contra la brecha dejada por los de Falstolf en en círculo de carretas.
La línea de artillería se abre y los cascos de los caballos resuenan al pasar entre los cañones. En cuanto alcanza la tierra de nadie, la columna francesa con Clermont a la cabeza emprende el galope y se lanza contra la brecha... pero las flechas inglesas siguen oscureciendo el sol y los caballeros que consiguen alcanzar con vida la línea de carretas son aniquilados rápidamente por los hombres de armas de Falstolf.

El espacio entre las carretas es demasiado estrecho para luchar a caballo, por lo que la infantería inglesa da buena cuenta de hombres y bestias por igual provocando la desbandada de los caballeros franceses que aún quedaban en pie.
Como es bien sabido, una hueste en retirada es un blanco fácil para el ejército vencedor, por lo que Falstolf ordena a sus escasos jinetes que monten y emprendan la persecución de los franceses.
¿El resultado? Lo que debería haber sido una victoria fácil para el ejército de Clermont se salda con 400 escoceses y 200 franceses muertos (el resto huyendo en desbandada). En el bando inglés, la batalla termina con la muerte de cuatro soldados y un par de carreteros.