Hoy vamos a empezar una serie de
dos entradas que nos acercarán a uno de esos personajes injustamente
olvidados por la historia: Diego García de Paredes, un hombre cuya vida
podría competir con la mejor de las leyendas.
La
historia de nuestro protagonista comienza en 1468 en Trujillo, donde
nace en el seno de una familia perteneciente a la baja nobleza cacereña.
Desde
muy tierna edad, Diego empezó a dar muestras de interés por el oficio
de las armas y empezó a recibir entrenamiento en el manejo de espadas,
mazas y escudos. Su natural habilidad para el uso del acero hizo que
pronto se convirtiera en un excelente combatiente, pero esto no era
todo; a medida que el joven Diego se iba conviertiendo en adolescente,
su estatura y su musculatura se fueron desarrollando de tal manera que
llegó a ser considerado por sus coetáneos como el hombre más fuerte de
Europa.
Diego García de Paredes |
Como suele suceder en estos casos, la guerra se
cruzó muy pronto en el camino del joven Diego. En el año 1483, la
España de los Reyes Católicos estaba sumida de pleno en los últimos
coletazos de la Reconquista y nuestro protagonista, consciente de que la
reputación no se labraba en el entrenamiento sino en el campo de
batalla, deja la casa familiar y se enrola en la hueste cristiana que se
está preparando para emprender la campaña definitiva contra Andalucía.
Su
madre, que había enviudado recientemente, queda destrozada por la
marcha de Diego, pero sabe de primera mano que su hijo ha nacido para
la guerra y que tratar de detenerlo solo servirá para aumentar sus
deseos de alistarse, así que se despide de él en la puerta de su
hacienda trujillana y le deja marchar con lágrimas en los ojos.
En
la denominada por los historiadores como "Guerra de Granada", el
jovencísimo Diego se dedica a seguir a la tropa castellana... hasta que
en 1485, a los 17 años de edad, entra en combate por primera vez.
Su
arrojo en combate y su tremendo descaro a la hora de cruzar armas con
el invasor musulmán en las campañas de Málaga, Loja y la propia Granada
empiezan a valerle el respeto del resto de los soldados, quienes dejan
de ver en él a un niño demasiado alto para su edad y empiezan a admirar
la soltura con la que maneja la espada un compañero colosal y temerario.
Durante
esta guerra, Diego García de Paredes fue armado caballero a manos del
mismísmo rey Fernando pero, además, conoció y trabó lazos de amistad con
el que posteriormente sería conocido en toda Europa como "El Gran
Capitán": Gonzalo Fernández de Córdoba.
Finalmente y como ya
sabemos, esta guerra tocó a su fin en 1492 con la conquista de Granada y
los combatientes tuvieron que volver a sus casas.
Juana
de Torres, la madre de Diego, había muerto durante la campaña y nuestro
protagonista no estaba acostumbrado a la cómoda vida del terrateniente,
de modo que no tardó en abandonar su Trujillo natal en busca de nuevas
aventuras.
Alejandro VI |
En 1496, un hidalgo cacereño de 28 años se planta en medio de la Roma renacentista dispuesto a labrarse un futuro.
Cierto
día, un grupo de bandidos italianos deciden que ya es hora de que aquel
palurdo español que se pasea por sus calles pierda la bolsa de monedas
que porta a la cintura, de modo que rodean a Diego en un callejón
cercano al Vaticano dispuestos a hacerse con su oro. El trujillano,
lejos de amedrentarse, agarra una pesada barra de hierro y se lía a
mamporros con los asaltantes. El número exacto de los italianos se
desconoce, pero el resultado del combate habla por si mismo: cinco
muertos, diez heridos y el resto fuera de combate o en fuga.
Alejandro
VI, el Papa Borgia, se entera del resultado de la pelea y rescata a
Diego de manos de la justicia para nombrarle capitán de su guardia
personal.
Al contrario que muchos de sus compañeros de armas,
Diego no era un gigante bobalicón, sino que sabía leer y escribir con
soltura, lo que le valió para hacerse con la comandancia de los
ejércitos de César Borgia, que combatieron por toda Italia durante los
siguientes cuatro años. Pero no todo iba a ser gloria y oropel en la
vida de nuestro protagonista.
Como ocurría con muchos soldados de
la época, la agresividad del de Trujillo no se limitaba al campo de
batalla y los duelos de honor estaban a la orden del día. Esto por sí
sólo no habría supuesto ningún problema... pero Diego se enfrentó al
hombre equivocado. En uno de sus constantes duelos, decapitó de un
mandoblazo a un capitán de los Borgia llamado Césare Romano, lo que
supuso su destitución inmediata y su expulsión del ejército papal.
Durante
los siguientes meses, existen informaciones que apuntan a que sirvió
bajo las órdenes de algunas familias enemigas de los Borgia; pero no es
hasta el mes de noviembre de 1500 cuando su nombre aparece de nuevo con
fuerza para grabarse con letras de oro en la historia durante el asedio
de Cefalonia.
El Gran Capitán |
Nos encontramos en Cefalonia, una isla de la actual Grecia en cuya fortaleza se acantona una guarnición de 700 jenízaros.
La expedición cristiana está comandada por Gonzalo Fernández de Córdoba
y Benedetto Pessaro quienes, el día 24 de noviembre, ordenan emprender
un primer asalto sobre las murallas. El conato es repelido sin
demasiados problemas por los turcos que, al ver la retirada, ponen en
funcionamiento sus temidos "lobos", unas máquinas con poleas y cuerdas
repletas de garfios que servían para asir a los caballeros por la
armadura con el fin de atraerlos hacia las murallas para poder darles
muerte cómodamente.
Diego García de Paredes es asido por uno de
los lobos y llevado hasta el adarve otomano... pero los jenízaros no
sabían con quiénes se estaban enfrentando.
El
trujillano llega a las almenas conservando entre sus manos la rodela y
la espada. En el mismo momento en que sus pies se afirman sobre la cima
de la muralla, Diego se libera del abrazo del lobo y empieza a despachar
soldados otomanos.
Su espada es un borrón que siembra muerte sin
cesar. Todo aquel jenízaro que se atreve a acercarse a él, termina con
las entrañas desparramadas por el adarve o despeñado entre los merlones.
El soldado español se repliega ante los refuerzos que llegan sin cesar
para matarle. Apoya la espalda contra los muros en un intento de
proteger su punto más débil mientras los cadáveres siguen amontonándose a
sus pies caídos bien bajo el filo de su espada o bien bajo los
tremendos golpes propinados con el refuerzo de su rodela.
En
conciciones en las que cualquier soldado curtido habría muerto sin
remisión, Diego aguantó; apartando lanzas y propinando estocadas durante
más de dos días hasta que finalmente el hambre, la sed y las múltiples
heridas recibidas le hicieron entregarse.
El comandante de los
jenízaros, en vista del coloso que habían conseguido capturar, carga a
Diego de cadenas y le encierra en una de las torres del castillo. Sus
heridas son curadas y se le alimenta bien en espera de obtener un
suculento rescate pero, mientras tanto, el Gran Capitán planeaba en el
campamento cristiano la ofensiva final sobre Cefalonia.
Isla de Cefalonia |
El 24 de diciembre, 46 días después de que nuestro protagonista fuera
capturado por los turcos, Gonzalo Fernández de Córdoba aprovecha la
bruma de la mañana para arengar a sus hombres en un ataque relámpago
contra las murallas.
Las escalas comienzan a afianzarse
sobre el adarve de Cefalonia. Pronto, el ruido de los gritos y del acero
contra el acero empieza a llenarlo todo entre los muros de la fortaleza
llegando hasta la torre en la que Diego García de Paredes descansa
recuperado de sus heridas y bien alimentado.
El
trujillano, viendo que sus compatriotas han emprendido por fin el
asalto, arranca de cuajo las argollas que le atan a la pared, echa la
puerta abajo y le roba la espada a uno de los dos centinelas encargados
de su custodia. Con esa misma espada, Diego mata al otro centinela y se
lanza hacia las murallas en busca de más enemigos a los que dar muerte.
Al
caer la tarde sobre Cefalonia, tan sólo 80 de los 500 jenízaros que
defendían la fortaleza permanecen en pie. Con las últimas luces, el Gran
Capitán alza la bandera española sobre el bastión y se gira para
felicitar efusivamente a sus hombres... pero no llega a completar el
gesto. Ante él se alza incólume el fantasma de un gigante al que todos
creían muerto, sonriendo abiertamente como si no hubiera pasado nada.
Me encanta este blog..un fuerte abrazo
ResponderEliminarEs colosal e insuperable,el Quijote decia de el que era capaz de parar una rueda de molino de piedra gigante en pleno funcionamiento con sus manos,y vencio en 400 enfrentamientos de honor invicto.
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