viernes, 15 de julio de 2011

De lanzas y grebas

Los hoplitas fueron los auténticos dominadores de la península helénica durante nada menos que cuatro siglos. Las falanges eran formaciones acorazadas, brutales y erizadas de lanzas que campaban a sus anchas por la antigua Grecia para mayor gloria de sus ciudades estado pero, ¿qué las hacía tan eficaces?

Hoplita griego
Empezaremos centrándonos en su impedimenta, en la que se embutían poco antes de la batalla ya que el peso de la armadura completa oscilaba entre los 22 y los 27 kilogramos. El atuendo de combate variaba de un hoplita a otro debido a que no existía un uniforme estándar y a que cada soldado se tenía que costear su propio equipo, que en muchas ocasiones heredaban de sus padres o abuelos pero, básicamente, se componía de una coraza que reproducía los músculos del torso, un casco y unas grebas que protegían desde la rodilla hasta el tobillo, todo ello de bronce.
Completaban el equipamiento con un escudo redondo de madera o bronce de un metro de diámetro que cubría desde el mentón hasta la rodilla, una lanza de unos dos metros y medio de longitud y una espada corta que sólo utilizaban como arma secundaria en caso de que la lanza se quebrase.

Pero el éxito de los hoplitas no se basaba únicamente en su armamento.

La formación de combate de una falange se conformaba con los soldados colocados en línea. De esta manera, los bordes de los escudos se superponían unos a otros de manera que cada uno defendiera el lado izquierdo de su dueño y, además, el lado derecho de su vecino; lo que derivaba en una formación cerrada y completamente acorazada con lanzas de dos metros y medio saliendo por encima o por debajo de la línea de escudos.
Las batallas campales en la Grecia del siglo VII a.C. consitían de esta manera en dos falanges cerradas alanceandose la una a la otra mientras los hombres más capaces de cada bando trataban de explotar el único punto débil que, a priori, tenía su enemigo: el flanco derecho.

Armadura hoplita
Como hemos dicho, el escudo de un metro de diámetro de un hoplita debía protegerlo a él mismo y al compañero que quedaba inmediatamente a su izquierda en la formación, por lo que los hombres que quedaban en el extremo drecho de cada una de las distintas líneas de una falange tenían dos opciones: o bien se ocupaban sólo de cubrirse a sí mismos (dejando a su compañero desprotegido y, por tanto, rompiendo la formación), o bien quedaban protegidos sólo a medias y, por ende, más expuestos a los ataques enemigos.
Es por esto que el comandante al mando de cada falange colocaba en los flancos a sus soldados más preparados y a aquellos que más posibilidades tuvieran de repeler una más que posible ofensiva lateral. Además, un instructor veterano era destinado a la retaguardia para mantener el orden y la disciplina dentro de la falange.

Con estos datos, podemos deducir que el éxito de los hoplitas y, por consiguiente, de la formación de falange en la Grecia clásica se debió a su armamento y a lo impenetrable de su formación... pero aún hemos de tener en cuenta un par de factores más.

Greba
En primer lugar, el entrenamiento constante convertía el cuerpo de cada hoplita en una contundente máquina de matar y le otorgaba a la falange habilidades como la de avanzar en diagonal sin perder la formación.
Por otro lado, la disciplina era un factor determinante, ya que en aquella época la retirada era considerada una deshonra y los soldados preferían la muerte a la pérdida del honor.

En base a estos datos podemos determinar que la supremacía de los hoplitas durante cuatro siglos no se debe a un sólo factor, sino a una combinación perfectamente equilibrada de elementos que lograban hacer de cada soldado de la falange un cuerpo autónomo y mortal de necesidad.

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