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miércoles, 8 de mayo de 2013

De cómo Fritz Christen ganó su Cruz de Hierro

Bajo este título, es comprensible que la primera pregunta que asalte al lector sea: ¿y quién (con perdón) coño era Fritz Christen? Pues bien; nuestro protagonista de hoy era un sargento de las SS que servía como apuntador de una batería antitanque en el frente oriental. Vale pero, ¿qué hizo para que le condecorasen? Todo a su tiempo...

Estamos en septiembre de 1.941 y en territorio ruso las temperaturas son ya bastante bajas. La operación Barbarroja ha estallado en el verano de ese mismo año provocando que las tropas alemanas entraran en la URSS como un cuchillo caliente en mantequilla pero, a esas alturas de la película, los rusos se habían cansado de huir y habían decidido contraatacar. 
Fritz Christen
El 24 de septiembre, un destacamento de la división Totenkopf (en la que servía Christen) estaba ubicada a las afueras de un bosque cerca de la localidad de Luzhno, a unos 500 kilómetros de Moscú. Las unidades SS tenían intendencia propia y no pasaban los mismos apuros que la soldadesca de la Wehrmacht, así que los hombres bien abrigados de la Totenkopf esperaban pacientemente órdenes con sus baterías apuntadas al frente. La inteligencia alemana esperaba una contraofensiva del ejército rojo, pero no se esperaban ni de lejos lo que pasó en aquel bosque: al rayar el alba de aquel 24 de septiembre, un nutrido grupo de infantería apoyado por carros de combate se abalanzó sobre la posición defendida por la división de Christen. Los rusos volcaron sobre el bosque una lluvia de artillería de todos los calibres para luego cargar con su infantería mientras los alemanes trataban de defenderse disparando a toda prisa sus cañones antitanque. La ofensiva fue tan violenta que todo el destacamento alemán fue borrado del mapa aquel mismo día... bueno, no todo: en medio de aquella alfombra de cadáveres, Fritz Christen seguía cargando obstinadamente su pieza antitanque y disparando contra las posiciones soviéticas. No lo hizo por heroísmo, sino porque con la adrenalina a tope ni siquiera se había dado cuenta de que estaba solo.

Cuando la marea roja se retiró y nuestro protagonista levantó la cabeza, pudo ver el resultado de la ofensiva en todo su esplendor. Supo entonces que todos sus compañeros habían muerto y que lo único que separaba a los rusos del resto de los soldados de la Totenkopf era él mismo. Del mismo modo, había oído lo que los soldados soviéticos le hacían a los prisioneros alemanes (que era lo mismo que los alemanes le hacían a los soviéticos), así que decidió resistir hasta el último aliento manteniendo la posición todo el tiempo posible. Dicho y hecho: con las manos aún doloridas por los innumerables proyectiles cargados en el cañón, cavó una trinchera delante de su posición y se sentó dentro a esperar un nuevo ataque soviético.

Durante tres días, Fritz Christen resistió las embestidas del ejército rojo arrastrándose de un cañón a otro en busca de munición y cambiando de posición frecuentemente para no exponerse en exceso, todo esto mientras se alimentaba únicamente con los pocos suplementos que no habían sido destruidos en el primer ataque.
Cuando el grueso de la Totenkopf llegó al bosque de Luzhno y expulsó de allí a los rusos, los soldados encontraron a Christen demacrado intentando aún cargar su cañón y unirse a la ofensiva de sus compañeros. En el recuento posterior le fueron acreditadas las bajas de casi 100 soldados de infantería y la destrucción o inutilización de 13 carros de combate soviéticos... en tres días... y él solo. 

jueves, 14 de marzo de 2013

Harald Hardrada, un rey entre vikingos

Hoy viajaremos al siglo XI por un camino que nos llevará desde el extremo norte de la vieja Europa hasta el corazón de una Inglaterra devastada pasando por el Mediterráneo y por los oropeles que envolvían la eterna Bizancio. Hoy hablaremos de un guerrero entre guerreros, de un hombre capaz de poner a sus pies un reino con la fuerza de su brazo. Hoy hablaremos de Harald Hardrada, el último rey vikingo de Noruega.

Batalla de Stiklestad
Nuestra historia comienza en un campo de batalla cercano a la localidad de Stiklestad en el año 1.030. Allí, Olaf II, rey de Noruega, observa respaldado por 3.600 hombres cómo forma ante él una hueste de campesinos que ronda los 14.000 efectivos. Olaf sabe que no puede ganar pero, aún así, ordena a sus hombres que formen un muro de escudos mientras ve, henchido de orgullo, cómo su hermanastro de apenas 15 años empuña la lanza y se une en silencio a la soldadesca. Sonríe; no tiene miedo, pues sabe que le aguarda la vida eterna, así que cuando el rey ordena el avance empieza a caminar sin vacilar, ajustando su paso al de los hombres de armas para no romper el muro de escudos.
La batalla va a producirse porque Olaf (de confesión cristiana) ha decidido que ya va siendo hora de que sus súbditos abandonen el paganismo... lo malo es que los campesinos aferrados a las viejas costumbres no están muy por la labor de dejarse evangelizar, pero Harald, pues así se llama el muchacho, no entiende aún de política. Por lo que a él respecta, la lucha debe tener lugar porque el rey, su hermanastro, así lo ha ordenado.
El choque de escudo contra escudo saca al chico de sus pensamientos y le devuelve a la realidad con un castañeteo de dientes. Una lanza aparece por encima del escudo de su adversario y le abre una herida de consideración pero Harald, sumergido de lleno en el fragor del combate, ni siquiera lo nota y, en lugar de protegerse tras el borde reforzado de su parapeto, empuña su propia lanza por debajo del muro rival rajando el abdomen de su oponente de parte a parte y desparrando sus vísceras sobre el suelo sólo para que otro campesino armado ocupe el lugar del finado. A lo largo de toda la línea, los soldados de Olaf (bastante mejor entrenados y pertrechados que sus contrincantes) despachan granjeros a un ritmo tan alto que los hombres de armas empiezan a creer que la victoria es posible.
Harald sangra abundantemente, pero no le importa: el frenesí de la batalla se ha apoderado de su mente y no deja pasar ninguna sensación más; ahora lo único que importa es aniquilar a los rebeldes. El sudor apelmaza sus cabellos bajo el casco y una sonrisa blanca parte su cara como un tajo entre las salpicaduras de sangre enemiga. Harald está en su esplendor. De repente, un aullido parte desde el otro lado de la línea: el rey ha recibido un lanzazo en la rodilla y los rebeldes han aprovechado su caída para asaetearlo hasta la muerte. Ante la noticia que se propaga como la pólvora por el muro de escudos, Harald pierde la concentración un segundo, el tiempo justo para que el borde herrado de una rodela impacte contra su mandíbula y le derribe sin conocimiento saltándole de paso un par de dientes.

Olaf II "el Santo"
Cuando el joven se despierta, el campo de batalla está desierto de combatientes. En el aire calmo de la tarde suenan como truenos los graznidos de los cuervos, que compiten con los aullidos lastimeros de los moribundos en una cacofonía infernal. Se levanta, terriblemente dolorido pero consciente de que su hermanastro ha muerto en combate. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Qué iba a ser de él? No lo sabe, pero si tiene una cosa clara: no está dispuesto a ser el portador de la mala nueva, a volver a su casa con la vergüenza de la derrota y de la muerte del rey. Ha llegado la hora de partir en busca de nuevos horizontes.

Tras la batalla de Stiklestad, solo y sin nada que perder, Harald vagó por los territorios de la actual Rusia ofreciendo su espada y su lanza al mejor postor. Su experiencia en combate era corta, pero sus habilidades y la locura que se apoderaba de él en el campo de batalla le ayudaron a labrarse un nombre y, rápidamente, su cotización empezó a subir como la espuma. Los señores se peleaban por contratar los servicios de aquel hombre, un vikingo llegado del norte que pujaba al alza y al que le importaba bien poco el resultado de las batallas en las que participaba. Su día a día se limitaba a sobrevivir y matar a tantos enemigos como fuera posible pero, poco a poco, los conflictos entre rus se le fueron quedando pequeños así que, en el año 1.035, se echó el petate al hombro y se plantó ante las puertas de Bizancio.

Harald se había labrado una reputación en Rusia, pero esta no le servía de nada en el corazón del imperio: había que empezar de nuevo desde el escalón más bajo, pero la adversidad nunca constituyó un obstáculo para nuestro protagonista, así que se alistó en la Guardia Varega al servicio de la emperatriz Zoe Porfirogeneta.
Las cosas empezaban a funcionar bien una vez más. Harald tuvo pronto la oportunidad de demostrar su valía en las campañas de Anatolia, Sicilia, Italia y Bulgaria, donde se ganó el apodo de "devastador de búlgaros" y el puesto de comandante de la Guardia Varega por méritos propios, pero el cargo le duró más bien poco. Como buen vikingo que era, Harald consideraba el pillaje y el saqueo como derechos de conquista, como alicientes inseparables del ardor guerrero... el problema es que Miguel V, emperador bizantino que compartía el poder con Zoe, no opinaba lo mismo. El noruego fue arrestado en el año 1.041 por apoderarse de un botín que pertenecía al emperador y fue llevado a su presencia. Miguel quería pedirle explicaciones, pero Harald no era muy partidario del diálogo así que, antes de que la guardia personal del emperador pudiera reaccionar, se abalanzó sobre él y le arrancó los ojos. Inmediatamente, la guardia de Miguel V apresó al vikingo y lo arrojó enbuna celda pero menos de un año después el emperador murió y Harald aprovechó la confusión para escapar emprendiendo un viaje de retorno a Noruega que se prolongaría durante 4 años más. Su intención inicial era la de volver directamente a casa pero... bueno, era un vikingo y, si se presentaba la oportunidad de saquear algo por el camino, ¿por qué no hacerlo?

Harald coronado
A su llegada a Noruega en el año 1.046, Harald se encontró con que las cosas habían cambiado un poco en su ausencia. El trono lo ocupaba ahora su sobrino, Magnus I, y las costumbres guerreras se habían relajado hasta límites intolerables para un vikingo. El hijo pródigo de la corona noruega era ahora un hombre inmensamente rico y Magnus accedió a venderle a venderle la mitad del reino por la mitad del botín que había acumulado en su autoexilio... o, al menos, de la parte de botín que Harald le había contado. Un año más tarde Magnus, apodado "el bueno", moría en extrañas circunstancias dejando la totalidad del reino de Noruega en manos dr Harald, quien desde entonces sería conocido por el sobrenombre de Hardrada, el despiadado.

No pasaría demasiado tiempo antes de que Harald inundara Noruega en sangre enemiga, ampliando sus dominios y embarcándose en una guerra sin cuartel con la corona danesa pero, una vez más, el reto le quedaba pequeño y había que buscar nuevos horizontes.
La oportunidad llegaría en el año 1.066 de la mano de Tostig, conde de Northumbría, quien le pidió ayuda en la guerra que mantenía contra su hermano, el rey sajón de Inglaterra, bajo la promesa de repartirse a medias los territorios conquistados en las islas británicas. Harald no lo dudó ni un segundo: reclutó apresuradamente un ejército, lo montó en sus barcos y se plantó en los dominios de Tostig con ganas de buscar una buena pelea.

Harald entró en Inglaterra mostrando su mejor tarjeta de visita: el saqueo. En pocos días incendió todas las ciudades que se interponían en su camino hacia York, arramplando de paso con cuantas riquezas se ponían al alcance de su mano. Los ingleses trataron de detenerlo en Fulford, las fuerzas noruegas doblaban a las del rey sajón y, además, el terreno elegido para el combate estaba en medio de un pantano, por lo que aquello se pareció más a una masacre que a una batalla.
Tras esta victoria, Harald entró a sangre y fuego en la ciudad de York y, con la casquería fruto de la batalla aún a sus pies, se autoproclamó rey de Inglaterra.
El reinado le duró sólo unos días. El día 25 de septiembre de 1.066, los anglosajones se hartaron de los modales del vikingo y reunieron un ejército de 7.000 hombres que salió al paso de la hueste noruega en la localidad de Stamford Bridge.
A un lado del río formaba la citada tropa sajona; al otro, 10.000 soldados comandados por Hardrada en persona. La batalla está servida.

Batalla de Stamford Bridge
El ataque sajón ha pillado desprevenido a Harald, pero la suerte está de su lado: al igual que en Fulford, los sajones no han sabido escoger el terreno y el puente de Stamford es el único punto posible para cruzar de una orilla a la otra. El rey vikingo envía a sus berserkers a defender el estrecho paso. Los elegidos de Odín, aunque pocos en número, eran inigualables en arrojo y, cuando la primera gota de sangrae sajona cae sobre las losas del puente, seblanzan al combate poseídos por una furia asesina que da al cuerpo principal del ejército tiempo suficiente para organizar un fuerte muro de escudos.
Finalmente, los berserkers cayeron y los sajones cargaron a través del puente sólo para chocar contra el muro de madera y metal levantado por Harald. La batalla fue cruenta. Las bajas fueron tan numerosas que la hueste sajona se vió obligada a huír en desbandada. El rey de los vikingos había ganado una vez más... ¿o tal vez no?
Animado por el desorden de la retirada inglesa, Harald ordenó a sus soldados que cruzaran el puente en persecución de los sajones. Los hombres del norte, a los que la perspectiva de una buena escabechina les resultaba de lo más tentador, rompieron filas y salieron a terreno abierto lanzándose como lobos sobre el rebaño sajón en desbandada. Entonces, la infantería inglesa frenó su huída y plantó cara a los vikingos mientras los huscarles, la tropa de élite del rey sajón, aparecía por los flancos metiendo a Harald y sus hombres en una bolsa de muerte casi hermética.
Aquello fue una carnicería que acabó con el 90% de la tropa de ocupación noruega chapoteando en su propia sangre. Harald Hardrada cayó al suelo con una flecha sajona atravesandole la garganta. A su alrededor los hombres morían por centenares; nadie se preocupó por él hasta que un hombre de armas se dió cuenta de que había sido derribado y le preguntó por su estado. Ahogándose en su propia sangre y tratando en vano de respirar, el último rey vikingo de Noruega, se despidió de este mundo contestando con una escueta frase: "es sólo una pequeña flecha, pero está haciendo bien su trabajo".

miércoles, 6 de marzo de 2013

Leslie Lemke, Kim Peek y otros savants prodigiosos

El síndrome del sabio (o savant) es una patología que provoca efectos tan diversos como otorgar al individuo que lo padece unas habilidades extraordinarias para las artes, una facilidad insultante para el cálculo matemático o una agudización de los sentidos hasta límites insospechados. Con esta descripción, el savantismo podría considerarse más como un don divino que como una enfermedad pero si, además, añadimos que el síndrome del sabio viene acompañado de dolencias tan severas como el autismo la cosa ya no pinta tan bien, ¿verdad? Hoy vamos a dedicar unas líneas a esos "pobres genios" capaces de obrar prodigios inimaginables sin siquiera proponerselo y, lo que resulta aún más triste, sin ser plenamente conscientes de ello en la mayoría de los casos.

Leslie Lemke
Empezaremos este viaje contando la historia de uno de los exponentes más claros del síndrome. Leslie, pues así se llana nuestro primer protagonista, nació en una clínica de Milwakee el día 31 de enero de 1.952. Quiso el destino que, nada más nacer, le fuera diagnosticada una parálisis cerebral y un fuerte glaucoma que obligó a los médicos, limitados por los avances técnicos de la época, a sacarle los ojos. Por si esto fuera poca desgracia para Leslie, su madre biológica decidió desprenderse de él y darlo en adopción en cuanto el equipo médico informó de su situación. Por suerte, una enfermera llamada May Lemke se compadeció del crio y lo adoptó cuando este contaba con seis meses de edad.
A partir de este momento y aunque Leslie tenía por fin una madre, las cosas empezaron a complicarse cada vez más. Pese a los cuidados de May, la evolución de Leslie estaba siendo más lenta de lo esperado en un principio... mucho más lenta: hasta los 7 años, nuestro protagonista no hizo sonidos ni movimientos de ningún tipo; sobrevivía únicamente gracias a la comida que la señora Lemke empujaba pacientemente por su garganta. Durante los 8 años siguientes el avance no fue mucho más alentador. Leslie empezaba a mostrar síntomas de que percibía algo más allá de su mundo interior, sí, pero no fue capaz de mantenerse en pie hasta los 12 años y no empezó a caminar hasta los 15.
La historia no pintaba demasiado bien... pero hete aquí que una noche, cuando Leslie tenía 16 años, May se despertó sorprendida por los acordes del concierto para piano número 1 de Tchaikovsky. Aquella música venía de su sala de estar... ¿que estaba pasando? Cuando May llegó al salón, la estampa que encontró no pudo ser más sorprendente: Leslie, sentado ante el piano con la mirada vacía perdida en el infinito, reproducía a la perfección la obra clásica que sólo había escuchado una vez por televisión.
May Lemke había descubierto por fin una pasíon en su hijo, un síntoma de humanidad que se mostró decidida a explotar enseñando a su hijo vídeos y canciones de todos los estilos, desde la música clásica hasta las vanguardias de la época. Leslie lo absorvía todo como una esponja sedienta de conocimiento y sus avances se produjeron a un ritmo vertiginoso hasta que llegó a dominar un amplísimo abanico de estilos musicales. Pero el piano no ayudó sólo al aprendizaje musical de Leslie, sino que contribuyó de manera decisiva a su desarrollo hasta el punto de que llegó a actuar en shows televisivos e incluso a dar giras a nivel mundial.
Leslie había encontrado por fin una razón para vivir, para luchar y para evolucionar... y vaya si lo hizo. Ante el piano, nuestro protagonista se transformaba por completo, abandonando su mundo interior para comunicarse tocando, riendo o cantando la letra de las canciones que interpretaba. Pero las desgracias nunca vienen solas y Leslie tuvo la desgracia de desarrollar un fuerte alzheimer que se lo llevaría a la tumba el día 6 de noviembre de 1993, cuando contaba tan solo con 41 años de edad.

Vamos a saltar ahora a la historia del hombre que inspiró el personaje de Dustin Hoffman en la película Rain Man. Si lo de Leslie Lemke es alucinante, las habilidades desarrolladas por Kim Peek son, directamente, increíbles.

Kim Peek
Kim nació el día 11 de noviembre de 1.951 en la ciudad americana de Salt Lake City. No padeció autismo, pero tenía severos daños cerebrales y macrocefalia, lo que dejó al pobre Kim con un cociente intelectual de apenas 73 puntos cuando una persona normal anda en torno a los 100. Además de esto, apenas era capaz de abrocharse la camisa por sí solo y el hecho de tener que atarse los cordones se convertía para él en un reto imposible de superar... pero esto no fue óbice para que su cerebro dañado se desarrollase en otras direcciones. En su etapa de "máximo esplendor", Kim era capaz de leer dos páginas cada ocho segundos utilizando un ojo para la lectura de cada página; es decir, no necesitaba comprender lo que leía sino que sus ojos actuaban como un escáner que, al pasar sobre las páginas, almacenaba en su cerebro la información. Esta curiosa facultad propició que Kim recordase palabra por palabra el 98% de los 12.000 libros que había leído a lo largo de su vida. No necesitaba esforzarse para retener la información y tampoco para exponerla... simplemente, los datos estaban ahí.
El desarrollo social de este savant se vió también reforzado por la explotación de sus habilidades, pues hacía demostraciones públicas en las que enseñaba al mundo que tenía, por poner un ejemplo, un calendario de 10.000 años en la cabeza; de modo que si una persona le decía su fecha de nacimiento él era capaz de contestar qué día de la semana fue, qué hechos reseñables ocurrieron en dicha fecha e incluso qué día de qué año debía jubilarse esa persona. Dicho todo esto, no es de extrañar que Kim fuera también capaz de resolver rápidamente cualquier cálculo matemático que se le propusiera como reto, pero lo que sí resulta increíble es que, además, retenía en su cerebro un mapa perfecto de los Estados Unidos: bastaba preguntarle por una dirección (aunque estuviera en la otra punta del país, aunque él nunca hubiera estado allí) para que relatara cómo llegar al destino exponiendo un nivel de detalle en sus explicaciones que incluía en que calle se debía girar o qué carretera había que seguir.
El cerebro de Peek fue estudiado durante toda su vida por organismos tan internacionalmente reconocidos como la NASA pero, lamentablemente, Kim murió víctima de un infarto de miocardio en un hospital de Salt Lake City antes de que las pruebas pudiesen arrojar resultados concluyentes sobre el origen de sus extraordinarias capacidades.

Este "viaje por los sabios" no trata sólo de historias tristes que terminan mal, sino que también nos habla de superación, esfuerzo y valentía. Como ejemplo de estos tres valores podemos hablar de Stephen Wiltshire, un niño nacido en Londres en 1.974 que ha pasado de no poder comunicarse a ser uno de los artistas más reconocidos a nivel mundial.
Stephen nació aparentemente sano, pero el paso del tiempo fue dejando al descubierto sus carencias. A la edad de 3 años aún no había pronunciado una sola palabra, por lo que sus padres le llevaron al centro médico en el que fue diagnosticado de autismo lo que, desgraciadamente, coincidió con la muerte de su padre en un accidente de tráfico. Su madre se ocupó de su educación durante dos años más pero, cuando Stephen tenía 5 años, se vió finalmente sobrepasada por las circunstancias y envió a su hijo a la escuela Queensmill, una institución especializada en el desarrollo de niños con problemas de autismo.
Stephen Wiltshire
Allí, al pequeño Stephen se le abrieron las puertas de la que sería su gran pasión: el dibujo. Mediante el trazo adquirió la capacidad de comunicarse con los demás, habilidad que no sería capaz de expresar verbalmente hasta los 9 años. Al año siguiente Stephen dibujó una serie de ilustraciones qeu reflejaban los monumentos más importantes de Londres. Él aún no lo sabía, pero aquella serie sería el inicio de una carrera artística que se prolonga hasta el día de hoy.
Su especialidad consiste en plasmar de memoria y con una fidelidad extrema paisajes urbanos que sólo ha visto una vez durante un periodo de tiempo mínimo. Para muestra, un botón: en 2005 dibujó durante 7 días una panorámica de la ciudad de Tokio sobre un lienzo de 10 metros de largo tras dar un corto paseo en helicóptero sobre la ciudad. Este mismo procedimiento ha sido puesto a prueba en ciudades como Hong Kong, Madrid, Dubai o Roma llegando en este ultimo caso a plasmar sobre su lienzo detalles retenidos durante el vuelo como, por ejemplo, el número exacto de columnas del Panteón de Agripa. A día de hoy, Stephen Wiltshire tiene su propia galería permanente en Londres y ha sido galardonado con la prestigiosa Órden del Imperio Británico por su contribución al arte inglés.

Por último (que no por ello menos importante), vamos a hacer una pequeña visita a la historia de Matt Savage, nacido en Sudbury, Massachusetts, en el año 1.992. Savage padece una forma leve de autismo pero, a difierencia de lo que pasaba con Kim Peek, la inteligencia de este savant es elevadísima. Tanto es así que Matt empezó a caminar a una edad en la que la gran mayoría de los niños casi no se mantienen en pie y aprendió a leer antes de haber cumplido los 18 meses. A los 6 años había aprendido a leer partituras de piano sin que nadie le enseñara y alos 7 años había ingresado en el Conservatorio New England de Boston tras haber descubierto la magia del jazz. Desde entonces Matt se ha dedicado a componer e interpretar su música ante mandatarios y celebridades de todo el mundo.

miércoles, 30 de enero de 2013

La monja alférez

La historia de hoy nos lleva hasta la España de finales del siglo XVI, aquella España enfrascada en el expolio de América en la que cualquiera que contase con una espada y un par de huevos podía ganarse la vida en el recién descubierto continente. La persona a la que dedicaremos unos minutos en esta entrada no contaba en un principio con ninguno de los dos requisitos, pero igualmente buscó su oportunidad más allá del Atlántico.

Catalina de Erauso
Catalina de Erauso, pues así se llamaba nuestra protagonista de hoy, nació en San Sebastian en el seno de una familia militar encabezada por su padre, el capitán Miguel de Erauso. Sus padres, aunque les doliera reconocerlo, pronto se dieron cuenta de que la pobre muchacha no era precisamente agraciada y de que, por si esto fuera poco, tenía un carácter bastante difícil de llevar; así que tomaron la decisión de internarla en un convento para ver si Dios era capaz de domarla.
Todo fue más o menos bien hasta que Catalina cumplió los 15 años, fecha en que debía ser ordenada como monja. La de Erauso andaba revuelta por aquellas fechas y, para más inri, tuvo una pelea con otra novicia que se atrevió a levantarle la mano... el resultado fue que el antiguo carácter de Catalina afloró y la novicia recibió una paliza, lo que le valió a nuestra protagonista un encierro forzado en su celda. En aquellos momentos de soledad, Catalina de Erauso decidió que no estaba hecha para la vida monástica, por lo que se disfrazó con ropas de campesino y se dió a la fuga.
Durante los siguientes años, Catalina vagó disfrazada de hombre por el norte de España utilizando los nombres de Alonso Díaz o Francisco de Loyola entre otros. Finalmente se dio cuenta de que su tierra natal nada podía ofrecerle ya, así que encaminó sus pasos hacia Sanlúcar de Barrameda, cruzando España de norte a sur para embarcarse rumbo a Ámerica.

Llegó a Perú armada con un nombre falso, una espada, un par de cuchillos y mucha mala leche. Allí, se puso a las órdenes de varios capitanes en  busca de fortuna hasta que, en el año 1.619, surgió ante Catalina (o Francisco, a gusto del consumidor) la oportunidad de demostrar su valía ante la corona: la Guerra de Arauco contra los mapuches chilenos.
En aquel conflicto, la de Erauso luchó con denuendo (pues era hábil con las armas) y consiguió prosperar hasta alcanzar el rango de alférez... pero su carácter seguía siendo difícil y era demasiado pendenciera incluso para los estándares de un soldado de la época. Tanto fue así que, en 1.637, Catalina se vió envuelta en una pelea que terminó con la mujer detenida y condenada a muerte por el propio ejército español.
Para evitar su ejecución, la de Erauso tuvo que reconocer ante el obispo de la zona que en realidad era una mujer y que, además, había pasado su infancia y juventud en un convento. El obispo no se fiaba un pelo, por lo que hizo llamar a una matrona para que examinara a Catalina, lo que dictaminó que era verdaderamente una mujer y que, además, era virgen.

Viajes de la monja alférez
Nuestra protagonista era pendenciera pero no tenía un pelo de tonta. Le soltó al obispo una milonga digna de Hollywood que culminó con el envío de Catalina de vuelta a España para ser recibida por el rey Felipe IV en persona, quien no sólo la permitió seguir utilizando su nombre y sus vestiduras de hombre, sino que además mantuvo su graduación militar.
Sus aventuras corrieron de boca en boca por toda la Europa continental hasta el punto de que el mismísimo Papa de Roma, Urbano VIII, la recibió en audiencia personal.

Tras una gira estelar por los territorios pontificios, Catalina volvió a América (concretamente a México), donde se estableció definitivamente en el año 1.630 para regentar un negocio de transporte de mercancías entre Veracruz y la capital del país. El negocio funcionó exitosamente durante 20 largos años hasta 1.650, cuando Catalina murió a la edad de 58 años dejando tras de sí una fantástica historia que corrió como la pólvora por la Europa del siglo XVII.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La reina del átomo

El día 7 de noviembre de 1.867 nacía en Varsovia una de las mentes más brillantes que ha dado la historia de la humanidad. Su nombre era Marie Salomea Sklodowska y entre sus logros se cuenta, entre otras cosas, el de ser la primera persona que ha recibido dos premios Nobel en dos disciplinas distintas: física y química. Hoy vamos a tratar de conocer a esta extraordinaria mujer recorriendo su biografía, hoy vamos a hablar de Marie Curie.

Marie con 16 años
Como ya hemos dicho, Marie nacía en la Varsovia ocupada por el Imperio Ruso. Fue la menor de 5 hermanos (todos ellos fruto del matrimonio entre Wladislaw Skoldowki y Bronislawa Boguska) y mamó desde niña la importancia de las ciencias en la formación humana, pues su madre era maestra además de pianista y su padre impartía clases de física y matemáticas. Sabiendo esto, no es de extrañar que Marie pronto destacara en el colegio imponiéndose a unos compañeros a los que dejaba atrás incansablemente... lo que sí es un poco más raro es el hecho de que a los 4 años de edad ya supiera leer perfectamente y a los 15 se graduase dominando 4 idiomas.
Al igual que todos los jóvenes polacos de esa época, nuestra protagonista fue educada en la fe cristiana, pero la trágica muerte de su hermana Zofia (con la que se llevaba 5 años) a causa del tifus, le hizo replantearse sus ideas y la llevó a abandonar el seno de la Iglesia convirtiéndose en agnóstica.

En el año 1.891, cuando contaba con 24 años de edad, Marie abandona su tierra natal y se traslada a Francia con el objetivo de matricularse en la prestigiosa Facultad de Ciencias Matemáticas y Naturales de la universidad parisina de La Sorbona. Allí, nuestra protagonista se encuentra por fin en un entorno en el que se mueve como pez en el agua: ya no destaca entre sus compañeros; es más, ahora debe esforzarse por ponerse al nivel del resto de la clase. Aún con esto, en dos años Marie sobrepasa una vez más al resto de sus compañeros consiguiendo la licenciatura de física con la mejor nota de su promoción. Un año después, en 1.894, se gradúa también en matemáticas siendo la segunda de su promoción y, aún más importante, conoce al que sería su futuro marido, Pierre Curie, también físico y con el que se casa apenas un año después tomando el nombre de Marie Curie.
Tras un idílico verano de luna de miel, Pierre y Marie vuelven a París con un único objetivo en mente: Marie debe conseguir el doctorado, lo que sólo había sido alcanzado antes por una mujer. El descubrimiento de los rayos X en 1.895 y de la radiactividad natural el año siguiente da a nuestra protagonista el tema perfecto para su tesis.

Encerrados en un cobertizo, Pierre y  Marie empiezan a ahondar en el aún cenagoso terreno de la radioactividad natural, obteniendo pronto resultados al descubrir que el Torio era capaz de producir radioactividad y que la uraninita (mineral que constituye la mayor fuente de uranio) era más radioactiva que el uranio propiamente dicho.
Pierre Curie
A partir de este descubrimiento, Pierre y Marie empiezan a trabajar aún con más ahínco tratando de aislar los elementos que forman la uraninita, lo que consiguen un par de años después con el descubrimiento de un nuevo elemento al que Marie decide llamar Polonio en homenaje a su tierra natal y de otro al que otorgan el nombre de Radio debido a su alto índice de radioactividad. Durante todo ese tiempo, los síntomas de la exposición a la radiación empiezan a mostrarse en los cuerpos del matrimonio: Pierre empieza a padecer una fatiga crónica que le obliga, en ocasiones, a guardar cama y, además, las llagas y quemaduras producidas por la manipulación de elementos radiactivos hacen acto de presencia dolorosamente… pero los científicos aún no eran conscientes de los peligros derivados de la interacción con elementos como el uranio y no le dan importancia a los signos físicos.
Finalmente, en 1.902 y tras manipular 8 toneladas de uraninita, Marie consigue extraer un gramo de cloruro de radio que presentará como tesis doctoral ante los científicos de La Sorbona y que le valdrá el doctorado cum laude.

La investigación llevada a cabo por el matrimonio Curie es recibida con gran entusiasmo en el círculo científico de todo el mundo. Pierre y Marie son invitados a un sinfín de actos y deciden poner sus descubrimientos a disposición de quien quiera consultarlos renunciando a cualquier patente. Un año después, los Curie son recompensados junto a Becquerel con el premio Nobel de física de 1.903, lo que reporta al matrimonio una sustanciosa cantidad de dinero para que puedan seguir con sus investigaciones. Pierre se afianza en su cátedra de física de la Sorbona y Marie sigue adelante con sus pesquisas en el inexplorado campo de la radioactividad… pero la calma no duraría demasiado tiempo: en 1.906 un carruaje atropella a Pierre Curie causándole la muerte.
Marie queda severamente afectada por la muerte de su marido, pero no solo no se deja morir sino que toma la cátedra que dejó vacante Pierre convirtiéndose en la primera mujer de la historia en dar clases en la universidad parisina. Aún con las horas que le ocupaba su nuevo cargo, Marie Curie sacaba tiempo para dedicárselo a sus investigaciones, que continuaron por buen camino durante cuatro años más hasta que nuestra protagonista consiguió aislar un gramo de radio puro mediante un sistema que puso en conocimiento de la comunidad científica renunciando, una vez más, a cualquier tipo de patente y gracias al que consiguió el premio Nobel de química de aquel año convirtiéndose así en la primera persona en obtener dos premios en dos categorías distintas.

Marie al recibir su primer Nobel
No pasaría mucho tiempo hasta que estallara la I Guerra Mundial, que asoló Europa desde 1.914 hasta 1.918 y en la que Marie participó activamente distribuyendo, operando y entrenando a otras personas para que usaran varios centros portátiles de rayos x que ayudaron enormemente a los cirujanos de campo en su trabajo cerca de las fronteras. En los albores de la radiografía, se estima que algo más de un millón de soldados se beneficiaron de las modernas técnicas llevadas hasta el campo de batalla por madame Curie.
Marie el 4 de julio de 1.934 en la clínica Sancellemoz de la Alta Saboya. Los años de exposición a la radiación la dejaron ciega y la aquejaron de una anemia aplásica (una enfermedad de la médula ósea) que se llevó su vida a los 66 años de edad. Aún así, Marie no dejó de ser pionera ni después de muerta: 61 años después de su muerte, los restos de nuestra protagonista fueron trasladados junto con los de su marido al Panteón de París, donde reposan desde entonces y donde se convirtió en la primera (y única) mujer en ser enterrada allí por méritos propios.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El azote de Dios

Hoy vamos a dedicar una líneas al que fue el terror de Europa durante casi 20 años. El pueblo al que gobernaba era poco dado a la escritura, de modo que las fuentes que hablan de su historia son escasas, confusas y redactadas por sus mayores enemigos: los romanos. Hoy hablaremos de Atila, el azote de Dios.

Atila
Nuestro protagonista nació en un punto indeterminado de las llanuras danubianas en algún momento situado entre el año 395 y el 406. El mundo de la época era convulso y los hunos llevaban ya bastante tiempo armando gresca en la cuenca del Danubio, pero estaban fragmentados en una miríada de tribus independientes y cada uno guerreaba por su cuenta, por lo que sus acciones se limintaban al margen oriental del gran río. Todo esto cabió a partir del año 378. En esta fecha y aprovechando la división del Imperio Romano, los visigodos se sacuden el yugo impuesto por Roma y empiezan a campar a sus anchas por los Balcanes. Los saqueos, incendios y violaciones están a la orden del día y las mermadas legiones no pueden hacer nada ante la marea de pueblos germánicos que, siguiendo el ejemplo visigodo, se lanza sobre Europa del este. A todo esto, los hunos son aún demasiado débiles y lo observan todo desde la distancia... hasta que en el año 432 el rey Rugila consigue por fin unificar todas las tribus y cruza el Danubio en busca de una buena pelea.
Viendo venir a aquel nuevo pueblo del este, Teodosio II (emperador romano de Oriente) se asusta de tal manera que acuerda pagar un tributo de 115 kg de oro anuales a cambio de que Rugila y los suyos le dejen en paz.

En este contexto se crió Atila, hijo del hermano de Rugila y que tenía un hermano llamado Bleda. Pronto, su padre murió dejando a Atila y al mentado Bleda a cargo de su tío Rugila, quien enseñó a ambos a gobernar y les instruyó ampliamente en el arte de la guerra. 
 
Dos años después de que los hunos cruzaran por primera vez el Danubio, Rugila murió dejando el reinado en manos de Atila y Bleda y los chicos, dignos aprendices de su tío, entraron en conversaciones con Teodosio para mantener la paz a cambio de que se duplicase el tributo pactado dos años antes además de ciertas prebendas para los comerciantes hunos y del compromiso un rescate exorbitado por cada prisionero romano. El emperador romano de Oriente, como ya hizo con Rugila, aceptó las condiciones sin rechistar y los hunos respetaron las condiciones del tratado desapareciendo de las fronteras romanas por un período de cinco años.
Durante todo ese tiempo, lejos de aprovechar el período de paz, los hunos guerrearon contra los eslavos y contra los germanos, a los que vencieron provocando que una oleada de tribus germánicas se abalanzara sobre el Imperio romano de Occidente en una alocada huída hacia adelante. Tras estas victorias, Atila y Bleda trazaron un ambicioso plan para invadir Persia e iniciaron una ofensiva a gran escala, pero fueron derrotados por los persas en el territorio de la actual Armenia, lo que los llevó de nuevo al punto de partida: las fronteras del Imperio romano de Oriente.
Estamos ya en el año 440 y los hunos vuelven a tener ganas de gresca. Los romanos no quieren ni oír hablar de guerra, pero a Atila y Bleda la opinión de los romanos les resbala bastante, así que empiezan a saquear los Balcanes en una ofensiva que les planta tres años después a las puertas de la mismísima Constantinopla. Los hunos llevan años saqueando y violando a placer e incluso han aprendido a utilizar tácticas y maquinaria de asedio, pero las murallas de la ciudad son tan sólidas que ni siquiera sus recién adquiridas habilidades son capaces de derribarlas, de modo que los hermanos deciden plantar un campamento a las afueras de Constantinopla y esperar a ver qué pasa. Teodosio, como era de esperar, "se caga de miedo" y, bajándose una vez más los pantalones ante los hunos, compra la paz a cambio de casi 2.000 kg de oro a pagar en un único plazo y casi 700 kg más como cuota anual. Con este bagaje en los bolsillos, los reyes hunos ordenan levantar el campamento y se retiran encantados hacia el interior de su propio imperio, donde permanecieron durante cuatro años, tiempo suficiente para que Bleda muriese (o fuera asesinado por su propio hermano, esto ya no está tan claro) y Atila se autoproclamase como rey único de los hunos.

Los años que pasaron entre la marcha de Atila y su regreso no fueron ni mucho menos placenteros para Constantinopla: disturbios, hambrunas, epidemias y hasta terremotos que destruyeron gran parte de sus poderosas murallas fueron culminados por la entrada desde el este  de un inmenso ejército huno comandado por un Atila pletórico que no ansiaba ya riquezas sino, simple y llanamente, poder.
 
Imperio Huno (máxima expansión)
Atila empieza a conquistar ciudades. Los habitantes de los Balcanes ya conocen el sonido que hacen los cascos de los pequeños caballos de guerra hunos y huyen de ellos como de la peste, pues cuenta la leyenda que el olor que desprendía la horda bárbara llegaba hasta las poblaciones antes incluso que los atacantes... pero no hay lugar alguno al que huír. Atila ha derrotado a la tropa romana en el río Vid y el Imperio romano de Oriente se encuentra totalmente a merced de los hunos, que llegan incluso hasta las estribaciones de las Termópilas para después volver sus miras, una vez más, hacia la resplandeciente Constantinopla. Las murallas, principal elemento defensivo de la ciudad habían sido destruídas por una serie de terremotos, por lo que los hunos pensaban que tendrían el paso franco hacia el corazón del Imperio... pero la cosa no fue exactamente así. Una vez llegaron a las puertas de Constantinopla, Atila y los suyos se dieron de bruces contra unas murallas completamente restauradas e inexpugnables, por lo que se quedaron otra vez con dos palmos de narices sin poder saquear la joya de la corona, lo que enfadó bastante a Atila, que fijó de nuevo unos tributos espectaculares para que el Imperio romano de Oriente pudiera vivir en paz durante algunos años más. Huelga decir que, por supuesto, Teodosio aceptó las condiciones sin rechistar.
Viendo que lo de Constantinopla lleva constantemente a una vía muerta, Atila decide buscarse un nuevo enemigo encontrando en el reino visigodo de Touluse, al sur de Francia, al candidato perfecto. El reino es rico y está esperando con los brazos abiertos a los saqueadores hunos, pero para llegar hasta él, Atila debe cruzae el Imperio romano de Occidente, con el que se encuentra en buenas relaciones y con el que no quiere romper lazos por la fuerza. La excusa le llega en el año 450 en forma de una carta firmada por Honoria, hija de Valentiniano III, el emperador romano de Occidente.
En esta misiva, Honoria pide a Atila que acuda en su ayuda, pues ha sido prometida contra su voluntad a un senador al que no corresponde. El rey de los hunos, que no era tonto ni mucho menos, toma esta petición de auxilio como una propuesta de matrimonio y pidió como dote la mitad del Imperio romano de Occidente. Al enterarse de todo esto, Valentiniano escribió a Atila explicándole que la misiva de su hija era falsa y que, por lo tanto, no habria boda... pero el rey de los hunos da el compromiso por sellado y, en respuesta, envía una delegación a Rávena para anunciar que él mismo va a desplazarse hasta el Imperio para reclamar lo que considera suyo por derecho.
Una vez reunidos todos sus aliados y ya en el año 451, Atila se planta en Bélgica con un ejército de medio millón de hombres que, el 7 de abril de ese mismo año, toman Metz y empiezan a avanzar hacia el sur. Roma no está demasiado de acuerdo con los movimientos hunos, de modo que se alían con los visigodos y envían una tropa conjunta al encuentro de Atila. Esta tropa conjunta está comandada por el magister militum Aecio y por el rey visigodo Teodorico, quienes interceptan el avance huno en cerca de Châlons-en-Champagne y derrotan a Atila en la batalla de los Campos Cataláunicos.
 
Hunos en los Campos Cataláunicos
Lejos de rendirse, Atila volvió sobre sus pasos para arrasar la península itálica reclamando la mano de Honoria, lo que obligó a Valentiniano a mudarse de Rávena (capital del Imperio de Occidente) a Roma. Los hunos vuelven a saquear tierras romanas hasta que, sin previo aviso, se detienen a orillas del río Po y, tras una conversación mantenida allí mismo entre Atila y una embajada romana, se retiran a sus tierras más allá del Danubio.
A día de hoy, el por qué de su precipitada marcha aún no ha sido desvelado. Lo que si se sabe es que nada más llegar a sus tierras empezó a planear una nueva guerra contra Constantinopla con la excusa de reclamar los tributos que el sucesor de Teodosio había dejado de pagar... pero no pudo emprender su nueva aventura al ser sorprendido por la muerte a principios del año 453.
Los detalles que rodean su fallecimiento son controvertidos: la versión "oficial" habla de que durante la celebración de su última boda Atila sufrió una gravísima hemorragia nasal que le llevó a la muerte por ahogamiento con su propia sangre, pero hay otras versiones que cuentan que fue otra de sus esposas la que apuñaló al rey de los hunos dándole muerte.

La muerte de Atila supuso la muerte del Imperio huno como tal, pues la regencia quedó en manos de su hijo Elac, pero este tuvo que luchar por la supremacía con sus hermanos, lo que supuso una nueva fragmentación y la disolución de los pueblos hunos.
Roma, por su parte, sobrevivió a Atila, pero la intrepidez del huno dejó el terreno abonado para que los vándalos arrasaran los restos marchitos del Imperio pocos años después.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Enrique VIII y su particular visión del "divorcio"

El día 28 de junio de 1.491 nacía en el Palacio de Placentia (Londres) el tercer hijo de Enrique VII, al que su padre impondría su propio nombre. Este niño no estaba destinado a reinar, pues tenía por delante en la línea sucesoria a un hermano llamado Arturo pero, como todo hijo de buena familia, fue educado en las artes y las ciencias por los mejores tutores de Inglaterra.

Enrique VIII
Su padre, Enrique VII, estaba empeñado en establecer una alianza por sangre con la, por aquel entonces, poderosa España (a pesar de que aún no era España conmo tal), así que pactó con los Reyes Católicos que su hijo Arturo debería casarse con la princesa de Aragón en unas nupcias destinadas a hermanar ambas casas. Así, en el año 1.501, el pequeño Enrique asistió a los fastuosos festejos celebrados en honor del casamiento de su hermano Arturo, de 15 años, con Catalina de Aragón, de 16.
Los dos adolescentes eran felices con su nuevo estatus social o, al menos, así lo aparentaban. Sea como fuere, Arturo, que siempre había sido un muchacho bastante endeble, pilló una infección por la que murió dejando a su hermano Enrique como heredero al trono y a Catalina "compuesta y sin novio". El problema que causó esto no fue la muerte del chico en sí misma, sino las implicaciones que esta tenía para la alianza anglo-española recientemente fundada, por lo que los monarcas de ambos países solicitaron al Vaticano una bula que permitiese a Catalina casarse con su cuñado Enrique. 
Por aquel entonces, tanto Inglaterra como la emergente España eran naciones a las que había que tener en cuenta, por lo que el Papa perdió el culo para otorgar la dispensa lo más rápido posible, maniobra que culminó con Catalina prometida de nuevo al príncipe heredero de Inglaterra.
Parecía que las aguas habían vuelto a su cauce, pero Enrique VII era un hombre de carácter cambiante y, en 1.505, pilló una rabieta obligando al heredero a anunciar públicamente que el compromiso había sido pactado sin su consentimiento. Esto supuso un duro golpe (otro más) a las relaciones entre ambos países... pero todo quedaría arreglado en 1.509.

En aquel año Enrique VII moría dejando paso a su hijo, que se convirtió en legítimo rey de Inglaterra bajo el nombre de Enrique VIII. El nuevo monarca debió pensar nada más ascender al trono: "el viejo se ha ido para siempre, así que a partir de ahora voy a hacer lo que me dé la gana", porque la primera decisión que tomó tras la muerte de su padre fue la de desposar a Catalina de Aragón (sí, aquella a la que el antiguo rey le había obligado a repudiar) y ordenar su coronación conjunta convirtiéndola en reina de Inglaterra. Esta decisión, como era de esperar, no cayó demasiado bien entre las clases altas, pero Enrique solucionó el inconveniente acortando un par de cuellos por la vía del hacha en la Torre de Londres, lo que acalló rápidamente cualquier conato de rebeldía.

Catalina de Aragón
A partir de este momento, la vida amorosa de Enrique VIII se convierte en un culebrón. El rey estaba obsesionado con engendrar un heredero, pues su coronación había sido la primera pacífica en mucho tiempo y quería prolongar en el tiempo la preponderancia de los Tudor, pero Dios (o Catalina, vaya usted a saber) no estaba muy por la labor: la de Aragón engendró 6 retoños, de los cuales 5 nacieron muertos o murieron al poco de nacer. La restante fue una niña llamada María Tudor que, con el tiempo, se casaría con Felipe II de España. Tras 24 años de matrimonio y viendo que las cosas no tenían pinta de ir a mejor, Enrique VIII decidió que había llegado la hora de repudiar a Catalina y buscar el ansiado heredero en "valles más fértiles", así que escribió una misiva al Papa Clemente VI solicitándole la nulidad matrimonial bajo la excusa de que Catalina no podía concebir hijos varones. Clemente, que estaba ya curtido en estas lides, no concedió la nulidad.
Ante este revés, Enrique montó en cólera y promulgó una serie de leyes que provocaron un cisma separando a Inglaterra de la tutela católica, fundando la iglesia anglicana y, ya de paso, coronando al propio Enrique como Jefe Supremo de la misma. Una vez hecho esto y como él era su propio Papa, el rey se divorció de Catalina y contrajo matrimonio con Ana Bolena, una de las damas de compañía de la española.
Con Ana Bolena, el resultado fue más o menos el mismo, con la diferencia de que el número de muertos fue dos de tres. La niña superviviente sería coronada años después como reina de Inglaterra bajo el nombre de Isabel I. A todo esto, Enrique empezaba a estar ya hasta las narices de esperar al heredero y no deseaba meterse una vez más en los cenagales jurídicos que había sorteado para conseguir su primer divorcio, de modo que ordenó arrestar a la Bolena bajo acusaciones de adulterio y ordenó su muerte por decapitación para casarse inmediatamente con Jane Seymour quien,  curiosamente, era una de las damas de compañía de Ana Bolena.
Al contrario de lo que pasó con los dos anteriores, este matrimonio sí que dio fruto en la figura del príncipe Eduardo, que sobrevivió a su padre y llegó a regir el destino de Inglaterra hasta morir de tuberculosis en 1.553, cuando contaba con tan sólo 15 años. Tras el nacimiento de su primer hijo varón (vivo) Enrique estaba henchido de orgullo... pero las cosas no siempre salen como uno las planea y Jane murió 12 días después como consecuencia de las complicaciones surgidas durante el parto.

¿He dicho que Eduardo era el primer hijo varón del rey? Bueno, al menos eso era lo que pensaban sus coetáneos, pues Enrique era bastante golfo y había tenido ya sus escarceos con Elizabeth Blount, dama de honor de Catalina, que le dió un varón (aunque este era bastardo y no podía heredar el trono) además de con María Bolena, su cuñada por parte de su segunda esposa y con algunas otras mujeres de vida... licenciosa.

Catherine Parr
Dejando de lado las escapadas extramatrimoniales, estamos en el año 1.537 y Enrique lleva ya tres esposas a sus espaldas. El rey había quedado muy tocado por la muerte de Jane Seymour, pero no era de recibo que un soberano europeo del calibre de Enrique permaneciera soltero durante mucho tiempo, así que en 1.540 volvió a contraer matrimonio con Ana de Cleves, si bien este duró sólo seis meses y, tras comprobarse que el matrimonio no había sido consumado, el monarca obtuvo la nulidad para poder casarse con Catherine Howard, prima de Ana Bolena y que corrió la misma suerte que su antecesora: al no dejar descendencia, fue acusada de adulterio y decapitada en la Torre de Londres un año después de las nupcias.
Ya en 1.543, Enrique se casó con su sexta y última esposa: Catherine Parr. Para Catherine, este era ya su tercer matrimonio, de modo que ya estaba "resabiada" y, pese a no tener descendencia con el rey, sobreviió hasta después de su muerte para casarse en cuartas nupcias con Thomas Seymour, hermano de la difunta Jane y tío del futuro rey de Inglaterra.

El 28 de enero de 1547, Enrique VIII moría en el palacio de Whitehall (Londres) como consecuencia de... bueno, no se sabe muy bien si de la sífilis, si de pura obesidad o si de un accidente de caza que había tenido 11 años antes. El caso es que fue enterrado en el castillo de Windsor junto a su tercera esposa, Jane Seymour, la única a la que había apreciado de verdad.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Héroes del Holocausto

En este mismo blog se han dedicado infinidad de entradas a guerras y batallas que han causado miles de bajas. Hoy, vamos a cambiar un poco la "línea editorial" para poner en la palestra a esos guerreros sin fusil que, como Oskar Schindler, contribuyeron a la salvación de miles de almas durante el holocausto judío.

Irena Sendler (1.942)
Empezaremos nuestro viaje centrándonos en la historia de Irena Sendler. Esta mujer, enfermera de profesión, fue educada segús sus propias palabras para "ayudar de corazón a las personas necesitadas sin mirar su religión ni su raza"... y así lo hizo.
La invasión alemana de Polonia pilló a Irena enfrascada en su trabajo en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, que se encargaba de gestionar los comedores sociales de la ciudad. Como era de esperar, el avance del Reich por territorio polaco hizo que el número de clientes de estos comedores creciera exponencialmente y, por lo tanto, que los recursos empezaran a agotarse rápidamente, pero Irena no se arredró: en lugar de sucumbir al desánimo, alentó a los que tuvieron la suerte de conservar sus posesiones para que hicieran donaciones gracias a las cuales los comedores sociales de Varsovia no sólo proporcionaban comida, sino también ropa, medicinas o inluso, en algunos casos especiales, dinero en efectivo.
En 1.940, los alemanes fundaron en Varsovia el ghetto más grande de Europa y empezaron a confinar a los judíos en él, utilizándolo como almacén de personas en su tránsito hacia los campos de prisioneros. Las condiciones de vida eran deplorables desde el primer momento y aún empeoraron más cuando, a finales de aquel mismo año, el gobernador alemán ordenó cerrar el acceso al guetto envolviéndolo con un muro de 3 metros de altura y limitando las raciones destinadas a los judíos a unas míseras 184 calorías diarias. En este marco, las enfermedades y los conatos de epidemia pronto empezaron a campar por las calles del ghetto... e Irena supo aprovecharse de la situación.
Cuando conoció las condiciones de vida a las que estaban siendo sometidos los judíos, Irena se unió al Zegota (Consejo para la Ayuda de Judíos) y consiguió acceso franco al ghetto mediante un pase sanitario proporcionado por los propios alemanes, quienes no querían entrar al recinto por miedo a las epidemias de tifus. Una vez dentro, nuestra protagonista se dedicó a hablar con las familias judías y ganarse su confianza hasta que consintieran en entregarle a sus hijos, a los que Irena sacaba del ghetto en ambulancias, ataudes, bolsas de basura o sacos de patatas para darles una nueva identidad y entregarlos en adopción a familias polacas que quisieran hacerse cargo de los niños hasta que sus familias fueran liberadas. Pronto, Irena comprendió que su labor no sería suficiente para salvar a todos los niños, así que consiguió pases para algunas de sus amigas, creando un pequeño "ejército" de voluntarias encargadas de sacar a los niños del ghetto y distribuirlos por Varsovia bajo un nuevo nombre.
A finales de 1.942, esta enfermera de Varsovia y sus chicas habían salvado la vida de 2.500 niños... pero su labor no terminaba ahí. Irena sabía que la distribución de los pequeños entre familias polacas era provisional pues, tarde o temprano, los niños crecerían y querrían recuperar su familia y su identidad, así que ideó un archivo en el que plasmaba los detalles de cada rescate, el nombre anterior del niño en cuestión, su nueva identidad y cuál era su familia de acogida. Todo fue viento en popa hasta que, en 1.943, la Gestapo empezó a sospechar de las actividades de Irena, quien, sabiendo que su detención era cuestión de días, guardó sus listas en frascos de vidrio y los enterró en el jardín de su vecina para que fueran a parar a las manos adecuadas en caso de que ella muriese.

Irena Sendler (2.005)
El día 20 de octubre de 1.943, Irena Sendler fue detenida por la policía política del Reich y recluída en la prisión de Pawiak. Los torturadores se emplearon a fondo con ella, pues era la única que conocía la identidad y ubicación de los niños a los que había conseguido sacar del ghetto. Aún así, Irena no se derrumbó, sino que soportó las torturas con estoicismo y no traicionó a sus niños.
Dando a los rescatados por perdidos, las autoridades alemanas ordenaron la ejecución de Sendler pero, mientras esperaba su hora en el "corredor de la muerte", un soldado alemán se la llevó para un interrogatorio adicional, traspasando los muros de la prisión y exhortándola a que corriese por su vida. Al día siguiente, Irena encontró su nombre en la lista de polacos ejecutados en Pawiak.
¿Se debe este acto al buen corazón del soldado?  Me temo que no. Los miembros de Zegota habían sobornado a una parte de la guarnición alemana para comprar la vida de su miembro más activo.
Cuando por fin terminó la guerra, Irena desenterró con sus propias manos los frascos que había enterrado en el jardín de su vecina y entregó las listas al director del recién creado "comité para la salvación de los judíos supervivientes", quien dio orden de empezar inmediatamente una investigación... lamentablemente, la mayoría de las familias originales de estos niños habían muerto en el ghetto o habían sido deportadas a distintos campos de exterminio.

Como nota curiosa, diremos que ninguno de los niños conocía a Irena por su nombre real, sino que la llamaban "Jolanta", su nombre en clave durante las operaciones en el ghetto, así que ninguno pudo agradecerle personalmente su labor... hasta que, años después, su cara salió en un periódico polaco y uno de sus antiguos niños, ya crecido, la reconoció. Así empezó un aluvión de llamadas y visitas de agradecimiento culminado con el reconocimiento de Irena Sendler como Justa y ciudadana de honor de Israel por el Yad Vashem de Jerusalén.
Nuestra protagonista murió en 2.008 en su Varsovia natal. Contaba con 98 años de edad y con el reconocimiento de todo el pueblo polaco, cuyo gobierno le entregó en noviembre de 2.003 la Orden del Águila Blanca, la más alta distinción civil de Polonia.

Dejando atrás a Irena Sendler, nuestro viaje continúa con la historia de Raoul Wallenberg, nacido en Kappsta (Suecia) el 4 de agosto de 1.912. Criado en el seno de una familia pudiente, Wallenberg viajó a los Estados Unidos en 1.931 para estudiar arquitectura en la Universidad de Míchigan, de la que se graduó en 1.935 para volver a Suecia. Una vez allí y tras varias aventuras laborales fallidas, nuestro protagonista empezó a trabajar en "The Central European Trading Cente", empresa regentada por un judío llamado Koloman Lauer al que, dada la situación política de entonces, le estaba vedado el acceso a ciertas partes de Europa, por lo que Wallenberg iba en su lugar a reuniones de negocios en no pocas ocasiones. Así, el sueco empezó a trabar contacto con los nazis y a comprender como funcionaba su nueva corriente de pensamiento.
Las cosas continuaron así hasta que, en el verano de 1.944, Wallenberg fue destinado como diplomático a la embajada sueca en Budapest. Por aquel entonces, nuestro protagonista ya llevaba mucho tiempo con la mosca detrás de la oreja: había hecho negocios con los nazis, cierto, pero desde la invasión de Polonia las relaciones se habían estropeado bastante. En cuanto puso los pies en suelo húngaro y vio con sus propios ojos las atrocidades que los nazis cometían sobre los judíos, Wallenberg se puso manos a la obra: empezó a entregar a los judíos de Budapest pasaportes que los identificaban como suecos en espera de repatriación. Estos pasaportes, evidentemente, eran falsos y no tenían ningún valor legal, pero su aspecto y el sello de la embajada los hacían pasar por buenos ante las autoridades alemanas de la zona.
Raoul Wallenberg
Viendo que no era suficiente, el sueco alquiló de su propio bolsillo varios inmuebles en la ciudad y alojó en ellos a centenares de judíos. Esto por si mismo no habría tenido ningún valor para el ejército alemán, que ostentaba la potestad de poder entrar donde quisiera y cuando quisiera, por lo que Wallemberg colgó de las fachadas de estos edificios carteles falsos que los identificaban como "Biblioteca de Suecia" o como "Instituto Sueco de Investigaciones".
Por si esto fuera poco, 2 días antes de la llegada del ejército rojo a Budapest, Wallenberg negoció con los jerifaltes nazis de la ciudad  la anulación de una orden de deportación masiva que debía llevar a centenares de judíos húngaros a los campos de exterminio. Al final de la guerra y ya en el terreno de la leyenda, se habla de que el diplomático consiguió también que fuera revocada la órden de destruir todos los ghettos de la ciudad antes de abandonar Hungría; esta historia no está contrastada pero, de ser cierta, la cifra de judíos salvados por Wallenberg oscilaría en torno a los 100.000.
Como ya se sabe, la historia no siempre es justa con los hombres de honor, de modo que cuando el Ejército Rojo entró en Budapest el día 17 de enero de 1.945, Wallenberg fue detenido y deportado a la prisión de Lubyanka, en Moscú, bajo cargos de espionaje que nunca han sido demostrados. La fecha de la muerte de Wallenberg es confusa, pues los informes fueron ocultados durante bastante tiempo por el gobierno soviético, pero la datación oficial sitúa el óbito el 16 de julio de 1.947.

En la misma ciudad y en la misma época pero a una escala algo menor encontramos al diplomático español Ángel Sanz Briz, que utilizó las mismas herramientas que Wallenberg entregando pasaportes españoles a los judíos y alegando que estos eran de ascendencia sefardí. Además de esto, Sanz Briz convenció al representante de la Cruz Roja en Budapest para que "decorase" las fachadas de sus hospitales y orfanatos con placas que los identificaban como sedes diplomáticas de la embajada española, con lo que contribuyó a salvar la vida de unos 5.000 judíos en la Hungría ocupada.

No sería justo dar carpetazo a este artículo sin hablar de los salvadores encuadrados en el corazón del propio eje. En primer lugar, hablaremos de Chiune Sugihara, cónsul de Japón en Kaunas (Lituania) cuyas órdenes consistían en informar al gobierno nipón de los movimientos de tropas que se produjeran en el frente oriental.
Haciendo caso omiso de la característica rigidez japonesa y, ya de paso, de las órdenes que había recibido, Sugihara se dedicó a conceder visados japoneses a los judíos de Kaunas. Dado que no podía hacer uso de las herramientas del consulado, el nipón pasaba unas 18 horas al día escribiendo los visados a mano y sellándolos bajo su propia responsabilidad para después repartirlos entre la multitud que trataba de huir hacia el este. Aún con el visado, para un judío era difícil salir del territorio ocupado y atravesar Rusia, por lo que Sugihara pactó con el bando soviético un permiso para que los judíos con visado japonés pudieran usar el transiberiano para atravesar su país en busca de un futuro mejor en China, Japón o incluso en la propia Unión Soviética.
A partir de este momento, Sugihara empezó a trabajar aún con más ahinco, generando en un día el volumen de visados estimado para un mes y arrojaándolos directamente sobre la multitud de judíos que esperaba junto a los trenes para ser deportados.
Es muy difícil determinar la cantidad de personas que se salvaron gracias a los visados japoneses de Sugihara, pero las cifras oscilan entre los 2.000 y los 10.000 judíos, lo que no le hizo ninguna gracia al gobierno japonés. Inexplicablemente, en lugar de ordenar su ejecución, el alto mando nipón le desplazó al consulado de Praga y, posteriormente, le obligó a dimitir de su cargo diplomático.

Hans von Dohnanyi
Por último, hablaremos de Hans von Dohnanyi, un salvador de judíos en el corazón de la Alemania nacionalsocialista.
Nacido en la esplendorosa Viena de 1.902, Dohnanyi pronto se trasladó a Berlín, ciudad en la que creció y estudió obteniendo un doctorado en derecho en el año 1.925. A partir de este momento, Hans empezó a trabajar como jurista y consejero de altos cargos, labor gracias a la que conoció a personalidades como Hermann Göring, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler y hasta al mismísimo Adolf Hitler, que le dieron acceso a documentos legales clasificados como secretos y le pidieron asesoramiento en materia legal. Unido al régimen, Dohnanyi siguió granjeándose las simpatias del partido hasta 1.934, año en el que tuvo lugar la "noche de los cuchillos largos".Viendo de lo que eran capaces los nazis en su obsesión por el Reich, el austriaco se unió a la resistencia alemana y empezó a criticar públicamente al gobierno, lo que le valió el traslado forzoso a Leipzig en 1.938.
Desde allí, Dohnanyi contribuyó a la huída a Suiza de 14 judíos y confabuló junto a Fabian von Schlabrendorff y Henning von Tresckow para asesinar al propio Hitler. Las autoridades alemanas sabían del complot, pero no podían demostrar la participación en el conato de magnicidio, por lo que ordenaron la detención del austriaco bajo cargos de "violación de las leyes monetarias" y su posterior traslado al campo de concentración de Sachsenhausen, donde llegó en 1.944.
Poco después, el 20 de julio de aquel mismo año, se produjo en Wolfsschanze otro intento de asesinato contra el Führer que, esta vez sí, casi consigue acabar con su vida... el problema para Dohnanyi fue que las investigaciones posteriores consiguieron dejar en evidencia su participación en el atentado anterior, lo que le valió una pena de ahorcamiento que acabaría con su vida el 9 de abril de 1.945, dos semanas antes de la liberación del campo.

Estos son tan sólo algunos ejemplos de los que se alzaron como héroes del holocausto. Es cierto que, durante la II Guerra Mundial muchos hombres lucharon por destruir una raza a la que veían como animales... pero no es menos cierto que otros muchos hombres y mujeres actuaron con justicia, salvando a aquellos a los que consideraban no cómo judíos sino, simplemente, como seres humanos.

miércoles, 18 de julio de 2012

Carlos de Austria

De todos es sabido que el casarse entre primos, tíos o lo que se tercie era el pan nuestro de cada día en las casas reales europeas del siglo XVI. En España, esta obsesión por la endogamia ha dado auténticas joyitas faltas de luces que, con el tiempo, se convirtieron en reyes catastróficos... pero lo del personaje que nos ocupa hoy clama al cielo.

Carlos de Austria
El día 8 de Julio de 1.545 nacía en Valladolid el primogénito de Felipe II con su primera mujer, María Manuela de Portugal. El rey Felipe, a sus 18 años estaba exultante y henchido de orgullo por el nacimiento de un varón que prolongara su estirpe pero las cosas cambiaron cuando, tan sólo cuatro días después del nacimiento del pequeño Carlos, la reina moría dejando al niño a cargo de su marido quien, a la sazón, era también primo por partida doble de la difunta.
Carlos de Austria se crió en compañía de sus tías y familiares más cercanos, pues los asuntos de la corona reclamaban la atención constante de Felipe II, quien pasaba largos periodos lejos de la península ibérica.
El niño, como buen Habsburgo, era fruto de la proverbial endogamia de la sangre azul y, si su abuela paterna (Juana la loca) ya traía "tara", él no iba a ser menos. Conforme avanzaba su desarrollo, el niño demostraba cada vez más a las claras que tenía muy poquitas luces y que, además, hacía gala de un carácter cruel, pues gozaba asando liebres vivas y cegando caballos en el establo real. La cosa llegó hasta el punto de que, a la edad de 11 años, ordenó azotar para su diversión y regocijo a una muchacha que, posteriormente, tuvo que ser convenientemente indemnizada por la corona.
Felipe II era perfectamente consciente de la crueldad de su hijo pero, quizá debido a su también deficiente desarrollo físico (tenía un hombro más alto que otro, una pierna más larga que la otra, el pecho hundido y una nada desdeñable joroba), achacaba estos desmanes a la frustración del crío, de modo que en 1.560 obligó a las Cortes de Castilla a reconocer al joven Carlos como heredero legítimo al trono.

Con 15 años el adolescente fue trasladado a Alcalá de Henares para dar inicio a una etapa universitaria que debía formarle de cara a sus futuros deberes al frente del gobierno. Su salud era bastante endeble y sufría continuas fiebres que obligaban a los médicos a desvivirse en tratamientos absurdos que no llevaban a ninguna parte pero que, al menos, mantenían con vida a Carlos. Esta etapa se prolongó durante dos años, hasta que el heredero cayó rodando por unas escaleras y se golpeó la cabeza quedando bastante tocado.
Los intentos para recuperar su salud fueron desde la medicina tradicional hasta los curanderos pasando por la religión, pues la momia de fray Diego de Alcalá fue sacada de su sepulcro y tumbada en la cama junto al joven agonizante en un absurdo intento por atraer la gracia del difunto al que, supongo, no le haría ninguna gracia que le arrancaran de su descanso eterno para tumbarle junto a aquel despojo... pero no nos desviemos del tema: finalmente, la cosa se saldó con una trepanación practicada por el médico de la corte que no sólo salvó la vida del joven Carlos, sino que además acentuó su carácter cruel y excéntrico.

Carlos de Austria
El chico tenía la cabeza regular pero, para bien o para mal, era el heredero al trono y debía ser educado como tal, así que su padre le nombró miembro del Consejo de Estado en un intento de que tomara contacto con las labores de la corona.
Corría ya el año 1.564 y Felipe II cada vez estaba más harto de las excentricidades de su hijo. Tratando de quitárselo de encima, la corona española llegó incluso a entablar negociaciones para casarlo con la mismísima María Estuardo... pero aquella alianza era demasiado importante y ya era vox populi que Carlos de Austria era un bobalicón de tomo y lomo, de modo que Felipe decidió no dejar semejante responsabilidad en sus manos.
Esto supuso un revés para la autoestima de Carlos, quien a partir de entonces redobló su interés por conseguir un objetivo que ansiaba desde hacía tiempo: el gobierno de los Países Bajos.

Carlos se burlaba constantemente de su padre e incluso trataba de desautorizarlo públicamente cada vez que tenía ocasión, pero Felipe aún miraba a su hijo con una cierta indulgencia y la cosa no habría pasado a mayores de no ser porque el príncipe le contó a su amigo Ruy Gómez de Silva que iba a emprender una huída hacia los terrotorios del norte para forzar a su padre a darle el poder. El problema es que Ruy no era tan discreto como Carlos creía y las noticias llegaron rápidamente a oídos del rey, que saldó el episodio con una nueva reprimenda que provocó nuevos desmanes como, por ejemplo, amenazas de muerte al Duque de Alba o la orden, emitida en 1.567, de quemar un edificio desde el que se habían lanzado aguas que le habían manchado.
A estas alturas, Felipe II ya había perdido todas las esperanzas depositadas en su primogénito, que seguía empeñado en ir a los Países Bajos.
Carlos le pidió a su tío, Juan de Austria, que le llevara a Italia para partir desde allí hacia el norte; Juan, como era de esperar, "perdió el culo" por ir a contarle al rey lo acontecido, pero el castigo habría quedado en nada de no haber sido porque el chico, del que ya hemos dicho que no tenía muchas luces, hizo partícipe al prior de Atocha de sus planes para asesinar a su padre y tomar el poder por las malas.
El día 18 de enero de 1.568 Felipe II, harto ya de las salidas de tono de su hijo, ordenó que este fuera recluído en sus aposentos y aislado del mundo exterior.

Viéndose acorralado, Carlos de Austria amenaza con quitarse la vida, por lo que Felipe ordena que le sean retirados todos los tenedores y cuchillos. Ante esta medida, el joven reacciona emprendiendo una huelga de hambre... en la que fracasa estrepitosamente.
Al darse cuenta de que no es capaz de imponer su voluntad, Carlos empieza a comer sin medida, dándose auténticos atracones en la intención de pasar su periodo de reclusión de la mejor manera posible, pero también en eso fracasa. En uno de estos banquetes pantagruélicos, Carlos de Austria muere reventado por dentro. Corría el año 1.568 y el futuro rey contaba con 23 años de edad.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Tsutomu Yamaguchi

Tsutomu Yamaguchi... seguramente, este nombre no os diga nada pero, ¿y si añadimos el dato de que sobrevivió a dos de las mayores catástrofes militares de la historia? La entrada de hoy trata sobre un hombre que, por circunstancias de la vida, se vio atrapado los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki. Sí, en los dos; y no sólo eso sino que, además, sobrevivió.

Tsutomu Yamaguchi
Nacido el 16 de marzo de 1.916, Yamaguchi trabajaba en Nagasaki como ingeniero encargado del diseño de petroleros pero, en el verano de 1.945, su empresa le destinó durante tres meses a la prefectura de Hiroshima. El día 6 de agosto, Yamaguchi estaba preparando las maletas para volver a Nagasaki junto con dos compañeros llamados Akira Iwanaga y Kuniyoshi Sato. A las 8:15 de la mañana, cuando estaban camino de la estación, el tristemente recordado Enola Gay oscureció el cielo de Hiroshima y dejó caer su carga mortal sobre el centro de la ciudad.
Nuestro protagonista y sus compañeros estaban a tres kilómetros del centro de la explosión pero, aún así, la onda expansiva cegó temporalmente a Yamaguchi, reventó sus tímpanos y causó serias quemaduras en la mitad superior izquierda de su cuerpo.

Tras recibir tratamiento por sus heridas, Yamaguchi se reúne con sus compañeros y parte rumbo a Nagasaki, donde llega el día 9 de agosto. Una vez allí, mientras nuestro protagonista relata a sus superiores la experiencia vivida en Hiroshima, el Bockscar descarga la segunda bomba atómica sobre Nagasaki.
Yamaguchi tiene la suerte de encontrarse (al igual que sucedió en Hiroshima) a 3 kilómetros del punto de impacto. La diferencia respecto al anterior bombardeo fue que, en esta ocasión, Yamaguchi se encontraba dentro de un edificio, lo que le permitió salir más o menos indemne del incidente: las heridas que sufrió fueron debidas a que no encontró asistencia médica para cambiar los vendajes que le habían puesto en Hiroshima, lo que le provocó una infección que le mantuvo en cama durante varios días.

Tras vivir estas experiencias, Yamaguchi pasó a trabajar como traductor para la fuerza de ocupación americana hasta que, finalmente, recuperó su antiguo empleo como diseñador de petroleros.
Años después , en 2.006 participó en la grabación de un documental sobre los nada menos que 165 supervivientes de ambas bombas atómicas. Lo que diferencia a Yamaguchi del resto de afectados es que él es el único superviviente de ambas masacres oficialmente reconocido por el gobierno japonés... o, mejor dicho, lo era hasta que murió el 4 de enero de 2010 víctima de un cáncer de estómago.