miércoles, 30 de enero de 2013

La monja alférez

La historia de hoy nos lleva hasta la España de finales del siglo XVI, aquella España enfrascada en el expolio de América en la que cualquiera que contase con una espada y un par de huevos podía ganarse la vida en el recién descubierto continente. La persona a la que dedicaremos unos minutos en esta entrada no contaba en un principio con ninguno de los dos requisitos, pero igualmente buscó su oportunidad más allá del Atlántico.

Catalina de Erauso
Catalina de Erauso, pues así se llamaba nuestra protagonista de hoy, nació en San Sebastian en el seno de una familia militar encabezada por su padre, el capitán Miguel de Erauso. Sus padres, aunque les doliera reconocerlo, pronto se dieron cuenta de que la pobre muchacha no era precisamente agraciada y de que, por si esto fuera poco, tenía un carácter bastante difícil de llevar; así que tomaron la decisión de internarla en un convento para ver si Dios era capaz de domarla.
Todo fue más o menos bien hasta que Catalina cumplió los 15 años, fecha en que debía ser ordenada como monja. La de Erauso andaba revuelta por aquellas fechas y, para más inri, tuvo una pelea con otra novicia que se atrevió a levantarle la mano... el resultado fue que el antiguo carácter de Catalina afloró y la novicia recibió una paliza, lo que le valió a nuestra protagonista un encierro forzado en su celda. En aquellos momentos de soledad, Catalina de Erauso decidió que no estaba hecha para la vida monástica, por lo que se disfrazó con ropas de campesino y se dió a la fuga.
Durante los siguientes años, Catalina vagó disfrazada de hombre por el norte de España utilizando los nombres de Alonso Díaz o Francisco de Loyola entre otros. Finalmente se dio cuenta de que su tierra natal nada podía ofrecerle ya, así que encaminó sus pasos hacia Sanlúcar de Barrameda, cruzando España de norte a sur para embarcarse rumbo a Ámerica.

Llegó a Perú armada con un nombre falso, una espada, un par de cuchillos y mucha mala leche. Allí, se puso a las órdenes de varios capitanes en  busca de fortuna hasta que, en el año 1.619, surgió ante Catalina (o Francisco, a gusto del consumidor) la oportunidad de demostrar su valía ante la corona: la Guerra de Arauco contra los mapuches chilenos.
En aquel conflicto, la de Erauso luchó con denuendo (pues era hábil con las armas) y consiguió prosperar hasta alcanzar el rango de alférez... pero su carácter seguía siendo difícil y era demasiado pendenciera incluso para los estándares de un soldado de la época. Tanto fue así que, en 1.637, Catalina se vió envuelta en una pelea que terminó con la mujer detenida y condenada a muerte por el propio ejército español.
Para evitar su ejecución, la de Erauso tuvo que reconocer ante el obispo de la zona que en realidad era una mujer y que, además, había pasado su infancia y juventud en un convento. El obispo no se fiaba un pelo, por lo que hizo llamar a una matrona para que examinara a Catalina, lo que dictaminó que era verdaderamente una mujer y que, además, era virgen.

Viajes de la monja alférez
Nuestra protagonista era pendenciera pero no tenía un pelo de tonta. Le soltó al obispo una milonga digna de Hollywood que culminó con el envío de Catalina de vuelta a España para ser recibida por el rey Felipe IV en persona, quien no sólo la permitió seguir utilizando su nombre y sus vestiduras de hombre, sino que además mantuvo su graduación militar.
Sus aventuras corrieron de boca en boca por toda la Europa continental hasta el punto de que el mismísimo Papa de Roma, Urbano VIII, la recibió en audiencia personal.

Tras una gira estelar por los territorios pontificios, Catalina volvió a América (concretamente a México), donde se estableció definitivamente en el año 1.630 para regentar un negocio de transporte de mercancías entre Veracruz y la capital del país. El negocio funcionó exitosamente durante 20 largos años hasta 1.650, cuando Catalina murió a la edad de 58 años dejando tras de sí una fantástica historia que corrió como la pólvora por la Europa del siglo XVII.

miércoles, 23 de enero de 2013

La "Asociación de Gente Muerta" de Uttar Pradesh

 La historia de Lal Bihari Mritak, un granjero indio de la región de Uttar Pradesh, es, cuanto menos, curiosa. Baste decir a modo de introducción que este hombre nació en el año 1.955, murió en 1.975... y volvió a nacer en 1.994.

Escudo de Uttar Pradesh
Durante veinte años, Bihari fue un hombre feliz; un granjero que dedicaba su vida al cultivo de sus tierras en una región en la que poseer un terruño en el que plantar algo era una auténtica bendición de Dios (o de los dioses, no olvidemos que esta historia sucedió en La India). El problema es que en el año 1.975, las necesidades económicas irrumpieron en la vida de Bihari como un elefante en una cacharrería y este se vio obligado a acudir al banco en busca de un préstamo. Una vez allí, plantado ante un oficinista elegantemente vestido, Bihari entregó sus papeles y el crédito le fue denegado porque, según los registros del banco, un difunto no podía solicitar financiación.

- Pero oiga, que no estoy muerto; que estoy aquí pidiéndole dinero.
- Ya, ya. De verdad que lo siento, ¿eh? Pero es que verá: lleva usted muerto bastante tiempo... lo raro es que no se haya enterado hasta ahora.

La conversación con el empleado de banca debió de ser completamente surrealista, pero gracias a ella y tirando del hilo que el oficinista le había puesto en la mano, Bihari descubrió que su tío había sobornado a un oficial del gobierno para que le declarara oficialmente muerto y poder quedarse así con la propiedad de sus tierras. Atónito, nuestro protagonista descubrió que estaba, efectivamente, muerto... al menos sobre el papel.

A partir de ese momento Lal Bihari se embarca en una lucha encarnizada contra el sistema para intentar atravesar el laberinto burocrático y demostrar lo evidente: dijeran lo que dijeran los registros, sigue vivo. En su cruzada particular, nuestro protagonista añade al final de su nombre la palabra Mritak (difunto) para mofarse de su destino y, en un par de vueltas de tuerca más, él mismo organiza su propio funeral y exige al gobierno una pensión de viudedad para su esposa.
Lal Bihari Mritak
En el mismo perido de tiempo, fundó la "Asociación de Gente Muerta" de Uttar Pradesh, destinada a encontrar gente que se encontrase en la misma situación que él y que quisiera luchar por volver a estar "viva". En sus inicios, dicha asociación dio con unas 100 personas oficialmente muertas sólo en el área de Uttar Pradesh pero, a día de hoy, cuenta con algo más de 20.000 miembros en toda La India.
Lo cierto es que al bueno de Bihari, lo del funeral y la pensión no le sirvió para mucho, así que decidió mostrarse a la opinión pública en todo su esplendor: se presentó como candidato a primer ministro en las elecciones de La India de 1.989 contra Rajiv Gandhi. Evidentemente perdió, pero todo el país pudo ver que aquel muerto estaba muy vivo y que, tras 15 años difunto, aún seguía con ganas de dar guerra.

Sea como fuere, Lal Bihari Mritak consiguió que la administración india diera marcha atrás y anulara su muerte en el año 1.994, pese a lo cual nuestro protagonista mantuvo su segundo nombre e intensificó sus actividades "post-mortem" luchando por los casos que había conocido en su asociación. En 2.004, Bihari culminó su lucha particular obteniendo un escaño Lal Ganj pero, pese al impulso que le daba su nueva posición, no pudo utilizar sus influencias para ayudar a la "Asociación de Gente Muerta", que sólo ha conseguido rescatar de la muerte burocrática a 4 de sus miembros.

miércoles, 16 de enero de 2013

Los sitios de Zaragoza (2 de 2)

Volvamos hoy al tema que nos ocupaba la semana pasada. El propio Napoleón definía a los españoles como “una chusma de aldeanos guiada por una chusma de curas”... pues bien: esa chusma le había dado donde más duele en Madrid y estaba poniendo las cartas sobre la mesa en el nudo de comunicaciones de Zaragoza.

Jean Lannes
Con la escabechina de Madrid, la derrota en Bailén y la soba que le estaban dando los maños en Zaragoza a los orgullosos soldados imperiales, el mismísimo emperador en persona se vio obligado a cruzar los Pirineos con un ejército y poner rumbo a la capital para intentar poner un poco de orden en aquel desmadre. Napoleón, como el gran militar que era, baja hasta Madrid zurrándole la badana a todas las tropas españolas que le salen al paso, pero con la que se ha liado en Bailén no tiene tiempo para detenerse a sofocar revueltas y le cede el mando de los ejércitos del Ebro a Jean Lannes, mariscal de Francia y hombre de su total confianza.
El 21 de diciembre de 1.808, Lannes se planta ante las puertas de Zaragoza con un ejército formado por 35.000, 2.000 jinetes y suficiente artillería como para volar la ciudad... pero Palafox había tenido tiempo para hacerse fuerte en la capital maña que, aunque no había finalizado su proceso de fortificación, contaba ahora para su defensa con 30.000 soldados del ejército regular a los que había que sumar los miles de voluntarios que resistieron el primer sitio y 160 cañones de diverso calibre. Aún así, aquel 21 de diciembre los franceses avanzaron con un tesón increíble tomando algunos territorios extramuros pese a la enconada resistencia y dedicando los siguientes días a levantar puentes y trincheras que sirvieron para establecer un cerco mucho más asfixiante que el usado en el primer sitio.
El bloqueo en torno a Zaragoza se fue intensificando a medida que los de Lannes tomaban palmo a palmo los reductos que se encontraban extramuros. Cada palmo de terreno era luchado hasta la última gota de sangre y el el combate casa por casa se convirtió en una constante en la que los franceses tropezaban una y otra vez, bien siendo acribillados por los fusileros o bien siendo degollados a filo de navaja por los batallones de voluntarios. Con todo, el mariscal de Francia consiguió tomar los barrios periféricos el día 15 de enero de 1.809, día en que cayeron los reductos de Triniteros y Santa Engracia dejando la resitencia confinada tras los parapetos de la ciudad.

Defensa de Santa Engracia
A partir de este momento, Lannes se decidió a no cometer los mismos errores en los que había caído previamente su compatriota Lefèvre: ordenó plantar sus baterías en los barrios que habían tomado extramuros y empezó un intensisísimo bombardeo sobre la ciudad que sólo se detenía para permitir las salidas puntuales de la infantería. Estas internadas implicaban siempre una lucha a brazo partido en las brechas del parapeto, un combate en el que los franceses se estrellaban una vez tras otra contra la feroz determinación aragonesa. Incluso del propio Lannes se dio cuenta de la carnicería a la que estaban siendo sometidos tanto sus hombres como los propios defensores; baste como muestra el extracto de uno de los informes que el mariscal envió a Napoleón y en el que decía:

"Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores... ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena."

La defensa se prolonga durante semanas hasta que, el día 21 de febrero, con la población mermada por el hambre y con el propio Palafox enfermo de tifus, Saint-Marq (el segundo al mando de Palafox) capitula ante los franceses. Para entonces, 43.000 zaragozanos han muerto defendiendo su ciudad casa por casa y calle por calle pero, aún así, los aragoneses salen orgullosos al encuentro de los franceses que les han obligado finalmente a rendirse mientras Zaragoza arde tras ellos por los cuatro costados.

miércoles, 9 de enero de 2013

Los sitios de Zaragoza (1 de 2)

La entrada de hoy nos lleva, una vez más, a aquellos años convulsos de la Guerra de Independencia española. El alzamiento del 2 de mayo en Madrid contra el dominio francés fue la chispa que prendió la pólvora revolucionaria de una nación que vivía bajo las suelas de Napoleón... pero Madrid no fue la única ciudad en presentar batalla. Vamos a dedicar unos minutos a repasar unos de los acontecimientos más representativos de aquella guerra: los sitios de Zaragoza.

José de Palafox
Los antecedentes que llevaron al alzamiento aragonés son los mismos que propiciaron la carnicería de Madrid, por lo que tomaremos como punto de inicio para nuestra historia la llegada a Zaragoza de las noticias de lo que había pasado en la capital.
En aquella españa de 1.808 en la que la gran mayoría de los españoles de a pie estaban más que hartos de la soldadesca francesa, la brutal represión de la revuelta madrileña sentó como una patada en salva sea la parte. Las ciudades empezaron a mostrar abiertamente su descontento llegando a producirse en Zaragoza un asalto en toda regla al Palacio de la Alfajería, cuartel de la guarnición de la ciudad, cuando el capitán de la misma se negó a armar a los civiles. El embate se saldó con el capitán encarcelado por afrancesado, la guarnición sublevada junto con sus conciudadanos y el pueblo alzado en armas; todo ello orquestado por José de Palafox, brigadier español prófugo de los franceses que había sido llamado a la ciudad al empezar el alzamiento.
En estas estábamos cuando el nuevo líder revolucionario decidió plantarse ante los gabachos y prolongar la sublevación más allá del asalto a la guanición. Ayudado por Antonio Sangenís (coronel de ingenieros), Palafox ordena la leva de tercios de voluntarios que son inmediatamente armados la Alfajería y la fortificación de la ciudad, que debe llevarse a cabo tan rápido como se pueda antes de que los franceses decidan contraatacar, cosa que sin duda harán más pronto que tarde.

Palafox no andaba desencaminado. Zaragoza era un punto vital para el aprovisionamiento de la fuerza de ocupación francesa, pues se encontraba en la encrucijada que unía Barcelona con Madrid y el País Vasco con Valencia, de modo que el 6 de junio de 1.808, 12 días después de la toma de la Aljafería,un ejército francés formado por 5.000 infantes respaldados por 3 escuadrones de caballería y 6 piezas de artillería se pone en camino desde Pamplona con orden de sofocar la rebeldía de aquel puñado de desarrapados que no superaban el número de 5.000 y que se habían puesto por voluntad propia bajo las órdenes de un prófugo como Palafox.

Palacio de la Aljafería
La tropa francesa avanza sin oposición hasta que el 12 de junio se encuentra en las inmediaciones de la localidad aragonesa de Alagón con un destacamento a las órdenes del hermano de Palafox. Los voluntarios están pobremente armados y carecen de instrucción militar, por lo que son escabechados rápidamente por los de Pamplona consiguiendo, pese a esto, retrasar el avance francés lo suficiente como para que, cuando el 15 de junio la columna gala se planta a las puertas de Zaragoza, esta ha sido fortificada (aunque pobremente) y el número de voluntarios asciende ya a 10.000.
Los cañonazos empiezan a medio día abriendo sendas brechas en las improvisadas murallas. Palafox ha huído con su plana mayor dejando a la ciudad huérfana de líder, pero los zaragozanos están decididos a resistir y nada ni nadie va a hacerles cambiar de idea. Los franceses se lanzan como lobos hacia las brechas confiando en que la resistencia sería mínima... no habían aprendido nada en Madrid sobre el precio de la arrogancia. Durante toda la tarde, los zaragozanos descargan artillería y fusilería contra los agujeros de la muralla practicando el tiro al gabacho. Sólo una columna de caballería es capaz de superar el bloqueo e internarse en la ciudad, pero la determinación aragonesa es grande y esconde un tirador tras cada esquina, por lo que la columna se ve mermada con cada paso que da hacia el corazón de la urbe hasta que, finalmente, un grupo de mujeres tira de las monturas a pedradas a los pocos que quedan para rematarlos a cuchilladas sobre el pavimento teñido de sangre. Los franceses, con el general de brigada Lefèvre a la cabeza, se retiran a toda prisa bajo una oleada de risas provenientes de las murallas. La tropa gala perdió en aquella jornada a 700 hombres y se vio forzada a huir en desbandada ante el escarnio general por culpa de la arrogancia de Lefèvre, que subestimó a los toscos habitantes de la capital aragonesa.

Durante los siguientes días, el ejército francés acordona la ciudad para cortar sus vías de suministros y la somete a bombardeo, pero las piezas de artillería son escasas y el cañoneo fracasa estepitosamente (nunca mejor dicho) dejando a los zaragozanos tiempo para reforzar sus defensas y construir nuevos parapetos. A todo esto Palafox, viendo la que se estaba liando en Zaragoza, reune un pequeño ejército y empieza a hostigar la retaguardia francesa llegando a combatir en algunas escaramuzas mientras los franceses se lanzaban una y otra vez contra las murallas de la cuidad siendo rechazados en todas las ocasiones.

Jean Antoine Verdier
El día 25 de junio, harto ya de la incompetencia de Lefèvre, el alto mando francés envía al general de división Jean Antoine Verdier con una importante cantidad de refuerzos para que se haga cargo del mando y solucione la papeleta de una vez por todas. Verdier, hombre versado en las artes de la guerra, toma los barrios que se encuentran extramuros de la ciudad y posiciona su artillería para intensificar un bombardeo que se prolonga hasta que, el día 2 de julio, el ejército francés lanza un ataque a gran escalasobre las castigadas posiciones españolas, que resisten con denuendo luchando a brazo partido para rechazar la nueva ofensiva. En este día irrumpe en la historia una de esas mujeres duras que contribuyen a dar forma a los mitos: Agustina de Aragón. El combate se estaba prolongando durante mucho tiempo y la tal Agustina decidió ir a llevarle algo de comida a su marido, que combatía en los parapetos. Cuando pasaba ante la puerta del Portillo, la mujer advirtió horrorizada que todos sus defensores habían caído en combate y que un batallón francés corría rumbo a la ciudad así que, lejos de dejarse llevar por el pánico, Agustina agarró la mecha candente que sostenía en las manos un español herido y prendió el cañón descargando una salva a bocajarro que le quitó a los franceses las ganas de volver a intentarlo y que, además, dio tiempo suficiente para que otros defensores llegasen a la puerta. Quiso la providencia que Palafox hubiera escogido también aquel día para volver a la ciudad con sus refuerzos, que acudieron en auxilio de los defensores rompiendo el cerco francés y barriendo las puertas desde fuera. Al final del día los franceses se batían en retirada. Zaragoza había resistido un día más.

Tomándose el sitio mucho más en serio esta vez, los franceses construyeron un puente de tablas para cruzar el Ebro y ampliar el cerco hacia el otro lado cortando la vía que comunicaba la ciudad con Barcelona. Las tropas de Verdier pasan el resto del mes de julio tratando de tomar los barrios extramuros de aquel lado, pero los defensores han aprendido la lección y obligan a los franceses a enzarzarse en una batalla sin final en la que deben tomar casa por casa pagando un precio altísimo en vidas por cada palmo de terreno. Aún así, la tropa gala consigue finalmente tomar los arrabales y emprende una última ofensiva cuyo comienzo queda fijado para el día 4 de agosto de 1.808. 
En aquella fecha y tras tres días de bombardeo ininterrumpido que consigue devastar partes enteras de la ciudad, el ejército invasor se abalanza en pleno contra las murallas aragonesas. Los españoles resisten derramando litros de sangre  sobre el suelo que pretenden defender, pero la ofensiva es nuevamente rechazada y los franceses se ven obligados una vez más a retirarse. En esa batalla, el propio general Verdier es herido de gravedad, lo que da el toque de gracia a la moral francesa al tener que tomar Lefèvre de nuevo el mando. El general de brigada mantiene el cerco establecido por Verdier, pero es incapaz de defenderlo correctamente y una salida de Palafox consigue atravesarlo trayendo a la ciudad víveres y refuerzos.

Resistencia de Zaragoza
Lo que debería haber sido un ataque fácil para sofocar una protesta de pueblerinos se había convertido en una pesadilla para Lefèvre, que estaba cagadito de miedo viendo la que se le venía encima tras la desastrosa derrota sufrida en Bailén aquel mismo mes de julio por las tropas de su colega el general Dupont. Los españoles se habían cansado de aguantar y habían decidido sacudirse de una vez por todas el yugo tricolor... mal asunto.
Con este percal, los zaragozanos deciden tomar la iniciativa y salen fusil en mano a recuperar lo que es suyo: en pocas horas toman los barrios extramuros de la ruta catalana dejando a los franceses aislados el sur del Ebro con su cerco roto. En la noche del 13 de agosto, Lefèvre ordenó levantar el cerco y poner pies en polvorosa rumbo a Pamplona con el hermano de Palafox pisándole los talones al mando de un destacamento que debía unirse a la junta revolucionaria de Navarra.
Entre tanto, los habitantes de Zaragoza se afanaban en reparar los parapetos y fortificaciones de la ciudad en previsión de un posible contraataque francés.
Lefèvre abandonó la capital aragonesa dejando tras de sí unos 3.500 cadáveres y 50 piezas de artillería. El bando zaragozano, por su parte, tuvo 2.000 bajas que sirvieron para sembrar la simiente revolucionaria en aquellos lugares de España que aún no se habían alzado contra el dominio napoleónico.

Aquellas 50 piezas de artillería recuperadas tras la batalla junto con los 8.000 fusiles que el gobierno británico envió a la ciudad (más que nada para meter el dedo en la llaga francesa) serían de capital importancia para el segundo sitio... pero esa es una historia que trataremos la semana que viene y que comienza con el mismísimo Napoleón cruzando los Pirineos para tratar de atajar la que se estaba liando en España.