jueves, 25 de octubre de 2012

Aktion T4: la respuesta nazi a los discapacitados

El día 1 de septiembre de 1.939, coincidiendo con la invasión de Polonia, el régimen nazi se quitó por fin la careta y se sacudió la pátina democrática con la que venía cubriéndose desde 1.933. En esa fecha, las altas esferas del partido iniciaron en secreto uno de los proyectos más demenciales del régimen: el plan de eutanasia Aktion T4, llamado así por el lugar donde se encontraba el mando central de la organización, el número 4 de la Tiergantenstrasse berlinesa.

Promoción de la "eutanasia"
El Aktion T4 fue publicitado como una medida de gracia del régimen nazi, que consideraba la situación de epilépticos, deficientes, discapacitados físicos y enfermos en general como "vidas indignas de ser vividas", por lo que abogaba por acabar con su existencia por pura misericordia y, por qué no decirlo, para ahorrarse el dinero que le costaba al estado mantener a estas personas. Así, la propaganda nazi emitía constantemente anuncios como el que se publicó en el Neues Volk, la revista de la oficina de políticas raciales del NSDAP, en cuya portada aparecía un discapacitado encuadrado por el texto: "60 000 marcos es lo que esta persona que sufre de defectos hereditarios cuesta a la comunidad alemana durante toda su vida. Conciudadano, ese también es su dinero."
Mediante estas agresivas campañas de propaganda se intentaba concienciar al ciudadano de a pie de que la eliminación de los "elementos antisociales" era intrínsecamente necesaria para el avance de la Gran Alemania que estaba resurgiendo de sus cenizas tras el varapalo sufrido en el tratado de Versailles.
Con Viktor Brack (Jefe de la Cancillería del Führer) como cabeza visible y August Becker a los mandos, el Aktion T4 pronto empezó a desarrollar sus actividades en seis centros repartidos por Alemania y la Austria anexionada: Grafeneck, Brandenburg, Bembur, Hartheim, Sonnestein y Hadamar. Los primeros pacientes en "beneficiarse" de este nuevo tratamiento fueron los niños, a los que se trasladó desde sus hospitales de origen hasta alguno de los centros para después ejecutarlos por asfixia, sobredosis de fármacos o, simplemente, por inanición. Una vez se completaron los primeros compases de esta fase "experimental", el resto de enfermos físicos y mentales empezaron a compartir la suerte de los menores.

Viktor Brack
Los médicos de la Alemania nazi mostraron un apoyo casi unánime hacia el programa a pesar de que este era secreto y de que el pueblo sólo sabía lo que se contaba en los afiches publicitarios, es decir, que cada discapacitado costaba al estado 60.000 marcos, no que se se les estuviera exterminando sistemáticamente. No obstante y dado que el programa era una frontal contra el propio pueblo alemán (eran discapacitados, sí, pero alemanes al fin y al cabo), no tardaron en salir a la luz numerosos casos de familias afectadas.
Estas familias a las que el Aktion T4 había cercenado uno de sus miembros recurieron a la iglesia en busca de ayuda, lo que produjo un aluvión de curas enardeciendo al pueblo desde sus púlpitos contra el Aktion T4, que fue cancelado inmediatamente por un gobierno temeroso, por primera vez, de la fuerza del populacho... el problema es que el programa fue oficialmente cancelado pero extraoficialmente ampliado: A partir del año 1.941, la sede de Tiergantenstrassese vuelve aún más hermética y se descentraliza el sistema dando potestad a los médicos para decidir quiér era digno de vivir y quién no lo era sin recurrir a trámites burocráticos. Los médicos (que, recordemos, apoyaban amplamente el programa) aumentan el ritmo de las ejecuciones cuidándose de mantenerlo todo en el más absoluto secreto. Tanto es así que, incluso durante la ocupación aliada, muchos médicos afines al régimen nazi siguieron administrando en sus centros la "eutanasia no consentida".

Al final de la guerra, los crímenes cometidos por la medicina nazi durante el periodo de vigor del Aktion T4 fueron juzgados por la comunidad internacional en los famosos Juicios de Nuremberg, concretamente en un proceso conocido como el juicio de los doctores en el que Viktor Brack fue condenado a muerte bajo cargos de genocidio y crímenes contra la humanidad.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La batalla de Ramree

A finales de enero de 1.945 se daba el pistoletazo de salida a la batalla de la Isla Ramree, un terruño frente a las costas de Birmania que no le importaba ni siquiera a los soldados que la defendían pero que, por su situación, tenía un alto valor estratégico para el alto mando. Por esta razón los ingleses no escatimaron medios para la toma de la isla y enviaron a Birmania un fortísimo contingente de infantería respaldado por barcos y aviones de la RAF que bombardearon la costa de Ramree para que los soldados pudieran asegurar una cabeza de playa y efectuar el desembarco masivo de tropas. Los japoneses que formaban la guarnición asignada a Ramree opusieron una feroz resistencia, pero la expedición británica era tan poderosa que pronto consiguió separar en dos las fuerzas niponas dejando aislado en el norte de la isla a un grupo de unos 1.000 soldados. Entonces, los británicos atacaron la posición norte obligando a los pocos japoneses que allí quedaban a huír en un intento de establecer contacto con el resto del contingente nipón, situado 16 kilómetros hacia el sur.

Manglar
A partir de este punto de nuestra historia conviene que hagamos un pequeño ejercicio de imaginación y nos pongamos en la piel de uno de aquellos soldados japoneses: estamos en pleno febrero en una zona del planeta que se caracteriza por su clima tropical. Un calor asfixiante se une a la humedad que sale de los manglares contribuyendo al agotamiento que arrastramos por el más de medio mes que llevamos combatiendo contra los británicos y ahora, por si esto fuera poco, el alto mando nos pide que atravesemos a pie 16 kilómetros de pantano para reunirnos con nuestros compañeros.
Con cara de resignación y un reguero de sudor cayendo desde las sienes nos metemos en el manglar guardando la formación... pero el fondo es cenagoso, nuestros pies se enganchan constantemente en raíces y árboles hundidos y el agua nos llega por la cintura obligándonos a mantener el fusil en alto, por lo que el orden de marcha pronto se rompe y todo el contingente se disgrega en pequeños grupos que avanzan a duras penas. De pronto, se escucha un chapoteo y uno de los compañeros que marchan a unos 20 metros por la izquierda se hunde en el agua. Nadie sabe que ha pasado pero, unos segundos más tarde, el compañero emerge de nuevo con una raíz en la mano. Sólo ha tropezado y las risas de alivio se extienden entre los 900 soldados que formamos el contingente: estamos en el corazón del manglar y no tenemos intención de perder a ningún hombre. Un par de minutos después, otro chapoteo hace desaparecer a un artillero a nuestra derecha. Las risas hacen de nuevo acto de presencia, pero se van acallando a medida que pasa el tiempo y nuestro compañero no sale a la superficie. Empiezan entonces unos segundos de angustia en los que algunos se plantean bucear en su busca por si ha quedado atrapado entre las ramas del fondo... pero todo cambia cuando, en el sitio en el que ha caído nuestro compañero, sale a la superficie un borbotón de sangre que tiñe de rojo el agua parduzca del manglar.
El silencio que envolvía la marcha hasta ese punto se convierte entonces en una carrera alocada en la que cada uno hace la guerra por su cuenta. Los hombres que marchan en los flancos empiezan a correr hacia los bordes del manglar pero, en cuanto ponen los pies fuera de la zona pantanosa, los soldados ingleses los ametrallan. Nadie sabe que está pasando y la oscuridad es total, pero sea lo que sea que se esconde en el manglar, no puede ser peor que morir fusilado por la soldadesca británica... ¿o tal vez sí?

Cocodrilo marino
La cortina de fuego establecida por los ingleses nos obliga a regresar al cenagal. El agua nos llega ya por el pecho y avanzamos despacio, con los pies enganchándose en el fondo y sosteniendo el fusil por encima de la cabeza. El silencio es casi tan denso como la oscuridad, sólo rota de vez en cuando por el resplandor de una ráfaga disparaza al azar y seguida en la mayoría de las ocasiones por un chapoteo y una serie de chasquidos aterradores. Los hombres van cayendo uno tras otro y el olor de la sangre llena pronto el manglar de gritos. Los disparos se suceden en intervalos más cortos cada vez, pero no hay defensa posible y sólo podemos avanzar lo más rápido que podemos con la absurda esperanza de llegar de una pieza al final de aquellos malditos 16 kilómetros.
A nuestra espalda se oye un alarido y, al volver la mirada, vemos como "algo" emerge del agua llevándose al fondo al soldado que marcha dos puestos por detrás de nosotros. El pobre desgraciado sale a la superficie braceando y gritando como un loco solo para que (por fin podemos verlo con claridad) un cocodrilo enorme lo parta literalmente en dos de un mordisco. Descargamos un montón de balas sobre aquella bestia y, finalmente, conseguimos que suelte a nuestro compañero... pero el cuerpo está destrozado.
Empezamos a correr todo lo que podemos mientras a nuestro alrededor se desata el infierno. Las posiciones aliadas no deben estar ya demasiado lejos, pero los chasquidos, los gritos, los chapoteos y los disparos inundan el aire con una cacofonía enloquecedora.

Cuando por fin conseguimos salir del manglar, el recuento arroja una cifra de 880 desaparecidos a lo largo de 16 kilómetros de pantano.

La jornada del 19 de febrero en Ramree se convirtió en la mayor matanza de seres humanos llevada a cabo por animales hasta la fecha. La escena fue tan impactante que hasta el naturalista británico Bruce Wright escribió al respecto: "Esa noche fue la más horrible que cualquiera de la dotación de la ML [lanchón de desembarco de la infantería de marina] haya visto nunca. Entre el esporádico sonido de los disparos podían oirse los gritos de los hombres heridos, aplastados en las fauces de los enormes reptiles, y el vago, inquietante y alarmante sonido de de los cocodrilos girando creaba una cacofonía infernal que rara vez se ha igualado en la Tierra. Al amanecer llegaron los buitres para limpiar lo que los cocodrilos habían dejado... Del alrededor de 1000 soldados japoneses que entraron en los pantanos de Ramree, sólo unos 20 fueron encontrados con vida."
No obstante, debemos alegar "en defensa de los cocodrilos"  que los testimonios que han llegado a nuestros días respecto a lo que pasó frente a las costas birmanas provienen únicamente del bando inglés y que otras causas como los escorpiones, las serpientes o la simple falta de agua potable contribuyeron también a la enorme mortandad sufrida por el bando nipón.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El parpadeo de Jeremiah Denton

Jeremiah Denton Jr., nacido en Alabama en el año 1.924, ocupó el cargo de senador en Estados Unidos entre 1.981 y 1.987, pero hoy no vamos a hablar de eso, ni siquiera vamos a hablar de las 21 condecoraciones que atesora, sino que vamos a dedicar unas líneas a saber cómo se ganó dichas medallas.

Jeremiah Denton Jr.
Nuestra historia comienza una calurosa tarde de julio de 1.965 en el marco de la Guerra de Vietnam. Denton, que por aquel entonces servía como comandante, viajaba a bordo de un avión junto con su copiloto, el teniente Bill Tschudy. La misión que les había sido encomendada debía dirigirles junto con varias aeronaves más, hasta la ciudad norvietnamita de Thanh Hoa, donde debían efectuar un bombardeo a gran escala para después volver a la base americana. El problema es que el avión en el que viajaban Denton y Tschudy fue derribado y ambos tripulantes fueron hechos prisioneros por el enemigo.
A partir de este momento,estos dos soldados empezaron una penosa peregrinación por varios campos de reclusión norvietnamitas que les llevó a aguantar ocho años de cautiverio forzoso en los que pasaron por campos tan emblemáticos como los de "Zoo", "Hanoi Hilton" o "Alcatraz", donde Denton se unió a una banda de prisioneros americanos que fomentaba la rebelión contre los captores. Esto, como era de esperar, no cayó demasiado bien entre los norvietnamitas, lo que le valió a Jeremiah pasar la mayor parte de su cautiverio encadenado en una celda sin ventanas de tres metros por uno.

Hasta aquí todo normal, la historia de Denton no difiere en demasía de la de cualquier otro prisionero de guerra americano en Vietnam... pero Jeremiah era un tipo listo y cuando, en 1.966, la televisión norvietnamita se decidió a hacer una farsa documental para mostrar al mundo lo bien que trataban a sus prisioneros, Denton no dudó en ofrecerse voluntario.
Ante la cámara y mientras hablaba con un entrevistador norvietnamita sin perder en ningún momento el hilo de la conversación, nuestro protagonista se las arregó para parpadear en morse varias veces la palabra "tortura" al tiempo que contaba al mundo lo bien que le había tratado sus captores, lo que supuso para los servicios de inteligencia estadounidenses la primera confirmación oficial de que las condiciones humanitarias en los campor de prisioneros de Vietnam del Norte eran de todo punto inaceptables.
Pese a que sus captores nunca fueron conscientes de lo que había pasado y exhibieron orgullosos el vídeo ante el mundo, esta temeridad le valió a Denton la promoción al rango de capitán mientras aún permanecía cautivo y el inicio de una larga serie de condecoraciones por su heroísmo como prisionero de guerra.

El vídeo de la entrevista realizada a Denton aún puede verse (por si alguien está interesado) en los archivos del gobierno norteamericano, concretamente en el apartado "Denton" de la sección "scenes from hell".

miércoles, 3 de octubre de 2012

La armada... ¿invencible?

Si bien la denominación de "invencible" fue posteriormente acuñada por los ingleses en una maniobra propagandística excepcional (no en vano la armada de Felipe II es conocida así en todo el mundo), el episodio que nos ocupa hoy habla de una aventura en el que las prisas se mezclaron con la incompetencia y la mala suerte en un cóctel que resultó mortalmente humillante para los españoles del siglo XVI.

Felipe II
La Grande y Felicísima Armada, pues este era el nombre que le dio Felipe II fue armada (valga la redundancia) a toda prisa con la intención de que fuera la llave para una operación anfibia que debía facilitar el desembarco en Inglaterra de los temidos tercios de Flandes. La misión de los 30.000 soldados de infantería comandados por Alejandro Farnesio consistiría a partir de ese momento en avanzar por tierra hasta el corazón del reino inglés y destronar por las malas a Isabel I, que ya se las traía tiesas con el monarca español desde hacía tiempo. Las crónicas hablas de una fabulosa flota formada por unos 127 barcos que sumaban un total de 2.431 cañones y que, además, estaban comandados por el mismísmo almirante de Castilla en persona; ¿qué podía salir mal? La respuesta es sencilla: todo.
Para empezar, Don Álvaro de Bazán, Duque de Santa Cruz y Almirante de Castilla, muere en Lisboa a los 61 años de edad dejando huérfano de padre el gran proyecto de la Armada. Ante este revés, Felipe II decide que el sustituto debe ser un Grande de España y escoge para la tarea a Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina-Sidonia. El noble es perfectamente consciente de su incapacidad en  asuntos marineros y así se lo hace saber al rey mediante sendas cartas, pero Felipe ignora las misivas y ordena a de Guzmán que se persone en Lisboa para hacerse cargo del proyecto.
Con esta nula preparación y con la pericia marinera más que discutible del de Medina-Sidonia a cargo de todo, no es de extrañar que poco después de zarpar del puerto, las galernas dispersaran a la armada frente a las costas de La Coruña, lo que supuso un retraso de un mes hasta que se pudo reunir de nuevo a todas las naves. Por si esto fuera poco, el mal estado de la mar hizo que 40 barcos se separasen una vez más del grueso de la flota al alcanzar el Golfo de Vizcaya, lo que supuso un retraso de otros dos días y el anuncio a bombo y platillo de que una gran armada española se dirigía a las costas inglesas. 
A todo esto, los ingleses también estaban afectados por las tormentas y su flota permanecía amarrada en Plymouth, por lo que el segundo del de Guzmán propuso tomar al asalto las posiciones británicas y acabar con su flota mientras esta estuviera fondeada... pero el Duque de Medina-Sidonia antepuso la obediencia ciega al éxito de la misión y ordenó que se continuara la travesía hasta encontrarse con las tropas de Flandes.

Ruta de La Armada
A partir del 31 de julio de 1.588, viendo que la armada "invencible" avanza a ciegas, los buques de la flota inglesa empiezan a hostigar los flancos y  la retaguardia de la formación española. Las escaramuzas se suceden una tras otra sin causar pérdidas de consideración para ninguno de los dos bandos... hasta el 2 de agosto, día en el que la armada se encuentra en el Canal de la Mancha con una flota comandada por el celebérrimo Francis Drake. Ese día, los españoles se topan de frente con lo más granado del poder naval inglés, que les cierra el paso y descarga sobre ellos toda la fuerza de su artillería. La batalla es cruenta y salvaje hasta el punto de que Drake se ve obligado a enviar barcos en llamas para que colisionen con las naves españolas y las incendien, pero los marineros de la armada, lejos de arredrarse, contraatacan con furia llegando a poner en peligro la nave del mismísimo Drake, por lo que la flota inglesa se ve obligada a recular volviendo a puerto.
La sonrió a los españoles aque día otorgándoles la victoria, pero las bajas en el bando del de Medina-Sidonia fueron superiores a las británicas (300 muertos en la flota española por unos 200 en la inglesa), por lo que aquello fue más bien una victoria pírrica, una parada en el camino hacia Flandes para hacer saber a los ingleses que la armada española había llegado a sus islas.

En este punto de la historia, la Grande y Felicísima Armada había cruzado ya el Canal de la Mancha y el panorama se presentaba inmejorable, pero los elementos jugaron su baza una vez más haciendo que fuera imposible para la enorme flota española cualquier amago de amarre en los puertos flamencos, por lo que se optó por abortar la misión y volver a España "salvando los muebles". El problema es que el mal tiempo y los fuertes vientos se aliaron con Inglaterra obligando a los españoles a volver a casa rodeando las islas británicas en un rosario de naufragios a los que la flota inglesa asistía soltando carcajadas desde la seguridad de sus puertos.