miércoles, 27 de febrero de 2013

El Blitz de Londres

Volemos hoy hasta el verano de 1.940. Por aquel entonces, el III Reich estaba en pleno apogeo expansionista; Hitler acababa de anexionarse Francia aplastándola bajo el puño de hierro de la Wehrmacht y el resto de la Europa libre temblaba ante la perspectiva de verse golpeada por la Blitzkrieg. Había llegado la hora de pasarse a la caza mayor; había llegado la hora de poner el punto de mira sobre Inglaterra... pero "la pérfida Albión" sabía defenderse y no le iba a poner las cosas fáciles a los alemanes.

Hermann Göring
A partir de Julio de ese mismo año la Luftwaffe decide ponerse manos a la obra para intentar golpear a los ingleses en las "partes nobles" de su ejército. El objetivo impuesto por los jerarcas nazis es conseguir la superioridad aérea en cielo británico y para ello los aviones de Hermann Göring deben esforzarse no sólo en abatir tantos pájaros de la RAF como sea posible, sino también en destruir sus bases y sus fábricas de suministros para que esos aviones no puedan ser repuestos y la Royal Air Force se desangre por puro agotamiento.
Tras algo más de un mes de bombardeo casi continuo, la fuerza aérea británica no daba más de sí y estaba al borde del colapso, pero el destino quiso que ocurriera un hecho fortuíto que cambiaría drásticamente el curso de la batalla de Inglaterra: el 24 de agosto unos cuantos bombarderos alemanes se desviaron de su rumbo y dejaron caer su carga sobre el noroeste de Londres. Los alemanes se disculparon inmediatamente por cauces oficiales, pero el alto mando británico no era partidario de aguantarle tonterías a nadie, así que envió una escuadrilla de castigo que tiró un par de petardos sobre Berlín al día siguiente. Realmente, ninguno de los dos bombardeos habían causado daños de consideración, pero Hitler era un acérrimo defensor del "y yo más", así que cambió la estrategia inicial de la Luftwaffe ordenando que los aviones del Reich atacaran objetivos civiles entre los que se encontraba Londres lo que, paradójicamente, liberó a la RAF de la presión a la que había estado sometida y la permitío renacer de sus cenizas para adquirir la importancia que más tarde tendría en el desarrollo de la II Guerra Mundial.

La nueva orden del Führer empieza a hacerse efectiva el día 7 de septiembre de 1.940 cuando, espoleados por el fanatismo de Göring, 300 bombarderos protegidos por 600 cazas penetran en el espacio aéreo de Londres. La capital inglesa no estaba ni de lejos preparada para semejante despliegue: tan sólo 92 cañones antiaéreos apuntaban al cielo londinense y, además, los radares y focos que los secundaban no servían prácticamente para nada. La Luftwaffen entró en Gran Bretaña como un cuchillo caliente en mantequilla y aprovechó esta circunstancia para repetir táctica aquella misma noche con la carga de otros 180 bombarderos. Afortunadamente, el fuego alemán iba dirigido principalmente contra la zona portuaria, por lo que la mayor cantidad de explosivos se concentró sobre la ribera del Támesis causando "tan sólo" unas 400 bajas y en torno a 1.600 heridos.
Bomberos entre las ruinas de Londres
Desde el inicio de la operación, una media de 200 bombarderos alemanes descargaron sobre Londres cada noche (sí, cada noche) dejando caer sobre la capital inglesa en unos dos meses una cantidad de más de un millón de bombas incendiarias y 13.000 toneladas de explosivos. El mando británico se afanó por mejorar las defensas de Londres, lo que consiguieron con notable eficacia dadas las circunstancias: 4 días después del primer ataque, los 92 cañones que protegían el espacio aéreo londinense se habían convertido en 184 armas antiaéreas que disparaban a discreción cada vez que veían un avión alemán. Aún así, las defensas seguían siendo débiles y los cazas de la RAF tenían una eficacia casi nula en el derribo nocturno de los bombarderos de la Luftwaffe, por lo que las bajas alemanas durante los dos primeros meses de ofensiva no superaron en ningún momento el 1% del volumen total puesto en el aire.
La superioridad aérea de la Luftwaffe era tal que en noviembre de 1.940 Hitler ordenó desviar  recursos desde Londres hacia áreas industriales como Liverpool, Southampton o Mánchester lo que, si bien diversificó los ataques abriendo un arco de defensa mucho más amplio, liberó a la capital inglesa de la presión de las bombas. Mientras tanto, las defensas británicas seguían siendo terriblemente deficientes y los aviones del Reich armaban una ecabechina casi sin oposición allá donde iban... hasta los albores del año 1.941.

La cortina de fuego bajo la que había estado Londres había causado estragos entre los edificios civiles, pero no habían conseguido hacer mella en la moral de los británicos, que se mantenían firmes viendo como la RAF iba recomponiendo sus propios pedazos. En el citado año de 1.941, las cosas iban a cambiar. Los cazas británicos Bristol Beaufighter empezaron a convertirse poco a poco en la peor pesadilla de los aviones de la Luftwaffe a medida que las defensas inglesas iban cogiendo empaque; los números hablan por sí mismos: en enero de aquel año se derribaron aparatos alemanes mientras que en mayo fueron abatidos 124.
Por si esto fuera poco los preparativos de la Operación Barbarroja habían pillado a la Luftwaffe "con el culo al aire" y la ingente cantidad de recursos que demandaba el frente oriental obligó al alto mando alemán a levantar el cerco, por lo que el espíritu de Londres y, por consiguiente, de toda Inglaterra se mantuvo incólume entre un mar de ruinas.

Bristol Beaufighter
El daño material y humano infligido por Hitler a los británicos es innegable. Las estimaciones hablan de unos 43.000 civiles muertos, 139.000 heridos y un millón de casas destruídas durante aquellos siete meses de bombardeo ininterrumpido. La moral británica, por el contrario, salió enormemente reforzada tras el repliegue alemán mientras que la RAF, por su parte, había renacido con más fuerza que nunca para lanzarse de cabeza al conflicto que desgarraría la vieja Europa durante los años siguientes.

miércoles, 13 de febrero de 2013

La masacre de Katyn

Hoy viajaremos una vez más al conflicto más sangriento de la historia: la Segunda Guerra Mundial. En la antesala de la contienda, cuando los actores principales aún tomaban posiciones sobre el tablero de la vieja Europa, Polonia era un enclave estratégico coronado como escenario del primer acto mediante la firma del pacto Ribbentrop-Mólotov el 23 de agosto de 1.939. En base a este tratado de no agresión la Unión Soviética y el III Reich se repartían en dominio sobre el país, que perdía su autonomía convirtiéndose involuntariamente en espectador de primera fila, lo que no cayó demasiado bien entre los propios polacos, quienes se apresuraron en posicionarse hacia un lado u otro transformando el país en una caza de brujas entre bandos enfrentados.

Firma del pacto Ribbentrop-Mólotov
Una semana después de la firma del pacto, Alemania mandó al garete lo firmado con la URSS y entró a saco en Polonia utilizando la blitzkrieg para conquistar la mitad del país en un suspiro. Stalin, que tampoco era mucho de estarse quieto, entró desde el este como un elefante en una cacharrería, abriéndose camino hasta que consiguió que la Unión Soviética tuviera frontera terrestre con el Reich.
A partir de ese momento, los servicios secretos del NKVD soviético empiezan a hacer en su parte del pastel una de las cosas que más les gustaban: una purga. Su razonamiento era que, si Alemania había conseguido destripar el país en un mes, los ejércitos de Hitler debían haber recibido ayuda desde dentro. En base a esta suposición, decenas de miles de militares, policías e intelectuales polacos fueron deportados hacia gulags situados a lo largo de toda la frontera occidental de la URSS.

Pese a tomar el nombre de Katyn por el lugar en el que fueron hallados los primeros cadáveres relacionados con este hecho, la masacre se extendió entre el 3 de abril y el 19 de mayo de 1.940 por distintos campos de trabajo de Rusia, Ucrania y Bielorrusia.
La orden de ejecución masiva fue firmada por Stalin el 5 de marzo de ese mismo año y las fuerzas del NKVD comandado por Lavrenti Beria no tardaron en ponerse manos a la obra. Los prisioneros del campo de Kozielsk fueron conducidos en grupo al borde de fosas comunes y ejecutados mediante un tiro en la nuca, tras lo cual sus cadáveres eran apilados en filas de 500 cadáveres para dar paso al siguente grupo. Por su parte, los oficiales administradores del campo de Kalinin (actual Tver) siguieron un proceso mucho más metódico: los prisioneros llegaban en camiones al atardecer y entonces se daba inicio a una jornada de ejecuciones que duraba hasta el amanecer. Uno por uno, los reos descendían del camión y se dirigían a una mesa en la que se revisaban sus papeles para, acto seguido, entrar por propia voluntad en un edificio del que salían por la puerta trasera con una bala alojada en la cabeza. El edificio contaba con ruidosos ventiladores que amortiguaban el sonido de los disparos para que no asustaran al siguiente candidato a fiambre, lo que hacía la matanza mucho más fácil para los verdugos pero, aún así, estos no daban a basto. En la primera noche llegaron a Kalinin 390 prisioneros, por lo que los ejecutores solicitaron que la carga de prisioneros en los días sucesivos no superase los 250 hombres por noche.

Fosa común en Katyn
En poco más de un mes, cerca de 22.000 polacos fueron ejecutados en las inmediaciones de los distintos campos de trabajo a los que habían sido deportados tras la invasión alemana.

Con el final de las ejecuciones empezaron las especulaciones. Los nazis destaparon el asunto con la intención de usarlo como propaganda contra la URSS mientras, por su parte, los soviéticos negaban la mayor diciendo que todo aquello había sido cosa de los alemanes... los polacos no podían afirmarlo a ciencia cierta, pero creían que había sido un genocidio pactado entre ambos bandos. Sea como fuere, lo cierto es que con la desclasificación de documentos soviéticos llevada a cabo por el gobierno de Boris Yeltsin en 1.990 quedó al descubierto que la ejecución masiva había sido llevada a cabo por hombres del NKVD, pese a lo que aún hoy en día existen grupos comunistas empeñados en negar la evidencia y culpar a los nazis de los acontecido.

miércoles, 6 de febrero de 2013

La "bomba gay" y otras armas químicas

Pensemos por un momento que una nación quiere desarrollar un tipo de armamento químico no letal tan eficaz que le haga ganar guerras... ¿ya? Bien. Ahora imaginemos que el proyecto es asignado a un laboratorio de prestigio y que dicho laboratorio elabora un informe completamente descriptivo solicitando un altísimo presupuesto para llevar a cabo su propuesta. Por último, supongamos que la nueva arma química no letal desarrollada por las mejores mentes pensantes del laboratorio es una "bomba gay"; un dispositivo que debe explotar sobre las posiciones enemigas rociando a las tropas con un cóctel afrodisíaco que convirtiera a todos los soldados enemigos en homosexuales y les metiera en el cuerpo tanto vicio que, cuando sufrieran un ataque, estuvieran tan ocupados "jugando entre ellos" que ni siquiera pudieran defenderse... Tiene que ser una broma, ¿no? Pues no.

Esto sucedió realmente en el año 1.994. La nación de la que hablábamos es, ni mas ni menos, Estados Unidos y el laboratorio era el Wright de Ohio, vinculado estrechamente a la división de investigación de las Fuerzas Aéreas estadounidenses... pero esperen ustedes, que aquí no acaba la charada: en aquel mismo informe se definían también otras posibles armas químicas no letales que, en teoría, servirían para alterar el olor corporal del enemigo.
Llegaron a considerarse hasta tres planes estrella para llevar a cabo este último proyecto: la "bomba de sudor", la "bomba de halitosis" y la "bomba flatulenta". Todas las propuestas estaban basadas en la misma mecánica que debía utilizar la "bomba gay", por lo que la única diferencia estribaba en los síntomas causados por cada una de las armas.
En el primer caso, la bomba debía liberar hormonas que provocaran una sudoración excesiva en el enemigo. La segunda propuesta serviría para que al enemigo le oliera mal el aliento (arma terrible se mire por donde se mire). En cuanto a la tercera bomba... bueno, ya os podéis imaginar cual era su cometido.

Evidentemente, todos estos proyectos fueron rechazados de pleno por un comité de las Fuerzas Aéreas, pero esto no impidió que en 2.007, cuando el asunto salió a la luz pública, el proyecto de la "bomba gay" fuera galardonado con un Premio Ig Nobel (premio parodia del auténtico Nobel) otorgado por la prestigiosa universidad de Harvard.

A modo de curiosidad y si el lector está interesado en profundizar en el maravilloso mundo de los Premios Ig Nobel, se puede consultar en este enlace una lista de los ganadores de años anteriores y el motivo por el que les fue concedido tan distinguido premio.