viernes, 30 de marzo de 2012

La papisa Juana

Hasta el siglo XVI se mantuvo en la iglesia católica la costumbre de inspeccionar los órganos sexuales de cualquier aspirante al papado antes de que le fuera concedida la tiara de San Pedro. Tras esta prueba y si todo estaba en orden, el examinador exclamaba: "duos habet et bene pendentes" (tiene dos y cuelgan bien). Esta curiosa costumbre tiene su origen en un hecho no menos curioso: la leyenda de la papisa Juana.

La papisa Juana
Cuentan las crónicas que Juana nació en el año 822 fruto de la unión carnal entre un monje y su barragana. La niña sería una bastarda durante el resto de su vida, pues el monje nunca reconoció su paternidad pero, aún así, se ocupó de que Juana recibiera una esmerada educación hasta que, por cuestiones de edad, esta le fue vedada. La erudición residía en los monasterios y los monjes no estaban dispuestos a compartirla con las mujeres, de modo que Juana tomó la determinación de ocultar su sexo e ingresar en una orden monástica bajo el nombre de Johannes Anglicus.
La chica era lista y medraba en los estudios hasta el punto de que llegó a viajar a la lejana Constantinopla en calidad de erudita para conocer a la emperatriz Teodora. Del mismo modo, viajaba constantemente de monasterio en monasterio ampliando sus horizontes y sus conocimientos de todas las materias que podían aprenderse en aquella época.

Con semejante currículum no es de extrañar que Juana fuera trasladada en el año 848 a Roma, donde fue presentada a Leon IV. El Papa quedó tan impresionado con los conocimientos de los que hacía gala el joven Johannes Anglicus que le nombró su secretario personal en asuntos internacionales.
Juana (o Johannes, como cada uno prefiera) se mantuvo al servicio del Papa hasta la muerte de este en el año 855, cuando fue nombrada pontífice tomando el nombre de Benedicto III.
"El Papa" dando a luz
Todo fue sobre ruedas durante dos años. Pasado este tiempo, los fieles decubrieron que Juana había ocultado su sexo y que Benedicto era, en realidad, una mujer. ¿Que por qué lo descubrieron? Pues porque Juana había sabido mantener a los curiosos lejos de sus atributos sexuales, pero no había conseguido mantener sus atributos sexuales lejos de determinadas... situaciones. Me explico: en medio de una procesión, Juana dio a luz y los fieles, algo enfadados por el engaño, la apedrearon en esa misma calle.

A partir de ese momento, quedó instaurada la tradición del "duos habet et bene pendentes", que se mantuvo vigente hasta que el Papa Adriano VI la abolió en el siglo XVI... y todo gracias a una mujer que se hizo pasar por hombre durante toda su vida en pos de la educación y del poder.

martes, 27 de marzo de 2012

La batalla de Azincourt

Para la historia de hoy nos desplazaremos a la Francia del siglo XV. Inglaterra y Francia mantenían una guerra casi ininterrumpida desde que las dos potencias se enfrentaran por el control de Normandía en la batalla de Hastings... y de eso hacía ya casi 350 años.

Enrique V
Estamos en 1.413 y el recién coronado Enrique V ordena que sus armeros empiecen a fabricar tantos arcos como sea posible. Al mismo tiempo, en Londres y en Bristol se empiezan a fabricar un gran número de piezas de artillería mientras que, en la costa, todo barco que pasa cerca de Inglaterra es requisado e integrado en la flota real.
En el verano de 1.415, todo está preparado para emprender una ofensiva a gran escala. La flota de guerra inglesa se lanza al Canal de la Mancha desde Southampton, desembarcando dos días después en el estuario del Sena y poniendo rumbo a la ciudad amurallada de Harfleur, primer bastión del poder francés en la alta Normandía.

Desde un principio, Enrique V tiene claro que la campaña no consiste en conquistar territorio enemigo, sino en recuperar las regiones que pertenecen por derecho a la corona de Inglaterra, por lo que ordena tajantemente que no se moleste a la población civil castigando con la muerte delitos tales como la violación, el saqueo o el pillaje.
Para los franceses, lógicamente, el ejército de Enrique no viene a recuperar sus tierras, sino a conquistar unos territorios que fueron arrebatados al enemigo a cambio de miles de vidas. No van a permitir que la hueste inglesa entre tan fácilmente en la ciudad.
El ejército inglés despliega un cerco alrededor de la ciudad y se prepara para un asedio en toda regla. Pronto, los zapadores empiezan a cavar galerías mientras las piezas de artillería descargan una lluvia de proyectiles sobre las murallas, pero la posición estratégica de Harfleur permite a los comandantes franceses ver de dónde les vienen los ataques, por lo que las galerías son inundadas y los servidores de las baterías son abatidos en cada maniobra de recarga.
Aún así, los proyectiles franceses no son los que causan mayores bajas. Harfleur se encuentra en una zona pantanosa, de modo que el hacinamiento prolongado en un campamento militar con las condiciones higiénicas de la época hace aparecer en escena al verdadero verdugo de los ingleses: la disentería.
Durante las cinco semanas que duró el asedio, la enfermedad afectó a más de 2.000 hombres, que tuvieron que ser evacuados a Inglaterra. Cuando el día 23 de septiembre las tropas inglesas consiguieron por fin tomar la ciudad, sus fuerzas se habían visto reducidas a un número de 1.400 hombres de armas y 6.000 arqueros, cuyo número quedaría aún más mermado al descontar a aquellos que se quedaron a defender Harfleur.

De esta manera, Enrique V pone rumbo a Azincourt con 900 hombres de armas y 5.000 arqueros.

Arco largo inglés (reconstrucción)








El primer reto para los ingleses consiste en cruzar el río Somme. Los franceses están mal organizados y peor comandados, pero saban aprovechar las defensas que les proporciona el terreno, de modo que los vados son sembrados con estacas y cadenas mientras que varios contingentes se despliegan en la orilla de los posibles puntos de cruce para frenar la ofensiva inglesa. Viendo esto, Enrique V ordena remontar el curso del Somme hasta que encuentran un vado practicable y pobremente defendido.
El mermado ejército inglés cruza el río con el rey dirigiendo la maniobra y pone en desbandada a la pequeña fuerza de caballería francesa que defiende la otra orilla, sólo para encontrar el enorme rastro de pisadas que el cuerpo principal de la hueste gala ha dejado tras de sí. 
La comida escasea, la disentería sigue haciendo estragos y los franceses le llevan a Enrique V un día de ventaja, por lo que pueden elegir el campo de batalla que quieran para el enfrentamiento final. Este campo de batalla estará en Azincourt, a donde los ingleses llegan, terriblemente mermados, en la noche del 24 de octubre de 1.415.

En la madrugada del día 25, el ejército inglés despliega a sus 6.000 efectivos en formación de batalla. Enfrente, los franceses aguardan con una hueste cuyo número oscila entre los 25.000 y los 40.000 hombres (según la fuente consultada).

Los franceses se despliegan en un bloque cerrado de 6.000 hombres de frente con la artillería en vanguardia y la caballería flanqueando la formación. Los ingleses, por su parte, forman a todos sus hombres de armas en 3 bloques y colocan dos grandes formaciones de arqueros ligeramente adelantados a sus costados.
El alto mando galo considera que su aplastante superioridad numérica debe ser suficiente para quitarle de la cabeza al inglés la idea de plantar cara, por lo que ofrecen a Enrique V unas condiciones de rendición humillantes. El rey inglés responde que renunciará a sus aspiraciones sobre la corona francesa y retirará a sus tropas... pero sólo si Francia le da el control de cinco pueblos en el condado de Ponthieu, la mano de la princesa Catalina (heredera al trono) y 300.000 coronas en concepto de dote.
Evidentemente, las negociaciones fracasan y ambas formaciones avanzan por el campo de batalla adoptando posiciones de combate.

Formaciones de Batalla
Al inicio de la batalla, los arqueros ingleses empezaron a enviar nubes de flechas sobre la formación francesa. El mando galo, viendo la situación, ordenó a su caballería que cargara contra los flancos ingleses para tratar de revertir la situación... pero Enrique V se había adelantado al movimiento francés y había dispuesto que sus arqueros formaran contra el costado de dos bosquecillos que flanqueaban el campo de batalla. Del mismo modo, los arqueros habían dispuesto a su alrededor una empalizada compuesta por afiladas lanzas de madera que apuntaban directamente a la altura del vientre de los caballos, lo que convirtió el envite en un auténtico desastre: los jinetes que no se detuvieron a media carga quedaron empalados en las estacas o rematados en el suelo a punta de daga por los propios arqueros.
Viendo el percal, los hombres de armas que forman el núcleo duro de la vanguardia francesa deciden lanzarse contra el centro del frente inglés con la intención de matar o capturar a Enrique V, lo que podría acabar automáticamente con la batalla.
Cuando los arqueros ingleses detectan la maniobra, empiezan a acribillar a los hombres de armas, que se van introduciendo cada mez más en el embudo a medida que avanzan. Aún así, la abrumadora superioridad numérica se impone y muchos llegan a la distancia de combate cuerpo a cuerpo, donde comienza una batalla encarnizada entre la avanzada francesa y los soldados que protegen a Enrique V.
La batalla se ha convertido así en una serie de combates aislados en medio de un barrizal. Los caballeros franceses, acorazados de pies a cabeza, causan estragos entre las filas inglesas, pero resbalan constantemente en el barro. Los arqueros ingleses, viendo esto y dado que el combate a distancia se ha vuelto prácticamente imposible, dejan sus arcos en el suelo para desenvainar sus espadas y dagas, lanzándose a la carga. Pronto, los soldados franceses son aniquilados o puestos en desbandada mientras que los caballeros son rodeados por hombres de armas y arqueros que, espada en mano, los acosan sin cesar hasta que tiran sus armas y se rinden.

Para entender este comportamiento, es necesario saber que los caballeros franceses eran soldados de profesión. 
A pesar de estar pésimamente comandados, conocían el arte de la guerra y respetaban un rígido código de honor que obligaba a los vencedores a tratar con clemencia a aquellos que se rindieran. Los ingleses, por el contrario, eran hombres de armas reclutados para la ocasión y su código de honor era, digamos, un poco distinto: en cuanto vieron bajar los brazos a los caballeros franceses, se abalanzaron sobre ellos y los pasaron a cuchillo.

Batalla de Azincourt
Al mediodía de aquel 25 de octubre de 1.415, los ingleses habían dado la batalla por finalizada y estaban reuniendo a los prisioneros mientras saqueaban los cadáveres de los caídos... pero los franceses no podían dejar impune aquel escarnio.
Una tropa de 600 jinetes que habáin conseguido huír de la matanza se abalanzó sobre la retaguardia inglesa atacando el campamento de Enrique V y matando a todo el personal civil que se ocupaba de las cocinas, de los caballos y del resto de quehaceres que requiere un campamento de estas características.
Cuando se enteró de esto, el rey de Inglaterra montó en cólera y ordenó ejecutar, en contra de la opinión de su estado mayor, a todos los prisioneros franceses que hubieran sido capturados en aquel día.
La batalla de Azincourt se saldó con un balance de casi 10.000 muertos entre las filas francesas y de tan sólo 1.500 entre las inglesas, lo que refrendó a Enrique V en sus aspiraciones respecto al trono francés y supuso un durísimo golpe para el alto mando militar del país galo.

viernes, 23 de marzo de 2012

El genocidio armenio

Para la entrada de hoy dejaremos volar nuestra mente hasta la turbulenta Europa de los años previos a la I Guerra Mundial. Nos situaremos en la Turquía de 1.878 y centraremos nuestra atención en una de las minorías étnicas que convivían con los otomanos en aquel marco: los armenios.

Distribución de la población armenia
La población armenia en Turquía estaba formada por una masa de algo menos de 3.000.000 de individuos que se concentraban principalmente en Estambul y en el este del país. Como es bien sabido, las relaciones del Imperio Otomano con sus vecinos nunca fueron todo lo plácidas que cabría esperar pero, aún así, diversas minorías convivían con los turcos en una cierta armonía... hasta el citado año de 1.878, en el que las relaciones armenio-otomanas se enquistaron sin remedio.
En este año se firmó el Tratado de San Stefano, que pondría punto final a la guerra ruso-turca obligando al Imperio Otomano a reconocer la independencia (en mayor o menor medida según el territorio) de sus provincias balcánicas. Esto no debería haber tenido nada que ver con ninguna minoría, pero la confrontación cristiano-musulmana se abrió camino y los representantes armenios fueron acusados de entrar en negociaciones con los rusos para facilitar la victoria de estos en la guerra.
A la firma del tratado, las autoridades otomanas rebajaron las cifras oficiales a entre 1.160.000 y 1.300.000 armenios viviendo en suelo turco, dejando fuera del censo a más de la mitad y preparando de este modo el camino hacia el que sería considerado como el primer genocidio sistemático moderno.

El clima de desconfianza era insostenible y los armenios no contribuyeron en modo alguno a atenuarlo. Los líderes de la comunidad armenia fundaron partidos nacionalistas e incluso llegaron a llamar a la insurrección alzando un pequeño ejército de 400 combatientes.
En junio de 1.894, la tensión estalló cuando un destacamento de tropas Imperiales se congregó en la villa de Dalvorik con la intención de sofocar una más que probable rebelión armenia. Los combates empezaron en esta población causando numerosas bajas en ambos bandos y pronto se extendieron por toda la región de Sasun.
El día 15 de agosto, tras dos meses de combate constante, las tropas nacionalistas asumieron que sus fuerzas no daban para más y 200 soldados armenios se entregaron al ejército otomano bajo promesas de perdón... pero los turcos los fusilaron y dedicaron la siguiente semana a aplicar un severo correctivo por toda la región. Durante seis días, los soldados otomanos camparon a sus anchas por la región de Sasun violando, asesinando y quemando todo lo que se cruzaba en su camino hasta que, el día 24 de agosto, los últimos conatos de resistencia fueron aniquilados completando una cifra de casi 3.500 armenios asesinados sólo en Sasun.

Armenios ejecutados
Las reacciones no se hicieron esperar. Toda la comunidad internacional condenó los incidentes de Sasun y pidió que se organizara una comisión para la investigación de los crímenes cometidos por el ejército otomano... el problema fue que el sultán Abdul Hamid II, oficialmente en contra de la masacre, destapó su verdadera postura y abrió su propia comisión para “investigar la conducta criminal de los bandidos armenios”.
Ante los continuos desmanes, el partido nacionalista armenio Hentchak convocó para el día 30 de septiembre de 1.895 en Estambul una multitudinaria manifestación que aglutinó a casi 4.000 armenios. Como no podía ser de otra manera, la marcha acabó como el rosario de la aurora: la policía cargó contra los manifestantes matando allí mismo a muchos de ellos sin hacer distinciones por sexo o edad. Viendo esto, la población musulmana de Estambul liberó el resentimiento hacia el extranjero contenido durante tantos años y se lanzó como una turba contra los manifestantes que habían conseguido huir de la policía. El resto, lo podéis imaginar.

Lejos de asumir la derrota, el Hentchak convocó una nueva insurrección alzando a 1.500 combatientes armenios en la región montañosa de Cilicia. A estas alturas (estamos ya a finales de 1.895), el sultán ya sabía con quién se la estaba jugando, así que un ejército de 55.000 hombres fue movilizado con el objetivo de sofocar la rebelión.
En este marco montañoso, las tropas del Hentchak contuvieron la marea turca durante más de tres meses, recibiendo constantemente refuerzos que sustituían a los combatientes que morían abatidos en los combates, consumidos por el hambre o congelados por el intenso frío de las montañas. Finalmente, en febrero del año siguiente, las potencias internacionales intervinieron como mediadoras y se puso fin a una revuelta en la que las bajas otomanas oscilaban entre los 5.000 y los 10.000 hombres mientras que las armenias quedaban establecidas en 6.000 insurgentes.

Armenios asesinados por los soldados
A partir de este momento, el conflicto pasó de ser una guerra abierta a convertirse en una serie de incidentes aislados, como el incendio de la catedral de Urfa con 3.000 armenios dentro o la matanza de casi 30.000 civiles armenios en la provincia de Adana en el año 1.909. En un principio y según el sultán Abdul Hamid II, la "cuestión armenia" había quedado cerrada con el pacto alcanzado tras los incidentes de Cilicia, pero la masacre de Adana abrió las puertas del gobierno al partido radical de los "Jóvenes Turcos", a los que ni siquiera se les pasaba por la cabeza perdonar las salidas de tono de los armenios.

El día 29 de octubre de 1.914, el Imperio Otomano entraba de lleno en la I Guerra Mundial y aprobaba el servicio militar obligatorio, por lo que la mayor parte de los hombres en edad de combatir fueron alejados de sus casas y destinados al frente. Al mismo tiempo, el Imperio Ruso daba inicio a la campaña del cáucaso avanzando por territorio turco.
A principios de 1.915, los rusos infligieron una durísima derrota a los turcos en la batalla de Sarikamish y empezaron a posicionarse en torno al lago Van, una zona  en la que ya habían tenido lugar conflictos previos entre musulmanes y cristianos. El día 20 de abril de ese mismo año, al saber que las tropas rusas estaban cerca, los armenios se sublevaron y asesinaron a la población musulmana local.
Esta maniobra torpemente orquestada le dio al gobierno la excusa que necesitaba y supuso el pistoletazo de salida para el genocidio propiamente dicho.

Nada más conocer las noticias procedentes del lago Van, el gobierno de los "Jóvenes Turcos" ordenó desamar a todos los reclutas de procedencia armenia que formaran parte del ejército otomano, desmovilizarlos y enviarlos a campos de trabajo.
La cifra de hombres que sufrió esta primera medida no fue nada desdeñable, pero la cosa se salió completamente de madre cuatro días después, cuando el gobierno otomano declaró que la revuelta de Van obedecía a un plan más ambicioso de los nacionalistas armenios, que pretendían aprovechar la guerra en la que se hallaba sumido el país para proclamar su independencia.
En base a esta dudosa teoría, los "Jóvenes Turcos" ordenaron la deportación masiva de toda la población armenia hacia campos de concentración especialmente destinados a tal efecto en el sureste del Imperio... el problema es que esta deportación consistía en marchar a pie durante cientos de kilómetros a través del desierto sirio sin apenas comida ni agua.

Fosa común
Las columnas de civiles armenios inundaron los terrenos desérticos del sur del Imperio escoltadas por grupos de soldados que en teoría estaban allí para proteger a los civiles armenios de las posibles represalias musulmanas pero que, en realidad, se dedicaban a violar y asesinar a mujeres y niños entre matanza y matanza. Aquellos que no podían continuar eran asesinados a sangre fría allí donde sus fuerzas fallaran; los que aún seguían en pie, pronto se convertían en cadáveres andantes.
Cuando alguna de las columnas pasaba por una población, los armenios que vivieran allí se enfrentaban a dos posibilidades: o bien los soldados turcos estaban de buen humor y se contentaban con violar a sus mujeres y ejecutarlos allí mismo, o bien estaban de malas y les obligaban a unirse a la marcha, que se detenía únicamente para alimentar a los armenios con los recursos justos para que pudieran mantenerse bordeando los límites de la muerte.

La cifra de armenios exterminados, de la que dan buena cuenta las numerosas fosas comunes esparcidas por todo el sur del Imperio, oscila entre el millón y medio y los dos millones de personas. Si a esto le sumamos los que fueron aniquilados durante las revueltas nacionalistas previas a la I Guerra Mundial, los números nos dicen que prácticamente toda la población armenia asentada en el Imperio Otomano fue sistemáticamente exterminada ante la mirada de una comunidad internacional que, si bien se declaró contraria a este tratamiento, no hizo demasiado por impedirlo.

martes, 20 de marzo de 2012

Una noche toledana

Para la entrada de hoy, dejaremos volar nuestra imaginación hasta la España del siglo VIII, concretamente hasta una ciudad de Toledo gobernada por el esplendor de Al-Andalus pero con autonomía propia.
Los emires musulmanes mantienen bajo su mandato la mayor parte de la península ibérica, pero una rebelión cristiana se ha alzado en las montañas asturianas y ha conseguido recabar los apoyos suficientes como para tomar buena parte del noroeste peninsular. Los toledanos, de natural inconformistas, empiezan a cuestionar el poder musulmán y a preguntarse si no sería mejor unirse a la lucha de sus hermanos norteños.
Alhakén I, el emir de turno, decide que esto es una ofensa inadmisible y que hay que poner solución a este comportamiento levantisco cuanto antes. Para ello, nombra gobernador de Toledo a Amrú, un muladí de su confianza.

La reconquista en el año 790
Amrú llega a Toledo en el año 797 y empieza a gobernar con mano dura pero justa. Los personajes influyentes de la ciudad empiezan a tomarle confianza y el nuevo gobernador decide utilizar esto para llevar a cabo la misión original que le había encomendado el emir. Con la mejor de sus sonrisas, Amrú invita a todos los poderosos de la ciudad a un gran banquete que ha de celebrarse en su palacio.
El día del banquete, los nobles forman una fila a las puertas del palacio mientras el populacho se agolpa en los alrededores para ver los fastos de aquella celebración. Una a una, las familias poderosas de Toledo se presentan en la puerta del palacio y traspasan el umbral para incorporarse al banquete... el problema es que, cuando la puerta se cierra tras ellos, descubren que el banquete consiste en una guarnición que les rebana el pescuezo en silencio y los tira a un foso especialmente preparado a tal efecto.
Tras ejecutar a una familia, el encargado de la puerta abría a la siguiente y los soldados del gobernador llevaban a cabo el mismo ritual.

La historia nos cuenta que más de 400 familias influyentes fueron invitadas al banquete de Amrú y que sólo unas pocas consiguieron huir cuando, según la leyenda, el populacho vió la nube de vapor que se alzaba de detrás de las murallas y, entendiendo que provenía del contacto de la sangre caliente con el frío de la noche, advirtió a sus próceres al grito de: ¡Toledanos, es la espada, voto a Dios, la que causa ese vapor y no el humo de las cocinas!

viernes, 16 de marzo de 2012

La esvástica que nadie vio

Hoy vamos a hablar de una cruz gamada que no vió nadie hasta años después de la caída del III Reich. ¿Cómo es posible que una esvástica de 60 metros cuadrados pasara desapercibida para el mundo durante casi 50 años?

La "esvástica del bosque" tiene su origen en el año 1.938, en pleno apogeo del NSDAP. Un empresario de la región de Brandemburgo afín a la causa nacionalsocialista quiso hacerle al führer un regalo que durase años. El 49 cumpleaños de Adolf Hitler se acercaba y no había tiempo que perder, así que el empresario mandó plantar en sus terrenos unos alerces que formaran la silueta de una cruz gamada de 60 metros cuadrados.

La esvástica del bosque
La operación se llevó a cabo en medio de un pinar cercano a la aldea de Zernikow... y nadie más supo de ella hasta que un piloto de la Alemania reunificada descubrió el emblema en un vuelo de reconocimiento.
Habían pasado 47 años de la caída del III Reich y la esvástica había estado siempre ahí, mostrando al mundo la ideología de su creador. ¿Nadie se dió cuenta del enorme canto al nacionalsocialismo que destacaba en medio de aquel bosque de Brandemburgo?

El hecho de que esta cruz gamada pasara desapercibida debemos atribuirlo a varias causas; la primera de ellas, su diseño: la esvástica había sido plantada de tal manera que sólo fuera visible durante unas pocas semanas al años (entre primavera y otoño), cuando los alerces tomaban un color amarillo intenso que contrastaba con el verde de los pinos circundantes.
Tras la caída del Reich, la región de Brandemburgo quedó encuadrada dentro de la RDA; donde se desentendieron de las zonas rurales, por lo que los vuelos sobre el bosque de Zernikow eran, cuanto menos, escasos.

En el año 1.992, las autoridades de la Alemania reunificada pidieron un examen aéreo exhaustivo de todos los territorios pertenecientes al país... y saltó la liebre. El reconocimiento coincidió casualmente con las pocas semanas en que la esvástica era visible, por lo que el piloto descubió el pastel y pudo avisar a sus superiores.
Las autoridades de Brandemburgo, temiendo que el bosque de Zernikow se conviertiera en un centro de peregrinación neonazi, arrancaron 70 de los 100 alerces que formaban la figura dejando a Hitler sin su regalo.

martes, 13 de marzo de 2012

De "pueblos Potemkin"

Hoy vamos a tratar un episodio cuyo origen se difumina, como en tantos otros, en las brumas de la leyenda. Cuenta el mito que, en el año 1.787, la zarina Catalina II decidió visitar la zona de Crimea, que había sido arrebatada a los turcos y se encontraba bajo dominio zarista desde hacía 4 años.

Grigori Potemkin
El mariscal Grigori Alexandrovich Potemkin, protegido de la zarina, está preocupado por la llegada a Crimea de Catalina II. A la zarina se le ha vendido que los 4 años de ocupación rusa han traído a la península prosperidad y bienestar... pero la cosa no es exactamente así.
Lo cierto es que Crimea se hunde más en la miseria con cada día que pasa y los habitantes de esta región no le tienen demasiado aprecio al régimen zarista; pero Potemkin le ha prometido a la zarina un paseo por la Crimea próspera... y eso es exactamente lo que tendrá. Cuando Catalina II llega a la península, el mariscal lo tiene todo preparado para que así sea.
El paseo discurre agradablemente mientras Potemkin le muestra a la zarina varias aldeas de nueva construcción. Todas tienen un aspecto idílico que hace pensar en riqueza y bienestar. La única restricción impuesta por el mariscal es que las aldeas deben ser contempladas de lejos, desde la cumbre de una colina, pues la zarina no debe mezclarse con el vulgo.
Catalina II regresa a San Petersburgo contenta e impresionada por la labor que está llevando a cabo su gobernador en la nueva provincia del Imperio. Lo que no sabe es que ha estado en Crimea... pero sin ver Crimea.

Durante la estancia de la zarina en Crimea, el mariscal Potemkin ha orquestado una genial maniobra a gran escala para que la zarina viera tan sólo una aldea cuando creía estar visitando varias. Potemkin ordenó construir un pequeño pueblo cuyos edificios estaban huecos y lo situó en un valle; cuando Catalina II se cansaba de observar la población mientras el mariscal le relataba las excelencias de aquella aldea recientemente construída, la comitiva continuaba su periplo a través de las montañas dejando atrás el pueblecito de cuento. Este momento era aprovechado por un auténtico ejército de operarios para desmontar el armazón de los edificios y trasladar el pueblo entero hasta el siguiente valle, donde la zarina se detenía y Potemkin repetía su pantomima cambiando únicamente el nombre de la aldea.

Obviamente, esta maniobra no pasó inadvertida a los grandes falsarios propagandísticos mantenidos por regímenes totalitarios de todas las épocas y de todos los signos.
A día de hoy, existen varios "pueblos Potemkin" distribuídos a lo largo del mundo, como las áreas de reasentamiento chinas en el Tíbet, que son construídas para que los observadores extranjeros se lleven la grata impresión de que los tibetanos viven apaciblemente en zonas especialmente construídas para ellos. No obstante, el mayor ejemplo de "pueblo Potemkin" actual lo encontramos en Corea del Norte.

Gijeongdong
En el centro de la franja desmilitarizada se alza orgulloso el pueblo de Gijeongdong, el único núcleo de población norcoreano visible desde Corea del Sur y, por extensión, desde fuera de las fronteras del régimen... el problema es que no se trata exactamente de un núcleo de población, sino más bien de un conglomerado de edificios de hormigón huecos por dentro.
El pueblo de Gijeongdong está presidido por una enorme bandera norcoreana de 270 kilogramos que ondea sobre un mástil de 160 metros de altura. Fue construído en la década de 1.950 con la intención de promover la deserción surcoreana hacia Corea del Norte. De esta labor se encargaban unos enormes altavoces que, hasta 2.004, emitían propaganda pro-comunista durante todo el día y unos mecanismos que encendían o apagaban las luces de determinadas "viviendas" a determinadas horas. El engaño era completado con un ejército de figurantes que fingían la actividad urbana del pueblo.

viernes, 9 de marzo de 2012

Pearl Harbor

Estamos a principios de diciembre del año 1.941. Franklin Delano Roosevelt y su gobierno empiezan a dar tímidas muestras de su condena hacia lo que está pasando en el resto del mundo, pero la opinión pública no ve con buenos ojos la entrada en guerra de su país. Por si acaso, la flota americana del Pacífico se encuentra concentrada en la isla de Oahu (Hawái) asistiendo al progreso de la II Guerra Mundial en Europa desde la cómoda protección natural que les proporciona el archipiélago polinesio... pero esta situación no duraría mucho tiempo.
El alto mando japonés estaba intentando sacudirse el dominio occidental y la aparición en escena de su nuevo aliado en Europa central  le obligaba a poner las cartas sobre la mesa. Había llegado la hora de dar un golpe de efecto; había llegado la hora de atacar.

Franklin Delano Roosevelt
Los roces entre el gigante nipón y las potencias occidentales ya venía de antiguo. Las discrepancias empezaron con la primera guerra chino-japonesa (1.895) y pasaron por la guerra ruso-japonesa (1.905) y por la conquista de Manchuria (1.931), pero la cosa no pasó a mayores hasta que, en el año 1.937, se declaró la segunda guerra chino-japonesa.
Las potencias europeas empezaban a estar un poco hartas de la insistencia japonesa pero, como no hacían mucho ruido, les dejaban hacer... hasta que Japón cometió el error de invadir Indochina, que por aquel entonces era colonia francesa . 
Estamos en 1.940 y las cosas en el viejo continente están completamente fuera de control pero, aún así, los franceses no van a permitir cada uno invada lo que quiera, así que se reúnen con sus aliados estadounidenses y británicos e imponen un durísimo embargo económico sobre Japón.

Las negociaciones se prolongan durante más de un año hasta que llegan a su culmen con la llamada "Nota de Hull".
Como hemos dicho antes, la opinión pública norteamericana no aprobaba la posible entrada en guerra de su país. Si los europeos querían matarse entre ellos, que lo hicieran... pero, ¿qué pasaría si el conflicto salpicase a Estados Unidos?
Cordell Hull, americano de pro y, a posteriori, premio Nobel de la paz se encontraba enfrascado en la redacción de las condiciones que serían ofrecidas a Japón a cambio del levantamiento del embargo cuando alguien (no se sabe quién, no se sabe cómo) modificó el contenido de la misma para exigir al emperador nipón que abandonara todas las tierras que habían conquistado a lo largo de los últimos 50 años.
Como era de esperar, al alto mando japonés no le hicieron ninguna gracia las ínfulas de los americanos y sus aliados europeos. El escenario estaba preparado, la provocación dispuesta y los contendientes a punto de llegar a las manos.

Isoroku Yamamoto
Los japoneses, que no eran tontos, tenían ya totalmente planificado el hipotético ataque al enemigo occidental; lo único que consiguió la "Nota de Hull" fue precipitar los acontecimientos y dar luz verde al ataque.
El día cinco de noviembre, el almirante Isoroku Yamamoto emitió una orden de 151 páginas en la que se planificaba la conquista de las colonias británicas en Asia durante el ataque a Pearl Harbor. Cuando el alto mando recibió el pliego de condiciones de los estadounidenses, lo único que tuvo que hacer fue fichar la fecha para la operación.

Por su parte, la inteligencia norteamericana había sido capaz de interceptar las comunicaciones niponas y sabía de sobra que se estaba planeando un ataque sobre la flota del Pacífico... pero la Marina desestimó los informes por considerarlos incompletos o poco relevantes.
En un acto de soberbia (tal vez premeditada) como pocas veces se ha visto a lo largo de la historia, los oficiales estadounidenses fueron rechazando un informe tras otro hasta que, en la mañana del ataque, un mensaje oficial codificado salió desde la Oficina de Relaciones Exteriores de Tokio con destino a la embajada americana. El mensaje anunciaba la ruptura de las negociaciones y el comienzo inmediato de las hostilidades entre ambos países... el problema es que, inexplicablemente, el personal de la embajada se lió a la hora de descifrar y traducir el mensaje y este no llegó a Pearl Harbor hasta horas después del ataque.

Así llegamos a la mañana del 7 de diciembre de 1.941. El tráfico marítimo civil alertó de la saturación de sus radios con mensajes extraños e incomprensibles mientras que la estación de radar "Opana Point", situada al norte de Oahu, detectaba a una enorme fuerza aérea que se aproximaba a Pearl Harbor. Inexplicablemente (una vez más) estos informes fueron desestimados... del mismo modo en que lo fueron los que hablaban del derribo masivo de aviones norteamericanos a medida que la escuadra nipona se acercaba a Hawái.

Llegada de aviones a Pearl Harbor
A las 7:53 de la mañana, 353 aviones japoneses irrumpen en Pearl Harbor mientras una flota formada por 23 barcos y submarinos entre los que se encontraban 6 portaaviones cierran la entrada a la bahía para empezar a descargar proyectiles y bombas contra los barcos allí amarrados.
La superioridad nipona era incontestable pero, aunque no hubiera sido así, la flor y nata de la flota del Pacífico estaba amarrada en la bahía y presentaba un blanco realmente enorme. El ataque a Pearl Harbor fue poco más que un paseo militar.
Los soldados americanos trataron de responder al fuego enemigo, pero estaban tan sorprendidos que muchos de ellos no llegaron siquiera a saber de dónde los venían los disparos. La mayoría de los aviones de la fuerza aérea estadounidense fueron dañados en tierra, de modo que pocos pudieron siquiera alzar el vuelo para tratar de proteger a la flota.

Noventa minutos después, el ataque había finalizado. Los japoneses habían perdido 5 minisubmarinos, 29 aviones y 65 soldados... los estadounidenses habían perdido mucho más. La cifra de pérdidas se estableció en 12 barcos hundidos, 3 barcos seriamente dañados, 188 aviones destruidos, 155 aviones incapacitados para volar y un número nada desdeñable de 3.403 muertos.

Los estadounidenses tuvieron la suerte de que sus portaaviones no se encontraban en Oahu en ese momento pero, aún así, la marina sufrió un golpe de tal magnitud que le costó entre seis meses y un año recuperarse completamente. Al final del día, cuando un joven mensajero entregaba al general Walter Short un mensaje recién llegado de la embajada en Tokio, el cielo sobre Pearl Harbor estaba negro de humo, los militares supervivientes recogían los cadáveres de sus más de 3.000 compañeros caídos y el presidente Roosevelt tenía, por fin, su casus belli.

martes, 6 de marzo de 2012

Las cruzadas de los pastores

En este mismo blog ya hemos hablado otras veces de cruzadas que se salieron de lo común. Hoy vamos a dedicar unas líneas a otros dos hechos "peregrinos" ocurridos en la Francia de los siglos XIII y XIV: las cruzadas de los pastores.

Luis IX de Francia
La primera de estas dos "cruzadas" tuvo lugar en el año 1.251. El rey Luis IX fue capturado en Egipto durante su andadura por la séptima cruzada, de modo que su madre, Blanca de Castilla, quedó como regente.
El rey era muy querido por sus súbditos, así que Blanca hizo lo posible por traerlo de vuelta... pero la nobleza y el clero no estaban muy por la labor de rascarse el bolsillo para pagar su rescate. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, un monje húngaro afincado en el norte de Francia y conocido como "el maestro de Hungría" afirmó haber sido visitado en sueños por la Virgen, quien le había encomendado la tarea de hacer lo posible por rescatar a Luis IX.
Con esta milonga bajo el brazo, el monje consiguió levantar en armas a 60.000 pastores de las regiones de Brabant, Hainaut, Flandes y Picardía e inició la marcha hacia París, donde esperaba poder reunirse con Blanca de Castilla.

En lugar de ser recibidos como héroes, a la turba le fueron impuestas serias limitaciones, que les impedíam moverse libremente por la ciudad y les prohibía terminantemente pisar la orilla izquierda del Sena, en la que se encontraba el sector universitario.
La regente intentó entablar nuevas negociaciones con nobles y clérigos, pero la respuesta de estos volvió a ser tibia, así que el "maestro de Hungría" decidió que, dada la imposibilidad de viajar ellos mismos hasta Tierra Santa, lo mejor sería forzar a los nobles a que pagaran el rescate.

Blanca de Castilla
Dicho y hecho. Una marabunta de 60.000 pastores salió de París dispuesta a traer de vuelta a su rey. La turba se dispersó en todas direcciones y empezó a golpear a los clérigos: varios monjes fueron lanzados al Sena en Rouen, los monasterios cercanos a Tours fueron atacados e incendiados y los desmanes de los pastores empezaban a extenderse por el centro y el norte de Francia... pero la peor parte se la llevó Orleans.
A esta ciudad llegaron, el día 11 de junio, los seguidores más acérrimos del "maestro de Hungría". Nada más llegar, empezaron a asaltar los monasterios de dominicos y franciscanos y se enzarzaron en una auténtica batalla campal con los estudiantes de la universidad... pero cometieron un error: atacaron la judería.
Dado el flujo de dinero que manejaba la comunidad judía en Orleans (y en toda Francia), Blanca de Castilla, que hasta entonces había callado, ordenó la captura y excomunión de todos los pastores implicados en este simulacro de cruzada. Los grupos de pastores se disolvieron y muchos volvieron a sus casas, pero el "núcleo duro" de la turba permaneció junto a su instigador y se atrincheró a las afueras de Bourges, donde fueron masacrados junto con el "maestro de Hungría".

69 años después, en 1.320, un pastor normando fue "iluminado" una vez más por el Espíritu Santo: su cometido sería llegar a la península ibérica y ayudar a los vecinos del sur en la guerra contra el moro. El pastor levantó una multitud de desharrapados que pusieron rumbo, cómo no, hacia París.
Su idea original era reunirse con Felipe V para pedirle que les liderase hacia tierras españolas, pero como el rey ni siquiera les recibió, decidieron que sería igual de bueno liberar a todos los presos de las prisiones reales de París e incorporarlos a su causa.
Del mismo modo que lo hicieran sus predecesores en 1.251, la harapienta tropa de vagabundos, pastores y criminales salió de París y puso rumbo hacia los Pirineos con la intención de pelear al infiel cada palmo de tierra cristiana... el problema es que no es fácil mantener entretenida a una turba enfurecida, por lo que, ya que estaban, arrasaron todas las juderías que encontraron por el camino.
Cuando se quedaron sin judíos, empezaron a atacar a soldados del rey, leprosos sacerdotes y, en definitiva, a todo aquel que se ponía en su camino.

Jaime II de Aragón
Para cuando la "cruzada" llegó a los Pirineos, Jaime II de Aragón ya sabía la que se le venía encima. Los judíos eran sus súbditos del mismo modo que lo eran los cristianos y, además, pagaban muchos más impuestos, así que el rey aragonés ordenó a sus nobles que protegieran las juderías.
La medida no sirvió de nada. Los pastores asaltaban a pequeños grupos de judíos en su camino hacia el sur, pero la cosa llegó a su cénit en la fortaleza de Montclus, donde los "cruzados" asesinaron a 300 semitas.
Jaime II envió a su hijo en persona a la cabeza de una hueste que debía acabar con aquella locura de una vez por todas. El chaval, que posteriormente sería conocido como Alfonso IV, cumplió con el mandato de su padre de la mejor manera que pudo: ordenó el arresto y ejecución de todos los implicados en la matanza de Montclus.
Una vez descabezada, la cruzada se disolvió y los pastores volvieron a su casa... dejando por el camino un montón de judíos, leprosos y clérigos muertos.

viernes, 2 de marzo de 2012

La masacre de Beslán

Hoy vamos a dedicar unas líneas a una historia reciente, una historia que involucró a 1.181 rehenes y que acabó con la muerte de más de 300 de ellos: la masacre de la escuela número 1 de Beslán.

Situación de Beslán en Rusia
Nuestra historia comienza el día 1 de septiembre de 2.004 a las nueve de la mañana. Es el primer día de las clases de otoño y los niños están revolucionados por la perspectiva del nuevo curso; los padres han vuelto a casa o se han ido a trabajar tras dejar a sus hijos a cargo de los diligentes profesores que esperan pacientemente a que empiecen las clases... pero las clases nunca empezarían.
A las nueve y media, el colegio es asaltado por 30 individuos cubiertos con pasamontañas. Llegan en camiones militares y van armados hasta los dientes; pronto, sus fusiles de asalto empiezan a tabletear lanzando una auténtica lluvia de plomo contra los pocos policías que han conseguido llegar hasta la zona. Minutos después, las puertas se cierran dejando al otro lado los cadáveres de cinco policías. 
Los hombres se cuelgan los kalashnikov del hombro dejando al descubierto los cinturones explosivos que les rodean la cintura y se giran hacia los 1.181 rehenes que han quedado atrapados en el colegio. La mayoría son niños, pero también hay algunas enfermeras y, por supuesto, los profesores de la escuela, entre los que se cuentan 20 hombres adultos que miran aterrados alrededor mientras intentan tranquilizar a los alumnos de entre 7 y 18 años. Los terroristas apartan al grupo de 20 hombres del resto de rehenes y les dan boleto metiéndoles una bala en la nuca para después lanzar sus cuerpos al patio dejando bien claro su mensaje: no queremos héroes.

Mientras tanto, en el exterior de la escuela se está formando un cordón que aglutina a lo más granado de las fuerzas especiales rusas: miembros del ejército, spetsnaz, el equipo antiterrorista alfa y la policía de operaciones especiales.
El foco de la prensa mundial está fijado en aquel colegio de Osetia del Norte y las fuerzas especiales rusas no pueden permitirse ni un sólo fallo, ya que su reputación está bastante mermada después de las medidas que adoptaron durante la crisis de los rehenes en el Teatro de Moscú (dos años antes), en la que habían optado por introducir un gas paralizante por los conductos de ventilacion antes de entrar y clavar a los secuestradores a sus asientos a base de machete. El problema es que la dosis de gas fue demasiado alta y se llevaron por delante a 129 rehenes.

Spetsnaz en Beslán
Leonid Roshal, un pediatra pedido expresamente por los secuestradores, actúa como negociador y las noticias empiezan a llegar al mando del operativo especial: los terroristas exigen la retirada de las tropas rusas de Chechenia y la independencia oficial del país. 
Roshal también informa a los mandos de que todos los rehenes han sido llevados al gimnasio y rodeados de explosivos. Si a las fuerzas especiales se les ocurre hacer cualquier movimiento, los terroristas se inmolarán llevándose consigo la vida de 1.181 niños.

El día 2 de septiembre, las negociaciones entre Roshal y los secuestradores fracasan definitivamente. Los secuestradores rechazan la entrada en la escuela de comida, agua o medicamentos para los rehenes y las condiciones en el interior del atestado gimnasio empiezan a ser insufribles.
En la tarde de aquel mismo día, la intervención de Ruslán Aushev, ex presidente ingusetio, consigue que los secuestradores liberen a 11 enfermeras y a 15 niños como muestra de buena voluntad. El gimnasio sigue lleno pero, al menos, la labor de los negociadores empieza a dar sus frutos.
Al día siguiente, las negociaciones tocan techo cuando los secuestradores permiten la entrada en la escuela de un equipo médico con orden de retirar los cadáveres que se pudren en el patio. Son las 13:04 y se acaba de desatar el infierno.

Cuando el cuadro médico se aproximaba, uno de los secuestradores detonó por error una de las cargas explosivas que cubrían el perímetro del gimnasio. El estallido no causó  ninguna víctima mortal, pero los alrededores del colegio se habían convertido en un hervidero de padres preocupados y (esto es Rusia, no lo olvidemos) armados hasta los dientes que empezaron a disparar como locos en cuanto oyeron la explosión. Al oír los disparos, los terroristas pensaron que la entrada del equipo médico no era más que una maniobra de distracción y que, en realidad, estaban sufriendo un asalto por parte de las fuerzas especiales, así que empezaron a disparar contra los médicos y a ejecutar rehenes.
Los equipos de operaciones especiales no podían creer lo que estaban viendo. Un grupo de padres armados con rifles de caza y pistolas habían desatado una batalla campal en un colegio tomado por terroristas chechenos... ahora sí que había que intervenir. Había que hacerlo rápido y a cualquier precio.
El asalto se produjo por tierra (con tropas de asalto y un tanque) y por aire (con dos helicópteros de combate). La labor del grupo antiterrorista alfa fue digna de reseña.

En cuanto empezaron los disparos, los rehenes se lanzaron a una huída en desbandada que desbordó las previsiones de los secuestradores. Estos, al verse superados, empezaron a descargar plomo sobre los rehenes que intentaban huír, causando una cifra escalofriante de bajas en el interior del gimnasio mientras que las tropas de asalto rusas abrían agujeros en las paredes para permitir la salida de los secuestrados.
Agujeros de huída en Beslán
Inmediatamente después de ver los boquetes, los rehenes se lanzaron en masa hacia ellos bajo la lluvia de plomo de los secuestradores. Fue en este momento cuando los miembros del grupo alfa mostraron de que pasta estaban hechos: sin dejar de disparar en ningún momento, interpusieron sus cuerpos entre los terroristas y los agujeros por los que huían los niños. Varios soldados murieron de esta manera pero, cuando uno caía acribillado, otro ocupaba su lugar retomando sus labores de protección.
Los secuestradores hicieron explotar las cargas y el gimnasio saltó por los aires dejando en su lugar un  montón de escombros y humo, pero las fuerzas especiales no cejaron en su empeño y, dos horas después del inicio de la ofensiva, comunicaron que la crisis había sido controlada.
Sin embargo, los primeros recuentos dejaron al descubierto un dato nada tranquilizador: faltaban tres secuestradores.
El grupo de asalto se dividió y empezó a registrar el colegio palmo a palmo. Los tres terroristas chechenos que habían conseguido salir del gimnasio fueron encontrados en un sótano, parapetados tras un grupo de rehenes que habían sido arrastrados hasta allí. Podían haber salido con vida de aquella. Incluso podían haber tenido la oportunidad de ir a juicio e ingresar en prisión... pero cometieron un error que les costó la vida: mataron a los niños que usaban como escudo delante de los spetsnaz.
Se dice que el grupo se cebó bastante con aquellos tres desgraciados, pero no hay pruebas que secunden esta hipótesis y el horno no estaba para bollos que hablasen de los derechos humanos, así que... caso cerrado.

El secuestro de Beslán se saldó con 334 muertos y 783 heridos, la mayoría menores de edad. El presidente Vladimir Putin declaró el 6 y 7 de septiembre como días de luto nacional y, como colofón, 135.000 personas tomaron la Plaza Roja en la tarde del día 7 para manifestarse en contra del terrorismo.