martes, 26 de abril de 2011

La escalera de Alejandro

Hoy nos trasladaremos a la convulsa Grecia del siglo IV antes de Cristo. Las tribus griegas se encuentran bullendo en disputas internas mientras Alejandro Magno, en pleno apogeo, trata de pacificar la Península Helénica para poder afrontar con cierta tranquilidad su aventura de conquista.
Tiene abiertos varios frentes y sabe que debe llegar a la Grecia con su ejército antes de que esta estalle en revueltas... pero también lo saben sus enemigos.

Alejandro Magno
El camino más rápido para cruzar de Macedonia a Grecia era el Paso del Temple, pero un ejército de Tesalios se había apostado en las inmediaciones dispuesto a no dejar pasar a la hueste macedonia. Alejandro necesitaba llegar a Grecia rápido, sí, pero también necesitaba alcanzar la Península Helénica con el menor número de bajas posible, de modo que el enfrentamiento directo estaba descartado. ¿Cómo podían las falanges cruzar el paso sin dar un rodeo y, además, sin trabarse en combate?

Muy fácil. Alejandro Magno decidió esculpir una escalera en la roca del Monte Ossa, en la ladera que quedaba oculta a la vista del contingente tesalio.

Dicho y hecho. El rey de Macedonia reclutó en su ejército a 500 mineros de la zona para convertir la cara de la montaña que daba al mar en una inmensa cantera en la que los mineros trabajaban día y noche a marchas forzadas. La escalera estuvo lista en diez días y, sin esperar siquiera una noche más, Alejandro se sirvió de ella para cruzar por encima del monte, poniendo en la retaguardia tesalia un contingente de 3.000 hoplitas macedonios armados hasta los dientes y dispuestos a combatir.

Hoplita macedonio
Los tesalios aguardaban en su campamento el ataque frontal de Alejandro Magno pero, al día siguiente, este les regaló la visión de un ejército de hoplitas enfundados en su armadura de la cabeza a los pies, con las lanzas prestas tras los enormes escudos redondos y en formación de combate. Los macedonios les habían rodeado, habían matado a sus centinelas y estaban dispuestos a aniquilar a las fuerzas tesalias atrapadas entre dos formaciones de falanges si no deponían las armas... mientras el general tesalio no alcanzaba a entender cómo aquel hombre que destacaban orgulloso a la cabeza de sus tropas había conseguido cruzar el paso sin ser visto ni oído.

Ante semejante demostración de poder, los tesalios rindieron el paso sin presentar batalla y el ejército macedonio entró a la península helénica sin sufrir una sóla baja. La leyenda del gran Alejandro Magno empezaba a tomar forma.

viernes, 22 de abril de 2011

Gilles de Rais

El día 10 de Septiembre de 1404 nacía en el castillo de Champtocé, en la Bretaña francesa, uno de los nobles más ilustres y, al mismo tiempo, más abominable de la historia.

Gilles de Rais
Primogénito de una de las familias más prominentes de la la Francia medieval, Gilles de Rais empezó pronto a dar muestras de su carácter irascible contra los tutores y sacerdotes a los que sus padres confiaban la educación del pequeño Gilles y de su hermano menor, René. No dejaba de ser un niño demasiado travieso pero, al fin y al cabo, perfectamente normal... hasta que Guy de Laval, su padre, murió cuando Gilles contaba con nueve años de edad y todo su mundo cambió drásticamente.
La embestida de un jabalí en una cacería acabó con la vida de Guy de Laval desgarrándole el vientre y desparramando sus entrañas por el suelo ante la mirada horrorizada de su primogénito, a quién acompañaría de por vida la memoria de este trance. Como bien es sabido, las tragedias nunca bienen solas, de modo que la viuda, Marie de Craon, murió al poco tiempo y tanto Gilles como René quedaron a cargo de su abuelo materno: Jean de Craon, un hombre soberbio y pagado de sí mismo que les inculcó a sus nietos valores tan cuestionables como la vanidad o el desprecio por aquellos a los que consideraba inferiores.

Durante los años que pasó a cargo de su abuelo, Gilles de Rais hizo prácticamente lo que le vino en gana, sin limitaciones de ningún tipo. Tanto es así que, con 14 años fue armado caballero embutido en una armadura que el propio Jean de Creon le había regalado y empezó a entrenarse con la espada para, tan sólo un año después, retar a su mejor amigo de la infancia, Antoin, a un duelo y acabar con su vida clavándole un machete en el cuello. Acababa de cumplir quince años y se había cobrado su primera vida.
Los padres de Antoin, de condición humilde, sabían de sobra que no podían luchar contra la influencia de Jean de Creon, de modo que aceptaron la indemnización que se les ofreció a cambio de la vida de su hijo y la acusación de asesinato que pesaba sobre Gilles quedó, finalmente, en nada.

Castillo de Champtocé
Como no podía ser de otra manera en un hombre de su posición, Gilles de Rais partió a la guerra con 16 años, alistándose bajo el mando del duque de Bretaña en la Guerra de Sucesión Bretona. Este conflicto supone la irrupció de Gilles de Rais en el contexto de la Guerra de los Cien Años donde, más adelante se desarrollarían todos sus talentos.
Comandaba una milicia pagada por él mismo y, según cuentan las crónicas de la época, luchaba siempre a la vanguardia de sus soldados, lo que le valió el respeto de los hombres de armas y una provechosa reputación ante Georges de La Trémoille, chambelán del delfín de Francia.

Ya en casa y con 17 años se produce otro de los episodios que contribuyen a entender en parte cómo actuaba la total ausencia de limitaciones sobre la mente de Gilles de Rais. El día 24 de abril de 1422 Gilles rapta a su prima Catherine de Thouarscon, de 15 años, y se desposa con ella con el objetivo de sumar las propiedades de la familia Thouarscon a su propio patrimonio, lo que le convertiría en el noble más rico de Francia... pero no todo iba a ser tan fácil.
La familia de la muchacha rechaza la unión y se niega a entregar sus castillos al hombre que había raptado a su hija, de modo que Gilles de Rais secuestra del mismo modo a su suegra y la encierra en una celda donde sólo la alimenta con pan y agua hasta que su voluntad se doblega y consiente en la unión. Siete años después nacía su primera hija, Marie.
Poco después de nacer la niña, Catherine de Thouarscon la cogió en los brazos y ambas se refugiaron en uno de los castillos de su padre, lo más lejos posible de Gilles quien, por otro lado, ya poseía sus riquezas y no hizo el menor esfuerzo por localizarlas.

Tras ese episodio, el chambelán La Trémoille le reclutó al servicio del delfín de Francia, Carlos VII, quién puso a disposición de Gilles un pequeño ejército y le mandó a combatir en la Guerra de los Cien Años. Esta etapa plagada de combates tuvo una influencia definitiva sobre su vida: allí conoció a Juana de Arco.

Juana de Arco
Gilles de Rais, Juana de Arco y otros generales de cierto renombre como el Duque de Aleçon o La Hire se plantaron ante las puertas de Orleans con un ejército a todas luces insuficiente... y liberaron la ciudad en 8 días.
Al entrar triunfantes en la ciudad que llevaba sitiada varios meses, sus habitantes les recibieron entre ovaciones que les proclamaban como salvadores de Francia y Gilles de Rais empezó a ver en Juana no ya a una elegida de Dios, sino al mismísimo Dios encarnado en doncella.
Desde ese momento, Gilles se convirtió en su guardaespaldas y luchó codo con codo con ella en todas las batallas ganándose así, con tan sólo 25 años, el título de Mariscal de Francia.

Esta fue una etapa feliz en la vida de Gilles de Rais, quien se sentía realizado espiritualmente al lado de Juana y, además, podía volcar su ira sobre el ejército inglés en lugar de sobre los suyos. Pero todo cambió cuando, el 31 de Mayo de 1431, Juana de Arco fue capturada, juzgada y condenada a morir en la hoguera por la propia Iglesia de Francia.
Gilles contrató de su propio bolsillo un pequeño ejército mercenario para liberar a Juana de su destino, pero no consiguió llegar a tiempo y tan sólo se encontraba  a 25 kilómetros de Rouen cuando fue ejecutada.

Siguió combatiendo durante cuatro años más hasta que en 1434 su protector, el chambelán La Trémoille, cayó en desgracia y Gilles perdió su título de mariscal. Este hecho dió el toque de gracia a la mente trastornada de nuestro protagonista, que se refugió en el castillo de Tiffauges para dar rienda suelta a sus excesos.

Castillo de Tiffauges
Se rodeó de una corte de 50 eclesiásticos y 200 soldados de caballería que le acompañaban a casi todas partes mientras dilapidaba su fortuna en organizar conciertos, orgías o representaciones teatrales, que llegaron a contar con hasta 150 actores, de sus campañas al lado de la Doncella de Orleans.
Todo aquel que acudía a su castillo era agasajado y salía cargado de regalos en un intento desesperado de Gilles por mantener su reputación; pero el dinero empieza a agotarse mientras el momento de la bancarrota se acerca a pasos agigantados.

Con la mitad de sus propiedades vendidas en busca de crédito y sus amigos alejándose de él, Gilles de Rais cambia a los eclesiásticos por una corte de brujas, magos y nigromantes con los que empieza a ahondar en la alquimia, buscando el la transmutación de los metales el oro que tanto necesitaba... hasta que una orden real condena la alquimia como herejía y un nigromante convence a Gilles de que sólo conseguirá recuperar su antiguo esplendor si ofrece al diablo la sangre de niños sacrificados.
Los sirvientes de Gilles empiezan a recorrer las aldeas en busca de niños plabeyos a los que convencen con la promesa de convertirlos en pajes en alguno de los castillos de su señor. Los padres entregan a sus hijos gustosos con la intención de darles un futuro mejor en casa del noble pero cuando, en 1440, las desapariciones habían llegado a las 1000 en menos de ocho años y los padres no conseguían de ninguna manera contactar con sus hijos, el clamor unánime de la plebe alcanzó las más altas esferas del estamento nobiliario francés.

Durante ocho años, Gilles de Rais violó y asesinó, no necesariamente en ese orden, a varios centenares de niños. Les sacaba los intestinos, les arrancaba los ojos o les cortaba la yugular para bañarse en su sangre mientras su corte de hechiceros invocaban al diablo y decapitaban a los niños para, posteriormente, clavar las cabezas en picas y competir por saber cuál de ellos era más bello.
Cuando los plebeyos de una determinada región empezaban a clamar en su contra, Gilles se mudaba con toda su siniestra comitiva a otro de sus castillos en Machecoul o Champtoncé para seguir con la dantesca vorágine de violencia.

Todo llegaría a su fin cuando Gilles se vio obligado a vender uno de sus últimos castillos a Geoffroy de Farron, el tesorero del rey.


Geoffroy compró el castillo de Saint Etienne de Memorte y dejó a su cargo a Jean de Farron, eclesiástico y hermano del tesorero. Poco después, Gilles se enteró de que uno de sus primos quería comprar ese mismo castillo pero pensaba que de Farron no aceptaría la anulación de la venta, de modo que se presentó en su antiguo castillo con una guarnición y secuestró a Jean como medida de presión.
La noticia del rapto llegó a oídos del obispo de Nantes, Jean de Malestroit, y éste se puso en contacto con el condestable del rey, quien envió un contingente al castillo de Tiffauges con óden de arrestar a Gilles.

Ejecución de Gilles de Rais
Durante el juicio, Gilles de Rais se mostró inestable y tan pronto se declaraba inocente como culpable hasta que, finalmente, empezó a relatar los crímenes que había cometido con tal nivel de detalle que toda la Francia de la época se estremeció. El antiguo mariscal fue encontrado culpable y condenado a muerte por sodomía, herejía y asesinato, crímenes por los que fue ahorcado en la propia Nantes.
Las actas de aquel juicio aún se conservan y pueden ser consultadas en numerosas fuentes, entre ellas el libro "El mariscal de las tinieblas" del tristemente fallecido Juan Antonio Cebrián, dónde se pueden leer fragmentos como el siguiente:

"Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente".

Y qué mejor manera de cerrar este post que con una cita del propio Gilles de Rais gracias a la que se puede apreciar el peculiar modo de ver el mundo que tenía el mariscal:

"Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. (...) Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla." 

martes, 19 de abril de 2011

El sargento Gander

El sargento Gander
Hoy, vamos a recordar la historia de un héroe militar. Un valiente que dió la vida por sus compañeros en acción de combate: el sargento Gander.
Todos hemos oído hablar en muchas ocasiones de soldados condecorados en combate por su valor pero, ¿y si decimos que, en la foto de la izquierda, el sargento Gander es el que tiene cuatro patas?

Pal, como se llamaba inicialmente, era un perro de raza Newfoundland que vivía en una casa normal, ccomo mascota de una familia normal hasta que, accidentalmente, hirió con una de sus patas la cara de uno de los niños de la casa. Preocupado por lo que le pudiera hacer a sus hijos, el padre de la familia le regaló su perro al regimiento Royal Rifles del ejército de Canadá quienes, por tener su base en el aeropuerto de Gander, rebautizaron al animal con ese nombre y lo acogieron como mascota de su pelotón.

Gander pronto se ganó el cariño del regimiento y cuando, en 1941, los Royal Rifles fueron enviados a Hong Kong para combatir en la Segunda Guerra Mundial, ascendieron a su mascota al rango de sargento y la llevaron consigo. Lo que aún no sabían es que su perro iba a tener un papel definitivo en el destino de la unidad.

El 8 de Diciembre de 1941, un día después del ataque japonés a Pearl Harbour, se desató la batalla de Hong Kong. El sargento Gander se lanzó a la batalla a la vanguardia de su regimiento frenando a los atacantes nipones hasta en dos ocasiones a base de mordiscos.
La tercera vez, los japoneses lanzaron una granada de mano sobre la posición de los Royal Rifles y Gander, en un último acto de heroísmo, cogió la comba entre los dientes y se alejó a la carrera de sus compañeros, muriendo en el ataque y salvando de esta manera al resto de su unidad.

Medalla Dickin
Casi 50 años después, el 27 de Octubre de 2000, el sargento Gander fue condecorado a título póstumo con la medalla Dickin, que reconoce la labor desempeñada por los animales durante la guerra y que lleva grabada en su superficie las frases "Por gallardía" y "Nosotros también servimos".

El nombre de Gander fue incluído entre los de los 1975 hombres y 2 mujeres que murieron en la guerra de Hong Kong y que son recordados por los canadienses en el Memorial Wall de Ottawa.

viernes, 15 de abril de 2011

Las compañías almogávares

Durante más de un siglo y medio, existió un grito de guerra que atronaba todo el Mediterráneo: ¡Desperta ferro! Este era el lema coreado por los almogávares cuando entraban en combate pero, ¿quienes eran exactamente éstos soldados?

Los integrantes de las milicias almogávares procedían de los estratos sociales más bajos, surgidos de lo más profundo de los Pirineos aragoneses y catalanes y que, gracias a su condición de campesinos, podían abastecerse en sus campañas de lo que creciera en el terreno que pisaran, lo que les eximía de la dependencia de suministros y les daba una ventaja más que considerable sobre sus enemigos.

Soldado álmogavar
Vestían con ropajes de estilo visigótico, añadiéndole a estos un cinturón de cuero ancho y un peculiar “casco” consistente en una especie de redecilla metálica que portaban sobre sus cabezas más a modo de distintivo que cómo una protección efectiva.
Su armamento consistía en una espada corta para el combate cuerpo a cuerpo, una lanza de acometida, tres jabalinas que lanzaban antes de entrar en confrontación directa con sus enemigos y una rodela de pequeñas dimensiones.
Los almogávares fueron reclutados en un principio por Jaime I el conquistador, quién apreció sus enormes habilidades para el combate y envió un contingente de 6.000 de ellos junto a las tropas que reconquistaron el reino de Valencia.

Pero los almogávares eran conflictivos y, entre batalla y batalla, pasaban el tiempo sumergidos en innumerables disputas internas o saqueando poblaciones cercanas a su campamento base. Viendo esto, Jaime I los envió a combatir en la octava cruzada para enviarlos lejos de sus dominios, pero este intento de recuperar Tierra Santa para la cristiandad fracasó estrepitósamente y las tropas almogávares tuvieron que regresar a la península.

Viendo regresar el problema, Jaime I tomó la determinación de enviarlos a defender Sicilia de los ataques de Carlos de Anjou, que ansíaba poseer este territorio a toda costa. Los almogávares combatieron en suelo siciliano durante 20 largos años, consiguiendo finalmente la victoria para la corona de Aragón. Pero la guerra toca a su fin y los almogávares, aburridos ante la imposibilidad de entrar en combate, vuelven a enredarse en pendencias y a llevarse por delante tantos sicilianos como era posible hasta que el emperador de Bizancio, Andronico II, los contrata para que le libren del acoso al que se está viendo sometido por parte de los turcos.

Roger de Flor
Es en este preciso momento cuando aparece la figura de Roger de Flor para comandar las tropas almogávares enviadas a Bizancio con el fin de exterminar a los turcos. Los almogávares se ponen bajo sus órdenes y se disponen para el combate.

Para comprender la eficacia de esta unidad de infantería de élite, baste decir que, tras desembarcar en Grecia un contingente de 6.500 almogávares, éstos derrotaron en un cruento combate a 13.000 turcos sin dejar con vida a ningún varón mayor de diez años y, cuando los turcos volvieron en busca de venganza con un ejército de 20.000 hombres, los almogávares mataron a 18.500 de ellos para, posteriormente, en una tercera batalla, destrozar la totalidad de una tropa turca de 18.000 hombres.

Pero, tras someter a los turcos en estas tres brillantísimas intervenciones, los almogávares volvieron a causar problemas constantemente y Roger de Flor es aclamado por el pueblo gracias a sus victorias, llegando a ostentar el título de megaduque de Bizancio, concedido sólo en contadísimas ocasiones.
En el año 1305 la cojunción de estos dos factores lleva al emperador Andronico II a temer por su posición, por lo que convoca, mediante engaños, a Roger de Flor y a sus lugartenientes a una fiesta que supuestamente se va a celebrar en su honor en la ciudad de Adrianápolis. En mitad de la cena un jefe alano entra en la sala con sus hombres y degolla a los almogávares asistentes.

Catafracto bizantino
El resto de la tropa, al enterarse de la traición y del asesinato de su comandante, juran venganza y comienzan a asolar las tierras de Bizancio. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, los almogávares se limitaron a oír misa, comulgar y lanzarse al combate con una furia que no se había visto en los márgenes del Mediterráneo desde las cruzadas.
En este combate, unos pocos miles de hombres, los restos del contingente almogávar, mataron a 26.000 bizantinos en una cruenta batalla.

Más tarde, se enteraron de que 9.600 mercenarios alanos, aquellos que habían asesinado a Roger de Flor, volvían a casa licenciados y acompañados de sus familias, así que les salieron al paso matando a 8.700 de ellos y quedándose con sus mujeres.

Tras quedar consumada su venganza, pasaron una temporada paseándose a sus anchas por la Península Balcánica y saqueando y arrasando todo aquello que se ponía al alcance de su mano. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones los envites enemigos hasta que cayeron, como el resto de Grecia, bajo la creciente marea turca que acuciaba desde el este.

martes, 12 de abril de 2011

La carga de la brigada ligera

Para este primer episodio de nuestra andadura nos situaremos en el año 1854 en el marco de la península de Crimea, en el extremo europeo de la Rusia zarista regida por los Romanov.

Península de Crimea
La guerra de Crimea había estallado el año anterior por disensiones entre la iglesia católica y la ortodoxa, y se encontraba en pleno apogeo el 25 de Octubre de 1854, cuando en Balaclava se produjo la batalla que nos ocupa hoy y que enfrentó a rusos e ingleses en un combate feroz.

Los ingleses contaban con el apoyo de franceses y turcos, pero las tropas rusas propinaron el primer golpe cogiendo desprevenidos a las soldados ingleses y tomando algunos reductos que se encontraban en manos otomanas.
En el segundo envite, el ejército ruso lanzó su caballería, que contaba de unos 3500 hombres bien armados y pertrechados, contra la brigada de caballería pesada británica que, mermada por la enfermedad y el terrible invierno ruso, contaba con tan sólo 600 efectivos.

En este momento se produce un punto de inflexión en la batalla de Balaclava ya que la caballería inglesa consigue, pese a su reducido número, abrir una brecha entre las tropas rusas y, apoyada por regimientos de infantería, logra poner en desbandada a toda la poderosa caballería rusa, lo que prácticamente otorga la victoria a los ingleses. Pero no todo se había decidido...

Tras esta terrible acometida, el capitán de las tropas aliadas observó cómo los rusos comenzaban a retirarse y desmontaban algunas piezas de artillería existentes en los reductos que anteriormente habían estado bajo la custodia de los turcos.

Cosacos artilleros
Viéndose en esta tesitura, el capitán decidió enviar un mensajero a la brigada ligera de caballería británica instándoles a que emprendieran una ofensiva y evitaran que los cañones cayeran en manos de los rusos. Pero el líder aliado cometió un error, envió cómo correo a un alto mando de los húsares que, no se sabe si por orgullo o por falta de entendimiento, envió a la brigada de caballería ligera hacia otra posición, encomendándoles la misión de tomar otras piezas de artillería situadas en el núcleo del ejército ruso.

En ese núcleo se encontraban 30 cañones pesados situados en línea, flanqueados por dos baterías y protegidos por una ingente cantidad de cosacos.

Tras los anteriores encontronazos con el ejército ruso, la brigada ligera estaba conformada tan sólo por 673 hombres ente lanceros, húsares y dragones. Pero pese a esto, el sentido del deber y del honor británico prevaleció y los jinetes se situaron en formación de combate a una distancia de 2,5 kilómetros de los rusos.

Comenzaron a avanzar al paso, 900 metros, los rusos lanzan sus primeras descargas de artillería provocando una masacre entre las primeras filas de la brigada ligera.

Húsar británico
Comienza el trote, 500 metros, al galope, desenvainan sus espadas y se lanzan a la carga sobre las filas enemigas mientras los rusos seguían proyectando descargas de artillería sobre sus filas y provocando una auténtica carnicería entre los jinetes británicos.

Los dragones ligeros cargaron contra los servidores de las baterías mientras los cosacos pasaban a usar la fusilería para continuar con la matanza. Mientras tanto, el octavo regimiento de húsares cobraba venganza por sus compañeros caídos entre las filas rusas, lo que consiguió poner en retirada a los cosacos que aún defendían los cañones.

De los 673 hombres que se lanzaron hacia una muerte segura, sólo regresaron 175.

Esta fue la carga de caballería más heroica y a la vez más inútil que ha contemplado el mundo. Los cañones se tomaron, es cierto, pero por culpa de una orden que nunca se dió y provocando innumerables bajas que convirtieron a la brigada ligera, orgullo de la caballería británica, en despojos de sí misma.