viernes, 6 de enero de 2012

El pancracio

En la antigua Grecia, los juegos olímpicos se celebraban, al igual que ahora, cada cuatro años e incluían pruebas de atletismo... pero aquí acaban las similitudes.
Los juegos se desarrollaban siempre en la ciudad de Olimpia y durante su celebración se promulgaba una tregua que ponía todos los conflictos activos en suspenso para que los atletas pudieran acudir sin peligro desde toda Grecia. Los participantes de estos juegos tenían que ser obligatoriamente hombres libres que hablasen el griego, quienes recibían un entrenamiento específico desde que cumplían los doce años hasta que eran considerados aptos (con unos veinte).
Estos juegos de la antigua Olimpia constituyeron el establecimiento del pugilato como deporte en lugar de como arte de combate y el nacimiento del formato de pelea al que dedicaremos esta entrada: el pancracio.

Pancraciastas
En primer lugar, una urna de plata es colocada en el centro del área destinada al combate. Todos los pancraciastas que van a participar en los juegos deben acercarse, rezar a Zeus y meter su mano en la urna para sacar una de las teselas que reposan en su interior. 
La mirada del árbitro es severa y su látigo amenazante pero, en ese momento, sólo está allí para definir los emparejamientos.
Las teselas están grabadas con letras (alfa, beta, gamma, etc) de modo que la urna sólo contiene dos de cada tipo. Así, los pancraciastas quedan emparejados por sorteo puro, sin distinción de peso. Los luchadores se retiran dejando el paso franco a los dos que han sacado la tesela marcada con la letra alfa mientras la multitud estalla en vítores. Empieza el primer combate.

Dos hombres completamente desnudos salen al campo de batalla y saludan al juez de la contienda. Ambos conocen las reglas del pancracio, pero el árbitro las explica de todos modos: todo está permitido salvo morder, meter los dedos en la nariz o la boca del oponente y sacar los ojos. El combate sólo terminará con la rendición o la muerte de uno de los luchadores.

En primer lugar, los pancraciastas flexionan levemente las rodillas y adoptan una postura ligeramente ladeada que les permita reaccionar con rapidez a un más que posible ataque de su oponente. Recordemos que estos hombres llevan entrenando para este momento un mínimo de ocho años, por lo que sus músculos son firmes, sus brazos fuertes como el acero y sus tendones tensos como la cuerda de un arco.
El pancracio no es sólo potencia, sino también velocidad e inteligencia. Un luchador competente tiene que saber elegir el momento óptimo para lanzar un ataque y advertir el más mínimo movimiento de su oponente como un indicio de por dónde vendrá el golpe del que debe defenderse.
Tras unos instantes en los que ambos luchadores se estudian detenidamente, uno de ellos se lanza hacia adelante. A partir de este momento, cada combate es un mundo.

Técnica de luxación
Las técnicas utilizadas varían enormemente de un pancraciasta a otro. Se tiene constancia histórica de que un veterano luchador llamado Sóstratos de Sición gustaba de buscar los dedos de sus oponentes y rompérselos uno a uno hasta que este se rendía.
Otra táctica muy utilizada consistía en "hacer la tijera", es decir, envolver la cintura del contrario con las piernas de modo que las manos quedasen libres para golpear su cara, pecho y brazos.
Cada pancraciasta era distinto al anterior, pero casi todos coincidían en una cosa: la luxación es el camino hacia la rendición. Aplicando esta máxima, los luchadores se afanaban en romper o luxar los miembros y articulaciones de sus contrarios, pues sabían de sobra que un hombre con el hombro dislocado representa una amenaza mucho menor que un luchador sano.

Los combates eran brutales y, aunque pueda parecer mentira, largos. Los pancraciastas habían sido entrenados durante casi toda su vida para soportar el dolor además de para inligirlo, así que muchos combates se prolongaban hasta la caída del sol.
En este momento, según las reglas del pancracio, el árbitro debía parar el combate, que se decidiría por un sencillo método de desempate: Ambos pancraciastas tenían derecho a golpearse por turnos hasta que uno de los dos caía o se rendía. El atacante tenía derecho a decidir en que postura debía colocarse su contrincante, quien debía recibir el golpe sin hacer el más mínimo intento de defenderse. De esta manera se resolvió el combate entre Creugas, campeón de Epidamnos, y Damoxenos en los Juegos Nemeos del año 400 a.C.

Creugas y Damoxenos
Tras una batalla que había durado horas, el atardecer había obligado a ambos luchadores a dejar de combatir. El árbitro realizó entonces el correspondiente sorteo y la suerte sonrió a Creugas, a quien le tocó golpear primero.
El campeón de Epidamnos ordenó a su contrincante que bajara los brazos y le propinó un fuerte puñetazo en plena cara que le hizo tambalearse pero no le derribó. Damoxenos, una vez recuprado, ordenó a Creugas que levantara el brazo izquierdo ofreciéndole su costado.
El aspirante aprovechó esta postura para clavar la punta de sus dedos (como si diera una puñalada) justo por debajo de la caja torácica de Creugas, lo que provocó la rotura de piel y músculos dejando los intestinos al descubierto y matando en el acto al campeón de Epidamnos.

Al principio, los pancraciastas no utilizaban armas en sus combates pero, posteriormente, se permitió la incorporación de una especie de "guantillas" que derivaron en el terrible cestus romano, del que hablaremos en otra historia.

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