Ten, cógela. ¿Qué te parece nuestra espada? Equilibrada, ¿verdad? Con ella defendemos nuestros hogares de los invasores romanos y, gracias a su poder de corte, hemos conseguido obligar a los legionarios a forrar de hierro los bordes de sus escudos. Se llama falcata y hoy fabricaremos una.
Falcata (s. IV a.C.) |
Lo primero que debemos hacer es desenterrar estas planchas de hierro, que llevan bajo tierra más de dos años preparándose para este momento, y sacudir las partes blandas que, como puedes ver, se han desprendido de la plancha principal.
Ven, ayúdame. Bien. Ahora, tenemos que separar las tres mejores láminas que podamos encontrar y llevárselas a nuestro herrero para que las una en caliente, dejando en el centro un núcleo duro que debe sobresalir un poco para que podamos acoplar la empuñadura. Además, será el propio herrero el que se encargue de pulir la hoja y hacer las acanaladuras necesarias para quitarle peso a la espada.
Ahora ya tienes entere tus manos lo que, tras un par de ajustes, se convertirá en una falcata. Vamos al río.
Coge la espada por la empuñadura y colócatela sobre las piernas. Muy bien, justo así. Ahora, moja la hoja con un poco de agua y empieza a pasar la piedra de afilar. Eso es, despacio.
¿Ya? Pues nada, vamos a ponerle el pomo. ¿Qué te parece este? Empuñadura de hierro con las cachas de hueso, para que no resbale al golpear. Vale, ya está listo. Ahora vuelve a afilar la espada y asegúrate de que sea capaz de superar las pruebas.
¿Has terminado? Bien. Antes de considerar la falcata como un arma digna de entrar en combate, debe superar dos pruebas. La primera consiste en lo siguiente: coloca la empuñadura sobre tu hombro derecho y, sin alzar el pomo, dobla la hoja por encima de tu cabeza hasta que toque tu hombro izquierdo. Tira un poco más, sin miedo. Si la hoja es suficientemente flexible debería superar la prueba sin problemas.
Vale. Muy bien. Ahora vamos con la segunda prueba.
Lo que tienes que hacer ahora es... bueno, ¿ves ese buey de ahí? ¿Sí? Pues le tienes que cortar la cabeza en menos de tres golpes. Si has afilado bien tu falcata, el hierro debería cortar la carne y los tendones con facilidad. El problema se puede presentar a la hora de partir la columna vertebral, pero bueno, eso ya depende de tu fuerza.
¡Bien! Tu falcata ha superado las pruebas. Ahora ponte un casco y empieza a matar romanos. ¿Qué? No pensarías que te ibas a librar, ¿verdad?
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