martes, 4 de octubre de 2011

De cámaras oscuras y linternas mágicas

A finales del siglo XVII, tras una época esplendorosa para la cultura, las cortes europeas asistían asombradas a la evolución de la tecnología como instrumento de ocio. La linterna mágica había llegado a sus vidas.

Cámara oscura
Desde hacía al menos 4 siglos, los europeos del XVII ya conocían la técnica necesaria para ampliar imágenes mediante el uso de la luz gracias a la cámara oscura pero, ¿cómo funcionaba exactamente este artilugio?
En un principio, las cámaras oscuras eran habitaciones en las que sólo entraba luz a través de un pequeño orificio practicado en una de las paredes. Este haz de luz, manejado mediante espejos y lentes de distintos tipos, conseguía proyectar en la pared opuesta de la cámara oscura un reflejo invertido de la imagen que se podía ver a través del orificio.
Con este principio, las cámaras oscuras pronto se hicieron populares y se crearon versiones portátiles que proyectaban la imagen sobre una plancha horizontal, lo que permitía a los pintores y dibujantes desplegar su cámara oscura ante, por ejemplo, un edificio y plasmarlo sobre su lienzo gracias al reflejo.

Teniendo a mano esta tecnología, la evolución de las cámaras oscuras era sólo cuestion de tiempo. La reconversión se produjo hacia dos ramas distintas.

En una de estas ramas, se sustituyó la plancha de dibujo por una placa química que permitía plasmar la imagen proyectada por exposición en lugar de por el propio dibujo a mano alzada. Los tiempos de exposición que se necesitaban eran extremadamente largos y los resultados no eran simpre satisfactorios, pero este sistema sirvió para que Niépce y, posteriormente, Daguerre sentaran las bases de la fotografía moderna.
Linterna mágica
Por otro lado, algunas de las cabezas pensantes de la época se pusieron a discurrir y llegaron a la conclusión de que, si la cámara oscura era capaz de absorver la imagen exterior a través de la luz, también debía haber alguna forma de proyectar una imagen hacia fuera utilizando el mismo principio. De este modo, las primeras linternas mágicas no eran más que cámaras oscuras miniaturizadas y con los procesos invertidos.
En primer lugar, se construía una especie de campana en la que se incrustaba una chimenea. Acto seguido, se perforaba esta campana con un agujero sobre el que se colocaban unos raíles y un juego de lentes. En estos raíles, se colocaban placas de vidrio pintado que se iban moviendo manualmente en función de la imagen que se quisiera ver. Por último, se encendía una vela, se colocaba dentro de la linterna mágica poniendo cuidado en que el humo saliera por la chimenea... y ya está. Con estos sencillos pasos, podríamos estar cómodamente sentados en las primeras salas de proyecciones del mundo.

La lintena mágica, al igual que la cámara oscura, también encontró en la evolución su verdadero potencial. Menos de un siglo después de su invención, el Conde Alessandro di Cagliostro consigue integrar en el proyector una serie de ruedas dentadas que, en función de hacia dónde y cuánto fueran giradas, aumentaban o disminuían el tamaño de la imagen resultante. Con este avance, los profesores de La Sorbona empiezan a ver en la linterna el complemento ideal para sus clases y empiezan a acompañar sus lecciones con diapositivas... pero aún hay un problema: las imágenes son estáticas y se necesita de una mano humana para saltar de una a otra.

Este inconveniente sería solventado a finales del siglo XIX con la siguiente evolución de la linterna mágica: el celebérrimo cinematógrafo de los hermanos Lumière, que consiguió llevar la magia del movimiento a todos los rincones de Europa llegando a convertirse, a día de hoy, en uno de los entretenimientos más populares del mundo.

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