martes, 27 de septiembre de 2011

El sansón extremeño (1 de 2)

Hoy vamos a empezar una serie de dos entradas que nos acercarán a uno de esos personajes injustamente olvidados por la historia: Diego García de Paredes, un hombre cuya vida podría competir con la mejor de las leyendas.

La historia de nuestro protagonista comienza en 1468 en Trujillo, donde nace en el seno de una familia perteneciente a la baja nobleza cacereña.
Desde muy tierna edad, Diego empezó a dar muestras de interés por el oficio de las armas y empezó a recibir entrenamiento en el manejo de espadas, mazas y escudos. Su natural habilidad para el uso del acero hizo que pronto se convirtiera en un excelente combatiente, pero esto no era todo; a medida que el joven Diego se iba conviertiendo en adolescente, su estatura y su musculatura se fueron desarrollando de tal manera que llegó a ser considerado por sus coetáneos como el hombre más fuerte de Europa.

Diego García de Paredes
Como suele suceder en estos casos, la guerra se cruzó muy pronto en el camino del joven Diego. En el año 1483, la España de los Reyes Católicos estaba sumida de pleno en los últimos coletazos de la Reconquista y nuestro protagonista, consciente de que la reputación no se labraba en el entrenamiento sino en el campo de batalla, deja la casa familiar y se enrola en la hueste cristiana que se está preparando para emprender la campaña definitiva contra Andalucía.
Su madre, que había enviudado recientemente, queda destrozada por la marcha de Diego, pero sabe de  primera mano que su hijo ha nacido para la guerra y que tratar de detenerlo solo servirá para aumentar sus deseos de alistarse, así que se despide de él en la puerta de su hacienda trujillana y le deja marchar con lágrimas en los ojos.

En la denominada por los historiadores como "Guerra de Granada", el jovencísimo Diego se dedica a seguir a la tropa castellana... hasta que en 1485, a los 17 años de edad, entra en combate por primera vez.
Su arrojo en combate y su tremendo descaro a la hora de cruzar armas con el invasor musulmán en las campañas de Málaga, Loja y la propia Granada empiezan a valerle el respeto del resto de los soldados, quienes dejan de ver en él a un niño demasiado alto para su edad y empiezan a admirar la soltura con la que maneja la espada un compañero colosal y temerario.
Durante esta guerra, Diego García de Paredes fue armado caballero a manos del mismísmo rey Fernando pero, además, conoció y trabó lazos de amistad con el que posteriormente sería conocido en toda Europa como "El Gran Capitán": Gonzalo Fernández de Córdoba.
Finalmente y como ya sabemos, esta guerra tocó a su fin en 1492 con la conquista de Granada y los combatientes tuvieron que volver a sus casas.

Juana de Torres, la madre de Diego, había muerto durante la campaña y nuestro protagonista no estaba acostumbrado a la cómoda vida del terrateniente, de modo que no tardó en abandonar su Trujillo natal en busca de nuevas aventuras.

Alejandro VI
En 1496, un hidalgo cacereño de 28 años se planta en medio de la Roma renacentista dispuesto a labrarse un futuro.
Cierto día, un grupo de bandidos italianos deciden que ya es hora de que aquel palurdo español que se pasea por sus calles pierda la bolsa de monedas que porta a la cintura, de modo que rodean a Diego en un callejón cercano al Vaticano dispuestos a hacerse con su oro. El trujillano, lejos de amedrentarse, agarra una pesada barra de hierro y se lía a mamporros con los asaltantes. El número exacto de los italianos se desconoce, pero el resultado del combate habla por si mismo: cinco muertos, diez heridos y el resto fuera de combate o en fuga.
Alejandro VI, el Papa Borgia, se entera del resultado de la pelea y rescata a Diego de manos de la justicia para nombrarle capitán de su guardia personal.
Al contrario que muchos de sus compañeros de armas, Diego no era un gigante bobalicón, sino que sabía leer y escribir con soltura, lo que le valió para hacerse con la comandancia de los ejércitos de César Borgia, que combatieron por toda Italia durante los siguientes cuatro años. Pero no todo iba a ser gloria y oropel en la vida de nuestro protagonista.
Como ocurría con muchos soldados de la época, la agresividad del de Trujillo no se limitaba al campo de batalla y los duelos de honor estaban a la orden del día. Esto por sí sólo no habría supuesto ningún problema... pero Diego se enfrentó al hombre equivocado. En uno de sus constantes duelos, decapitó de un mandoblazo a un capitán de los Borgia llamado Césare Romano, lo que supuso su destitución inmediata y su expulsión del ejército papal.

Durante los siguientes meses, existen informaciones que apuntan a que sirvió bajo las órdenes de algunas familias enemigas de los Borgia; pero no es hasta el mes de noviembre de 1500 cuando su nombre aparece de nuevo con fuerza para grabarse con letras de oro en la historia durante el asedio de Cefalonia.

El Gran Capitán
Nos encontramos en Cefalonia, una isla de la actual Grecia en cuya fortaleza se acantona una guarnición de 700 jenízaros. La expedición cristiana está comandada por Gonzalo Fernández de Córdoba y Benedetto Pessaro quienes, el día 24 de noviembre, ordenan emprender un primer asalto sobre las murallas. El conato es repelido sin demasiados problemas por los turcos que, al ver la retirada, ponen en funcionamiento sus temidos "lobos", unas máquinas con poleas y cuerdas repletas de garfios que servían para asir a los caballeros por la armadura con el fin de atraerlos hacia las murallas para poder darles muerte cómodamente.
Diego García de Paredes es asido por uno de los lobos y llevado hasta el adarve otomano... pero los jenízaros no sabían con quiénes se estaban enfrentando.

El trujillano llega a las almenas conservando entre sus manos la rodela y la espada. En el mismo momento en que sus pies se afirman sobre la cima de la muralla, Diego se libera del abrazo del lobo y empieza a despachar soldados otomanos.
Su espada es un borrón que siembra muerte sin cesar. Todo aquel jenízaro que se atreve a acercarse a él, termina con las entrañas desparramadas por el adarve o despeñado entre los merlones. El soldado español se repliega ante los refuerzos que llegan sin cesar para matarle. Apoya la espalda contra los muros en un intento de proteger su punto más débil mientras los cadáveres siguen amontonándose a sus pies caídos bien bajo el filo de su espada o bien bajo los tremendos golpes propinados con el refuerzo de su rodela.
En conciciones en las que cualquier soldado curtido habría muerto sin remisión, Diego aguantó; apartando lanzas y propinando estocadas durante más de dos días hasta que finalmente el hambre, la sed y las múltiples heridas recibidas le hicieron entregarse.
El comandante de los jenízaros, en vista del coloso que habían conseguido capturar, carga a Diego de cadenas y le encierra en una de las torres del castillo. Sus heridas son curadas y se le alimenta bien en espera de obtener un suculento rescate pero, mientras tanto, el Gran Capitán planeaba en el campamento cristiano la ofensiva final sobre Cefalonia.

Isla de Cefalonia
El 24 de diciembre, 46 días después de que nuestro protagonista fuera capturado por los turcos, Gonzalo Fernández de Córdoba aprovecha la bruma de la mañana para arengar a sus hombres en un ataque relámpago contra las murallas.
Las escalas comienzan a afianzarse sobre el adarve de Cefalonia. Pronto, el ruido de los gritos y del acero contra el acero empieza a llenarlo todo entre los muros de la fortaleza llegando hasta la torre en la que Diego García de Paredes descansa recuperado de sus heridas y bien alimentado.
El trujillano, viendo que sus compatriotas han emprendido por fin el asalto, arranca de cuajo las argollas que le atan a la pared, echa la puerta abajo y le roba la espada a uno de los dos centinelas encargados de su custodia. Con esa misma espada, Diego mata al otro centinela y se lanza hacia las murallas en busca de más enemigos a los que dar muerte.
Al caer la tarde sobre Cefalonia, tan sólo 80 de los 500 jenízaros que defendían la fortaleza permanecen en pie. Con las últimas luces, el Gran Capitán alza la bandera española sobre el bastión y se gira para felicitar efusivamente a sus hombres... pero no llega a completar el gesto. Ante él se alza incólume el fantasma de un gigante al que todos creían muerto, sonriendo abiertamente como si no hubiera pasado nada.

2 comentarios:

  1. Me encanta este blog..un fuerte abrazo

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  2. Es colosal e insuperable,el Quijote decia de el que era capaz de parar una rueda de molino de piedra gigante en pleno funcionamiento con sus manos,y vencio en 400 enfrentamientos de honor invicto.

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