De todos es sabido que el casarse entre primos, tíos o lo que se tercie era el pan nuestro de cada día en las casas reales europeas del siglo XVI. En España, esta obsesión por la endogamia ha dado auténticas joyitas faltas de luces que, con el tiempo, se convirtieron en reyes catastróficos... pero lo del personaje que nos ocupa hoy clama al cielo.
Carlos de Austria |
El día 8 de Julio de 1.545 nacía en Valladolid el primogénito de Felipe II con su primera mujer, María Manuela de Portugal. El rey Felipe, a sus 18 años estaba exultante y henchido de orgullo por el nacimiento de un varón que prolongara su estirpe pero las cosas cambiaron cuando, tan sólo cuatro días después del nacimiento del pequeño Carlos, la reina moría dejando al niño a cargo de su marido quien, a la sazón, era también primo por partida doble de la difunta.
Carlos de Austria se crió en compañía de sus tías y familiares más cercanos, pues los asuntos de la corona reclamaban la atención constante de Felipe II, quien pasaba largos periodos lejos de la península ibérica.
El niño, como buen Habsburgo, era fruto de la proverbial endogamia de la sangre azul y, si su abuela paterna (Juana la loca) ya traía "tara", él no iba a ser menos. Conforme avanzaba su desarrollo, el niño demostraba cada vez más a las claras que tenía muy poquitas luces y que, además, hacía gala de un carácter cruel, pues gozaba asando liebres vivas y cegando caballos en el establo real. La cosa llegó hasta el punto de que, a la edad de 11 años, ordenó azotar para su diversión y regocijo a una muchacha que, posteriormente, tuvo que ser convenientemente indemnizada por la corona.
Felipe II era perfectamente consciente de la crueldad de su hijo pero, quizá debido a su también deficiente desarrollo físico (tenía un hombro más alto que otro, una pierna más larga que la otra, el pecho hundido y una nada desdeñable joroba), achacaba estos desmanes a la frustración del crío, de modo que en 1.560 obligó a las Cortes de Castilla a reconocer al joven Carlos como heredero legítimo al trono.
Con 15 años el adolescente fue trasladado a Alcalá de Henares para dar inicio a una etapa universitaria que debía formarle de cara a sus futuros deberes al frente del gobierno. Su salud era bastante endeble y sufría continuas fiebres que obligaban a los médicos a desvivirse en tratamientos absurdos que no llevaban a ninguna parte pero que, al menos, mantenían con vida a Carlos. Esta etapa se prolongó durante dos años, hasta que el heredero cayó rodando por unas escaleras y se golpeó la cabeza quedando bastante tocado.
Los intentos para recuperar su salud fueron desde la medicina tradicional hasta los curanderos pasando por la religión, pues la momia de fray Diego de Alcalá fue sacada de su sepulcro y tumbada en la cama junto al joven agonizante en un absurdo intento por atraer la gracia del difunto al que, supongo, no le haría ninguna gracia que le arrancaran de su descanso eterno para tumbarle junto a aquel despojo... pero no nos desviemos del tema: finalmente, la cosa se saldó con una trepanación practicada por el médico de la corte que no sólo salvó la vida del joven Carlos, sino que además acentuó su carácter cruel y excéntrico.
Carlos de Austria |
El chico tenía la cabeza regular pero, para bien o para mal, era el heredero al trono y debía ser educado como tal, así que su padre le nombró miembro del Consejo de Estado en un intento de que tomara contacto con las labores de la corona.
Corría ya el año 1.564 y Felipe II cada vez estaba más harto de las excentricidades de su hijo. Tratando de quitárselo de encima, la corona española llegó incluso a entablar negociaciones para casarlo con la mismísima María Estuardo... pero aquella alianza era demasiado importante y ya era vox populi que Carlos de Austria era un bobalicón de tomo y lomo, de modo que Felipe decidió no dejar semejante responsabilidad en sus manos.
Esto supuso un revés para la autoestima de Carlos, quien a partir de entonces redobló su interés por conseguir un objetivo que ansiaba desde hacía tiempo: el gobierno de los Países Bajos.
Carlos se burlaba constantemente de su padre e incluso trataba de desautorizarlo públicamente cada vez que tenía ocasión, pero Felipe aún miraba a su hijo con una cierta indulgencia y la cosa no habría pasado a mayores de no ser porque el príncipe le contó a su amigo Ruy Gómez de Silva que iba a emprender una huída hacia los terrotorios del norte para forzar a su padre a darle el poder. El problema es que Ruy no era tan discreto como Carlos creía y las noticias llegaron rápidamente a oídos del rey, que saldó el episodio con una nueva reprimenda que provocó nuevos desmanes como, por ejemplo, amenazas de muerte al Duque de Alba o la orden, emitida en 1.567, de quemar un edificio desde el que se habían lanzado aguas que le habían manchado.
A estas alturas, Felipe II ya había perdido todas las esperanzas depositadas en su primogénito, que seguía empeñado en ir a los Países Bajos.
Carlos le pidió a su tío, Juan de Austria, que le llevara a Italia para partir desde allí hacia el norte; Juan, como era de esperar, "perdió el culo" por ir a contarle al rey lo acontecido, pero el castigo habría quedado en nada de no haber sido porque el chico, del que ya hemos dicho que no tenía muchas luces, hizo partícipe al prior de Atocha de sus planes para asesinar a su padre y tomar el poder por las malas.
El día 18 de enero de 1.568 Felipe II, harto ya de las salidas de tono de su hijo, ordenó que este fuera recluído en sus aposentos y aislado del mundo exterior.
Viéndose acorralado, Carlos de Austria amenaza con quitarse la vida, por lo que Felipe ordena que le sean retirados todos los tenedores y cuchillos. Ante esta medida, el joven reacciona emprendiendo una huelga de hambre... en la que fracasa estrepitosamente.
Al darse cuenta de que no es capaz de imponer su voluntad, Carlos empieza a comer sin medida, dándose auténticos atracones en la intención de pasar su periodo de reclusión de la mejor manera posible, pero también en eso fracasa. En uno de estos banquetes pantagruélicos, Carlos de Austria muere reventado por dentro. Corría el año 1.568 y el futuro rey contaba con 23 años de edad.
Corría ya el año 1.564 y Felipe II cada vez estaba más harto de las excentricidades de su hijo. Tratando de quitárselo de encima, la corona española llegó incluso a entablar negociaciones para casarlo con la mismísima María Estuardo... pero aquella alianza era demasiado importante y ya era vox populi que Carlos de Austria era un bobalicón de tomo y lomo, de modo que Felipe decidió no dejar semejante responsabilidad en sus manos.
Esto supuso un revés para la autoestima de Carlos, quien a partir de entonces redobló su interés por conseguir un objetivo que ansiaba desde hacía tiempo: el gobierno de los Países Bajos.
Carlos se burlaba constantemente de su padre e incluso trataba de desautorizarlo públicamente cada vez que tenía ocasión, pero Felipe aún miraba a su hijo con una cierta indulgencia y la cosa no habría pasado a mayores de no ser porque el príncipe le contó a su amigo Ruy Gómez de Silva que iba a emprender una huída hacia los terrotorios del norte para forzar a su padre a darle el poder. El problema es que Ruy no era tan discreto como Carlos creía y las noticias llegaron rápidamente a oídos del rey, que saldó el episodio con una nueva reprimenda que provocó nuevos desmanes como, por ejemplo, amenazas de muerte al Duque de Alba o la orden, emitida en 1.567, de quemar un edificio desde el que se habían lanzado aguas que le habían manchado.
A estas alturas, Felipe II ya había perdido todas las esperanzas depositadas en su primogénito, que seguía empeñado en ir a los Países Bajos.
Carlos le pidió a su tío, Juan de Austria, que le llevara a Italia para partir desde allí hacia el norte; Juan, como era de esperar, "perdió el culo" por ir a contarle al rey lo acontecido, pero el castigo habría quedado en nada de no haber sido porque el chico, del que ya hemos dicho que no tenía muchas luces, hizo partícipe al prior de Atocha de sus planes para asesinar a su padre y tomar el poder por las malas.
El día 18 de enero de 1.568 Felipe II, harto ya de las salidas de tono de su hijo, ordenó que este fuera recluído en sus aposentos y aislado del mundo exterior.
Viéndose acorralado, Carlos de Austria amenaza con quitarse la vida, por lo que Felipe ordena que le sean retirados todos los tenedores y cuchillos. Ante esta medida, el joven reacciona emprendiendo una huelga de hambre... en la que fracasa estrepitosamente.
Al darse cuenta de que no es capaz de imponer su voluntad, Carlos empieza a comer sin medida, dándose auténticos atracones en la intención de pasar su periodo de reclusión de la mejor manera posible, pero también en eso fracasa. En uno de estos banquetes pantagruélicos, Carlos de Austria muere reventado por dentro. Corría el año 1.568 y el futuro rey contaba con 23 años de edad.
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