miércoles, 22 de agosto de 2012

Héroes del Holocausto

En este mismo blog se han dedicado infinidad de entradas a guerras y batallas que han causado miles de bajas. Hoy, vamos a cambiar un poco la "línea editorial" para poner en la palestra a esos guerreros sin fusil que, como Oskar Schindler, contribuyeron a la salvación de miles de almas durante el holocausto judío.

Irena Sendler (1.942)
Empezaremos nuestro viaje centrándonos en la historia de Irena Sendler. Esta mujer, enfermera de profesión, fue educada segús sus propias palabras para "ayudar de corazón a las personas necesitadas sin mirar su religión ni su raza"... y así lo hizo.
La invasión alemana de Polonia pilló a Irena enfrascada en su trabajo en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, que se encargaba de gestionar los comedores sociales de la ciudad. Como era de esperar, el avance del Reich por territorio polaco hizo que el número de clientes de estos comedores creciera exponencialmente y, por lo tanto, que los recursos empezaran a agotarse rápidamente, pero Irena no se arredró: en lugar de sucumbir al desánimo, alentó a los que tuvieron la suerte de conservar sus posesiones para que hicieran donaciones gracias a las cuales los comedores sociales de Varsovia no sólo proporcionaban comida, sino también ropa, medicinas o inluso, en algunos casos especiales, dinero en efectivo.
En 1.940, los alemanes fundaron en Varsovia el ghetto más grande de Europa y empezaron a confinar a los judíos en él, utilizándolo como almacén de personas en su tránsito hacia los campos de prisioneros. Las condiciones de vida eran deplorables desde el primer momento y aún empeoraron más cuando, a finales de aquel mismo año, el gobernador alemán ordenó cerrar el acceso al guetto envolviéndolo con un muro de 3 metros de altura y limitando las raciones destinadas a los judíos a unas míseras 184 calorías diarias. En este marco, las enfermedades y los conatos de epidemia pronto empezaron a campar por las calles del ghetto... e Irena supo aprovecharse de la situación.
Cuando conoció las condiciones de vida a las que estaban siendo sometidos los judíos, Irena se unió al Zegota (Consejo para la Ayuda de Judíos) y consiguió acceso franco al ghetto mediante un pase sanitario proporcionado por los propios alemanes, quienes no querían entrar al recinto por miedo a las epidemias de tifus. Una vez dentro, nuestra protagonista se dedicó a hablar con las familias judías y ganarse su confianza hasta que consintieran en entregarle a sus hijos, a los que Irena sacaba del ghetto en ambulancias, ataudes, bolsas de basura o sacos de patatas para darles una nueva identidad y entregarlos en adopción a familias polacas que quisieran hacerse cargo de los niños hasta que sus familias fueran liberadas. Pronto, Irena comprendió que su labor no sería suficiente para salvar a todos los niños, así que consiguió pases para algunas de sus amigas, creando un pequeño "ejército" de voluntarias encargadas de sacar a los niños del ghetto y distribuirlos por Varsovia bajo un nuevo nombre.
A finales de 1.942, esta enfermera de Varsovia y sus chicas habían salvado la vida de 2.500 niños... pero su labor no terminaba ahí. Irena sabía que la distribución de los pequeños entre familias polacas era provisional pues, tarde o temprano, los niños crecerían y querrían recuperar su familia y su identidad, así que ideó un archivo en el que plasmaba los detalles de cada rescate, el nombre anterior del niño en cuestión, su nueva identidad y cuál era su familia de acogida. Todo fue viento en popa hasta que, en 1.943, la Gestapo empezó a sospechar de las actividades de Irena, quien, sabiendo que su detención era cuestión de días, guardó sus listas en frascos de vidrio y los enterró en el jardín de su vecina para que fueran a parar a las manos adecuadas en caso de que ella muriese.

Irena Sendler (2.005)
El día 20 de octubre de 1.943, Irena Sendler fue detenida por la policía política del Reich y recluída en la prisión de Pawiak. Los torturadores se emplearon a fondo con ella, pues era la única que conocía la identidad y ubicación de los niños a los que había conseguido sacar del ghetto. Aún así, Irena no se derrumbó, sino que soportó las torturas con estoicismo y no traicionó a sus niños.
Dando a los rescatados por perdidos, las autoridades alemanas ordenaron la ejecución de Sendler pero, mientras esperaba su hora en el "corredor de la muerte", un soldado alemán se la llevó para un interrogatorio adicional, traspasando los muros de la prisión y exhortándola a que corriese por su vida. Al día siguiente, Irena encontró su nombre en la lista de polacos ejecutados en Pawiak.
¿Se debe este acto al buen corazón del soldado?  Me temo que no. Los miembros de Zegota habían sobornado a una parte de la guarnición alemana para comprar la vida de su miembro más activo.
Cuando por fin terminó la guerra, Irena desenterró con sus propias manos los frascos que había enterrado en el jardín de su vecina y entregó las listas al director del recién creado "comité para la salvación de los judíos supervivientes", quien dio orden de empezar inmediatamente una investigación... lamentablemente, la mayoría de las familias originales de estos niños habían muerto en el ghetto o habían sido deportadas a distintos campos de exterminio.

Como nota curiosa, diremos que ninguno de los niños conocía a Irena por su nombre real, sino que la llamaban "Jolanta", su nombre en clave durante las operaciones en el ghetto, así que ninguno pudo agradecerle personalmente su labor... hasta que, años después, su cara salió en un periódico polaco y uno de sus antiguos niños, ya crecido, la reconoció. Así empezó un aluvión de llamadas y visitas de agradecimiento culminado con el reconocimiento de Irena Sendler como Justa y ciudadana de honor de Israel por el Yad Vashem de Jerusalén.
Nuestra protagonista murió en 2.008 en su Varsovia natal. Contaba con 98 años de edad y con el reconocimiento de todo el pueblo polaco, cuyo gobierno le entregó en noviembre de 2.003 la Orden del Águila Blanca, la más alta distinción civil de Polonia.

Dejando atrás a Irena Sendler, nuestro viaje continúa con la historia de Raoul Wallenberg, nacido en Kappsta (Suecia) el 4 de agosto de 1.912. Criado en el seno de una familia pudiente, Wallenberg viajó a los Estados Unidos en 1.931 para estudiar arquitectura en la Universidad de Míchigan, de la que se graduó en 1.935 para volver a Suecia. Una vez allí y tras varias aventuras laborales fallidas, nuestro protagonista empezó a trabajar en "The Central European Trading Cente", empresa regentada por un judío llamado Koloman Lauer al que, dada la situación política de entonces, le estaba vedado el acceso a ciertas partes de Europa, por lo que Wallenberg iba en su lugar a reuniones de negocios en no pocas ocasiones. Así, el sueco empezó a trabar contacto con los nazis y a comprender como funcionaba su nueva corriente de pensamiento.
Las cosas continuaron así hasta que, en el verano de 1.944, Wallenberg fue destinado como diplomático a la embajada sueca en Budapest. Por aquel entonces, nuestro protagonista ya llevaba mucho tiempo con la mosca detrás de la oreja: había hecho negocios con los nazis, cierto, pero desde la invasión de Polonia las relaciones se habían estropeado bastante. En cuanto puso los pies en suelo húngaro y vio con sus propios ojos las atrocidades que los nazis cometían sobre los judíos, Wallenberg se puso manos a la obra: empezó a entregar a los judíos de Budapest pasaportes que los identificaban como suecos en espera de repatriación. Estos pasaportes, evidentemente, eran falsos y no tenían ningún valor legal, pero su aspecto y el sello de la embajada los hacían pasar por buenos ante las autoridades alemanas de la zona.
Raoul Wallenberg
Viendo que no era suficiente, el sueco alquiló de su propio bolsillo varios inmuebles en la ciudad y alojó en ellos a centenares de judíos. Esto por si mismo no habría tenido ningún valor para el ejército alemán, que ostentaba la potestad de poder entrar donde quisiera y cuando quisiera, por lo que Wallemberg colgó de las fachadas de estos edificios carteles falsos que los identificaban como "Biblioteca de Suecia" o como "Instituto Sueco de Investigaciones".
Por si esto fuera poco, 2 días antes de la llegada del ejército rojo a Budapest, Wallenberg negoció con los jerifaltes nazis de la ciudad  la anulación de una orden de deportación masiva que debía llevar a centenares de judíos húngaros a los campos de exterminio. Al final de la guerra y ya en el terreno de la leyenda, se habla de que el diplomático consiguió también que fuera revocada la órden de destruir todos los ghettos de la ciudad antes de abandonar Hungría; esta historia no está contrastada pero, de ser cierta, la cifra de judíos salvados por Wallenberg oscilaría en torno a los 100.000.
Como ya se sabe, la historia no siempre es justa con los hombres de honor, de modo que cuando el Ejército Rojo entró en Budapest el día 17 de enero de 1.945, Wallenberg fue detenido y deportado a la prisión de Lubyanka, en Moscú, bajo cargos de espionaje que nunca han sido demostrados. La fecha de la muerte de Wallenberg es confusa, pues los informes fueron ocultados durante bastante tiempo por el gobierno soviético, pero la datación oficial sitúa el óbito el 16 de julio de 1.947.

En la misma ciudad y en la misma época pero a una escala algo menor encontramos al diplomático español Ángel Sanz Briz, que utilizó las mismas herramientas que Wallenberg entregando pasaportes españoles a los judíos y alegando que estos eran de ascendencia sefardí. Además de esto, Sanz Briz convenció al representante de la Cruz Roja en Budapest para que "decorase" las fachadas de sus hospitales y orfanatos con placas que los identificaban como sedes diplomáticas de la embajada española, con lo que contribuyó a salvar la vida de unos 5.000 judíos en la Hungría ocupada.

No sería justo dar carpetazo a este artículo sin hablar de los salvadores encuadrados en el corazón del propio eje. En primer lugar, hablaremos de Chiune Sugihara, cónsul de Japón en Kaunas (Lituania) cuyas órdenes consistían en informar al gobierno nipón de los movimientos de tropas que se produjeran en el frente oriental.
Haciendo caso omiso de la característica rigidez japonesa y, ya de paso, de las órdenes que había recibido, Sugihara se dedicó a conceder visados japoneses a los judíos de Kaunas. Dado que no podía hacer uso de las herramientas del consulado, el nipón pasaba unas 18 horas al día escribiendo los visados a mano y sellándolos bajo su propia responsabilidad para después repartirlos entre la multitud que trataba de huir hacia el este. Aún con el visado, para un judío era difícil salir del territorio ocupado y atravesar Rusia, por lo que Sugihara pactó con el bando soviético un permiso para que los judíos con visado japonés pudieran usar el transiberiano para atravesar su país en busca de un futuro mejor en China, Japón o incluso en la propia Unión Soviética.
A partir de este momento, Sugihara empezó a trabajar aún con más ahinco, generando en un día el volumen de visados estimado para un mes y arrojaándolos directamente sobre la multitud de judíos que esperaba junto a los trenes para ser deportados.
Es muy difícil determinar la cantidad de personas que se salvaron gracias a los visados japoneses de Sugihara, pero las cifras oscilan entre los 2.000 y los 10.000 judíos, lo que no le hizo ninguna gracia al gobierno japonés. Inexplicablemente, en lugar de ordenar su ejecución, el alto mando nipón le desplazó al consulado de Praga y, posteriormente, le obligó a dimitir de su cargo diplomático.

Hans von Dohnanyi
Por último, hablaremos de Hans von Dohnanyi, un salvador de judíos en el corazón de la Alemania nacionalsocialista.
Nacido en la esplendorosa Viena de 1.902, Dohnanyi pronto se trasladó a Berlín, ciudad en la que creció y estudió obteniendo un doctorado en derecho en el año 1.925. A partir de este momento, Hans empezó a trabajar como jurista y consejero de altos cargos, labor gracias a la que conoció a personalidades como Hermann Göring, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler y hasta al mismísimo Adolf Hitler, que le dieron acceso a documentos legales clasificados como secretos y le pidieron asesoramiento en materia legal. Unido al régimen, Dohnanyi siguió granjeándose las simpatias del partido hasta 1.934, año en el que tuvo lugar la "noche de los cuchillos largos".Viendo de lo que eran capaces los nazis en su obsesión por el Reich, el austriaco se unió a la resistencia alemana y empezó a criticar públicamente al gobierno, lo que le valió el traslado forzoso a Leipzig en 1.938.
Desde allí, Dohnanyi contribuyó a la huída a Suiza de 14 judíos y confabuló junto a Fabian von Schlabrendorff y Henning von Tresckow para asesinar al propio Hitler. Las autoridades alemanas sabían del complot, pero no podían demostrar la participación en el conato de magnicidio, por lo que ordenaron la detención del austriaco bajo cargos de "violación de las leyes monetarias" y su posterior traslado al campo de concentración de Sachsenhausen, donde llegó en 1.944.
Poco después, el 20 de julio de aquel mismo año, se produjo en Wolfsschanze otro intento de asesinato contra el Führer que, esta vez sí, casi consigue acabar con su vida... el problema para Dohnanyi fue que las investigaciones posteriores consiguieron dejar en evidencia su participación en el atentado anterior, lo que le valió una pena de ahorcamiento que acabaría con su vida el 9 de abril de 1.945, dos semanas antes de la liberación del campo.

Estos son tan sólo algunos ejemplos de los que se alzaron como héroes del holocausto. Es cierto que, durante la II Guerra Mundial muchos hombres lucharon por destruir una raza a la que veían como animales... pero no es menos cierto que otros muchos hombres y mujeres actuaron con justicia, salvando a aquellos a los que consideraban no cómo judíos sino, simplemente, como seres humanos.

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