Para la entrada de hoy, dejaremos volar nuestra imaginación hasta la España del siglo VIII, concretamente hasta una ciudad de Toledo gobernada por el esplendor de Al-Andalus pero con autonomía propia.
Los emires musulmanes mantienen bajo su mandato la mayor parte de la península ibérica, pero una rebelión cristiana se ha alzado en las montañas asturianas y ha conseguido recabar los apoyos suficientes como para tomar buena parte del noroeste peninsular. Los toledanos, de natural inconformistas, empiezan a cuestionar el poder musulmán y a preguntarse si no sería mejor unirse a la lucha de sus hermanos norteños.
Alhakén I, el emir de turno, decide que esto es una ofensa inadmisible y que hay que poner solución a este comportamiento levantisco cuanto antes. Para ello, nombra gobernador de Toledo a Amrú, un muladí de su confianza.
La reconquista en el año 790 |
Amrú llega a Toledo en el año 797 y empieza a gobernar con mano dura pero justa. Los personajes influyentes de la ciudad empiezan a tomarle confianza y el nuevo gobernador decide utilizar esto para llevar a cabo la misión original que le había encomendado el emir. Con la mejor de sus sonrisas, Amrú invita a todos los poderosos de la ciudad a un gran banquete que ha de celebrarse en su palacio.
El día del banquete, los nobles forman una fila a las puertas del palacio mientras el populacho se agolpa en los alrededores para ver los fastos de aquella celebración. Una a una, las familias poderosas de Toledo se presentan en la puerta del palacio y traspasan el umbral para incorporarse al banquete... el problema es que, cuando la puerta se cierra tras ellos, descubren que el banquete consiste en una guarnición que les rebana el pescuezo en silencio y los tira a un foso especialmente preparado a tal efecto.
Tras ejecutar a una familia, el encargado de la puerta abría a la siguiente y los soldados del gobernador llevaban a cabo el mismo ritual.
La historia nos cuenta que más de 400 familias influyentes fueron invitadas al banquete de Amrú y que sólo unas pocas consiguieron huir cuando, según la leyenda, el populacho vió la nube de vapor que se alzaba de detrás de las murallas y, entendiendo que provenía del contacto de la sangre caliente con el frío de la noche, advirtió a sus próceres al grito de: ¡Toledanos, es la espada, voto a Dios, la que causa ese vapor y no el humo de las cocinas!
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