Estamos a principios de diciembre del año 1.941. Franklin Delano Roosevelt y su gobierno empiezan a dar tímidas muestras de su condena hacia lo que está pasando en el resto del mundo, pero la opinión pública no ve con buenos ojos la entrada en guerra de su país. Por si acaso, la flota americana del Pacífico se encuentra concentrada en la isla de Oahu (Hawái) asistiendo al progreso de la II Guerra Mundial en Europa desde la cómoda protección natural que les proporciona el archipiélago polinesio... pero esta situación no duraría mucho tiempo.
El alto mando japonés estaba intentando sacudirse el dominio occidental y la aparición en escena de su nuevo aliado en Europa central le obligaba a poner las cartas sobre la mesa. Había llegado la hora de dar un golpe de efecto; había llegado la hora de atacar.
Franklin Delano Roosevelt |
Los roces entre el gigante nipón y las potencias occidentales ya venía de antiguo. Las discrepancias empezaron con la primera guerra chino-japonesa (1.895) y pasaron por la guerra ruso-japonesa (1.905) y por la conquista de Manchuria (1.931), pero la cosa no pasó a mayores hasta que, en el año 1.937, se declaró la segunda guerra chino-japonesa.
Las potencias europeas empezaban a estar un poco hartas de la insistencia japonesa pero, como no hacían mucho ruido, les dejaban hacer... hasta que Japón cometió el error de invadir Indochina, que por aquel entonces era colonia francesa .
Estamos en 1.940 y las cosas en el viejo continente están completamente fuera de control pero, aún así, los franceses no van a permitir cada uno invada lo que quiera, así que se reúnen con sus aliados estadounidenses y británicos e imponen un durísimo embargo económico sobre Japón.
Las negociaciones se prolongan durante más de un año hasta que llegan a su culmen con la llamada "Nota de Hull".
Como hemos dicho antes, la opinión pública norteamericana no aprobaba la posible entrada en guerra de su país. Si los europeos querían matarse entre ellos, que lo hicieran... pero, ¿qué pasaría si el conflicto salpicase a Estados Unidos?
Cordell Hull, americano de pro y, a posteriori, premio Nobel de la paz se encontraba enfrascado en la redacción de las condiciones que serían ofrecidas a Japón a cambio del levantamiento del embargo cuando alguien (no se sabe quién, no se sabe cómo) modificó el contenido de la misma para exigir al emperador nipón que abandonara todas las tierras que habían conquistado a lo largo de los últimos 50 años.
Como era de esperar, al alto mando japonés no le hicieron ninguna gracia las ínfulas de los americanos y sus aliados europeos. El escenario estaba preparado, la provocación dispuesta y los contendientes a punto de llegar a las manos.
Isoroku Yamamoto |
Los japoneses, que no eran tontos, tenían ya totalmente planificado el hipotético ataque al enemigo occidental; lo único que consiguió la "Nota de Hull" fue precipitar los acontecimientos y dar luz verde al ataque.
El día cinco de noviembre, el almirante Isoroku Yamamoto emitió una orden de 151 páginas en la que se planificaba la conquista de las colonias británicas en Asia durante el ataque a Pearl Harbor. Cuando el alto mando recibió el pliego de condiciones de los estadounidenses, lo único que tuvo que hacer fue fichar la fecha para la operación.
Por su parte, la inteligencia norteamericana había sido capaz de interceptar las comunicaciones niponas y sabía de sobra que se estaba planeando un ataque sobre la flota del Pacífico... pero la Marina desestimó los informes por considerarlos incompletos o poco relevantes.
En un acto de soberbia (tal vez premeditada) como pocas veces se ha visto a lo largo de la historia, los oficiales estadounidenses fueron rechazando un informe tras otro hasta que, en la mañana del ataque, un mensaje oficial codificado salió desde la Oficina de Relaciones Exteriores de Tokio con destino a la embajada americana. El mensaje anunciaba la ruptura de las negociaciones y el comienzo inmediato de las hostilidades entre ambos países... el problema es que, inexplicablemente, el personal de la embajada se lió a la hora de descifrar y traducir el mensaje y este no llegó a Pearl Harbor hasta horas después del ataque.
Así llegamos a la mañana del 7 de diciembre de 1.941. El tráfico marítimo civil alertó de la saturación de sus radios con mensajes extraños e incomprensibles mientras que la estación de radar "Opana Point", situada al norte de Oahu, detectaba a una enorme fuerza aérea que se aproximaba a Pearl Harbor. Inexplicablemente (una vez más) estos informes fueron desestimados... del mismo modo en que lo fueron los que hablaban del derribo masivo de aviones norteamericanos a medida que la escuadra nipona se acercaba a Hawái.
Llegada de aviones a Pearl Harbor |
A las 7:53 de la mañana, 353 aviones japoneses irrumpen en Pearl Harbor mientras una flota formada por 23 barcos y submarinos entre los que se encontraban 6 portaaviones cierran la entrada a la bahía para empezar a descargar proyectiles y bombas contra los barcos allí amarrados.
La superioridad nipona era incontestable pero, aunque no hubiera sido así, la flor y nata de la flota del Pacífico estaba amarrada en la bahía y presentaba un blanco realmente enorme. El ataque a Pearl Harbor fue poco más que un paseo militar.
Los soldados americanos trataron de responder al fuego enemigo, pero estaban tan sorprendidos que muchos de ellos no llegaron siquiera a saber de dónde los venían los disparos. La mayoría de los aviones de la fuerza aérea estadounidense fueron dañados en tierra, de modo que pocos pudieron siquiera alzar el vuelo para tratar de proteger a la flota.
Noventa minutos después, el ataque había finalizado. Los japoneses habían perdido 5 minisubmarinos, 29 aviones y 65 soldados... los estadounidenses habían perdido mucho más. La cifra de pérdidas se estableció en 12 barcos hundidos, 3 barcos seriamente dañados, 188 aviones destruidos, 155 aviones incapacitados para volar y un número nada desdeñable de 3.403 muertos.
Los estadounidenses tuvieron la suerte de que sus portaaviones no se encontraban en Oahu en ese momento pero, aún así, la marina sufrió un golpe de tal magnitud que le costó entre seis meses y un año recuperarse completamente. Al final del día, cuando un joven mensajero entregaba al general Walter Short un mensaje recién llegado de la embajada en Tokio, el cielo sobre Pearl Harbor estaba negro de humo, los militares supervivientes recogían los cadáveres de sus más de 3.000 compañeros caídos y el presidente Roosevelt tenía, por fin, su casus belli.
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