viernes, 23 de marzo de 2012

El genocidio armenio

Para la entrada de hoy dejaremos volar nuestra mente hasta la turbulenta Europa de los años previos a la I Guerra Mundial. Nos situaremos en la Turquía de 1.878 y centraremos nuestra atención en una de las minorías étnicas que convivían con los otomanos en aquel marco: los armenios.

Distribución de la población armenia
La población armenia en Turquía estaba formada por una masa de algo menos de 3.000.000 de individuos que se concentraban principalmente en Estambul y en el este del país. Como es bien sabido, las relaciones del Imperio Otomano con sus vecinos nunca fueron todo lo plácidas que cabría esperar pero, aún así, diversas minorías convivían con los turcos en una cierta armonía... hasta el citado año de 1.878, en el que las relaciones armenio-otomanas se enquistaron sin remedio.
En este año se firmó el Tratado de San Stefano, que pondría punto final a la guerra ruso-turca obligando al Imperio Otomano a reconocer la independencia (en mayor o menor medida según el territorio) de sus provincias balcánicas. Esto no debería haber tenido nada que ver con ninguna minoría, pero la confrontación cristiano-musulmana se abrió camino y los representantes armenios fueron acusados de entrar en negociaciones con los rusos para facilitar la victoria de estos en la guerra.
A la firma del tratado, las autoridades otomanas rebajaron las cifras oficiales a entre 1.160.000 y 1.300.000 armenios viviendo en suelo turco, dejando fuera del censo a más de la mitad y preparando de este modo el camino hacia el que sería considerado como el primer genocidio sistemático moderno.

El clima de desconfianza era insostenible y los armenios no contribuyeron en modo alguno a atenuarlo. Los líderes de la comunidad armenia fundaron partidos nacionalistas e incluso llegaron a llamar a la insurrección alzando un pequeño ejército de 400 combatientes.
En junio de 1.894, la tensión estalló cuando un destacamento de tropas Imperiales se congregó en la villa de Dalvorik con la intención de sofocar una más que probable rebelión armenia. Los combates empezaron en esta población causando numerosas bajas en ambos bandos y pronto se extendieron por toda la región de Sasun.
El día 15 de agosto, tras dos meses de combate constante, las tropas nacionalistas asumieron que sus fuerzas no daban para más y 200 soldados armenios se entregaron al ejército otomano bajo promesas de perdón... pero los turcos los fusilaron y dedicaron la siguiente semana a aplicar un severo correctivo por toda la región. Durante seis días, los soldados otomanos camparon a sus anchas por la región de Sasun violando, asesinando y quemando todo lo que se cruzaba en su camino hasta que, el día 24 de agosto, los últimos conatos de resistencia fueron aniquilados completando una cifra de casi 3.500 armenios asesinados sólo en Sasun.

Armenios ejecutados
Las reacciones no se hicieron esperar. Toda la comunidad internacional condenó los incidentes de Sasun y pidió que se organizara una comisión para la investigación de los crímenes cometidos por el ejército otomano... el problema fue que el sultán Abdul Hamid II, oficialmente en contra de la masacre, destapó su verdadera postura y abrió su propia comisión para “investigar la conducta criminal de los bandidos armenios”.
Ante los continuos desmanes, el partido nacionalista armenio Hentchak convocó para el día 30 de septiembre de 1.895 en Estambul una multitudinaria manifestación que aglutinó a casi 4.000 armenios. Como no podía ser de otra manera, la marcha acabó como el rosario de la aurora: la policía cargó contra los manifestantes matando allí mismo a muchos de ellos sin hacer distinciones por sexo o edad. Viendo esto, la población musulmana de Estambul liberó el resentimiento hacia el extranjero contenido durante tantos años y se lanzó como una turba contra los manifestantes que habían conseguido huir de la policía. El resto, lo podéis imaginar.

Lejos de asumir la derrota, el Hentchak convocó una nueva insurrección alzando a 1.500 combatientes armenios en la región montañosa de Cilicia. A estas alturas (estamos ya a finales de 1.895), el sultán ya sabía con quién se la estaba jugando, así que un ejército de 55.000 hombres fue movilizado con el objetivo de sofocar la rebelión.
En este marco montañoso, las tropas del Hentchak contuvieron la marea turca durante más de tres meses, recibiendo constantemente refuerzos que sustituían a los combatientes que morían abatidos en los combates, consumidos por el hambre o congelados por el intenso frío de las montañas. Finalmente, en febrero del año siguiente, las potencias internacionales intervinieron como mediadoras y se puso fin a una revuelta en la que las bajas otomanas oscilaban entre los 5.000 y los 10.000 hombres mientras que las armenias quedaban establecidas en 6.000 insurgentes.

Armenios asesinados por los soldados
A partir de este momento, el conflicto pasó de ser una guerra abierta a convertirse en una serie de incidentes aislados, como el incendio de la catedral de Urfa con 3.000 armenios dentro o la matanza de casi 30.000 civiles armenios en la provincia de Adana en el año 1.909. En un principio y según el sultán Abdul Hamid II, la "cuestión armenia" había quedado cerrada con el pacto alcanzado tras los incidentes de Cilicia, pero la masacre de Adana abrió las puertas del gobierno al partido radical de los "Jóvenes Turcos", a los que ni siquiera se les pasaba por la cabeza perdonar las salidas de tono de los armenios.

El día 29 de octubre de 1.914, el Imperio Otomano entraba de lleno en la I Guerra Mundial y aprobaba el servicio militar obligatorio, por lo que la mayor parte de los hombres en edad de combatir fueron alejados de sus casas y destinados al frente. Al mismo tiempo, el Imperio Ruso daba inicio a la campaña del cáucaso avanzando por territorio turco.
A principios de 1.915, los rusos infligieron una durísima derrota a los turcos en la batalla de Sarikamish y empezaron a posicionarse en torno al lago Van, una zona  en la que ya habían tenido lugar conflictos previos entre musulmanes y cristianos. El día 20 de abril de ese mismo año, al saber que las tropas rusas estaban cerca, los armenios se sublevaron y asesinaron a la población musulmana local.
Esta maniobra torpemente orquestada le dio al gobierno la excusa que necesitaba y supuso el pistoletazo de salida para el genocidio propiamente dicho.

Nada más conocer las noticias procedentes del lago Van, el gobierno de los "Jóvenes Turcos" ordenó desamar a todos los reclutas de procedencia armenia que formaran parte del ejército otomano, desmovilizarlos y enviarlos a campos de trabajo.
La cifra de hombres que sufrió esta primera medida no fue nada desdeñable, pero la cosa se salió completamente de madre cuatro días después, cuando el gobierno otomano declaró que la revuelta de Van obedecía a un plan más ambicioso de los nacionalistas armenios, que pretendían aprovechar la guerra en la que se hallaba sumido el país para proclamar su independencia.
En base a esta dudosa teoría, los "Jóvenes Turcos" ordenaron la deportación masiva de toda la población armenia hacia campos de concentración especialmente destinados a tal efecto en el sureste del Imperio... el problema es que esta deportación consistía en marchar a pie durante cientos de kilómetros a través del desierto sirio sin apenas comida ni agua.

Fosa común
Las columnas de civiles armenios inundaron los terrenos desérticos del sur del Imperio escoltadas por grupos de soldados que en teoría estaban allí para proteger a los civiles armenios de las posibles represalias musulmanas pero que, en realidad, se dedicaban a violar y asesinar a mujeres y niños entre matanza y matanza. Aquellos que no podían continuar eran asesinados a sangre fría allí donde sus fuerzas fallaran; los que aún seguían en pie, pronto se convertían en cadáveres andantes.
Cuando alguna de las columnas pasaba por una población, los armenios que vivieran allí se enfrentaban a dos posibilidades: o bien los soldados turcos estaban de buen humor y se contentaban con violar a sus mujeres y ejecutarlos allí mismo, o bien estaban de malas y les obligaban a unirse a la marcha, que se detenía únicamente para alimentar a los armenios con los recursos justos para que pudieran mantenerse bordeando los límites de la muerte.

La cifra de armenios exterminados, de la que dan buena cuenta las numerosas fosas comunes esparcidas por todo el sur del Imperio, oscila entre el millón y medio y los dos millones de personas. Si a esto le sumamos los que fueron aniquilados durante las revueltas nacionalistas previas a la I Guerra Mundial, los números nos dicen que prácticamente toda la población armenia asentada en el Imperio Otomano fue sistemáticamente exterminada ante la mirada de una comunidad internacional que, si bien se declaró contraria a este tratamiento, no hizo demasiado por impedirlo.

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