Imaginemos por un momento que los turcos quieren conquistar Malta. Ahora, sumésmole a esto que un puñado de europeos a los que les caen bastante mal los musulmanes se han atrincherado y han hecho de la isla su bastión. Vamos un poco más allá: traslademos esto al siglo XVI, supongamos que los turcos son el Imperio Otomano y que los europeos son caballeros hospitalarios, una orden habituada a zurrarse la badana con los sarracenos... ya la tenemos liada.
De un lado, el Imperio Otomano. Una fuerza de 48.000 hombres encabezados por 6.000 jenízaros y 9.000 sipahi. Del otro, las fuerzas cristianas; con un total de 6.100 soldados de los que tan sólo 500 esran caballeros hospitalarios. Además de las fuerzas principales, el Gran Sitio atrajo hasta Malta a aventureros y voluntarios de todos los signos, siendo los 800 soldados italianos y los 400 españoles los más representativos en el bando hospitalario mientras que los corsarios berberiscos lo eran en el otro contingente.
El sultán veía en la conquista de Malta una oportunidad para establecer una base de operaciones desde la que poder saltar a Europa, por lo que reunió para la expedición una flota de 193 naves cargadas hasta los topes de soldados, caballería, cañones y maquinaria de asedio. El Gran Turco está hambriento de victorias y cuenta con una abrumadora fuerza a su favor. Mientras tanto, los caballeros hospitalarios comandados por Jean Parisot de la Valette no están dispuestos a entregar su sede al Islam. La suerte está echada.
Los turcos llegan a Malta con las primeras luces del 18 de mayo pero no desembarcan inmediatamente, sino que costean la isla hasta llegar al puerto de Marsaxlokk para tener una mejor capacidad de ataque y abastecimiento. Fue en este fondeadero donde los comandantes otomanos cometieron su primer error.
Al igual que pasó previamente con los romanos en Cannae, la comandancia de la hueste musulmana estaba repartida entre dos altos mandos: el visir Lala Mustafa Pasha y el almirante de la flota, Pialí Bajá. El primero era partidario de atacar Mdina, la vieja capital mientras que el segundo abogaba por un asedio sobre el Fuerte de San Elmo que no debería prolongarse en ningún caso más allá de unos pocos días.
Convencidos de que San Elmo caería rápidamente dejando franco el paso hacia el Gran Puerto y, por ende, hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel, los turcos aceptan la opinión de Pialí Bajá y montan una batería de 21 cañones que empiezan a bombardear la Valeta desde la ladera del monte Sciberras.
El día 24 de Mayo, 100 caballeros hospitalarios y 500 soldados voluntarios con orden de resistir hasta el último hombre afrontan el primer combardeo desde las murallas de San Elmo.
Los proyectiles de 130 libras asolan la capital de Malta mientras un sinfín de civiles buscan refugio en la fortaleza para ser evacuados a través del Gran Puerto. Por el camino, 3.000 hombres son reclutados entre la población maltesa y se unen a la defensa del fuerte. No en vano, el virrey de Sicilia ha prometido enviar refuerzos y la orden ni siquiera se plantea una posible traición por parte de un hermano de fé. Los refuerzos tienen que estar al llegar... pero no llegan.
San Elmo queda reducido a escombros en menos de una semana, pero los caballeros no se rinden. El día 8 de junio, tras 15 días defendiendo un puñado de ruinas y rechazando una tras otra las incursiones turcas a través de La Valeta, los hospitalarios mandan un mensaje a su gran maestre: le piden que les deje hacer una salida contra las líneas otomanas y morir con la espada en la mano. La respuesta de Jean Parisot de la Valette no se hace esperar: devuelve al mensajero con orden de decirle a sus soldados que puede relevarlos si les da miedo morir tal como él mismo ha ordenado.
Como era de esperar, la vergüenza hace que los defensores redoblen sus esfuerzos. Todos los días, decenas de heridos son evacuados a través del Gran Puerto hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel para ser reemplazados por soldados de refresco con orden de no ceder ni un palmo de terreno. El montón de escombros en el que se ha convertido San Elmo es defendido con denuendo hasta que, a mediadios de junio, un corsario llamado Turgut Reis consigue cortar la comunicación marítima del fuerte asediado con sus homónimos de la otra orilla. San Elmo está solo pero, ante todo, San Elmo debe resistir en espera de los refuerzos prometidos.
El día 17 de junio, Turgut es abatido por una descarga afortunada realizada desde elfuerte de San Ángel. El bombardeo continuo sobre San Elmo se prolonga ya durante casi un mes, pero los hospitalarios que quedan en el fuerte aislados del resto de la isla resisten, rebelándose ante la inmensa fuerza de la artillería turca. Día tras día, las salvas se detienen el tiempo justo para que regimientos de jenízaros, sipahi y tropas auxiliares bien entrenadas carguen contra el montón de escombros sobre el que se alza la bandera del hospital. Día tras día las cargas son rechazadas por un puñado de defensores cuyo número se reduce cada vez más.
San Elmo cae el 23 de junio, tras resistir durante 29 días un asedio que nunca debería haber superado los 2. Los pocos defensores que permanecen en el fuerte, seriamente mermados por el hambre, la sed y las heridas, son pasados a cuchillo por los invasores. La toma de San Elmo se completa, pero deja tras de sí un balance de 6.000 soldados turcos (en su mayoría jenízaros) muertos entre los escombros de la capital maltesa.
La flota otomana atraca por fin en Marsamxett, a resguardo de los cañonazos de San Ángel y la maquinaria de asedio del Gran Turco gira sus miras hacia el Gran Puerto y los dos fuertes restantes.
San Elmo ha caído, sí, pero el tesón de los hospitalarios se ha convertido en un símbolo para toda Europa y, además, quedan dos bolsas de resistencia que le han de dar aún mucha guerra a la hueste del sultán.
Seguiremos con la historia del Gran Sitio de Malta este mismo viernes.
Gran Sitio de Malta (mapa) |
El sultán veía en la conquista de Malta una oportunidad para establecer una base de operaciones desde la que poder saltar a Europa, por lo que reunió para la expedición una flota de 193 naves cargadas hasta los topes de soldados, caballería, cañones y maquinaria de asedio. El Gran Turco está hambriento de victorias y cuenta con una abrumadora fuerza a su favor. Mientras tanto, los caballeros hospitalarios comandados por Jean Parisot de la Valette no están dispuestos a entregar su sede al Islam. La suerte está echada.
Los turcos llegan a Malta con las primeras luces del 18 de mayo pero no desembarcan inmediatamente, sino que costean la isla hasta llegar al puerto de Marsaxlokk para tener una mejor capacidad de ataque y abastecimiento. Fue en este fondeadero donde los comandantes otomanos cometieron su primer error.
Al igual que pasó previamente con los romanos en Cannae, la comandancia de la hueste musulmana estaba repartida entre dos altos mandos: el visir Lala Mustafa Pasha y el almirante de la flota, Pialí Bajá. El primero era partidario de atacar Mdina, la vieja capital mientras que el segundo abogaba por un asedio sobre el Fuerte de San Elmo que no debería prolongarse en ningún caso más allá de unos pocos días.
Convencidos de que San Elmo caería rápidamente dejando franco el paso hacia el Gran Puerto y, por ende, hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel, los turcos aceptan la opinión de Pialí Bajá y montan una batería de 21 cañones que empiezan a bombardear la Valeta desde la ladera del monte Sciberras.
Mustafa Pasha |
Los proyectiles de 130 libras asolan la capital de Malta mientras un sinfín de civiles buscan refugio en la fortaleza para ser evacuados a través del Gran Puerto. Por el camino, 3.000 hombres son reclutados entre la población maltesa y se unen a la defensa del fuerte. No en vano, el virrey de Sicilia ha prometido enviar refuerzos y la orden ni siquiera se plantea una posible traición por parte de un hermano de fé. Los refuerzos tienen que estar al llegar... pero no llegan.
San Elmo queda reducido a escombros en menos de una semana, pero los caballeros no se rinden. El día 8 de junio, tras 15 días defendiendo un puñado de ruinas y rechazando una tras otra las incursiones turcas a través de La Valeta, los hospitalarios mandan un mensaje a su gran maestre: le piden que les deje hacer una salida contra las líneas otomanas y morir con la espada en la mano. La respuesta de Jean Parisot de la Valette no se hace esperar: devuelve al mensajero con orden de decirle a sus soldados que puede relevarlos si les da miedo morir tal como él mismo ha ordenado.
Como era de esperar, la vergüenza hace que los defensores redoblen sus esfuerzos. Todos los días, decenas de heridos son evacuados a través del Gran Puerto hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel para ser reemplazados por soldados de refresco con orden de no ceder ni un palmo de terreno. El montón de escombros en el que se ha convertido San Elmo es defendido con denuendo hasta que, a mediadios de junio, un corsario llamado Turgut Reis consigue cortar la comunicación marítima del fuerte asediado con sus homónimos de la otra orilla. San Elmo está solo pero, ante todo, San Elmo debe resistir en espera de los refuerzos prometidos.
Turgut Reis |
San Elmo cae el 23 de junio, tras resistir durante 29 días un asedio que nunca debería haber superado los 2. Los pocos defensores que permanecen en el fuerte, seriamente mermados por el hambre, la sed y las heridas, son pasados a cuchillo por los invasores. La toma de San Elmo se completa, pero deja tras de sí un balance de 6.000 soldados turcos (en su mayoría jenízaros) muertos entre los escombros de la capital maltesa.
La flota otomana atraca por fin en Marsamxett, a resguardo de los cañonazos de San Ángel y la maquinaria de asedio del Gran Turco gira sus miras hacia el Gran Puerto y los dos fuertes restantes.
San Elmo ha caído, sí, pero el tesón de los hospitalarios se ha convertido en un símbolo para toda Europa y, además, quedan dos bolsas de resistencia que le han de dar aún mucha guerra a la hueste del sultán.
Seguiremos con la historia del Gran Sitio de Malta este mismo viernes.
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