Vamos a tratar de llevar a cabo un ejercicio de imaginación. Imagina por un momento que eres un soldado alemán en la Francia ocupada de la II Guerra Mundial.
Estamos en el año 1940 y la invasión va viento en popa. Los aliados han ido retrocediendo cada vez más hasta refugiarse en la playa de Dunkerque, desde donde esperan ser rescatados por el alto mando británico... pero el Führer se ha hartado de esperar y ha ordenado a nuestro pelotón que tome al asalto la playa y acabe con la bolsa de resistencia.
Jack Churchill |
El constante bombardeo de la Luftwaffe hace temblar el suelo bajo nuestros pies, los estampidos de la artillería pesada retumban en nuestros oídos reduciendo todos los sonidos a un pitido molesto que se nos clava en el cerebro y la culata de nuestros Mausers golpea con fuerza en el hombro cada vez que apretamos el gatillo. En medio de este infierno, dejamos de disparar apenas un segundo para secarnos el sudor que forma cercos en la máscara de hollín que nos cubre el rostro; justo a tiempo para ver como uno de nuestros compañeros asoma la cabeza por encima del parapeto para controlar las posiciones enemigas e, inmediatamente, cae abatido tras la muralla de sacos terreros.
Nos arrastramos hasta su cuerpo inerte intentando ayudarle sólo para descubrir que su cuello ha sido atravesado... por una flecha.
Con las manos temblorosas, amartillamos el cerrojo de nuestra carabina y asomamos mínimamente la vista por encima de la barricada. Justo en ese momento, el filo de una espada golpea el puente de nuestra nariz y todo se vuelve negro.
Jack Churchill nació en Hong Kong en 1906 y se alistó en el ejército británico al cumplir los 20 años, pero su carácter excéntrico y el hecho de que gastara más de la mitad de sus horas de servicio en aprender a tocar la gaita hicieron que dejase de lado la vida militar 10 años después para convertirse en editor de un periódico. En 1939, representó a su país en el Campeonato Mundial de Tiro con Arco celebrado en Oslo y, justo después de esta competición, volvió a reengancharse al ejército británico ante el peligro que significaba la incipiente expansión alemana.
Desembarcando espada en mano |
El "Loco Mad", como era conocido por sus hombres, fue especialmente hábil en las acciones de comando. Su principal estrategia consistía en acercarse silenciosamente al enemigo y abatir a los oficiales antes de ser detectado, pero no tenía reparos en lanzarse espada en mano contra las baterías de artillería enemigas si era menester (como hizo en diciembre de 1941 en la Noruega ocupada).
Su operación más brillante llegó en otoño del año 1943 con la toma nocturna de Piegoletti, en Italia. Armado únicamente con su espada, consiguió infiltrarse en el pueblo para capturar a 136 soldados alemanes sin disparar ni una sola bala.
Jack Churchill fue capturado en Yulgoslavia en el año 1944. Tras quedar aislado junto con el pelotón que comandaba, se puso a tocar la gaita para desafiar a los alemanes y levantar la moral de sus tropas... pero el sonido delató su posición, una granada estalló cerca de él y quedó inconsciente. Al despertar, había sido capturado por los nazis y estaba siendo trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen.
Una vez en el campo, trabó amistad con otros veteranos capturados, junto a los que cavó un túnel por debajo de los muros que les serviría para escapar hasta que, 14 días después, la Gestapo volvió a capturarlos con orden de ejecutar a cada uno de los huídos. El capitán nazi encargado de la ejecución de Churchill conocía las hazañas protagonizadas por el "loco mad" y, en base al honor, se negó a ejecutar la orden y dejó escapar a Churchill, quien volvió a alcanzar las posiciones británicas y siguió sirviendo en infantería hasta que, al final de la guerra y ya con 40 años, se enroló en la brigada paracaidista.
Jack Churchill murió en 1996 en su casa de Surrey, al sudeste de inglaterra. Antes de exalar su último aliento, aún tuvo tiempo para dedicar unas palabras de agradecimiento al oficial nazi que se negó a ejecutarle en el campo de Sachsenhausen.
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