En este mismo blog, concretamente en la entrada relativa a la leyenda de los 47 rōnin, ya hablamos en su día del método por el que murieron estos samurais legendarios. Pues bien, esta semana vamos a centrarnos en el ritual y sus orígenes más que en las personas que murieron por su uso.
Preparación al seppuku |
El seppuku (o harakiri) nace como parte esencial del bushidō, el código de honor que todo guerrero samurai debe seguir al pie de la letra. Podía acometerse de manera voluntaria para, por ejemplo, redimirse de alguna falta cometida contra el bushidō, o de manera obligatoria, es decir, como método de condena a muerte que permitá al reo conservar su honor y el de su familia. En estos casos, el condenado era puesto bajo la vigilancia de un daimyō (señor feudal) que le daba un periodo de gracia para que se practicase un seppuku "voluntario"; en caso de que al final de este periodo el reo no hubiera tenido los arrestos necesarios para morir con honor, el daimyō ordenaba su ejecución, lo que conllevaba el deshonor de su familia, que era despojada de todo su patrimonio llegando, en muchas ocasiones, a morir de hambre.
Como casi todo en el fuertemente estructurado Japón feudal, el seppuku también debía ser ejecutado en base a un ritual previamente establecido: antes de nada, el samurai que había decidido morir por seppuku bebía sake y escribía un último poema de despedida en el dorso de su abanico de guerra. Acto seguido, se abría el kimono y colocaba las mangas del mismo firmemente sujetas bajo sus rodillas para evitar caer hacia atrás el morir. Una vez hecho esto, el futuro cadáver enrollaba su daga en papel de arroz para evitar mancharse las manos de sangre, lo cual se consideraba deshonroso.
A partir de este momento, un asistente previamente seleccionado por el propio samurai se colocaba junto a él y se daba inicio al suicidio. El ritual completo consistía en clavarse la daga y practicar un corte horizontal de izquierda a derecha para luego volver al centro y cortar verticalmente hasta el externón, lo que desembocaba en un derrame más que probable del paquete intestinal y en una agonía que podía durar horas. Es por esto que el samurai pactaba con su asistente un gesto y, cuando ya no podía aguantar más el dolor, exigía de este que le decapitase.
El gesto pactado era en muchas ocasiones el simple hecho de amagar el primer golpe de daga, por lo que en numerosas ocasiones el practicante ni siquiera llegaba a clavarse el filo, sino que era decapitado por su ayudante a las primeras de cambio. No obstante, el honor del practicante de seppuku también se medía por lo lejos que había sido capaz de llegar el samurai antes de pedir la muerte, por lo que aquellos que conseguían llegar a practicarse el corte vertical eran respetados como hombres de la máxima honorabilidad.
Daga ritual |
Hay que decir también que el seppuku no era patrimonio exclusivo de los hombres, sino que las damas de alta cuna también podían acogerse a él... sólo que en ese caso no era considerado seppuku sino suicidio a secas y la práctica era "ligeramente" distinta: la mujer se ataba con un cordel los tobillos, rodillas o muslos para evitar morir con las piernas abiertas y, acto seguido, se cortaba a carótida lo que, si bien no siguiendo un ritual tan estructurado como el del seppuku, en esencia venía a ser lo mismo.
Las condenas a muerte por seppuku fueron prohibidas oficialmente en Japón en el año 1.873 pero, lejos de alejar a la gente de esta práctica, el "romanicismo" que envuelve a este método de suicidio ha seguido ganando adeptos hasta nuestros días. Por poner un ejemplo, el archiconocido escritor italiano Emilio Salgari decidió morir por seppuku en Turín en 1.911, siendo el mismo el ejecutor sin ayudante y dejando atrás una carta en la que pedía a sus editores que se hicieran cargo de los gastos ocasionados por su entierro.
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