Año 202 a.C., llanura de Zama, en la actual Túnez. En un lado del campo tenemos al genial Aníbal Barca; en el otro, al no menos genial Escipión el Africano y en juego el destino de dos imperios que llevan buscándose las cosquillas el uno al otro desde hace más de 60 años. Ha llegado la hora de dirimir las diferencias de una vez por todas con la voz de las espadas: la batalla está servida.
Disposición cartaginesa |
Aníbal, que ya le había demostrado a los romanos de lo que era capaz en la batalla de Cannae, se presenta en el campo de batalla con 45.000 infantes distribuídos en tres líneas: la primera de ellas formada por mercenarios extranjeros pagados con el oro de Cartago, la segunda por una mezcolanza de africanos entre los que se encontraban 10.000 cartagineses que luchaban por su tierra y la tercera por 15.000 veteranos bajo las órdenes directas del propio Aníbal.
La formación se completa con la disposición en los flancos de 6.000 jinetes númidas y la formación de una primera línea de choque compuesta por 80 elefantes de guerra.
Por su lado, Escipión dispone sus tropas a la manera tradicional de las legiones: en primera línea se sitúan los hastati, armados con jabalinas; inmediatamente detrás se colocaban los princeps, veteranos armados con varios pilum y un gladius. Por último, la retaguardia era conformada por los triarii, que se cubrían con un escudo redondo y portaban lanzas largas.
Al igual que en la disposición de Aníbal, los flancos del ejército romano tampoco quedaban al descubierto. 6.000 jinetes númidas cubrían el flanco derecho mientras que 2.700 équites romanos se ocupaban del izquierdo.
Disposición romana |
En primer lugar, las filas romanas se abren dejando pasillos entre ellas. A continuación, un batallón de músicos avanza hasta la primera línea de batalla y empieza a tocar sus instrumentos armando un escándalo de mil demonios mientras que los soldados, a los que se les había ordenado bruñir sus escudos para que brillasen con la luz del sol, apuntan los reflejos de estos contra los ojos de las bestias.
Las reacciones entre los elefantes fueron dispares. Algunos de ellos consiguieron alcanzar las posiciones romanas, pero entraron a través de los pasillos sin romper la formación y murieron por las lanzadas de los legionarios. Otros salieron en desbandada hacia los lados, huyendo del campo de batalla y de aquellas trompetas que les perforaban los oídos. El resto sirvieron a la táctica de Escipión: se dieron la vuelta y cargaron contra los flancos cartagineses sembrando el caos entre la caballería númida de Aníbal, que huyó en desbandada.
La caballería al servicio de Roma salió en persecución de los númidas de Cartago y los sacó del campo de batalla, aniquilándolos poco a poco mientras, en la llanura, empezaba a tomar forma la segunda fase de la batalla: la del combate cuerpo a cuerpo.
Aníbal Barca |
En este momento y viéndose despojados de caballos y elefantes, los mercenarios cargaron contra los hastati en medio de una completa carnicería. El ataque estaba siendo un éxito, así que Aníbal envió a los africanos a reforzar el centro de la formación e impedir que el resto de filas romanas entrasen en combate.
Lamentablemente para el cartaginés, los refuerzos no llegaron a tiempo, dejando el tiempo justo a los soldados de Escipión para rechazar el ataque y obligar a los de Cartago a replegarse.
Así llegamos, una vez más, a la posición inicial... sólo que sin elefantes, sin caballos y con la tierra de nadie sembrada de cadáveres de ambos bandos.
Viendo el repliegue cartaginés como un signo de debilidad, Escipión ordena una carga con todo lo que tiene. Los hastatii, los princeps y los triarii se lanzan a través de la llanura en pos de los soldados en retirada mientras que Aníbal, viendo lo que se le vienen encima, sitúa a sus veteranos en primera línea y les ordena que formen un muro de lanzas.
Los cartagineses que corrían en desbandada se ven obligados a rodear la compacta formación de los veteranos. El repliegue es lento y penoso, con miles de pies resbalando sobre los charcos de sangre que ya anegan el campo de batalla pero, aún así, los veteranos resisten. Los romanos se dan cuenta de que han pinchado en hueso cuando sus bajas empiezan a superar a las del batallón de veteranos, así que inician un repliegue táctico sin perderle la cara a las lanzas de Aníbal.
Todo lleva a pensar que los romanos han perdido el ímpetu inicial y están perdiendo terreno en favor de los cartagineses... pero Escipión aún no ha mostrado todas sus cartas. De repente, la caballería númida al servicio de Roma y los équites que acompañaban al resto de la formación irrumpen en la llanura a galope tendido y cargan contra la retaguardia cartaginesa haciendo que el núcleo duro de veteranos colapse y se venga abajo.
Aníbal huye a uña de caballo y se refugia en la ciudad de Hadrumetum. Sobre el campo de batalla descansan los cadáveres 1.500 romanos y unos 20.000 cartagineses. El recuento se incrementa a cada momento y las cifras de heridos suman 4.000 en el bando romano y 11.000 en el bando cartaginés, a los que hay que sumar los 15.000 prisioneros aficanos hechos por Escipión en aquella llanura de Zama.
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