martes, 17 de enero de 2012

Fuego griego

Imaginemos por un momento que acabamos de inventar un compuesto inflamable que se puede llevar allá donde queramos. Imaginemos, además, que este compuesto es capaz de arder bajo el agua y que estamos en la esplendorosa Bizanzio del siglo VI. Lo que tenemos en las manos es el arma más poderosa de la Edad Media: el fuego griego.

Fuego griego en barcos
La fórmula original del fuego griego es un misterio, pues los marinos bizantinos se cuidaban de hacerla pública. Un arma capaz de hundir flotas enteras en alta mar y cuyo fuego no sólo no se apagaba debajo del agua, sino que ardía con más fuerza aún no era cosa que pudiera pregonarse a los cuatro vientos, ya que otorgaba a la flota bizantina una ventaja estratégica significativa.
Sin embargo, hay numerosas hipótesis acerca de los ingredientes del compuesto, siendo la más aceptada la que incluye los siguientes siete ingredientes:

  • Petróleo puro (nafta), capaz de flotar sobre el agua.
  • Azufre, que arde con gran virulencia.
  • Cal viva, cuya cualidad consiste en entrar en combustión al contacto con el agua liberando cantidades de calor capaces de encender un fuego.
  • Resina, para activar la combustión.
  • Grasas animales, que servían para aglutinar los ingredientes.
  • Nitrato potásico, que libera grandes cantidades de oxígeno al entrar en combustión.
  • Salitre, que actúa del mismo modo que el nitrato potásico.

Gracias a esta combinación de ingredientes, los bizantinos consiguieron un arma que les hacía prácticamente invencibles en mar abierto.
La mezcla era proyectada desde los barcos a través de largos tubos sobre la flota enemiga y sobre el tramo de mar que la rodeaba. Cuando el compuesto caía sobre la cubierta, los marineros trataban de apagarlo como si se tratase de cualquier fuego, pero el hecho de añadirle agua sólo empeoraba las cosas y condenaba la flota.
En primer lugar, el petróleo hacía honor a su naturaleza y se eparcía formando balsas ardientes alrededor de las naves. La cal viva provocaba un virulento fuego que se reactivaba y se hacía cada vez mayor con el aporte de oxígeno liberado por el nitrato y el salitre.
Lanzallamas bizantino
Los barcos quedaban reducidos a cenizas, pues el poder de este arma era tal que el fuego no se apagaba hasta que la madera había sido consumida por completo.
Normalmente, los marinos que participaban en alguna de estas batallas morían abrasados entre terribles dolores por un fuego que se pegaba a la piel y que no hacía sino avivarse cuando se lanzaban al mar, pero los pocos supervivientes volvían a la orilla contando cómo habían visto arder barcos enteros bajo la superficie, lo que envolvía el fuego griego en un halo místico que hacía estremecerse a cualquier naviero enemigo de Bizancio a lo largo de todo el Mediterráneo.

Pero la armada bizantina no destacaba únicamente por su poderío naval y, como no podía ser de otra manera, el fuego griego también  tenía aplicaciones en tierra.

La infantería gozaba también de las bondades del fuego griego, pues había soldados especialmente entrenados para el uso de armas capaces de proyectar el compuesto sobre las líneas enemigas.
Esta especie de lanzallamas estaban compuestos por una especie de mochila unida a una boca metálica por una manga y actuaba de manera que el operario, con sólo accionar una bomba manual, pudiera descargar una inmensa llamarada sobre las posiciones enemigas. 
Cuando el portador del ingenio accionaba la bomba, el líquido de la mochila era proyectado a través de la manga. En la punta de la boca, generalmente en forma de dragón o cabeza de león, había una pequeña bujía que permanecía siempre encendida, de modo que al entrar el compuesto en contacto con la llama, este se inflamaba y llegaba a la línea enemiga convertido en una bola de fuego virtualmente inextinguible.

Granadas bizantinas
Del mismo modo, las armas de asedio también contaban con proyectiles especialmente adaptados para el uso del fuego griego.
Entre ellos destacaban las granadas que se preparaban rellenando una olla de barro con abrojos metálicos y grandes cantidades del fluído que nos ocupa. Las ollas eran cocidas añadiendo grandes cantidades de fósforo en su capa exterior, de modo que cuando el recipiente entrase en contacto con el suelo, se produjera una chispa que hiciera explosionar el recipiente e inflamara su contenido.
De esta manera, las grandes ollas lanzadas por catapultas explotaban al contacto con la piedra de las fortalezas lanzando una lluvia de fuego y metralla en todas direcciones.
Estas bombas también se fabricaban en una versión más pequeña que podía ser utilizada como granada de mano, pero lo volátil de su naturaleza hacía desaconsejable la manipulación del fuego griego por soldados inexpertos, ya que si una de aquellas granadas caía por error al suelo, podía prender fuego a todo un batallón.

3 comentarios:

  1. Que poderío tuvo el imperio bizantino y que poco ruido hizo en occidente su caida

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  2. Muy completa la descripción, sr. Hookton. Con todo, me permito añadirle un pequeña aportación: la resina que usaban procedía, al parecer, de unas plantas del género de la sarcocolla. Ciertamente, el agua no solo no lo apagaba, sino que lo tornaba más virulento. Sin embargo, el vinagre, al parecer, aminoraba un tanto sus efectos. Finalmente, comentar que antes de su uso era preciso calentar la mezcla, supongo que para homogeneizar mejor sus componentes.

    Por lo demás, un interesante y completo trabajo el suyo. Enhorabuena.

    Un saludo

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    1. Muchas gracias por las aclaraciones y los añadidos. Cualquier crítica es bien recibida y si, además, es constructiva y aporta datos, mejor que mejor.

      Un saludo.

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