Durante más de un siglo y medio, existió un grito de guerra que atronaba todo el Mediterráneo: ¡Desperta ferro! Este era el lema coreado por los almogávares cuando entraban en combate pero, ¿quienes eran exactamente éstos soldados?
Los integrantes de las milicias almogávares procedían de los estratos sociales más bajos, surgidos de lo más profundo de los Pirineos aragoneses y catalanes y que, gracias a su condición de campesinos, podían abastecerse en sus campañas de lo que creciera en el terreno que pisaran, lo que les eximía de la dependencia de suministros y les daba una ventaja más que considerable sobre sus enemigos.
Soldado álmogavar |
Vestían con ropajes de estilo visigótico, añadiéndole a estos un cinturón de cuero ancho y un peculiar “casco” consistente en una especie de redecilla metálica que portaban sobre sus cabezas más a modo de distintivo que cómo una protección efectiva.
Su armamento consistía en una espada corta para el combate cuerpo a cuerpo, una lanza de acometida, tres jabalinas que lanzaban antes de entrar en confrontación directa con sus enemigos y una rodela de pequeñas dimensiones.
Los almogávares fueron reclutados en un principio por Jaime I el conquistador, quién apreció sus enormes habilidades para el combate y envió un contingente de 6.000 de ellos junto a las tropas que reconquistaron el reino de Valencia.
Pero los almogávares eran conflictivos y, entre batalla y batalla, pasaban el tiempo sumergidos en innumerables disputas internas o saqueando poblaciones cercanas a su campamento base. Viendo esto, Jaime I los envió a combatir en la octava cruzada para enviarlos lejos de sus dominios, pero este intento de recuperar Tierra Santa para la cristiandad fracasó estrepitósamente y las tropas almogávares tuvieron que regresar a la península.
Viendo regresar el problema, Jaime I tomó la determinación de enviarlos a defender Sicilia de los ataques de Carlos de Anjou, que ansíaba poseer este territorio a toda costa. Los almogávares combatieron en suelo siciliano durante 20 largos años, consiguiendo finalmente la victoria para la corona de Aragón. Pero la guerra toca a su fin y los almogávares, aburridos ante la imposibilidad de entrar en combate, vuelven a enredarse en pendencias y a llevarse por delante tantos sicilianos como era posible hasta que el emperador de Bizancio, Andronico II, los contrata para que le libren del acoso al que se está viendo sometido por parte de los turcos.
Roger de Flor |
Es en este preciso momento cuando aparece la figura de Roger de Flor para comandar las tropas almogávares enviadas a Bizancio con el fin de exterminar a los turcos. Los almogávares se ponen bajo sus órdenes y se disponen para el combate.
Para comprender la eficacia de esta unidad de infantería de élite, baste decir que, tras desembarcar en Grecia un contingente de 6.500 almogávares, éstos derrotaron en un cruento combate a 13.000 turcos sin dejar con vida a ningún varón mayor de diez años y, cuando los turcos volvieron en busca de venganza con un ejército de 20.000 hombres, los almogávares mataron a 18.500 de ellos para, posteriormente, en una tercera batalla, destrozar la totalidad de una tropa turca de 18.000 hombres.
Pero, tras someter a los turcos en estas tres brillantísimas intervenciones, los almogávares volvieron a causar problemas constantemente y Roger de Flor es aclamado por el pueblo gracias a sus victorias, llegando a ostentar el título de megaduque de Bizancio, concedido sólo en contadísimas ocasiones.
En el año 1305 la cojunción de estos dos factores lleva al emperador Andronico II a temer por su posición, por lo que convoca, mediante engaños, a Roger de Flor y a sus lugartenientes a una fiesta que supuestamente se va a celebrar en su honor en la ciudad de Adrianápolis. En mitad de la cena un jefe alano entra en la sala con sus hombres y degolla a los almogávares asistentes.
Catafracto bizantino |
El resto de la tropa, al enterarse de la traición y del asesinato de su comandante, juran venganza y comienzan a asolar las tierras de Bizancio. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, los almogávares se limitaron a oír misa, comulgar y lanzarse al combate con una furia que no se había visto en los márgenes del Mediterráneo desde las cruzadas.
En este combate, unos pocos miles de hombres, los restos del contingente almogávar, mataron a 26.000 bizantinos en una cruenta batalla.
Más tarde, se enteraron de que 9.600 mercenarios alanos, aquellos que habían asesinado a Roger de Flor, volvían a casa licenciados y acompañados de sus familias, así que les salieron al paso matando a 8.700 de ellos y quedándose con sus mujeres.
Más tarde, se enteraron de que 9.600 mercenarios alanos, aquellos que habían asesinado a Roger de Flor, volvían a casa licenciados y acompañados de sus familias, así que les salieron al paso matando a 8.700 de ellos y quedándose con sus mujeres.
Tras quedar consumada su venganza, pasaron una temporada paseándose a sus anchas por la Península Balcánica y saqueando y arrasando todo aquello que se ponía al alcance de su mano. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones los envites enemigos hasta que cayeron, como el resto de Grecia, bajo la creciente marea turca que acuciaba desde el este.
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