miércoles, 8 de mayo de 2013

De cómo Fritz Christen ganó su Cruz de Hierro

Bajo este título, es comprensible que la primera pregunta que asalte al lector sea: ¿y quién (con perdón) coño era Fritz Christen? Pues bien; nuestro protagonista de hoy era un sargento de las SS que servía como apuntador de una batería antitanque en el frente oriental. Vale pero, ¿qué hizo para que le condecorasen? Todo a su tiempo...

Estamos en septiembre de 1.941 y en territorio ruso las temperaturas son ya bastante bajas. La operación Barbarroja ha estallado en el verano de ese mismo año provocando que las tropas alemanas entraran en la URSS como un cuchillo caliente en mantequilla pero, a esas alturas de la película, los rusos se habían cansado de huir y habían decidido contraatacar. 
Fritz Christen
El 24 de septiembre, un destacamento de la división Totenkopf (en la que servía Christen) estaba ubicada a las afueras de un bosque cerca de la localidad de Luzhno, a unos 500 kilómetros de Moscú. Las unidades SS tenían intendencia propia y no pasaban los mismos apuros que la soldadesca de la Wehrmacht, así que los hombres bien abrigados de la Totenkopf esperaban pacientemente órdenes con sus baterías apuntadas al frente. La inteligencia alemana esperaba una contraofensiva del ejército rojo, pero no se esperaban ni de lejos lo que pasó en aquel bosque: al rayar el alba de aquel 24 de septiembre, un nutrido grupo de infantería apoyado por carros de combate se abalanzó sobre la posición defendida por la división de Christen. Los rusos volcaron sobre el bosque una lluvia de artillería de todos los calibres para luego cargar con su infantería mientras los alemanes trataban de defenderse disparando a toda prisa sus cañones antitanque. La ofensiva fue tan violenta que todo el destacamento alemán fue borrado del mapa aquel mismo día... bueno, no todo: en medio de aquella alfombra de cadáveres, Fritz Christen seguía cargando obstinadamente su pieza antitanque y disparando contra las posiciones soviéticas. No lo hizo por heroísmo, sino porque con la adrenalina a tope ni siquiera se había dado cuenta de que estaba solo.

Cuando la marea roja se retiró y nuestro protagonista levantó la cabeza, pudo ver el resultado de la ofensiva en todo su esplendor. Supo entonces que todos sus compañeros habían muerto y que lo único que separaba a los rusos del resto de los soldados de la Totenkopf era él mismo. Del mismo modo, había oído lo que los soldados soviéticos le hacían a los prisioneros alemanes (que era lo mismo que los alemanes le hacían a los soviéticos), así que decidió resistir hasta el último aliento manteniendo la posición todo el tiempo posible. Dicho y hecho: con las manos aún doloridas por los innumerables proyectiles cargados en el cañón, cavó una trinchera delante de su posición y se sentó dentro a esperar un nuevo ataque soviético.

Durante tres días, Fritz Christen resistió las embestidas del ejército rojo arrastrándose de un cañón a otro en busca de munición y cambiando de posición frecuentemente para no exponerse en exceso, todo esto mientras se alimentaba únicamente con los pocos suplementos que no habían sido destruidos en el primer ataque.
Cuando el grueso de la Totenkopf llegó al bosque de Luzhno y expulsó de allí a los rusos, los soldados encontraron a Christen demacrado intentando aún cargar su cañón y unirse a la ofensiva de sus compañeros. En el recuento posterior le fueron acreditadas las bajas de casi 100 soldados de infantería y la destrucción o inutilización de 13 carros de combate soviéticos... en tres días... y él solo. 

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