Volvamos hoy al tema que nos ocupaba la semana pasada. El propio Napoleón definía a los españoles como “una chusma de aldeanos guiada por una chusma de curas”... pues bien: esa chusma le había dado donde más duele en Madrid y estaba poniendo las cartas sobre la mesa en el nudo de comunicaciones de Zaragoza.
Jean Lannes |
Con la escabechina de Madrid, la derrota en Bailén y la soba que le estaban dando los maños en Zaragoza a los orgullosos soldados imperiales, el mismísimo emperador en persona se vio obligado a cruzar los Pirineos con un ejército y poner rumbo a la capital para intentar poner un poco de orden en aquel desmadre. Napoleón, como el gran militar que era, baja hasta Madrid zurrándole la badana a todas las tropas españolas que le salen al paso, pero con la que se ha liado en Bailén no tiene tiempo para detenerse a sofocar revueltas y le cede el mando de los ejércitos del Ebro a Jean Lannes, mariscal de Francia y hombre de su total confianza.
El 21 de diciembre de 1.808, Lannes se planta ante las puertas de Zaragoza con un ejército formado por 35.000, 2.000 jinetes y suficiente artillería como para volar la ciudad... pero Palafox había tenido tiempo para hacerse fuerte en la capital maña que, aunque no había finalizado su proceso de fortificación, contaba ahora para su defensa con 30.000 soldados del ejército regular a los que había que sumar los miles de voluntarios que resistieron el primer sitio y 160 cañones de diverso calibre. Aún así, aquel 21 de diciembre los franceses avanzaron con un tesón increíble tomando algunos territorios extramuros pese a la enconada resistencia y dedicando los siguientes días a levantar puentes y trincheras que sirvieron para establecer un cerco mucho más asfixiante que el usado en el primer sitio.
El bloqueo en torno a Zaragoza se fue intensificando a medida que los de Lannes tomaban palmo a palmo los reductos que se encontraban extramuros. Cada palmo de terreno era luchado hasta la última gota de sangre y el el combate casa por casa se convirtió en una constante en la que los franceses tropezaban una y otra vez, bien siendo acribillados por los fusileros o bien siendo degollados a filo de navaja por los batallones de voluntarios. Con todo, el mariscal de Francia consiguió tomar los barrios periféricos el día 15 de enero de 1.809, día en que cayeron los reductos de Triniteros y Santa Engracia dejando la resitencia confinada tras los parapetos de la ciudad.
Defensa de Santa Engracia |
A partir de este momento, Lannes se decidió a no cometer los mismos errores en los que había caído previamente su compatriota Lefèvre: ordenó plantar sus baterías en los barrios que habían tomado extramuros y empezó un intensisísimo bombardeo sobre la ciudad que sólo se detenía para permitir las salidas puntuales de la infantería. Estas internadas implicaban siempre una lucha a brazo partido en las brechas del parapeto, un combate en el que los franceses se estrellaban una vez tras otra contra la feroz determinación aragonesa. Incluso del propio Lannes se dio cuenta de la carnicería a la que estaban siendo sometidos tanto sus hombres como los propios defensores; baste como muestra el extracto de uno de los informes que el mariscal envió a Napoleón y en el que decía:
"Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores... ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena."
La defensa se prolonga durante semanas hasta que, el día 21 de febrero, con la población mermada por el hambre y con el propio Palafox enfermo de tifus, Saint-Marq (el segundo al mando de Palafox) capitula ante los franceses. Para entonces, 43.000 zaragozanos han muerto defendiendo su ciudad casa por casa y calle por calle pero, aún así, los aragoneses salen orgullosos al encuentro de los franceses que les han obligado finalmente a rendirse mientras Zaragoza arde tras ellos por los cuatro costados.
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