miércoles, 3 de octubre de 2012

La armada... ¿invencible?

Si bien la denominación de "invencible" fue posteriormente acuñada por los ingleses en una maniobra propagandística excepcional (no en vano la armada de Felipe II es conocida así en todo el mundo), el episodio que nos ocupa hoy habla de una aventura en el que las prisas se mezclaron con la incompetencia y la mala suerte en un cóctel que resultó mortalmente humillante para los españoles del siglo XVI.

Felipe II
La Grande y Felicísima Armada, pues este era el nombre que le dio Felipe II fue armada (valga la redundancia) a toda prisa con la intención de que fuera la llave para una operación anfibia que debía facilitar el desembarco en Inglaterra de los temidos tercios de Flandes. La misión de los 30.000 soldados de infantería comandados por Alejandro Farnesio consistiría a partir de ese momento en avanzar por tierra hasta el corazón del reino inglés y destronar por las malas a Isabel I, que ya se las traía tiesas con el monarca español desde hacía tiempo. Las crónicas hablas de una fabulosa flota formada por unos 127 barcos que sumaban un total de 2.431 cañones y que, además, estaban comandados por el mismísmo almirante de Castilla en persona; ¿qué podía salir mal? La respuesta es sencilla: todo.
Para empezar, Don Álvaro de Bazán, Duque de Santa Cruz y Almirante de Castilla, muere en Lisboa a los 61 años de edad dejando huérfano de padre el gran proyecto de la Armada. Ante este revés, Felipe II decide que el sustituto debe ser un Grande de España y escoge para la tarea a Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina-Sidonia. El noble es perfectamente consciente de su incapacidad en  asuntos marineros y así se lo hace saber al rey mediante sendas cartas, pero Felipe ignora las misivas y ordena a de Guzmán que se persone en Lisboa para hacerse cargo del proyecto.
Con esta nula preparación y con la pericia marinera más que discutible del de Medina-Sidonia a cargo de todo, no es de extrañar que poco después de zarpar del puerto, las galernas dispersaran a la armada frente a las costas de La Coruña, lo que supuso un retraso de un mes hasta que se pudo reunir de nuevo a todas las naves. Por si esto fuera poco, el mal estado de la mar hizo que 40 barcos se separasen una vez más del grueso de la flota al alcanzar el Golfo de Vizcaya, lo que supuso un retraso de otros dos días y el anuncio a bombo y platillo de que una gran armada española se dirigía a las costas inglesas. 
A todo esto, los ingleses también estaban afectados por las tormentas y su flota permanecía amarrada en Plymouth, por lo que el segundo del de Guzmán propuso tomar al asalto las posiciones británicas y acabar con su flota mientras esta estuviera fondeada... pero el Duque de Medina-Sidonia antepuso la obediencia ciega al éxito de la misión y ordenó que se continuara la travesía hasta encontrarse con las tropas de Flandes.

Ruta de La Armada
A partir del 31 de julio de 1.588, viendo que la armada "invencible" avanza a ciegas, los buques de la flota inglesa empiezan a hostigar los flancos y  la retaguardia de la formación española. Las escaramuzas se suceden una tras otra sin causar pérdidas de consideración para ninguno de los dos bandos... hasta el 2 de agosto, día en el que la armada se encuentra en el Canal de la Mancha con una flota comandada por el celebérrimo Francis Drake. Ese día, los españoles se topan de frente con lo más granado del poder naval inglés, que les cierra el paso y descarga sobre ellos toda la fuerza de su artillería. La batalla es cruenta y salvaje hasta el punto de que Drake se ve obligado a enviar barcos en llamas para que colisionen con las naves españolas y las incendien, pero los marineros de la armada, lejos de arredrarse, contraatacan con furia llegando a poner en peligro la nave del mismísimo Drake, por lo que la flota inglesa se ve obligada a recular volviendo a puerto.
La sonrió a los españoles aque día otorgándoles la victoria, pero las bajas en el bando del de Medina-Sidonia fueron superiores a las británicas (300 muertos en la flota española por unos 200 en la inglesa), por lo que aquello fue más bien una victoria pírrica, una parada en el camino hacia Flandes para hacer saber a los ingleses que la armada española había llegado a sus islas.

En este punto de la historia, la Grande y Felicísima Armada había cruzado ya el Canal de la Mancha y el panorama se presentaba inmejorable, pero los elementos jugaron su baza una vez más haciendo que fuera imposible para la enorme flota española cualquier amago de amarre en los puertos flamencos, por lo que se optó por abortar la misión y volver a España "salvando los muebles". El problema es que el mal tiempo y los fuertes vientos se aliaron con Inglaterra obligando a los españoles a volver a casa rodeando las islas británicas en un rosario de naufragios a los que la flota inglesa asistía soltando carcajadas desde la seguridad de sus puertos.

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