viernes, 10 de junio de 2011

El ocaso de Atila

A finales de junio del año 451 se produjo cerca de la actual ciudad de Châlons-en-Champagne (al norte de Francia) una de las batallas que marcarían un hito en la historia: la Batalla de los Campos Cataláunicos. 

Atila
Pongámonos en antecedentes: la leyenda de Atila campa a sus anchas por toda Europa, donde el azote de Dios es considerado invencible. El viejo continente se divide y, mientras quie algunas tribus envian emisarios a los hunos ofreciéndoles alianzas y tributos, otras se ponen bajo la protección directa del Imperio Romano de Occidente.
Este comportamiento no le hace demasiada gracia a Atila, quien empieza a saquear el Imperio Romano de Oriente avanzando hacia el corazón de Europa y dejando a su espalda ciudades saqueadas, quemadas hasta los cimientos y pobladas de auténticas legiones de viudas.

Europa trata de resistir, pero el azote de Dios golpea sin piedad desde el este. Las peores pesadillas de los europeos de la época se confirman: Atila se acerca.

En medio de toda debacle, Valentiniano III (emperador de Occidente) ve una oportunidad para destruir de una vez por todas el reino visigodo de Tolosa, en el sur de la Galia; así que franquea el paso a los hunos y se alía con ellos en esta empresa... pero esos no eran los planes de Atila. La hueste se pone en movimiento con la intención de conquistar la Galia por completo y asimilarla como provincia del Imperio Huno.
Cuando las tropas bárbaras llegan al norte de Francia (saqueando e incendiando ciudades como Reims, Metz o Amiens), la amenaza se confirma. Flavio Aecio, general romano destinado en las Galias, se alía con sus antiguos enemigos para formar un ejército confederado de romanos, visigodos, francos y alanos que pone rumbo al norte con la intención de cortar en seco el avance de Atila.

Châlons-en-Champagne
El día 20 de junio del año 451, las tropas de Flavio Aecio llegan a los Campos Cataláunicos y forman en sus posiciones de combate: en el ala izquierda las ágilas romanas, con la hueste visigoda de Teodorico en el ala derecha y, en el centro (Aecio no confiaba demasiado en ellos y quería evitar una posible desbandada), la ruidosa amalgama de guerreros francos y alanos.
Atila no tardó en llegar a la vanguardia de su propio ejército con los hunos en el centro, la caballería ostrogoda a su derecha y la infantería formada por el conjunto de pueblos bárbaros que le habían rendido vasallaje, en el ala izquierda.

Los ejércitos forman uno frente al otro en completo silencio mientras los caballos patean el suelo y bufan inquietos en el aire extrañamente inerte del mediodía. Sin previo aviso, una andanada de flechas surca el cielo desde detrás de la primera línea de los hunos y, antes de que el primero de los proyectiles toque siquiera el suelo, la hueste de Atila se lanza a la carga en un frente compacto.

La batalla se prolonga durante horas. Los hombres caen a centenares y ninguno de los dos contingentes está dispuesto a ceder ni un sólo palmo de terreno... hasta que Atila divisa a Teodorico entre la maraña de  combatientes.
El emperador de los hunos se dirige hacia el rey de los visigodos desgarrando con su espada a todo aquel que se atreviera a interponerse en su camino. Finalmente, el azote de Dios traba combate con Teodorico y le mata... pero no todo sale como Atila lo había previsto.

Campos Cataláunicos
Lo que debería haber desencadenado la desbandada de la horda visigoda se convierte, en realidad, en un acicate que culmina con la coronación de Turismundo (hijo de Teodorico) en el propio campo de batalla, lo que sacude los ánimos de los visigodos y los impulsa hacia el combate con fuerzas renovadas.

A estas alturas de la batalla, las disciplinadas legiones de Flavio Aecio habían hecho una sangría en el desorganizado flanco derecho de la tropa huna, por lo que Atila, viendo que los ostrogodos del flanco derecho están a punto de ceder y ante el peligro de verse atrapado entre Aecio y Turismundo, ordena la retirada.
Ni los romanos ni los visigodos salen en su persecución, por lo que los hunos derrotados se repliegan y huyen hacia Germania dejando tras de sí un campo de batalla sembrado por entre 20.000 y 30.000 cadáveres.

Tan sólo un año después, Atila reuniría de nuevo su hueste y saquearía el norte de Italia... pero, tras la Batalla de los Campos Cataláunicos, su halo de invencibilidad había desaparecido. Flavio Aecio, magister militum del Imperio Romano de Occidente, había conseguido derrotar en batalla campal al mismísimo Azote de Dios.

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