En este mismo blog ya hemos hablado en más de una ocasión de perros tan célebres como Becerrillo, el sargento Gander o la lebrela de términos. Nadie duda que esos animales fueron especiales... pero el perro al que dedicamos la entrada de hoy va un poco más allá.
San Guinefort |
Guinefort era el perro de un noble que vivía, en el siglo XIII, en la región francesa de Villars-les-Dombes. Cuenta la leyenda que, cierto día, dicho noble abandonó el castillo durante todo un día y que, al volver, vió a Guinefort con el hocico ensangrentado junto a la cuna de su hijo recién nacido. Creyendo que el perro había aprovechado su ausencia para devorar al heredero, el noble arremetió contra él y lo mató a golpes.
Inmediatamente después de morir Guinefort el niño rompió a llorar y su padre se acercó a la cuna descubriendo que si el niño estaba vivo era, precisamente, gracias a la fidelidad de Guinefort, pues junto al recién nacido había una serpiente muerta a la que el perro había despedazado cuando se dirigía hacia el niño.
Arrepentido por su comportamiento, el noble cogió en sus brazos el cadáver de Guinefort y lo llevó a un bosquecillo anexo al castillo, donde le construyó una tumba de piedra que pronto se convertiría en lugar de peregrinación, pues no tardaron en extenderse las historias de gente que sanaba misteriosamente de diversas dolencias tras visitar la tumba del animal.
San Guinefort fue considerado por el pueblo llano francés como el santo protector de los niños y, pese a que la Iglesia Católica se esforzó por frenar la devoción hacia el perro, el culto a San Guinefort pervivió en el tiempo durante siete siglos, hasta el año 1.930.
Como es evidente, la historia de San Guinefort descansa más sobre las bases legendarias que sobre las reales, pero el eco que tuvo este acontecimiento fue tan grande que algunos inquisidores como Esteban de Borbón en su "De Supersticione" llegaron a condenar el culto a San Guinefort tildándolo, incluso, de herejía.
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