jueves, 27 de septiembre de 2012

La masacre de Srebrenica

La historia de hoy transcurre en un pasado cercano, concretamente en la Guerra de los Balcanes. El contexto creado por el desmembramiento de la antigua Yugoslavia supuso un campo abonado para que los combatientes de ambos bandos cometieran un sinfín de venganzas personales que, con el tiempo, degeneró en una escalada de atrocidades culminada con la masacre de Srebrenica, el mayor genocidio europeo desde la II Guerra Mundial.

Srebrenica en la República Srpska
Nuestra historia comienza el 28 de febrero de 1.992 con la fundación de la República Srpska, una entidad independiente de mayoría serbobosnia cuyo territorio se extiende a lo largo de una franja que rodea Bosnia-Herzegovina separándola de Serbia, Montenegro y Croacia. El alto mando serbio acogió con regocijo la idea y recibió con los brazos abiertos a la nueva república con la idea de integrarla en la Gran Serbia, un "ente abstracto"  que debía agrupar a todos los serbios bajo un  mismo territorio... el problema era que Srpska se había escindido de Bosnia y, por lo tanto, existían en su territorio algunas zonas aisladas de mayoría bosníaca, es decir, musulmana. Si tenemos en cuenta que los serbios eran mayoritariamente ortodoxos y que las relaciones interconfesionales en la zona estaban "algo deterioradas" entre otras cosas por estar en guerra, ya la tenemos liada.
Con el sueño de la Gran Serbia en mente, el ejército de la recién creada República Srpska empieza a efectuar una minuciosa limpieza étnica. 
Las aldeas de mayoría bosníaca son arrasadas. En los pueblos en los que conviven representantes de ambas etnias, los propios habitantes son los que queman hasta los cimientos las casas de sus vecinos musulmanes no sin antes pegarle un tiro en la cara a toda la familia... si tenían suerte; si no, primero se producían violaciones en masa y luego se quemaba a la familia dentro de su propia casa. Los bosnios afincados en territorio serbio tuvieron que abandonar sus tierras en una huída desesperada que llevó a muchos de ellos hasta el último bastión bosníaco que quedaba en la República Srpska: Srebrenica.
El ejército serbobosnio entró en la ciudad a principios de 1.992 y, en contra de lo que se pudiera esperar, no cometieron "demasiadas" atrocidades, sino sólo algunas ejecuciones sumarias aisladas y unas pocas órdenes de deportación para civiles bosníacos. Aún así, el ejército de Bosnia-Herzagovina se rebotó y avanzó contra la ciudad tomándola en mayo de ese mismo año. Desde allí, las fuerzas bosnias se lanzaron a una ofensiva que culminó con la unión de Srebrenica a Zepa (territorio bosníaco) ampliando su dominio a un terreno de unos 900 kilómetros cuadrados.
Con todo y con eso, el ejército de la República Srpska se reorganizó bajo el mando del comandante Ratko Mladic y, meses después, inició una contraofensiva que redujo el área de influencia bosnia a unos 150 kilómetros cuadrados. Finalmente y cuando parecía que todo estaba a punto de estallar (otra vez) la ONU decidió tomar cartas en el asunto y se plantó en Srebrenica en marzo de 1.993.

Ratko Mladic
Por aquel entonces la población bosníaca de todo el área había huído hacia la ciudad sobrepoblándola peligrosamente hasta un número que oscilaba entre los 50.000 y los 60.000 habitantes. Viendo el percal, la ONU decidió evacuar a un par de cientos de civiles... pero el gobierno bosnio se opuso frontalmente a este plan porque lo consideraba una colaboración al plan serbio de limpieza étnica, así que la ONU tuvo que echar el freno y permitir la superpoblación declarando la ciudad de Srebrenica, eso sí, zona segura bajo el control de Naciones Unidas. El secretario general de la ONU avisó entonces de que serían necesarios unos 34.000 soldados para que aquello fuera una zona segura "como Dios manda", pero la comunidad internacional se negó en redondo y desplegó un contingente de 7.500 cascos azules autorizada para utilizar la fuerza en defensa propia pero no en defensa de los civiles a los que debían proteger, por lo que la declaración de zona segura se convirtió en un fiasco de dimensiones considerables dejando a la autoridad de Naciones Unidas en entredicho.

Durante los dos años siguientes la sitiuación en Srebrenica se fue deteriorando cada vez más. Los militares bosnios afincados en la ciudad no tuvieron más remedio que acatar las directrices de la ONU e iniciar el desarme mientras que los soldados de Srpska aprovechaban para rearmarse y estrechar cada vez más el cerco sobre la ciudad. A todo esto, el contingente destinado a proteger Srebrenica se fue reduciendo cada vez más hasta que, a principios de 1.995, sólo quedó en la ciudad el Dutchbat, un destacamento holandés formado por 600 cascos azules.
Viendo que la declaración de zona segura en Srebrenica era un cachondeo, el presidente de la República de Srpska ordenó a sus soldados que estrecharan aún más el cerco y que cortaran las vías de suministros que mantenían con vida a la ciudad. A partir de esta orden, Srebrenica se mantuvo en todo momento al borde de la catástrofe humanitaria: la comida escaseaba, las medicinas eran un bien de lujo e incluso el combustible estaba destinado para uso exclusivo de las patrullas de la Dutchbat... hasta que este también se agotó obligando a los soldados de Naciones Unidas a patrullar a pie y provocando que 200 de ellos fueran secuestrados por las fuerzas de Srpska en cuanto ponían un pie fuera del perímetro de seguridad.
El día 11 de julio de 1.995, la ciudad de Srebrenica caía tras un corto combate en manos de la República de Srpska. La población civil huyó tomando dos vías: los combatientes y hombres en edad militar huyeron a través del bosque en dirección a la población de Tuzla mientras que las mujeres, los niños y los ancianos se encaminaron hacia la fábrica de baterías de Potocari, donde los cascos azules tenían su sede.
La ONU se planteó iniciar un contraataque para liberar la ciudad, pero los de Srpska le hizo dar marcha atrás amenazando con bombardear la fábrica en la que tenía su base el Dutchbat y alrededor de la que se agolpaba ya una multitud de 25.000 refugiados.
Al día siguiente, el 12 de julio, Ratko Mladic, comandante en jefe de las tropas de Srpska se reunió con Thomas Karremans, máximo responsable del Dutchbat, en un hotel de la cercana localidad de Bratunac. Allí, Mladic le transmitió a Karremans y, por extensión, a la ONU un mensaje muy claro: en presencia degolló un cerdo mientras le decía al general holandés que cumpliera a rajatabla las órdenes del ejército de Srpska.

Base de Potocari
A partir de este momento empieza a desarrollarse en Srebrenica un teatro del absurdo que tiene por fin retransmitir en la televisión serbia la "intensa labor humanitaria" desarrollada por las tropas de Srpska. Mientras las cámaras filman como Mladic reparte caramelos y sonrisas entre los niños famélicos de la ciudad, los pocos hombres que habían conseguido refugiarse en Potocari eran separados de sus familias a la fuerza por soldados armados y ejecutados detrás de cualquier edificio. Mientras parte de la soldadesca de Srpska subía a las mujeres en autobuses que debían evacuarlas hacia zonas más seguras, otra parte se dedicaba a separar a otras mujeres de sus hijos y violarlas repetidas veces hasta que se convertían en guiñapos que ya sólo servían para recibir una bala en la nuca. Y mientras todo esto sucedía a su alrededor, el contingente holandés seguía la consigna de los tres monos: no ver, no oír, no hablar.

Mientras tanto, la columna que había partido en dirección a Tuzla no corría mucha mejor suerte. El viaje comprendía una distancia de 55 kilómetros en línea recta, pero estos debían recorrerse por un terreno montañoso extremadamente escarpado. Además, los 15.000 hombres que formaban la columna llevaban consigo tan sólo un poco de pan y azucar lo que, unido a la hambruna que ya habían pasado en la ciudad, hacía que sus piernas estuvieran débiles.
Entre los hombres que formaban la columna se encontraban los supervivientes del ejército bosnio que había tratado de defender la ciudad. Estos soldados se posicionaron en cabeza de la columna equipados con las mejores armas con las que pudieron hacerse y haciendo tareas de avanzadilla y protección de civiles... pero el hambre y la deshidratación no perdonan ni a los hombres mejor armados y cuando, al segundo día de marcha, se agotaron las provisiones, muchos enloquecieron lanzándose contra sus propios compañeros. A partir de este momento, la columna se convirtió en una especie de rebaño que paraba de vez en cuando para que sus componentes comieran hierba, la única forma que tenían de mantenerse con vida unas horas más.
En la mañana del 12 de julio, la columna sufrió un ataque con artillería pesada cuando cruzaba un camino de asfalto a la altura de la localidad de Kamenica y se separó quedando dos tercios de la misma en manos del ejército de Srpska que aprovechó la situación sin reparos y utilizó a los bosníacos en su beneficio obligándoles a gritar hacia los bosques falsas promesas de libertad para que sus familiares y amigos salieran al descubierto, donde eran inmediatamente fusilados.
Uno de estos episodios se produjo en la aldea de Sandici, donde los hombres de Mladic ordenaron a un bosnio cautivo que gritara en la dirección en la que se creía que estaban los restos de la columna. Un número de entre 200 y 300 hombres salieron de los bosques bajando al llano para responder a la llamada de su compatriota, pero los de Srpska los dispusieron en filas y los ametrallaron no sin antes separar a uno de ellos al que cortaron las orejas y sacaron un ojo para después enviarlo a los bosques a modo de advertencia.
Sólo un pequeño grupo de hombres consiguió llegar con vida a Tuzla (territorio bosnio), donde fueron recibidos por un contingente médico que se encargó de ellos administrándoles grandes cantidades de nutrientes y tranquilizantes.

Como siempre pasa en estos casos, los números son confusos: se estima que en torno a 8.000 personas murieron en la masacre de Srebrenica. La cifra de desaparecidos es, simplemente, incalculable.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El azote de Dios

Hoy vamos a dedicar una líneas al que fue el terror de Europa durante casi 20 años. El pueblo al que gobernaba era poco dado a la escritura, de modo que las fuentes que hablan de su historia son escasas, confusas y redactadas por sus mayores enemigos: los romanos. Hoy hablaremos de Atila, el azote de Dios.

Atila
Nuestro protagonista nació en un punto indeterminado de las llanuras danubianas en algún momento situado entre el año 395 y el 406. El mundo de la época era convulso y los hunos llevaban ya bastante tiempo armando gresca en la cuenca del Danubio, pero estaban fragmentados en una miríada de tribus independientes y cada uno guerreaba por su cuenta, por lo que sus acciones se limintaban al margen oriental del gran río. Todo esto cabió a partir del año 378. En esta fecha y aprovechando la división del Imperio Romano, los visigodos se sacuden el yugo impuesto por Roma y empiezan a campar a sus anchas por los Balcanes. Los saqueos, incendios y violaciones están a la orden del día y las mermadas legiones no pueden hacer nada ante la marea de pueblos germánicos que, siguiendo el ejemplo visigodo, se lanza sobre Europa del este. A todo esto, los hunos son aún demasiado débiles y lo observan todo desde la distancia... hasta que en el año 432 el rey Rugila consigue por fin unificar todas las tribus y cruza el Danubio en busca de una buena pelea.
Viendo venir a aquel nuevo pueblo del este, Teodosio II (emperador romano de Oriente) se asusta de tal manera que acuerda pagar un tributo de 115 kg de oro anuales a cambio de que Rugila y los suyos le dejen en paz.

En este contexto se crió Atila, hijo del hermano de Rugila y que tenía un hermano llamado Bleda. Pronto, su padre murió dejando a Atila y al mentado Bleda a cargo de su tío Rugila, quien enseñó a ambos a gobernar y les instruyó ampliamente en el arte de la guerra. 
 
Dos años después de que los hunos cruzaran por primera vez el Danubio, Rugila murió dejando el reinado en manos de Atila y Bleda y los chicos, dignos aprendices de su tío, entraron en conversaciones con Teodosio para mantener la paz a cambio de que se duplicase el tributo pactado dos años antes además de ciertas prebendas para los comerciantes hunos y del compromiso un rescate exorbitado por cada prisionero romano. El emperador romano de Oriente, como ya hizo con Rugila, aceptó las condiciones sin rechistar y los hunos respetaron las condiciones del tratado desapareciendo de las fronteras romanas por un período de cinco años.
Durante todo ese tiempo, lejos de aprovechar el período de paz, los hunos guerrearon contra los eslavos y contra los germanos, a los que vencieron provocando que una oleada de tribus germánicas se abalanzara sobre el Imperio romano de Occidente en una alocada huída hacia adelante. Tras estas victorias, Atila y Bleda trazaron un ambicioso plan para invadir Persia e iniciaron una ofensiva a gran escala, pero fueron derrotados por los persas en el territorio de la actual Armenia, lo que los llevó de nuevo al punto de partida: las fronteras del Imperio romano de Oriente.
Estamos ya en el año 440 y los hunos vuelven a tener ganas de gresca. Los romanos no quieren ni oír hablar de guerra, pero a Atila y Bleda la opinión de los romanos les resbala bastante, así que empiezan a saquear los Balcanes en una ofensiva que les planta tres años después a las puertas de la mismísima Constantinopla. Los hunos llevan años saqueando y violando a placer e incluso han aprendido a utilizar tácticas y maquinaria de asedio, pero las murallas de la ciudad son tan sólidas que ni siquiera sus recién adquiridas habilidades son capaces de derribarlas, de modo que los hermanos deciden plantar un campamento a las afueras de Constantinopla y esperar a ver qué pasa. Teodosio, como era de esperar, "se caga de miedo" y, bajándose una vez más los pantalones ante los hunos, compra la paz a cambio de casi 2.000 kg de oro a pagar en un único plazo y casi 700 kg más como cuota anual. Con este bagaje en los bolsillos, los reyes hunos ordenan levantar el campamento y se retiran encantados hacia el interior de su propio imperio, donde permanecieron durante cuatro años, tiempo suficiente para que Bleda muriese (o fuera asesinado por su propio hermano, esto ya no está tan claro) y Atila se autoproclamase como rey único de los hunos.

Los años que pasaron entre la marcha de Atila y su regreso no fueron ni mucho menos placenteros para Constantinopla: disturbios, hambrunas, epidemias y hasta terremotos que destruyeron gran parte de sus poderosas murallas fueron culminados por la entrada desde el este  de un inmenso ejército huno comandado por un Atila pletórico que no ansiaba ya riquezas sino, simple y llanamente, poder.
 
Imperio Huno (máxima expansión)
Atila empieza a conquistar ciudades. Los habitantes de los Balcanes ya conocen el sonido que hacen los cascos de los pequeños caballos de guerra hunos y huyen de ellos como de la peste, pues cuenta la leyenda que el olor que desprendía la horda bárbara llegaba hasta las poblaciones antes incluso que los atacantes... pero no hay lugar alguno al que huír. Atila ha derrotado a la tropa romana en el río Vid y el Imperio romano de Oriente se encuentra totalmente a merced de los hunos, que llegan incluso hasta las estribaciones de las Termópilas para después volver sus miras, una vez más, hacia la resplandeciente Constantinopla. Las murallas, principal elemento defensivo de la ciudad habían sido destruídas por una serie de terremotos, por lo que los hunos pensaban que tendrían el paso franco hacia el corazón del Imperio... pero la cosa no fue exactamente así. Una vez llegaron a las puertas de Constantinopla, Atila y los suyos se dieron de bruces contra unas murallas completamente restauradas e inexpugnables, por lo que se quedaron otra vez con dos palmos de narices sin poder saquear la joya de la corona, lo que enfadó bastante a Atila, que fijó de nuevo unos tributos espectaculares para que el Imperio romano de Oriente pudiera vivir en paz durante algunos años más. Huelga decir que, por supuesto, Teodosio aceptó las condiciones sin rechistar.
Viendo que lo de Constantinopla lleva constantemente a una vía muerta, Atila decide buscarse un nuevo enemigo encontrando en el reino visigodo de Touluse, al sur de Francia, al candidato perfecto. El reino es rico y está esperando con los brazos abiertos a los saqueadores hunos, pero para llegar hasta él, Atila debe cruzae el Imperio romano de Occidente, con el que se encuentra en buenas relaciones y con el que no quiere romper lazos por la fuerza. La excusa le llega en el año 450 en forma de una carta firmada por Honoria, hija de Valentiniano III, el emperador romano de Occidente.
En esta misiva, Honoria pide a Atila que acuda en su ayuda, pues ha sido prometida contra su voluntad a un senador al que no corresponde. El rey de los hunos, que no era tonto ni mucho menos, toma esta petición de auxilio como una propuesta de matrimonio y pidió como dote la mitad del Imperio romano de Occidente. Al enterarse de todo esto, Valentiniano escribió a Atila explicándole que la misiva de su hija era falsa y que, por lo tanto, no habria boda... pero el rey de los hunos da el compromiso por sellado y, en respuesta, envía una delegación a Rávena para anunciar que él mismo va a desplazarse hasta el Imperio para reclamar lo que considera suyo por derecho.
Una vez reunidos todos sus aliados y ya en el año 451, Atila se planta en Bélgica con un ejército de medio millón de hombres que, el 7 de abril de ese mismo año, toman Metz y empiezan a avanzar hacia el sur. Roma no está demasiado de acuerdo con los movimientos hunos, de modo que se alían con los visigodos y envían una tropa conjunta al encuentro de Atila. Esta tropa conjunta está comandada por el magister militum Aecio y por el rey visigodo Teodorico, quienes interceptan el avance huno en cerca de Châlons-en-Champagne y derrotan a Atila en la batalla de los Campos Cataláunicos.
 
Hunos en los Campos Cataláunicos
Lejos de rendirse, Atila volvió sobre sus pasos para arrasar la península itálica reclamando la mano de Honoria, lo que obligó a Valentiniano a mudarse de Rávena (capital del Imperio de Occidente) a Roma. Los hunos vuelven a saquear tierras romanas hasta que, sin previo aviso, se detienen a orillas del río Po y, tras una conversación mantenida allí mismo entre Atila y una embajada romana, se retiran a sus tierras más allá del Danubio.
A día de hoy, el por qué de su precipitada marcha aún no ha sido desvelado. Lo que si se sabe es que nada más llegar a sus tierras empezó a planear una nueva guerra contra Constantinopla con la excusa de reclamar los tributos que el sucesor de Teodosio había dejado de pagar... pero no pudo emprender su nueva aventura al ser sorprendido por la muerte a principios del año 453.
Los detalles que rodean su fallecimiento son controvertidos: la versión "oficial" habla de que durante la celebración de su última boda Atila sufrió una gravísima hemorragia nasal que le llevó a la muerte por ahogamiento con su propia sangre, pero hay otras versiones que cuentan que fue otra de sus esposas la que apuñaló al rey de los hunos dándole muerte.

La muerte de Atila supuso la muerte del Imperio huno como tal, pues la regencia quedó en manos de su hijo Elac, pero este tuvo que luchar por la supremacía con sus hermanos, lo que supuso una nueva fragmentación y la disolución de los pueblos hunos.
Roma, por su parte, sobrevivió a Atila, pero la intrepidez del huno dejó el terreno abonado para que los vándalos arrasaran los restos marchitos del Imperio pocos años después.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

La legión perdida de Craso

Los límites de la historia que vamos a contar hoy se difuminan, como tantas otras veces, en la bruma de la leyenda. En un tiempo en el que casi todos los registros estaban a caballo entre la historia y el mito, una legión romana emprendió un viaje que la llevaría hasta nuestros días... pero no adelantemos acontecimientos.

Marco Licinio Craso
Dejemos volar nuestra imaginación hasta la esplendorosa Roma del sigo I a.C. Por aquel entonces, el imperio aún no había sido proclamado y la república estaba gobernada por un triunvirato formado por César, Pompeyo y Craso. Los bárbaros presionaban las fronteras exteriores y los líderes de Roma empezaban a estar bastante hartos de la insolencia de aquellos salvajes, especialmente de unos que pretendían erigirse en un imperio igual en importancia a la propia Roma y que se empeñaban en tocar las narices en las cercanías del límite oriental: los partos.
En estas estábamos cuando el triunvirato decide acabar de una vez por todas con el problema: Roma llama a sus águilas y pone bajo las órdenes directas de Craso un ejército formado por siete legiones complementadas por unos 4.000 arqueros y otros 4.000 jinetes galos, lo que hacía un número total aproximado de 50.000 hombres. Con esta hueste a sus espaldas, Craso se pone en camino hacia tierras extranjeras con la idea de ventilar el asunto por la vía rápida... pero la cosa no le sale exactamente como esperaba. A la altura de Carras (en la actual  Turquía), las legiones avistan al ejército enemigo y se disponen para la batalla confiando en la victoria, pero los partos oscurecen el cielo con sus flechas y su caballería hace una auténtica escabechina entre las filas romanas.
El episodio de Carras termina pues en una catástrofe absoluta para Roma, que ve como 20.000 legionarios yacen muertos sobre el campo de batalla mientras los partos ejecutan a Craso y hacen prisioneros a todos los romanos supervivientes.
Una vez finalizada la confrontación, la inmensa mayoría de los cautivos son vendidos como esclavos o condenados a trabajos forzados, pero un pequeño grupo de legionarios cambia sus lealtades y consienten en luchar por los intereses partos con la condición de evitar la esclavitud. Así, estos hombres son enviados a Bactrania (actual Turkmenistán), en el límite oriental del imperio parto, para luchar contra los hunos.
Las hostilidades entre romanos y partos se prolongan durante 33 años más hasta que, en el 20 a.C., ambas naciones firman un tratado de paz en el que se establece el retorno a casa de los prisioneros capturados en la batalla de Carras. En ese momento, romanos y partos aúnan fuerzas para buscar a aquel contingente que había servido en el ejército parto contra los hunos... pero nadie sabe dónde están ni que ha sido de ellos. Simplemente parece que se han desvanecido: ellos son la legión perdida.

Imperio Parto (siglo Ia.C.)
La legión renegada de Craso permaneció desaparecida hasta nuestros días cuando, gracias a las comparaciones llevadas a cabo entre las crónicas de Plutarco, Plinio el Viejo y los registros históricos de la dinastía Han (reinante en China entre los años 206 a.C. y el 220 de nuestra era), se ha empezado a levantar el halo de misterio que envolvía a aquellos hombres.
Según las crónicas chinas, en el año 36 a.C., el general Gan Yanshou se lanzó a una campaña que le obligaba a pasar por Bactria, donde conquistó la ciudad de Zhizhi. Esto no deberia ser un hecho reseñable de no ser por la descripción que el biógrafo del general chino hace de los defensores: según él, la ciudad estaba rodeada por una empalizada de estacas afiladas y estaba defendida por un contingente de soldados veteranos extremadamente disciplinados que entraban en combate alineados y situando sus escudos en una formación que recordaba a las escamas de un pescado.
Finalmente la ciudad cayó, pero los chinos quedaron tan impresionados con el desempeño de los defensores que, en lugar de ejecutarlos allí mismo, los deportaron a un lugar al que, por decreto imperial, se le puso el nombre de Li-Jien. A partir de este momento, su misión consistiría en proteger las fronteras chinas de las cada vez más numerosas incursoiones tibetanas. Del mismo modo que lo anterior, esto debería haber quedado en anécdota... pero el nombre de Li-Jien que el emperador ordenó poner al asentamiento de los occidentales no es sino la transcripción china de la palabra "legión", que los chinos de la época utilizaban para designar tanto a los soldados romanos como a la propia Roma, de quien ya habían tenido noticias por referencias de sus legados comerciales en oriente medio.
A estas alturas, la teoría de la casualidad ya cojea bastante; pero aún hay más. Ya en el año 2.001 y a la luz de estas revelaciones, la Universidad de Lanzhou empezó e curiosear entre los genes de los habitantes de la zona obteniendo unas conclusiones bastante curiosas: El 46 por ciento de los habitantes de Zhelaizhai (región en la que se encuadraba la antigua Li-Jien) tienen una peculiar afinidad genética con distintas poblaciones europeas y, además, en esta región se presentan rasgos físicos desconocidos en el resto de china, tales como ojos azules o cabellos rizados y pelirrojos.

Pero no es oro todo lo que reluce. A pesar de estas evidencias y de que se hayan encontrado restos romanos en excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la zona, la historia ha sido incapaz de determinar como cierta la historia de la legión perdida, pues Li-Jien era también un puesto avanzado en la ruta de la seda y bien pudiera ser que toda esta curiosa leyenda estuviera edificada sobre un cúmulo de casualidades.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Aplastamiento por elefante

Si bien las noticias sobre las ejecuciones por aplastamiento no llegaron a Europa hasta bien entrada la Edad Media, en el continente asiático ya llevaban cepillándose prisioneros por este método desde hacía casi 4.000 años.

Ejecución por elefante
En las antiguas culturas de, sobre todo, el sur y el sudeste asiático, el elefante era utilizado en las ejecuciones como símbolo del poder real, pues se consideraba que si el soberano era capaz de mantener bajo su autoridad a la mayor de las bestias, también tenía que ser capaz de administrar la vida y la muerte a su antojo. Además, es cierto que en la mayoría de los casos el condenado acababa despiezado pero, a veces, al reyezuelo correspondiente se le encendía las bombillas y "sólo" condenaba al prisionero a ser pateado por un elefante durante un par de horas (o un par de días, a gusto del consumidor) para luego soltarle con un montón de huesos rotos y la carta de libertad en la mano.
El el oeste de Asia, las ejecuciones consistían básicamente en colocar al condenado delante del elefante, que le alzaba con la trompa y le aplastaba hasta darle muerte... pero en el sudeste del continente, los verdugos y reyes tenían un poco más de imaginación: Si el crímen no era demasiado grave, el elefante pisaba la cabeza o el abdomen del condenado matándolo instantáneamente, pero si el gobernante consideraba el agravio como especialmente grave, las formas de tormento se diversificaban considerablemente.
Una de las formas de ejecución consistía en colocar cuchillas en los colmillos del animal para que este, entrenado especialmente en esas lides, cortase poco a poco al reo, lo que acababa normalmente con una sangría descomunal. En otra de las posibles alternativas, el prisionero era puesto en el suelo a los pies del elefante, que sujetaba el tronco del hombre con la trompa mientras utilizaba las patas para triturar sus huesos o arrancar sus miembros uno a uno. Por último, en la India gustaban de utilizar un método consistente en atar las piernas del criminal a las patas traseras del paquidermo y arrastrarle por mitad del campo hasta que todas sus articulaciones habían sido dislocadas. Una vez hecho esto, el elefante caminaba hacia atrás y... bueno, ya os podéis imaginar lo que pasaba.

Además de todo esto, hay que añadir que los elefantes eran utilizados a menudo en Asia como forma de ordalía, es decir: si el acusado era hallado culpable de un crímen que no se podía demostrar, se le lanzaba a luchar contra un elefante y, si el animal tenía el día tonto y el hombre salía vivo del trance, se le consideraba inocente.

Más cerca de nuestro contexto geográfico, romanos, macedonios y cartagineses también utilizaron en su día a los elefantes como herramienta ejecutora, pero estos eran meros aprendices al lado de los asiáticos y sus ejecuciones consistían en echar a un grupo de prisioneros a los elefantes como quien echa un hueso a los perros, lo que acababa con una carnicería considerable pero carecía de la espectacularidad buscada por los reyes del este.